TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 28 de enero de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 29 DE ENERO DE 2017, 4º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«ALEGRAOS, VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE»

Mt. 5. 1-12ª
     En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
     «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
   Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Otras Lecturas: Sofonías 2, 3; 3,12-13; Salmo 145; 1Coríntios 1, 26-31

LECTIO:
     Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su programa de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña…es la primera entrega de este volver a “decirse” de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.
     Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas. Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad… de una felicidad verdadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y oscuridades que nos rebozan su desmentido?
     No es fácil tampoco hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes estamos de ellas, que la Palabra de Jesús nos resulta como nombrar la soga en la casa del ahorcado: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia… cuando seguimos empeñados –cada cual a su nivel correspondiente – en construir, en fomentar, en subvencionar un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante?
     Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.
     Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar. No os engañéis más, no os acostumbréis a lo malo y a lo deforme, porque nacisteis para la bondad y la belleza. Y S. Agustín dirá: “nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti”.

MEDITATIO:
     Toda la novedad de Cristo está en las Bienaventuranzas. Son el retrato de Jesús, su modo de vida; y son el camino hacia la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que Jesús nos dona. (Papa Francisco)
     No tendremos títulos, créditos o privilegios que excusar. El Señor nos reconocerá si a nuestra vez nosotros lo habremos reconocido en el pobre, en el hambriento, en los indigentes y marginados, en quien sufre y está solo… Este es uno de los criterios fundamentales para la verificación de nuestra vida cristiana, con el que Jesús nos invita a medirnos cada día. (Papa Francisco)
     La nueva alianza consiste precisamente en esto: en el reconocerse, en Cristo, envueltos por la misericordia y la compasión de Dios. Esto es lo que llena nuestro corazón de alegría, y esto es lo que hace de nuestra vida un testimonio bello y creíble del amor de Dios por todos los hermanos que encontramos cada día. (Papa Francisco)
     Las bienaventuranzas no son sólo promesas para esperar, son todo un programa de vida para reformar esta tierra. Si por un día todos los hombres fuéramos pobres de espíritu, mansos de corazón, pacíficos, misericordiosos, limpios de corazón, podríamos traer el cielo a la tierra.

ORATIO:
     ¡Señor, tenemos tanta hambre y sed de alegría…!... Tus bienaventuranzas nos entusiasman y nos descorazonan. Nos entusiasman porque vemos en ti al intérprete de la felicidad, la persona que sabe dar las indicaciones precisas, acrisoladas por ti y experimentadas por millones de personas que se han fiado de ti y han confiado en ti.

Tú eres padre de los pobres: socorre nuestra miseria
Tú eres pródigo en dones: llena nuestras vidas
Tú eres luz de los corazones: ahuyenta nuestras tinieblas.
Eres consuelo admirable: disipa nuestra tristeza
Tú habitas en nuestra vida: se bienvenido a nuestro hogar.

CONTEMPLATIO:
     Cuando Jesús sube a la montaña y se sienta para anunciar las bienaventuranzas, hay un gentío en aquel entorno, pero sólo «los discípulos se acercan» a él para escuchar mejor su mensaje. ¿Qué escuchamos hoy los discípulos de Jesús si nos acercamos a Él?
     La vida de Jesús giraba en tomo a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.
     No buscaba que se cumplieran sus expectativas. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y personales, para hacer un mundo más digno y dichoso.
     Su grito era desconcertante para todos: 
«Felices los pobres porque Dios será su felicidad»
     La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses… Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».

¿Cómo podemos decir que las bienaventuranzas son el programa de la felicidad, si ensalzan a los pobres, los humildes, las personas que no cuentan o que están en el último peldaño de la escala social? … La verdadera alegría es una cuestión de relación personal basada en el amor (las cosas no dan la verdadera alegría). Esta relación es con Dios mismo. Ya, y aquí, se da una relación de comunión con él, aunque la comunión plena sólo se realizará en la eternidad (anónimo).

EL LEGADO DE LUTERO

     En breve comenzarán los fastos del quinto centenario del llamado Día de la Reforma, en el que Lutero clavó sus célebres 95 tesis en la puerta de una iglesia de Wittemberg. Aquellas tesis, que romperían la unidad de la fe, cambiarían también traumáticamente las concepciones filosóficas, políticas, económicas y culturales vigentes, hasta el punto de convertir la protesta luterana en uno de los hechos más importantes de la Historia. La llamada Reforma, a diferencia del cisma de Oriente, no fue una mera controversia eclesiástica, sino que supuso un expreso rechazo del Dogma y la Tradición, así como una negación del valor de los sacramentos. Y los dogmas religiosos no son, como el ingenuo (creyente o incrédulo) piensa, meras entelequias sin consecuencias sobre la realidad, sino condensación de verdades sobrenaturales que ejercen un influjo muy hondo sobre nuestra vida. No se puede cortar el tallo de un rosal y pretender que los pétalos de la rosa no se marchiten.
     Durante todo un año, vamos a recibir un bombardeo apabullante sobre las presuntas bondades del legado luterano. Nosotros, en la serie de cuatro artículos que hoy iniciamos, ofreceremos a las tres o cuatro lectoras que todavía nos soportan un modesto antídoto contra tal avalancha. Ciertamente, la Reforma de Lutero llegó cuando la decadencia de la Iglesia (minada por el concubinato del clero, la rapacidad y avaricia de muchos religiosos y la simonía institucionalizada) alcanzaba cotas lastimosas. Pero no se pone remedio a los errores cayendo en uno más grande; y la parábola evangélica del trigo y la cizaña ya nos advierte contra el peligro de arrancar la cizaña antes de tiempo (que fue, exactamente, lo que quiso hacer Lutero, logrando tan sólo desperdigarla).
     Al fondo de aquel furor reformista de Lutero palpitaba el fracaso espiritual de un hombre que había hecho esfuerzos ímprobos por alcanzar la unión con Dios. Pero todas sus sacrificios, penitencias y abnegaciones habían sido en vano; y seguían abrasándolo las concupiscencias más torpes (en cuya descripción, por pudor, no entraremos), que le causaban enorme angustia y ansiedad. Lutero consideró entonces (haciendo una proyección teológica de sus propias debilidades) que el hombre pecador nada podía hacer por alcanzar la salvación. Así fue como concluyó que Cristo ya había sufrido por nuestros pecados; y que, por lo tanto, ya estábamos perdonados. De modo que, para salvarnos, bastaba con que se nos aplicasen los méritos de Jesús por medio de la fe.
     Esta justificación a través exclusivamente de la fe se funda en una concepción pesimista de la naturaleza humana, que niega la libertad humana para vencer las tentaciones y también la gracia de los sacramentos. El hombre luterano, sin capacidad para sobreponerse al pecado y alumbrado por la sola fide, suprime la mediación de la Iglesia; y será su conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, la que ordene su propia vida religiosa e interprete libremente las Escrituras. Y, como escribió el gran Leonardo Castellani con su habitual gracejo, «desde que Lutero aseguró a cada lector de la Biblia la asistencia del Espíritu Santo, esta persona de la Santísima Trinidad empezó a decir unas macanas espantosas». El libre examen luterano desató la enfermedad de la inteligencia denominada diletantismo, que luego ha contagiado, por proceso virulento de metástasis, toda la cultura occidental, primeramente con los ropajes del fatuo endiosamiento intelectual, por último con los harapos lastimosos del deseo de saber sin estudiar y la soberbia de la ignorancia. Las consecuencias de la Reforma luterana en el plano filosófico y moral no se harían esperar


                   Juan Manuel de Prada, Artículo publicado en cuatro partes en ABC los días 22, 27 y 29 de agosto y 3 de septiembre de 2016.

LA LIBERTAD RELIGIOSA UN DERECHO PRIMARIO




viernes, 20 de enero de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 22 DE ENERO DE 2017, 3º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«CONVERTÍOS, ESTÁ CERCA EL REINO DE LOS CIELOS»
Mt. 4. 12-23
     En aquel tiempo, enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
     «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
     Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
     Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Otras Lecturas: Isaías 8, 23b-9,3; Salmo 26; 1Coríntios 1, 10-13.17

LECTIO:
     Jesús es la Luz que ha brillado en la tiniebla, que no ha dejado de alumbrar a pesar de que ésta la haya rechazado. Ha sido enviada no ya a la oscuridad de un pueblo deportado por su infidelidad, sino al corazón del mismo hombre, donde se libran todas las libertades y esclavitudes, donde se decide un destino feliz o truncado.
     Por eso el Evangelio narra la elección de Jesús a los discípulos. Gente corriente, sorprendida en su faenar cotidiano, e invitada ante todo a un seguimiento, a una adhesión a la Persona de Jesús. Escucharán su Palabra, convivirán con Él, y se harán testigos de esa alegría.
     En nuestro entorno, encontramos continuamente personas que sufren una honda oscuridad, con sufrimientos que casi ahogan el respiro de la esperanza. Y Jesús sigue viniendo a todos nuestros exilios, al gran exilio de la infelicidad en tantas formas, para anunciarnos una Luz y una Alegría que nadie nos podrá quitar.
     Jesús, con quien quiera seguirle, recorre nuestras tierras, nuestros hogares, nuestras vidas, para proclamar el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y las dolencias. La historia culminada por Jesús continúa con nosotros… si lo dejamos todo y le seguimos.

MEDITATIO:
     El Evangelio de este domingo relata los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y en los poblados de Galilea. Su misión parte de una zona periférica, una zona despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en esa región de diversas poblaciones extranjeras; por ello el profeta Isaías la indica como «Galilea de los gentiles»
     Galilea se asemeja al mundo de hoy: presencia simultánea de diversas culturas, necesidad de confrontación y necesidad de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una «Galilea de los gentiles», y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos.
     Jesús enseña que la Buena Noticia, que Él trae, no está reservada a una parte de la humanidad, sino que se ha de comunicar a todos. Es un feliz anuncio destinado a quienes lo esperan, pero también a quienes tal vez ya no esperan nada y no tienen ni siquiera la fuerza de buscar y pedir.
     Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluido de la salvación de Dios, es más, que Dios prefiere partir de la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio».
     Jesús para elegir a sus primeros discípulos se dirige a las personas humildes y a las personas sencillas. Va a llamarles allí donde trabajan, a orillas del lago: son pescadores. Les llama, y ellos le siguen, inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
     El Señor llama también hoy. El Señor pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el reino de Dios, en las «Galileas» de nuestros tiempos. Cada uno de vosotros piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, me está mirando. ¿Qué me dice el Señor?
     Si alguno de vosotros percibe que el Señor le dice «sígueme» sea valiente, vaya con el Señor. El Señor jamás decepciona. Escuchad en vuestro corazón si el Señor os llama a seguirle. Dejémonos alcanzar por su mirada, por su voz, y sigámosle. «Para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz»

ORATIO:
     Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes del mundo, como la diste a nuestros padres, que piadosamente te invocaron con fe y con verdad.
Abre mis ojos y mi corazón a las necesidades
de quienes están más cerca.
Quiero saber salir de mí mismo, de mi comodidad,
ser un auténtico misionero de tu amor
en tu Iglesia, en mi comunidad, mi grupo de fe

Aquí estoy Señor.

CONTEMPLATIO:
     El primer escritor que recogió la actuación y el mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús proclamaba la “Buena Noticia de Dios”. Más tarde, los demás evangelistas expresan la misma convicción: en el Dios anunciado por Jesús las gentes encontraban algo “nuevo” y “bueno”.
     ¿Hay todavía en ese Evangelio algo que pueda ser leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída, como algo nuevo y bueno para el hombre y la mujer de nuestros días? ¿Algo que se pueda encontrar en el Dios anunciado por Jesús y que no proporciona fácilmente la ciencia, la técnica o el progreso? ¿Cómo es posible vivir la fe en Dios en nuestros días?

«El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló».

     En el Evangelio de Jesús los creyentes nos encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida como un regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad que es Amor. Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la existencia, ni en manos del destino o el azar. Tengo a Alguien a quien puedo agradecer la vida.
     Cada uno de nosotros tiene que decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de escuchar su propia verdad. No es lo mismo creer en Dios que no creer. Hace bien poder hacer el recorrido por este mundo sintiéndonos acogidos, fortalecidos, perdonados y salvados por el Dios revelado por Jesús.


La Iglesia, pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa, y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. [...] Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos. (San Ireneo)

LIBERTAD ¿RELIGIOSA? EN EL MUNDO

































martes, 17 de enero de 2017










ENERO: La Iglesia, (I)

     A lo largo del presente año pastoral (2016-2017) vamos a contemplar el misterio de la Iglesia de modo que crezca en nosotros el deseo de vivir unidos a ella. Lo haremos siguiendo los pasos del Catecismo de la Iglesia Católica (=CEC), buscando que su lectura complete y asegure nuestras reflexiones orantes. Estará en el trasfondo de nuestras miradas la constitución conciliar Lumen Gentium, que nutre en buena medida las enseñanzas del Catecismo en esta materia.

Dios centro único de la fe.

     El Catecismo nos enseña (CEC 750), siguiendo los artículos del Credo, que nuestra fe es en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo Dios merece y provoca nuestra adhesión de fe. La fe es en Dios y, por consecuencia, en lo que él nos enseña (doctrina cristiana y moral) o nos entrega como don de salvación para nosotros (Iglesia y sacramentos). Sólo en este sentido podemos afirmar que creemos en la Iglesia.
     La fe en el Dios uno y trino, que identifica a los cristianos, no repudia los caminos de la razón para llegar a Dios desde sus obras; pero tiene su centro en Jesucristo muerto y resucitado. El acontecimiento pascual es piedra fundamental de nuestra fe en Dios. La verdad de la Resurrección se presenta pues como fundamento de nuestra fe (1Cor 15, 14). La Iglesia es fundada por Cristo para dar testimonio de su Resurrección. En los inicios de la predicación evangélica por medio de Apóstoles y Evangelistas, más tarde, por cuántos aceptan su testimonio y lo verifican, en sacramento, mediante las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, singularmente la Eucaristía.
     En las celebraciones litúrgicas mediante gestos y palabras (como a lo largo de la Historia de Salvación, vid. Constitución conciliar Dei verbum 2), es decir, a través de signos, lecturas y plegarias, el Señor se hace realmente presente y convoca a su Pueblo (Iglesia o convocatoria; vid. CEC 751).
     La Iglesia nace de la Eucaristía que Cristo entrega. Posteriormente la Iglesia, fiel al mandato, (Lc 22, 19 y 1Cor 11, 24), hace, (celebra o confecciona), la Eucaristía, que es para ella Mysterium fidei (misterio de fe).
     Desde la celebración, comunión y adoración de la Eucaristía la Iglesia halla su centro y remite a todos sus miembros a Cristo que, en el mismo dinamismo eucarístico, lleva a cada fiel a ser Iglesia: una, santa, católica y apostólica.

La Iglesia esposa.

     Esta centralidad Eucarística no ha de ser nunca ritualismo. El centro es siempre Cristo, la Eucaristía es su sacramento, su forma de presencia. Cristo se hace y entrega bajo la forma del sacramento (signo y palabra) para dar concreción a su presencia y a la de su obrar. Así hecho presente y accesible, bajo la forma ritual de un banquete de sacrificio, nos permite entrar en comunión entre nosotros y consigo mismo.  Una comunión que configura a la Iglesia como esposa y muestra a Cristo como esposo, conforme a la imagen presentada en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12).
     La Iglesia está llamada a vivir esta comunión esponsal en todo su ser y su obrar, pero es celebrando y gustando la Eucaristía cuando es tomada por esposa y de donde recibe toda su fecundidad (CEC 1324-1327).
     La dependencia total de la Eucaristía respecto de Cristo corre paralela con la dependencia de la Iglesia respecto de su esposo, Jesucristo. Y este nos remite siempre a Dios y su misterio trinitario.
     Nuestro vivir siendo Iglesia-Esposa hace de la Trinidad nuestro hábitat de eternidad. Nuestro ser personal encuentra en la relación con las Divinas Personas su plenitud, su Cielo en la tierra. Tal dimensión escatológica es propia de los siete sacramentos (CEC 1130) donde Cristo actúa, singularmente de “el Sacramento” (CEC 1402-1405). ¡Qué bellamente lo glosó san Juan de la Cruz en su poema: aunque es de noche!

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,    
aunque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo,  
en este pan de vida yo la veo, 
aunque es de noche.

(Himno IIº para las Vísperas de la Santísima Trinidad).
     Este precioso texto toca y presenta todos los argumentos que venimos glosando: la fe, la Trinidad, la Eucaristía. Y la Liturgia lo pone en labios de la Iglesia. Orar con él es siempre bálsamo para el alma y estímulo para pensar y obrar bien.

La Iglesia cuerpo.

     Del esposo y la esposa dice la Escritura “serán una sola carne” (Gn 2, 24), un solo cuerpo. Ver a la Iglesia hecha esposa mediante la Eucaristía es verla hecha cuerpo de Cristo mediante el sacramento del cuerpo de Cristo.
     Esta incorporación eucarística lleva a su plenitud y actualiza la que tiene inicio mediante el Bautismo y la Confirmación (CEC 1212. 1229. 1285 y 1322).
     Ser cuerpo de Cristo con la Iglesia implica participar en la visibilización en nuestra condición humana de la semejanza divina. Como don recibido es purificación y santificación (a modo de trasfiguración), como compromiso de vida es esfuerzo permanente de fidelidad. La Liturgia de la Iglesia nos recuerda frecuentemente en las oraciones tras la comunión que nuestro fin y objetivo vital es transformarnos en lo que comemos.
     Nadie ha vivido esta esponsalidad/maternidad como la santísima Virgen María. Mujer de la fe y la obediencia a la Palabra. Madre del Redentor, Modelo de la Iglesia. Mujer eucarística, como la llamó san Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia (cap. VI). Y esto se traduce en su perfección en el discipulado, en la identificación con el querer y obrar de su Hijo. Si Jesús se anuncia como el verdadero esposo en su primer milagro en Caná, haciendo crecer la fe de sus discípulos en Él, allí María es la Madre del buen consejo: “haced lo que Él os diga”.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Es verdaderamente Dios el centro de nuestra fe, o vivimos sobre todo de teorías, normas y prácticas?

¿Mi piedad eucarística me lleva al encuentro profundo con Dios en su Iglesia? No se puede tener a Dios por padre sin tener a la Iglesia por madre.

¿La participación en los sacramentos, más aún en la Eucaristía, me impulsa verdaderamente a vivir cristificado (caridad/santidad)?