TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

viernes, 30 de octubre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE, 31º DEL TIEMPO ORDINARIO, SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS. (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«DICHOSOS VOSOTROS… PUES GRANDE SERÁ LA RECOMPENSA»
Mt. 5.1-12a
            En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
     Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
       Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Otras Lecturas: Apocalipsis 7,2-4.9-14; Salmo 23; 1Juan 3, 1-3

LECTIO:
            En la fiesta de todos los santos el evangelio de las bienaventuranzas nos indica quienes son los candidatos al Reino de Dios, restituido por Jesús… Cada bienaventuranza es un camino diferente que conduce a la misma vida. Los ocho señalados conducen a la misma posesión de Dios, objeto de la felicidad auténtica y perfecta.
       Para lograr la verdadera unión con Dios, Él nos invita a recorrer el camino de santidad en la pobreza con Cristo pobre. Nos quiere santos en el sufrimiento y en la pena con Cristo paciente.
       No hay santidad sin la presencia espiritual con Cristo. Dios nos ofrece la dicha de la santidad por el camino de la lucha por la justicia con Cristo, el justo de Dios.
       En la misericordia y en la limpieza de corazón nos iremos santificando, aprendiendo de Cristo, misericordioso y puro.
       Teniendo en nosotros la paz de Cristo y de los santos de Dios, trabajaremos por la paz entre los hombres, y en el itinerario de la persecución por Cristo, nos iremos revistiendo de la santidad del Cristo injuriado, perseguido y lastimado.
 
   MEDITATIO:          
     Cuando Jesús sube a la montaña y se sienta para anunciar las bienaventuranzas, hay un  gentío en aquel entorno, pero sólo «los discípulos se acercan» a él para escuchar mejor su mensaje.
¿Qué nos impide  hoy a los discípulos de Jesús acercarnos a Él para escucharlo?
     Dichosos «los pobres de espíritu», los que saben vivir con poco, confiando siempre en Dios. Estarán más atentos a los necesitados y vivirán el evangelio con más libertad.
     Dichosos «los sufridos» que vacían su corazón de resentimiento y agresividad. Serán un regalo para este mundo lleno de violencia.
     Dichosos «los que lloran» porque padecen injustamente sufrimientos y marginación. Con ellos se puede crear un mundo mejor y más digno.
Dichosa la Iglesia que sufre por ser fiel a Jesús. Un día será consolada por Dios.
     Dichosos «los que  buscan con pasión el reino de Dios y su justicia», los que no han perdido el deseo de ser más justos ni el afán de hacer un mundo más digno. Un día su anhelo será saciado.
     Dichosos «los misericordiosos» que actúan, trabajan y viven movidos por la compasión. Son los que, en la tierra, más se parecen al Padre del cielo.
     Dichosos «los que trabajan por la paz» con paciencia y fe, los que introducen en el mundo paz y no discordia, reconciliación y no enfrentamiento, buscando el bien para todos.
     Dichosos los que, «perseguidos a causa de la justicia», responden con mansedumbre a las injusticias y ofensas. Ellos ayudan a vencer el mal con el bien.
Dichosa la Iglesia perseguida por seguir a Jesús. De ella es el Reino de los cielos.   
                                                                                                                                                           
ORATIO:
     Oh Dios, fuente única de todo lo que existe, tú eres nuestro Padre: concédenos el amor para que, fieles a tu mandamiento, podamos amarte con un corazón indiviso, buscándote en todas las cosas.
 
El Señor es mi pastor, nada me falta.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque Tú vas conmigo…

     Que la oblación eterna de tu Hijo nos dé la fuerza y la alegría de perdernos a nosotros mismos en la caridad, para recobrarnos plenamente en ti, que eres el Amor.

CONTEMPLATIO:
     La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. Es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano.
     La santidad es vivir con amor y ofrecer el testimonio cristiano en las ocupaciones de todos los días donde estamos llamados a convertirnos en santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra.
     Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer. Sé santo cumpliendo con honestidad y eficiencia tu trabajo y ofreciendo tu tiempo al servicio de los hermanos…
También nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Y lo que produce en nosotros la imagen divina no es otra cosa que la santificación, esto es, la participación en el Hijo en el Espíritu. (Cirilo de Alejandría).


LA SOMBRA DEL CIPRÉS ES ALARGADA

            Es una novela hermosa de nuestro escritor castellano Miguel Delibes: La sombra del ciprés es alargada. Ambientada en una ciudad como Ávila, austera y amurallada, en donde la vida sencilla se desarrollaba en esa calle trasversal de Vallespín. Esta novela, marcará un antes y un después en la narrativa española, y parece que está especialmente escrita para ser leída en noviembre, cuando el otoño ceniciento nos sume en la nostalgia más noble llena de melancolía, y la liturgia nos lleva al recuerdo de los santos todos y a la memoria de nuestros difuntos…
       La sombra del ciprés… Es el árbol más sagrado de nuestros camposantos, en donde su misma estructura erguida nos educa a mirar hacia lo alto como si su altura y su vector nos estuviesen provocando para levantar vuelo, para elevar los ojos, hacia algo más grande y más sólido que una coyuntura fugaz, tantas veces rehén de los malos augurios y de los mal agüeros. Pero este alargamiento de la sombra de nuestro ciprés, no tiene nada de frívola escapatoria como si nos andásemos por las nubes o nos quisiéramos con ellas enredar. Es simplemente una indicación, una invitación, en donde nadie es suplido ni forzado a cosas distintas a su propio destino.
       El mes de noviembre, con su “amagüestu” asturiano al llegar la seronda otoñal en nuestra dulce y amable tierra, nos llena de esta sensación que pone lumbre en la esperanza. No hace falta que andemos importando ritos ajenos y leyendas extrañas, cuando la larga tradición cristiana nos invita a algo tan nuestro como ver los árboles como donantes de hojas, nuestros senderos campestres alfombrados de ellas, nuestros parques y bosques en esa purificación de ramas y ramajes para aprender a ir a las raíces de lo que propiamente es esencial.
       Es en este ambiente, donde nosotros rezamos por nuestros seres queridos que nos han precedido en la vida, en la fe y en la esperanza para ellos cumplida. Los tenemos presentes como quien recuerda con agradecimiento a quienes en nosotros dejaron su bondad y su imborrable semilla. Y por ellos musitamos una oración, traemos a la memoria su paso y su sonrisa, mientras fortalecemos la firme convicción de que para ellos y para todos nosotros nos aguarda esa otra vida que Cristo nos ganó con su resurrección.
       Tiempo de evocaciones, de sombras alargadas, de cipreses enhiestos sin ser altivos, que nos recuerdan con sobria dulzura que las tristezas tienen caducidad cuando dejamos entrar la esperanza. Por mucha que pueda ser la apretura, siempre cabe esa vía de apertura que no tiene el desenlace casi desesperado del Don Juan Tenorio de Zorrilla, ni la frivolidad de quien cree que aquí no pasa nada. El ciprés es como una flecha, que bien arraigada en el suelo de la tierra, sabe soñar venturas de cielo que saben comenzar cada alborada. Así habría que traducir la esperanza a quienes por tantos motivos tanta desesperanza sufren en nuestros días, y así también deberíamos recordar a quienes se nos adelantaron en la vida y en el trance de morir, sabiendo que la muerte no tiene la última palabra.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, OFM-Arzobispo de Oviedo

CONVOCANDO VIGILIA GENERAL EXTRAORDINARIA


sábado, 24 de octubre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 25 DE OCTUBRE, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO

« HIJO DE DAVID TEN COMPASIÓN DE MÍ »
Mc. 10. 46-52
            En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
     Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
     Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Otras Lecturas: Jeremías 31,7-9; Salmo 125; Hebreos 5, 1-6

LECTIO:
                La ceguera física de Bartimeo no solo suponía una grave limitación física en su vida sino que, en aquella época, la ceguera era también motivo de exclusión de la sociedad judía. Por eso el evangelio nos relata que el ciego está “al borde del camino”.
       Esta es la primera barrera que Bartimeo vencerá.  Él necesita que Jesús se fije en él para que le cure completamente. Bartimeo grita una primera vez para llamar la atención de Jesús cuando se entera que está pasando por el camino. La reacción no se hace esperar. “Muchos” le pedían que se callara.
        Esta actitud de los vecinos de Bartimeo será la segunda barrera que superará. Podría haberse venido abajo, pero no se deja amedrentar, lo que está en juego es su propia vida. Por eso vuelve a gritar a Jesús. Y en esta ocasión es el propio Jesús quien responde. Se detiene y manda llamarlo.
       Ante la invitación de Jesús, Bartimeo: soltó, saltó y se acercó.
       El ciego soltó el manto que hasta ahora era su seguridad, le servía para protegerse del frío, para dormir. Quien ha encontrado a Jesús no necesita muchas seguridades materiales.
       Dio un salto, quien ha experimentado alcanzar una meta largamente soñada sabe bien la alegría que esto produce. El salto del ciego bien podría ser la señal de esa alegría profunda que ha producido en él la invitación de Jesús.
       Y por último, se acercó. Nadie puede enamorarse de Dios si no se acerca a Él. Este acercamiento es signo de la vida de Bartimeo que se confía totalmente a Jesús.
       Ahora, ante Jesús, Bartimeo suplica la vista. Jesús le concede la iluminación completa: la de sus ojos y la de su corazón. Por eso Bartimeo no se marchará ya viendo, sino que decidirá seguir a Jesús por el camino. Ha encontrado la Luz que da sentido a su vida. Y para conseguir este objetivo merece la pena luchar para superar cualquier dificultad.

  MEDITATIO:                  
     A la luz del testimonio de Bartimeo examina como vives tu fe y cómo das testimonio de ella.
La fe es un don total y gratuito, pero requiere búsqueda y esfuerzo, adhesión y vivencia.
¿Qué te hace pensar la actitud de Bartimeo?, ¿qué expresa su insistencia, su perseverancia, su constancia…? ¿Qué aprendes de él?
«Ánimo, levántate, que te llama.»
     En el encuentro con el Señor, Bartimeo, pidió: «Rabbuni, que recobre la vista», tú ¿qué quieres pedir al Señor, qué necesitas para encontrarlo y seguirlo?
¿Qué te impide vivir cómo el Señor quiere y espera de ti’? ¿Eres conciente de las necesidades de los que te rodean? ¿Eres capaz de renunciar a tu tiempo para estar con alguien que necesita unas palabras de aliento, de compañía…?
                                                                                                                                                                 
ORATIO:
     ¡Oh Cristo!, nosotros te confesamos «Dios de Dios, luz de luz»: ven a alumbrar nuestras tinieblas. Ayúdanos a acoger la misericordia que salva.

Aquí estoy, Señor,
como el ciego al borde del camino…
Pasas a mi lado y no te veo.
¡Que vea, Señor!

      Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros. Queremos sanar de verdad, «ver» y caminar contigo, aceptando la cruz y anhelando la casa del Padre, a donde tú nos conduces con vigor y suavidad.

CONTEMPLATIO:
     No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como “ciegos”, sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. “Sentados”, instalados, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, “al borde del camino” que lleva a Jesús, sin tenerle como guía de nuestra vida y de nuestras comunidades cristianas.
“…Levántate. Te está llamando”.
     Esto lo cambia todo. Bartimeo “soltó el manto” porque le estorba para encontrarse con Jesús. Es lo que necesitamos, liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.
     Cuando Jesús le pregunta que quiere de él, el ciego no duda: «Maestro, que pueda ver.» Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, la vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.
“…recobró la vista y lo seguía por el camino.”


viernes, 23 de octubre de 2015

Presencia real de Cristo en la Eucaristía


La presencia de Cristo en la Eucaristía es real, verdadera y substancial desde el momento en que sea realiza la consagración del pan y del vino. Y para exponer misterio tan grandioso prefiero ceder la palabra a la misma Iglesia, tal como lo confiesa concretamente en el Catecismo:

1373 «“Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31 46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo, [está presente] bajo las especies eucarísticas” (SC 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (S. Tomás de A., STh III, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Trento: Denz 1651). “Esta presencia se denomina `real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente” (Pablo VI, enc. Mysterium fidei 39).

1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión maravillosa. Así, S. Juan Crisóstomo declara que: No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).

 Y San Ambrosio dice respecto a esta conversión:
     Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada… La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst. 9,50.52).

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación» (Denz 1642).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (Trento: Denz 1641)».
     Ésta es la fe católica de la Iglesia, la misma que se confiesa en el Credo del Pueblo de Dios (1968, 24-26) o en la encíclica Mysterium fidei de Pablo VI.


Algunos profesores católicos de teología niegan hoy la fe de la Iglesia en la transubstanciación eucarística. Y debemos denunciarlos, porque hay una relación intrínseca entre la exposición de la verdad y la refutación de la falsedad. En ese sentido escribe Santo Tomás al comienzo de la Summa contra Gentiles, «mi boca medita en la verdad y mis labios aborrecerán al impío» (Prov 8,7)

José María Iraburu, Consiliario diocesano ANE de la Archidiócesis de Pamplona
IV PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO DE NTR.ª SR. DEL ROCÍO

     Convocados por la Delegación de la Zona occidental de la Adoración Nocturna Española y la Hermandad matriz de Almonte nuevamente pudimos reunirnos, en la tarde-noche del 17 al 18 de Octubre en la aldea de El Rocío (Huelva), un centenar de Adoradores Nocturnos de los diferentes Consejos diocesanos de Andalucía en nuestra ya tradicional Vigilia Eucarístico-Mariana.    
      Desde la casa de hermandad de Bollullos del Condado, sobre las 20,00h. partimos en procesión de banderas por las calles de la aldea hasta el Santuario, donde, al amparo de Nuestra Señora de las Marismas dio comienzo nuestra Vigilia con el rezo del Santo Rosario en unión de las diferentes Hermandades que allí se encontraban.


      Con la Santa Misa, presidida en ésta ocasión por el Consiliario Diocesano Rvd. D. Diego Capado Quintana, comenzaron los Turnos de adoración que finalizaron, ya entrada la madrugada, con el rezo de Laudes y posterior Bendición de los campos, esta vez desde el interior del templo y motivado por las inclemencias meteorológicas que nos acompañaron durante toda la jornada.



      Recordando las palabras de D. Diego en su homilía “María… Virgen, Reina y Madre de la Misericordia que parió al que es fuente de la Misericordia y rostro de la Misericordia del Padre…” que nos exhortaba para vivir santamente un nuevo año Jubilar, y aquella sevillana rociera que decía…”cansao pero contento, en los ojos lo he notao…” con el canto de la Salve pusimos rumbo a nuestros destinos.

sábado, 17 de octubre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 18 DE OCTUBRE, 29º DEL TIEMPO ORDINARIO - DOMUND - (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«¿QUÉ QUERÉIS QUE HAGA POR VOSOTROS?»
Mc.10, 35-45
            En aquel tiempo, se acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».
       Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?».
       Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». 
       Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».
       Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».

Otras Lecturas: Isaías 53,10-11; Salmo 32; Hebreos 4, 14-16

 LECTIO:
                Jesús camina hacia Jerusalén, hacia la pasión y revela a los suyos el final del camino. Sin embargo los discípulos no lo comprenden, no son capaces de despojarse de las expectativas y de las ambiciones de gloria y poder exclusivamente humanas.
       Creen que su Maestro es el Mesías esperado como triunfador y le piden tener un puesto importante en el Reino que va a restablecer.
       Jesús examina a estos aspirantes a «primeros ministros»; rectifica sus perspectivas, les indica con mayor claridad que su gloria pasa antes que nada por un camino de sufrimiento.
       La disponibilidad que declaran Santiago y Juan no basta aún para obtenerles la promesa de un sitio de honor, porque la participación en el Reino de Jesús es un don que sólo Dios puede otorgar gratuitamente.
       Jesús explica a los Doce, a quienes el deseo de ser los primeros pone en conflicto, y a nosotros, que también aspiramos siempre un poco al éxito y al poder que: “No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.
       Con esto Jesús nos enseña que la realización hacia la que debemos tender no ha de tener como modelo el comportamiento de los «grandes» de este mundo, sino el de Jesús, siervo humilde glorificado por el Padre, que es, al mismo tiempo, el Hijo del hombre esperado para concluir la historia e inaugurar el Reino de Dios entre los hombres.
       Éste es el modelo de grandeza que propone Jesús a los suyos: el humilde servicio recíproco, la entrega incondicionada de uno mismo por amor para el bien de los hermanos.

   MEDITATIO:                      
     La Palabra nos sale al encuentro para hacernos “cambiar de mentalidad”. Y nos ofrece una nueva orientación a nuestra instintiva sed de grandeza, al deseo más o menos inconsciente de ser importantes.
¿Tu encuentro con Jesús te ayuda a salir de tus esquemas y a perseguir la grandeza verdadera?
     Jesús nos enseña a aspirar a un tipo de grandeza poco ambicionado en el mundo: el del amor incondicional que se hace compañía, se hace escucha, se hace humilde servicio, hasta entregar la propia vida.

“… el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”
¿Se refleja esto en tu vida, son estas tus aspiraciones? Qué implica en tu vida estas palabras de Jesús…

“y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”

¿Qué te transmite esta enseñanza?, ¿qué propones para vivirla?
                                                                                                                                                                   
ORATIO:
     Enséñanos, Señor, a vivir con actitud y disposición de buscarte a ti y lo demás vendrá por añadidura.
     Apártanos de los caminos fáciles de la popularidad y llévanos por los caminos de los pobres y necesitados. Que sepamos reconocerte en ellos, Señor.

Jesús, enséñame a pedirte no lo que yo deseo,
sino lo que tú quieres para mí.

     Haznos, Señor, dóciles a tu Palabra. Que nunca nos creamos mejor que los demás, superiores a ellos. Que seamos Servidores del Evangelio, pues solo así podremos seguirte sin esperar ningún puesto.

CONTEMPLATIO:
     Todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús…

«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos»

     Según Jesús, si alguien quiere triunfar en la vida, ha de saber amar, salir de su narcisismo, abrir los ojos y ser sensible al sufrimiento de los demás. Nadie es triunfador, a los ojos de Jesús, si no hace felices a los demás. Los que aciertan a vivir desde la generosidad, el servicio y la solidaridad son hombres y mujeres que atraen por su grandeza de vida. Su vida es grande precisamente porque saben darla.

     Considerad todas estas cosas, hermanos míos, y partid de aquí, construíos en la fe [...]Si les hubieras dicho eso, más que animarles les habrías espantado. Ahora bien, donde hay comunión hay consuelo. ¿Qué miedo tienes entonces, siervo? Ese cáliz lo bebe también el Señor.       (S.Agustín).