TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

viernes, 31 de enero de 2014

20 ACIERTOS EN LA ORACIÓN.
P. Guillermo Serra, L.C.


     Ahora ofrezco la contrapartida. A ver con cuántos de los siguientes aciertos te sientes identificado.


Acudo a Dios porque es Dios, porque es mi Creador y Padre, porque es infinitamente bueno y misericordioso. Y a mí, como hijo y criatura suya, me corresponde bendecirlo y alabarlo.

Cuando oro, lo que me interesa es estar con Dios. No importa qué tema le trate ni cómo lo haga.

Al estar con Dios busco sobre todo escucharle, conocerle, saber cuál es su voluntad.

Lo busco a Él, no a mí mismo. Por eso, no me importa si siento especialmente o no, me basta creer que está presente.

Mi oración ordinaria consiste en dialogar con Él a partir de Su Palabra, de mi situación personal y los acontecimientos de la vida.

Busco el contacto personal de amor con Dios, el saberme libre buscando a quien libremente me busca.

Para mí, el mejor lugar para el encuentro con Dios es la Eucaristía.

La Sagrada Escritura es mi libro preferido para la meditación.

Me conforta saber que Dios me amó primero, que quiere establecer una relación íntima de amor conmigo y que sale a mi encuentro en todo momento y circunstancia. Este interés de Dios por mí me llena de confianza.

Procuro cultivar el hábito de la presencia de Dios, saber que me mira, que estoy en su presencia, tenerlo siempre a mi lado, haga lo que haga, esté donde esté.

Más que pensar ideas en la meditación, procuro bajar las ideas al corazón profundo, amar mucho.

Me gusta conocer la vida de los santos y leer maestros de vida espiritual: me sirven de inspiración para llegar más alto y más lejos en mi relación de amor con Cristo.

Mi tiempo le pertenece a Dios, trato de estar siempre en su presencia y dedicarle tiempos de calidad para estar a solas con Él, sin hacer otra cosa que estar juntos. Procuro no limitarme a las oraciones que ya tengo incorporadas en mi rutina diaria, sino cultivar la gratuidad en mi relación con Él.

Cada vez que escucho hablar de Dios y la oración, me siento pequeño, limitado, miserable, un aprendiz. Suplico al Espíritu Santo que sea mi maestro y mentor, que Él me levante y me muestre el rostro de Cristo.

Me gusta la misa y otros momentos de oración con mi familia, mis amigos y la comunidad. Recuerdo que Jesús nos dijo que “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Para orar me busco un espacio silencioso, procuro recoger mis sentidos, centrarme sólo en Él, actuar mi fe, establecer contacto con Él.

Creo que Dios me creó para vivir en comunión de amor con Él, en el tiempo y en la eternidad. Por eso todos los días le suplico me conceda la gracia de realizar Sus planes sobre mí.

El alimento de la oración es la Eucaristía, por eso procuro recibirla con frecuencia. Trato de confesarme con frecuencia, tengo un director espiritual y trato de vivir las virtudes cristianas, siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

Rezo siempre, sé que lo necesito, me sienta digno o indigno, con ganas o sin ganas. Sé que Dios escucha siempre mi oración y que aunque sea tan miserable y lo haga tan pobremente, a Él le complace que me acerque como el más pequeño de sus hijos.

Más allá de obligaciones y compromisos asumidos, quiero rezar porque amo a Dios. Cumplo mis deberes religiosos con amor y por amor, no sólo por cumplir.

     Orar es cuestión de amor, es un modo de acoger y corresponder al Amor. Elige un renglón en el que quieras mejorar, de uno en uno.

sábado, 25 de enero de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE ENERO, 3º DEL TIEMPO ORDINARIO

UNA GRAN LUZ 

Mateo 4,12-23     Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
     Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
     Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
     Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Otras Lecturas: Isaías 9,1-4; Salmo 26; 1 Corintios 1,10-13, 17


LECTIO:
     Comenzamos con una escueta lección de geografía que nos ayude a entender quién estaba dónde y por qué. Juan Bautista predicaba en Judea, donde se encuentran Jerusalén y Belén, en la región sur de Palestina. Juan llevaba a cabo su ministerio al este, cerca del río Jordán.
     Herodes Antipas había metido en la cárcel a Juan Bautista por criticar públicamente que estuviera viviendo con la mujer de su hermano Felipe, quebrantando la ley judía (Levítico 18,16). Al cabo, la mujer de Herodes maquinó para conseguir que Herodes condenara a muerte a Juan (Mateo 14).
     Mateo no explica la relación entre ambos hechos, sino que se limita a decir que Jesús se trasladó hacia el norte, a Galilea, después de que detuvieran a Juan. Jesús no vuelve a Nazaret, donde se había criado, sino que decide asentarse en Cafarnaún. Mateo interpreta esto como cumplimiento de la profecía mesiánica de Isaías 9:1-2.
     En aquellos momentos la mayor parte de quienes vivían en las tierras de Zabulón y Neftalí eran gentiles, así que al decidir comenzar su ministerio en aquella región Jesús nos ofrece un signo muy claro de la naturaleza universal de su misión.
     En este pasaje Mateo nos transmite dos aspectos del ministerio de Jesús. En primer lugar, predicaba la buena noticia del Reino y curaba a la gente de todo tipo de enfermedades. En segundo lugar, llama a sus primeros discípulos para enseñarlos a ‘pescar hombres’ en lugar de peces.
     Mateo nos proporciona muy pocos detalles sobre el encuentro con aquellos cuatro pescadores. No obstante, Jesús debió causarles una tremenda impresión, ya que dejaron de buena gana sus trabajos y le siguieron.

MEDITATIO:
¿Por qué crees que Pedro, Andrés, Santiago y Juan estaban dispuestos a dejar su trabajo y convertirse en discípulos de Jesús?
¿Qué cualidades crees que vio Jesús en aquellos cuatro hombres que le impulsaran a elegirlos como discípulos suyos?
¿Qué es la ‘buena noticia’ del Reino? ¿Qué significa para ti personalmente?
¿Qué sentirías si Jesús se hiciera presente en tu lugar de trabajo? ¿De qué manera te llama Jesús para que le sigas? ¿Estás dispuesto a obedecerle, como los discípulos, a costa de todo?

ORATIO:
     El Salmo 26 ofrece muchas palabras de aliento, y no son las menos importantes las que nos recomiendan apegarnos al Señor y esperar en Él porque es nuestra luz y nuestro refugio.     Invita al Espíritu Santo a que se cuide de ti, utilizando las palabras del salmo para afianzar tu fe y tu confianza en Dios.    Jesús sigue trayendo hoy día palabras que sanan los corazones afligidos y los cuerpos, aunque no siempre entendamos la manera en que actúa. Pídele que te ayude a ti y a los demás a reconocer que es necesaria su presencia salvadora.

CONTEMPLATIO:

      Piensa en la ‘gran luz’ del versículo 16. ¿Qué convierte a Jesús en la gran luz para todas las gentes y para ti en particular?
20 ERRORES COMUNES EN LAS ORACIONES.

P. Guillermo Serra, L.C.


     
Hoy te ofrezco un elenco de errores frecuentes en la vida de oración, tal vez te sientas identificado con algunos de ellos. Posteriormente ofreceré la contrapartida.


 Acudo a Dios sólo para pedirle que me resuelva problemas y necesidades que me interesan: salud, trabajo, familia, tranquilidad, etc.

Cuando voy con mis preocupaciones, mi oración termina siendo una reflexión personal acerca de cómo resolverlas. Ya no hablo con Dios sino sólo conmigo.

Hablo, hablo y hablo, sin escuchar a Dios. Más aún, no sé qué significa escuchar a Dios, ni cómo habla Él.

Creo que oro bien si los sentimientos son bonitos. Si no, pienso que algo estoy haciendo mal, que no sé orar.

Mi oración se reduce a fórmulas memorizadas que la mayoría de las veces repito sin atención.

Cuando rezo hago cosas, pero no entro en contacto personal de corazón con Dios. Mi “oración” es una especie de acto intimista en solitario.

Trato poco a Cristo Eucaristía.

Uso muy poco la Biblia en mis meditaciones.

Concibo la oración sólo como iniciativa humana: soy yo quien tiene la iniciativa de establecer comunicación con Dios y me esfuerzo por alcanzarlo.

Mi relación con Dios va en paralelo de mi vida ordinaria, es un apartado en la rutina diaria o semanal, como una actividad más junto al resto de mis quehaceres.

No medito o mi meditación se limita a pensar, a desarrollar reflexiones teológicas.

Rezo como me enseñaron de niño y allí me quedé.

Mido y cuento el tiempo que le dedico a Dios. Soy tacaño con Dios, mi tiempo con Él no es tiempo de calidad, con frecuencia le dejo las migajas del día.

Creo que ya me las sé todas en materia de oración, que no tengo más que aprender. Cuando otros hablan del tema, pienso que yo sé más…

Evito las oraciones comunitarias.

Voy a rezar tan distraído que al final sé que entré y salí de la iglesia o capilla sin haber entablado un mínimo contacto personal con Dios.

Estoy tan acostumbrado y me he resignado ya a cómo es mi oración, que ya no deseo ni suplico a Dios que me conceda una mayor intimidad con Él, ni creo en el fondo que Él me la desee conceder.

Considero que tengo hilo directo con Dios y descuido sin embargo mi vida sacramental (misa, comunión, confesión) y espiritual (vida interior, virtudes, recurso a medios de perseverancia como la dirección espiritual, etc.)

Rezo sólo cuando me siento digno de rezar. Cuando me siento indigno, porque he pecado, o me he enojado, o no estoy bien conmigo mismo o con los demás, me excuso diciendo que sería hipócrita si rezara, y dejo de hacerlo.

Mi objetivo es cumplir con aquello a lo que me comprometí. Muchas veces no sé ni lo que hago, sólo rezo con tal de cumplir (misa dominical, liturgia de las horas, rosario…)


Si quieren completar la lista, adelante




sábado, 18 de enero de 2014

EFUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO 
Del comentario de san Cirilo de Alejandría sobre el evangelio de san Juan


     Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes. Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días -se refiere a los del Salvador-derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer -de acuerdo con la divina Escritura-, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.
     Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación -más aún, antes de todos los siglos-, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.
     De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo -pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes-, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse -si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura- que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes.


LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE ENERO, 2º DEL TIEMPO ORDINARIO

Cordero de mansedumbre y fortaleza

Jn.1, 29-34     En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
     Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo" Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Otras Lecturas: Isaías 49,3.5-6; Salmo 39; 1Corintios 1,1-3

LECTIO:
     ¿Qué dijo Juan cuando vio a Jesús? ¿Para qué ha venido bautizando? ¿Por qué dice Juan que es testigo que Jesús es el Hijo de Dios?-Juan después de su prólogo (1,1-18) presenta los hechos de Jesús ubicándolos en una semana y sus días. El primer día (1,19-28) trata sobre el testimonio de Juan ante los sacerdotes y levitas, que son enviados por los judíos a preguntarle quién es él. El segundo día, el de nuestro texto, Juan identifica a Jesús con el Cordero de Dios. Estos dos días están bajo la idea de testigos de Jesús, mientras que los dos días siguientes tratan del seguimiento, en los que las personas se convierten en intermediarios de la vocación de los discípulos. Se trata no sólo de venir a la fe, sino de entrar en comunión con Jesús y convertirse en discípulos suyo.
     Juan “ve” a Jesús, lo identifica, y dirige la mirada (¡miren!) hacia Él como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1,29); certifica que de Él ya había dado testimonio (1,30 en relación con 1,26-27); pone en relación su bautismo con la disposición del pueblo para que conozca a Jesús (1,31); hace una nueva declaración en relación con “haber visto” al Espíritu Santo reposar sobre Jesús (1,32); refiere que fue enviado a bautizar y se le había dado una señal, el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús (1,33); testifica que su visión (“lo he visto”) confirma que Jesús es el Hijo de Dios.
     Al iniciar el “tiempo ordinario” de la vida litúrgica de la Iglesia, se presenta a Jesús con ciertas cualidades y títulos de honor: “Cordero de Dios”, “más importante que yo”, “existía antes que yo” “sobre Él reposa el Espíritu Santo”, “es el Hijo de Dios”. El testimonio de Juan es de vital importancia, y está en estrecha relación con el verbo “ver”: “vio a Jesús”, “¡Miren!”, “He visto”, “sobre quien veas”, “ya lo he visto”, “soy testigo”. El testigo no sabe desde el principio quién era Jesús: “Yo mismo no sabía quién era”, “Yo todavía no sabía quién era”. Sin embargo, se le había dado una señal: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa”. La misión del precursor, Juan, era “bautizar”, “para que el pueblo de Israel lo conozca”. Y la misión del Mesías es “quitar el pecado del mundo” y “bautizar con Espíritu Santo”. Un programa misionero a favor de la humanidad.
     Juan Bautista remite hacia Jesús: “¡miren el cordero de Dios!” y lo repetirá en 1,36 al día siguiente (tercer día). Juan realiza la función de señalar (miren) y nada más, aunque hemos de imaginarnos cuál habrá sido la manera de hablar de Juan sobre Jesús, pues, a través de su testimonio sobre “el cordero de Dios” son motivados dos de sus discípulos a abandonarle a él como maestro y seguir a un desconocido, Jesús (1,35- 37).
Juan es ese hombre necesario en la vida de toda vocación para ayudar a “ver” al que “pasa”, al que está incluso demasiado cerca en ese momento y no somos capaces de reconocer. Juan es admirable como maestro, tiene su círculo de discípulos, pero a la hora en que descubre a Jesús es capaz de dejar en libertad a los suyos para que inicien el camino con el que es “el Camino”, para que sigan al que es “el Maestro”, para que vayan detrás del “Cordero”… Por eso Juan es verdadero testigo al desaparecer, al retirarse, al dejar que “Él crezca mientras él disminuye”
(3,30), entonces la decisión personal del otro brota como deseo y puesta en camino detrás del Maestro.

MEDITATIO:
     La liturgia de este domingo nos recuerda que Jesús, es el hijo de Dios, el que quita el pecado. Iniciemos esta meditación con estas palabras del Papa Benedicto XVI pronunciadas el 9 de enero de 2011: “Cuando el Bautista ve a Jesús que, en fila con los pecadores, viene a hacerse bautizar, queda asombrado; reconociendo en él al Mesías, el Santo de Dios, Aquel que está sin pecado, Juan manifiesta su desconcierto; él mismo, el bautista hubiera querido hacerse bautizar por Jesús. Pero Jesús le exhorta a no oponer resistencia, a aceptar cumplir este acto, para hacer lo que es conveniente y “cumplir toda justicia”. Con esta expresión, Jesús manifiesta haber venido al mundo para hacer la voluntad de Quien lo ha enviado, para cumplir todo lo que el Padre le pide; para obedecer al Padre Él ha aceptado hacerse hombre. Este gesto revela sobre todo quién es Jesús; es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es Aquel que “se ha bajado” para hacerse uno de nosotros, Aquel que se ha hecho hombre y ha aceptado humillarse hasta la muerte de cruz ″Ahora preguntémonos:
¿He identificado a Jesús en medio de la gente? ¿Cuándo? ¿Doy testimonio de Jesús en mi vida? ¿Creo que Jesús es verdadero Dios?

ORATIO:
     Por tu inmensa piedad, de mi pecado purifícame.
Amabilísimo Señor Jesucristo, verdadero Dios, que del seno eterno del Padre omnipotente, tú fuiste enviado al mundo para absolver los pecados, redimir a los afligidos, soltar a los encarcelados, congregar a los vagabundos, conducir a su patria a los peregrinos, compadécete de los verdaderamente arrepentidos, consuela a los oprimidos y atribulados; dígnate absolver y liberarme a mí, a tu criatura, de la aflicción y tribulación en que me veo, porque tú recibiste de Dios Padre todopoderoso el género humano para que lo comprases y, hecho hombre, prodigiosamente nos compraste el paraíso con tu preciosa sangre. Amen  
San Agustín (fragmento)

CONTEMPLATIO:
      ¡Señor Jesús, tú eres el Cordero, el hijo de Dios!
     “El nombre de Jesús es superior a todo nombre, porque delante de él se dobla toda rodilla. Si lo predicas, ablanda las voluntades más obstinadas. Si lo invocas, dulcifica las más ásperas tentaciones. Si piensas en él, se te ilumina la inteligencia. Si lo lees, te alimenta el corazón.”   (San Antonio de Padua)