Vocación y misión
de la familia
Benedicto XVI, pp
Benedicto XVI, pp
Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año
celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. Con alegría
dirijo un saludo a todas las familias del mundo, deseándoles la paz y el amor
que Jesús nos ha dado al venir a nosotros en la Navidad.
En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un
acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en
una familia humana. De
este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con
la humanidad.
En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al
justo José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su
infancia y su adolescencia (cf. Lc 2,51-52). Así puso de relieve el valor primario de la familia en la educación de la
persona. María y José introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa,
frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a hacer la
peregrinación a Jerusalén, como narra el pasaje evangélico que la liturgia de
hoy propone a nuestra meditación. Cuando tenía doce años, permaneció en el
Templo, y sus padres emplearon tres días para encontrarlo. Con ese gesto les
hizo comprender que debía «ocuparse de las cosas de su Padre», es decir, de la
misión que Dios le había encomendado (cf. Lc 2,41-52).
Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de
la familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado
para él. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres
conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las
exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor (cf. Rm 13,10).
De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y
que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre.
La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el "prototipo"
de toda familia cristiana que, unida en el sacramento del matrimonio y
alimentada con la Palabra y la Eucaristía, está llamada a realizar la estupenda
vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino también de la
Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano.
Invoquemos ahora juntos la
protección de María santísima y de san José sobre todas las familias,
especialmente sobre las que se encuentran en dificultades. Que ellos las
sostengan, para que resistan a los impulsos disgregadores de cierta cultura
contemporánea que socava las bases mismas de la institución familiar. Que ellos
ayuden a las familias cristianas a ser, en todo el mundo, imagen viva del amor
de Dios. Pidamos por todas las familias del mundo, para que en sus hogares se viva y transmita la fe, siendo así
testigos del amor en el mundo.
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