ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA , TURNO 3º - MARÍA AUXILIADORA Y SAN JOSÉ - CÁDIZ, EXTRAMUROS
TIEMPO LITÚRGICO
martes, 8 de julio de 2025
sábado, 5 de julio de 2025
SAN ROQUE ACOGIÓ ESTE AÑO LA VIGILIA DE LAS ESPIGAS EN EL 75º ANIVERSARIO FUNDACIONAL DE SU SECCIÓN
Durante la noche del sábado 28 al domingo 29 de junio
celebramos la tradicional Vigilia de las Espigas en la parroquia de Santa María
la Coronada de la ciudad de San Roque, para conmemorar los 75 años transcurridos desde la fundación de la Sección
por el Rvdo. P. Caldelas, coincidiendo en este año Santo de la Esperanza.
Organizada
por el Consejo diocesano de la Adoración Nocturna Española para agradecer a
Dios, de manera particular, por tantos años de vida adoradora nocturna como ha
cumplido esta Sección gaditana; contamos, en esta ocasión, con la presencia de
las Secciones de Cádiz, Ceuta, San Fernando ANFE, Barbate ANFE y la de San Roque, que ejerció de anfitriona.
Comenzaba
esta querida Vigilia con la tradicional procesión de Banderas que, seguidas por
los Adoradores participantes, partía desde la Plaza de la Iglesia hasta el Templo
y continuaba con el saludo del Presidente diocesano que recordaba, en palabras del decreto “Perfecte Caritatis”,
cuando el Concilio Vaticano II trataba sobre la renovación de los Institutos Religiosos,
el mantener -“ fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores,
así como las sanas tradiciones”- y al Padre José M.ª Iraburu, que en su obra
-La Adoración Eucarística Nocturna-, afirma que: -“Como Obra de la Iglesia la
Adoración Nocturna ha de crecer siempre en una fidelidad constante a sus
propias raíces”-.
Con el rezo solemne de Vísperas y la Santa Misa, que presidió D. José Manuel Sánchez Cote, Párroco de Santa María, y concelebrada por D. Guillermo Domínguez, Consiliario de la Obra, y D. Juan Ramón Rouco, continuaba la celebración. En su homilía, D. José Manuel, tras centrarnos en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, nos exhortó a -“…ofrecer los frutos de la Vigilia de las Espigas como signo de gratitud y esperanza; que, tras el mandato de Cristo de “velad y orad”, velemos para que nuestra fe no se adormezca y no se pierda entre la cizaña del mundo […]”-
Tras los turnos de vela
al Santísimo Sacramento, que ocuparon la noche hasta las 5,30h., se continuó
con el rezo del Santo Rosario y la oración de Laudes.
Despuntando el alba, y tras la procesión Eucarística
desde el Templo parroquial hasta el parque de “Los Cañones”, el Rvdo. D.
Guillermo Domínguez, Consiliario diocesano de la Adoración Nocturna, impartía
la Bendición Eucarística sobre el mar y
los campos de nuestra diócesis así como sobre toda la actividad humana que,
gracias a la Providencia, hace posible que de los “frutos del mar y de la tierra y del trabajo del hombre” podamos
obtener lo necesario para nuestro sustento.
Culminaba así la Vigilia de las
Espigas 2025, poniéndose un sentido broche de oro a las Bodas de Diamante de la
Sección de San Roque, que había comenzado la noche anterior a las 23.30 horas.
Con la Reserva Eucarística y la despedida del
Consiliario Diocesano, que agradeció expresamente a la Sección Sanroqueña,
tanto masculina como femenina, las esmeradas atenciones recibidas, se puso
rumbo a las poblaciones de destino con un piadoso obsequio que nos hará
recordar durante mucho tiempo este sentido ANIVERSARIO.
PACO DE LA TORRE – Presidente Diocesano.
jueves, 26 de junio de 2025
JUNIO :
ADORAR Y PEDIR
Alabado sea el Santísimo
Sacramento del Altar
PEDID Y SE OS DARÁ
Una de las cosas que los hijos hacen
con más frecuencia a sus padres es PEDIR. Pero los padres no
se ofenden por ello, al contrario, les agrada que los hijos tengan confianza y
sepan que por su amor ellos siempre van a intentar darles lo que les piden, si
es bueno para ellos. Al fin y al cabo
“¿Quién de vosotros si su hijo le pide un pan le dará una serpiente?
Pues mucho más el Padre Bueno dará sus dones a los que le piden”. Es
una de nuestras labores de oración mientras nos postramos adorando a Jesús en
la Eucaristía. Pidamos. Sin miedo. Con
confianza. Empezando por lo importante, como nos enseña Trelles: -“Parece
que el momento de exponer nuestras súplicas ha llegado, y
nuestros labios pueden murmurar estas palabras: «Puesto que estás en mí, Señor,
yo te abriré mi corazón y te presentaré mis humildes súplicas. No te pido, oh
mi Dios, ni bienes de la tierra, ni honores. ni placeres de este mundo,
solamente aspiro a los bienes sobrenaturales: la luz de la verdad que me haga
comprender la vanidad de las cosas humanas, la fuerza de que tiene mi corazón
tanta necesidad, el fin de sus debilidades y retraimiento morales que detienen
mis pasos en el camino de la virtud. Lo que te pido es una fidelidad inviolable
a tu santa ley y aun mayor ardor en tu servicio. Trasforma mi corazón tan lleno
de sentimientos terrestres y egoístas, tan vacío de sentimientos generosos y
celestiales. Crea en mí un corazón puro y renueva en mí un espíritu recto.»”-
(LS,
T.I, p.265).
Es de las primeras cosas que nos sale
cuando nos acercamos a Dios, parece la oración más espontánea, en el fondo
sabemos que Él puede cosas que nosotros no podemos y que Él nos quiere bien. Quien
pide con humildad e insistencia sabe por tanto que recibirá.
Pedir, reclamar, llamar con insistencia,
invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” son todo matices de
una sola actitud interior. CEC 2629, quien pide se sabe limitado, sabe que no
tiene todo bajo control, incluso que muchas veces ha metido la pata. Pedir nos
hace volver a nuestro Origen y llegar a nuestro Fin, pedir
nos pone en relación filial-paternal con Dios, porque pedir es lo propio de los
hijos.
Desde nuestras heridas, desde nuestros
gemidos se alza muchas veces una petición implícita. El mundo gime en dolores
de parto, nosotros gemimos en esperanza… pero es sobre todo el
Espíritu Santo quien viene a nosotros y pide con gemidos
inefables. Él es el que hace explícita nuestra petición,
nosotros no sabemos pedir como conviene. Por eso hemos de invocarle
para que nos sugiera la materia y nos ayude en el modo de
nuestras súplicas (CEC 2630).
En el Padrenuestro hay siete
peticiones. De alguna manera resumen lo más importante
de nuestro deseo: la santidad, el reino, la voluntad divina, el pan de cada
día, el perdón de las ofensas, apartarnos de la tentación, librarnos del Malo…
Dice el catecismo que “Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino” (CEC
2632). ¡Es más sencillo
de lo que creemos! Ahí está todo contenido,
“buscad el Reino de Dios…”, pero cuando se participa así en el amor salvador de
Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición (CEC
2633). Las cosas materiales y las espirituales, las
necesidades propias y las ajenas, los detalles de amor y las necesidades
angustiosas… Todo nos puede dar pie para elevar nuestra
petición al Señor.
Al fin y al cabo, Cristo al encarnarse ha
asumido todo lo humano para rescatarlo todo; cuando le pedimos a Él
glorificamos su nombre. De hecho, la liturgia de la Misa está
llena de peticiones, todas hechas “por Jesucristo nuestro Señor”, Él
es nuestro único título para presentarnos ante el Padre con una súplica. Quizá
podemos hoy inspirarnos en la petición de la Cananea: Una
mujer cananea, que llegaba de ese territorio, empezó a gritar: «¡Señor,
hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija está atormentada
por un demonio.». Pero Jesús no le contestó ni una palabra. Entonces sus
discípulos se acercaron y le dijeron: «Atiéndela, mira cómo grita detrás de
nosotros.» Jesús contestó: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo
de Israel.» Pero la mujer se acercó a Jesús; y, puesta de rodillas, le decía:
«¡Señor, ayúdame!» Jesús le dijo: «No se debe echar a los perros el pan de los
hijos.» La mujer contestó: «Es verdad, Señor, pero también los perritos comen
las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le dijo: «Mujer,
¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo.» Y en
aquel momento quedó sana su hija (Mt 15, 22-28). Sin
derecho a nada, (y sabiéndolo), pero también sin vergüenza ni pudor, con
insistencia y con humildad, con santa audacia, con rápido ingenio, hasta oír
esas dulces palabras del Señor “que se cumpla tu deseo”. ¡Qué
hermosas palabras para escuchar en el silencio de una noche de Adoración!
San Agustín nos anima a pedir y
pedir: -“Vete al Señor mismo, al mismo con quien la
familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir.
No será Él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por
aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y
no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar.
Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele
no apreciarse lo aprisa concedido"-.
-"Vergüenza para la
desidia humana. Tiene Él más ganas de dar que nosotros de
recibir; tiene más ganas Él de hacernos misericordia que nosotros
de vernos libres de nuestras miserias”- (Sermón
105).
Para el diálogo y la meditación.
■ ¿Qué cosas pides a nuestro
Dios?
■ ¿Qué cosas te ha concedido
tras mucho suplicar?
■ ¿Pides por intercesión de
los santos?
domingo, 22 de junio de 2025
sábado, 14 de junio de 2025
jueves, 12 de junio de 2025
NUESTRA PARTICIPACIÓN EN LA
ORACIÓN:
(Continuación) ...
Necesidad de la oración cristiana
A la luz de cuanto
hemos visto, resulta claro que la oración no
es algo optativo para la vida espiritual, sino una necesidad vital, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2744): «Orar es una necesidad vital: si
no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (Cf. Ga
5,16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida
nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él? Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan
Crisóstomo, Sermones de
Ana, 4, 5: PG 54, 666). Quien
ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San Alfonso
María de Ligorio, Del
gran mezzo della preghiera)».
Por este motivo, el Catecismo
de la Iglesia Católica usa la expresión «llamada universal a
la oración», en el subtítulo del capítulo primero de la cuarta parte del Catecismo (la dedicada a la oración): La Revelación de la
oración. La llamada universal a la oración. Aunque esta expresión
no es todavía frecuente, está muy ligada a otra más conocida: «Vocación
universal a la santidad en la Iglesia», título del capítulo quinto de la
Constitución dogmática “Lumen
Gentium”, del Concilio
Vaticano II. Da la impresión, pues, de que el Catecismo de la Iglesia Católica, al recordar
las enseñanzas del último Concilio ecuménico haya querido así poner
de relieve la necesidad de la oración para alcanzar la santidad cristiana.
Precisamente por
esto, los santos han insistido siempre en la
necesidad de la oración para tener vida espiritual y progresar en ella. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús ha escrito: «Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen
oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos,
no los puede mandar»[1]. Y San Francisco de Sales predicaba en un sermón: «Sólo las bestias no oran, por lo que los que no
oran, se les asemejan»[2]. Por su parte, San Josemaría Escrivá afirma: «¿Santo, sin
oración?... —No creo en esa santidad» (Camino, 107).
José Luis Illanes / Manuel Belda
1-S. Teresa de Jesús, Moradas del
castillo interior. Primeras moradas, 1, 6, en Obras completas, «B. A. C., 212», Madrid 19868, p. 474.
2-S. Francisco de Sales, Œuvres de Saint François de Sales, Evêque et Prince de Genève et Docteur de l’Eglise. Edition complète, Annecy 1892-1964, vol. 9, p. 62. La traducción es nuestra.
martes, 10 de junio de 2025
lunes, 26 de mayo de 2025
NUESTRA PARTICIPACIÓN EN LA
ORACIÓN:
(Continuación) ...
Condiciones y
características de la oración
La oración, como todo acto plenamente
personal, requiere atención e intención, conciencia
de la presencia de Dios y diálogo efectivo y
sincero con Él. Condición
para que todo eso sea posible es el recogimiento. La voz recogimiento significa la acción por la que la voluntad, en virtud de la capacidad de dominio sobre el conjunto de las
fuerzas que integran la naturaleza humana, procura
moderar la tendencia a la dispersión, promoviendo
de esa forma el sosiego y la serenidad interiores. Esta actitud es esencial en los
momentos dedicados especialmente a la oración, cortando con otras tareas y
procurando evitar las distracciones. Pero no ha de quedar limitada a esos
tiempos: sino que debe extenderse, hasta
llegar al recogimiento habitual, que se identifica con una fe y un amor que, llenando el corazón,
llevan a procurar vivir la totalidad de las acciones en referencia a Dios, ya
sea expresa o implícitamente.
Otra de las condiciones de la oración
es la confianza. Sin una confianza plena en Dios y en su amor, no habrá oración,
al menos oración sincera y capaz de superar las pruebas y dificultades. No se
trata sólo de la confianza en que una determinada petición sea atendida, sino
de la seguridad que se tiene en quien sabemos que nos ama y nos
comprende, y ante quien se puede por tanto abrir sin
reservas el propio corazón (Cf. Catecismo, 2734-2741).
En ocasiones la oración es diálogo que brota fácilmente, incluso acompañado de gozo y
consuelo, desde lo más hondo del alma; pero en otros momentos —tal vez con más
frecuencia— puede reclamar decisión y
empeño. Puede entonces
insinuarse el desaliento que lleva a pensar que el tiempo dedicado al trato con
Dios carece de sentido (Cf. Catecismo, n. 2728). En estos momentos, se pone de manifiesto la importancia de otra de las cualidades de la oración: la perseverancia. La razón de ser de la oración no es la obtención de beneficios,
ni la busca de satisfacciones, complacencias o consuelos, sino la comunión con
Dios; de ahí la necesidad y el valor de la perseverancia en la oración, que es siempre, con aliento y gozo o sin ellos, un encuentro
vivo con Dios (Cf. Catecismo, 2742-2745,
2746-2751).
Rasgo específico, y fundamental, de la oración cristiana es
su carácter trinitario. Fruto de la acción del Espíritu Santo que, infundiendo y estimulando la fe, la esperanza y el amor, lleva a crecer en la presencia de Dios, hasta saberse a la vez en la tierra, en la que se vive y
trabaja, y en el cielo, presente por la gracia en el propio corazón. El
cristiano que vive de fe se sabe invitado a tratar a los ángeles y a los
santos, a Santa María y, de modo especial, a Cristo, Hijo de Dios encarnado, en
cuya humanidad percibe la divinidad de su persona. Y, siguiendo ese camino, a reconocer la realidad de Dios Padre y
de su infinito amor, y a entrar cada vez con más
hondura en un trato confiado con Él.
La oración cristiana es por eso y de modo eminente una oración filial. La oración de un hijo que, en todo momento –en la alegría y en el dolor, en el trabajo y en el descanso– se dirige con sencillez y sinceridad a su Padre para colocar en sus manos los afanes y sentimientos que experimenta en el propio corazón, con la seguridad de encontrar en Él comprensión y acogida. Más aún, un amor en el que todo encuentra sentido.