TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 26 de noviembre de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2017, 34º DEL TIEMPO ORDINARIO-SOLEMNIDAD DE CRISTO REY- (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)


«VENID BENDITOS DE MI PADRE; HEREDAD EL REINO PREPARADO»

MT 25. 31-46
     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
     Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
     Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
     Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».


Otras Lecturas: Ezequiel 34,11-12.15-17; Salmo 22; 1Corintios 15, 20-26.28

LECTIO:
     Al término del año cristiano se nos presenta una solemni­dad de Jesús que en­marca el sentido de este domingo último: Cristo Rey del Universo. Herodes, al comienzo de la vida del Señor, y Pilato al final, cada uno desde sus intere­ses, tuvie­ron miedo de este Jesús Rey.
     Ni Pilato ni Herodes entendieron la realeza de Jesús, y por eso la persiguieron cada uno a su modo. Su realeza, se ha ido presentando y desgranando como un auténtico servicio: rei­nar para servir.
     El juicio final del que nos habla este Evangelio, en el cual estarán presentes todas las naciones ante el trono de la gloria del Hijo del Hombre, será precisamente el juicio de quien tanto ha amado a sus ovejas, como admirablemente di­buja Ezequiel en la 1ª lec­tura (Ez 34,11-16). Es la imagen del Buen Pastor que Jesús hará suya después. ¿Cómo temer el juicio de quien tanto nos amó? Pero este juicio misericordioso no sólo tendrá lugar solemnemente al final de los tiempos. Porque la vida nueva consiste en encontrar, y reconocer, y amar al Hijo de Dios para permanecer así en la luz y en la verdad. Esto es lo que nos dice la pa­rábola de este Evangelio desde la estrecha vinculación que el rey-pastor Jesús hace de su persona con cada uno de los hombres, especialmente los más desfavorecidos.
     Por eso hemos de repetir otra vez que debemos vigilar sobre nuestra fe y nues­tra vida cristiana, pero no al modo pagano: “por si acaso viene Dios y nos pilla”… Dios no es ese inevitable intruso en nuestra vida, del que se puede prescindir y al que se trata de esquinar.   El juicio final está continuamente antici­pado en lo cotidiano de nuestra vida. El cristianismo no puede zanjarse en un curso in­tensivo, habiendo vivido descristiana­mente el resto de la vida. De la misma manera que cuanto decimos y hacemos por Jesús, tiene una verificación también cotidiana en el amor al prójimo: “os aseguro que cuanto hicisteis con uno de esos mis humildes herma­nos, conmigo lo hicisteis”

MEDITATIO:
     La liturgia de hoy nos invita a fijar la mirada en Jesús como Rey del Universo. La hermosa oración del Prefacio nos recuerda que su reino es «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz». Las lecturas (de este domingo) nos muestran cómo realizó Jesús su reino; cómo lo realiza en el devenir de la historia; y qué nos pide a nosotros. (Papa Francisco)
     ¿Cómo realizó Jesús su reino? lo hizo con la cercanía y la ternura hacia nosotros. Él es el pastor, de quien habló el profeta Ezequiel. Todo el pasaje está entrelazado por verbos que indican la premura y el amor del pastor hacia su rebaño: buscar, cuidar, reunir a los dispersos, conducir al apacentamiento, hacer descansar, buscar a la oveja perdida, recoger a la descarriada, vendar a la herida, fortalecer a la enferma, atender, apacentar. Todos estas actitudes se hicieron realidad en Jesucristo: Él es verdaderamente el «gran pastor de las ovejas y guardián de nuestras almas» (Papa Francisco)
     ¿Cómo lleva adelante Jesús su reino? El apóstol Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, dice: «Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies»…Jesús no es un rey al estilo de este mundo: para Él reinar no es mandar, sino obedecer al Padre, entregarse a Él, para que se realice su designio de amor y de salvación. (Papa Francisco)
     El Evangelio nos dice qué nos pide el reino de Jesús a nosotros: nos recuerda que la cercanía y la ternura son la norma de vida también para nosotros, y a partir de esto seremos juzgados. Este será el protocolo de nuestro juicio. Es la gran parábola del juicio final de Mateo 25. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Señor, con la palabra, tajante y auténtica, que nos has dirigido hoy hemos comprendido que lo esencial en la vida es practicar el amor con los pobres y desfavorecidos. En esto consiste la voluntad del Padre, en vivir de ti y como tú…

El Señor es mi pastor, nada me falta:
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
…|y habitaré en la casa del Señor  
por años sin término.

     Señor Jesús, Haznos comprender con todas sus consecuencias que ellos son el lugar privilegiado de tu presencia y del Padre celestial. 

CONTEMPLATIO:
«Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo»

     Mira tu vida y reconoce cómo vives tu vida de fe, cómo asumes el mensaje de Jesús  y si te puedes llamar verdadero discípulo. ¿El llamarte cristiano te compromete con los más necesitados? ¿Eres sensible y solidario a las necesidades de los que tienes cerca y necesitan ayuda? ¿Te acercas a los que pasan necesidad y haces algo por paliar sus problemas? ¿Te esfuerzas por ser presencia de Dios entre las personas a las que prestas ayuda, las acompañas, las comprendes…?

«En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis»

     En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.
     El Señor premiará a cada uno según el bien que haya hecho. Si hoy fuera el día de tu encuentro con Él, ¿estarías entre los que amaron, se preocuparon, ayudaron… a los necesitados, o entre los indiferentes y que pasaron de largo ante los problemas y necesidades de los demás?


  Cristo tiene que reinar” en su cruz y resurrección, tiene que reinar hasta que “devuelva a Dios Padre su reino...” (1 Cor 15,24). Efectivamente, cuando haya “aniquilado todo principado, poder y fuerza” que tienen al corazón humano en la esclavitud del pecado, y al mundo sometido a la muerte; cuando “todo le esté sometido”, entonces también el Hijo hará acto de sumisión a Aquél que le ha sometido todo, “y así Dios lo será todo para todos” (1 Cor 15,28).[…] He aquí la definición del reino preparado “desde la creación del mundo”. He aquí el cumplimiento definitivo del amor misericordioso: ¡Dios todo en todos! […]  Éste es, pues, el reino del amor al hombre, del amor en la verdad; y, por esto, es el reino del amor misericordioso. Este reino es el don “preparado desde la creación del mundo”… (Juan Pablo II)

viernes, 24 de noviembre de 2017

" Y ASÍ DIOS SERÁ TODO EN TODOS" (1ª Corintios 15,20-28)



CRISTO REY



     Todo en la vida cristiana gira en torno a Jesucristo, como no podía ser de otra manera. Él es el centro del cosmos y de la historia. El Año litúrgico nos va desgranando año tras año ese misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final. Y la celebración litúrgica tiene la capacidad de traernos eficazmente el misterio que celebramos. En Jesucristo la historia de la humanidad ha encontrado su plenitud, en él se nos anticipa nuestro futuro.
     Celebrar esta fiesta de Cristo Rey hace alusión, por una parte, a la pretensión histórica de Jesús, por la que fue condenado a muerte: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Una pretensión que quedó plenamente verificada en la resurrección de Jesús y en su victoria sobre la muerte. Verdaderamente, Jesús es Rey. Y por otra parte, hace alusión al final hacia el que caminamos. Es una fiesta de futuro, teniendo presente el pasado histórico y entrando en esa espiral ascensional, que nos va configurando con Cristo hasta transformarnos como él.
     No se trata de un reinado despótico. Jesús aparece como el buen pastor que cuida de sus ovejas, manso y humilde de corazón, que está dispuesto a dar la vida por cada uno de nosotros, como ha sucedido realmente. En él encontramos la paz del corazón, pues nos sentimos queridos con un amor que sana nuestras heridas.
     En el conjunto de la historia, hay un error primigenio, el pecado original, y hay una sobreabundancia de gracia en Jesucristo. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”. Nuestra vida terrena camina con esta cojera. Jesús viene en nuestra ayuda y nos llena el corazón de esperanza. El bautismo nos saca de la muerte y nos introduce en la vida para siempre. Al final, todo será sometido a Dios y Dios lo será todo para todos, si no malogramos el plan de Dios en nuestra vida.
     Jesús aparece como el que viene a juzgar, cuando venga en su gloria el Hijo del hombre. Viene a premiar a los buenos y a rechazar a los malos. “El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras”. Y seremos examinados de amor. Al atardecer de la vida te examinarán del amor, nos recuerda san Juan de la Cruz. “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo, cómo, dónde, a quién? Todo lo que hicimos a uno de los humildes hermanos, “a mí me lo hicisteis”, dice Jesús.
     Esa personificación de Jesús en la persona de los pobres y los humildes, que asoman en nuestra vida pidiendo nuestra ayuda, es todo un principio revolucionario en la nueva civilización del amor. Nunca será el odio, sino el amor el que cambie el mundo. El amor cristiano reside en nuestro corazón por el Espíritu Santo, que se nos ha dado, nos hace salir de nosotros mismos para entregar la vida y gastarla en favor de los demás. Pero además, el amor cristiano encuentra en cada uno de los destinatarios (sean de la condición que sean) una prolongación de Jesús, “a mí me lo hicisteis…”. Esta motivación en su origen y en su término hace que Jesucristo reine en el mundo, transformando incluso el orden social.
     No es por tanto, un reino de poderío humano, de prepotencia, de exclusión de nadie. El de Cristo es un reino de amor. Él nos ha ganado con las armas del amor, y con estas mismas armas quiere que luchemos, seguros de la victoria final. “Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de la fiesta). ¡Venga a nosotros tu Reino!
     Que la fiesta de Cristo Rey del universo nos introduzca en esa espiral de amor, que va sanando todas las heridas del corazón, propias y ajenas, consecuencia del pecado, y va introduciendo en cada corazón una nueva vida que brota del Corazón de Cristo, que ama sin medida.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba