TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

jueves, 25 de febrero de 2016

LA RECOMPENSA DE LAS BUENAS OBRAS

     ¡Hombre!, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial: Sembrad justicia, y cosecharéis misericordia, dice la Escritura.
     Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. ¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y aplauso del pueblo?...

  …Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.

San Basilio Magno

miércoles, 24 de febrero de 2016

DE LOS ESCRITOS DEL VENERABLE D. LUIS DE TRELLES Y NOGUEROL


VIRTUDES EUCARÍSTICAS DE JESÚS: EL SILENCIO

     Jesús, Verbo divino, palabra de Dios, Dios Hijo, está constantemente callado en la sagrada hostia: El silencio de Jesús en el tabernáculo tiene misterios elevadísimos. Parece que su Divina Majestad haya querido que la mortificación sea completa en su vida eucarística, y que la más eminente, si puede así decirse, y la más característica de sus actividades sea y se mantenga inactiva en el Sagrario.
     El silencio de Jesús sacramentado es por nosotros, para nosotros y para nuestro ejemplo y enseñanza, guardado. Calla en el altar, pero obra, sin aparato ni ruido de palabras. Dice desde allí al alma por medios y resortes misteriosos todo lo que conduce a su edificación y a la utilidad de su espíritu.
     Estas como muchas otras de sus fuerzas vivas, permanecen muertas sólo aparentemente en la forma consagrada, como para concentrarse y ejercitarse de otro modo místico en el orden de la gracia, preparando y madurando con su influencia frutos de vida eterna en las almas fieles. [...]
     Dichoso el que oye su voz y no con el temor de que hablaba el profeta, sino con la caridad que aleja el temor según san Pablo. [...] El silencio de Jesús, excepto con los que le reciben dignamente, nos enseña que el cristiano debe poner un sello a sus labios y una cerradura a su boca, como dice un proverbio.
     Nada de palabras vanas y mucho menos de detracción, de injuria, de ira, de venganza, o que disminuyan la caridad, ni aun de muchas palabras indiferentes, recordando aquella sentencia del Sabio, que donde abundan las palabras se infiere gran pobreza de sentimiento y de actividad del espíritu. Nada de conversaciones inútiles en quien recibe con frecuencia al Señor, que por tan amoroso medio nos invita a seguir su ejemplo de silencio. Cuando era en su pasión y en la cruz objeto de burla y escarnios, Jesús callaba, dice el Evangelio.
     Los que acercándose a la mesa celestial no practican aquella virtud que Jesús les enseña como maestro, han de pedírsela allí a lo menos repitiéndole con humilde oración: «Pon Señor, guarda a mí boca, y la puerta de la oportunidad a mis labios, para que no decline en palabras de malicia para buscar excusas a mis pecados.»

(L. S. Tomo, I, 1870, págs.321 - 322)


sábado, 20 de febrero de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 21 DE FEBRERO, 2º DE CUARESMA (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«MAESTRO, QUE BIEN SE ESTÁ AQUÍ...»
Lc. 9. 28b – 36
     En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
     Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
     Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. 

Otras Lecturas: Génesis 15,5-12.17-18; Salmo 26; Filipenses 3,17-4,1

LECTIO:
                Una clave fundamental para entender esta escena es lo alto de la montaña y la decisión de Jesús de ir a orar. El monte y la oración de Jesús en el evangelio de Lucas nos hablan del ser mismo de Jesús, Él es un hombre orante. Este clima espiritual nos ayuda a comprender que esta escena es el relato de una experiencia de fe.
        Otra vez se oye en la nube la voz de Dios «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Con lo que se confirma que es el Hijo de Dios, aunque el camino sea duro. Saben a quien siguen.
      Jesús elige a tres de los suyos. Les enseña con su ejemplo qué importante es la oración para un discípulo. Mientras ellos dormitaban aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús. Ellos eran los representantes de la alianza antigua, representaban a la Ley y los profetas. Jesús se inserta así en el plan de salvación que Dios ha trazado desde muy antiguo para los hombres y que Jesús ha venido a dar pleno cumplimiento.
    La escena fundamental de este evangelio será la manifestación de Dios Padre bajo la nube (forma común de presentar a Dios en el Antiguo Testamento). Esto es lo decisivo: Jesús es el Hijo de Dios, su escogido, el último y mayor de los profetas, por eso es necesario escucharle.
      Podemos preguntarnos. ¿Cómo es nuestra escucha de Jesús? Porque podemos escuchar o leer el evangelio pero podría suceder que su mensaje no calara en nuestro corazón. Nos habría pasado como a Pedro, no habríamos entendido bien el mensaje.
       Hemos sido elegidos por Dios para ser testigos de su amor y de su misericordia. Ahora, tenemos que responder. Mirando y escuchando a Jesús sabremos cómo tenemos que hacerlo.

MEDITATIO:                     
«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Esta obra de la Alianza: la obra de llevar al hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios, Cristo la realiza de modo definitivo a través de la cruz. Esta es la verdad que la Iglesia, en el presente periodo de Cuaresma, desea poner de relieve de modo particular: sin la cruz de Cristo no existe esa elevación del hombre. (Juan Pablo II)
Permitidme que me detenga aquí para recordaros esta pregunta: ¿qué significa escuchar a Cristo?… sólo os pido que cada uno de vosotros se plantee constantemente esta pregunta: ¿Qué significa escuchar a Cristo en mi vida? ¿Cómo puedo mostrar que soy hijo de Dios en Jesús? ¿Te has sentido desanimado cuando no salen las cosas bien? (Juan Pablo II)
«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
La voz del Padre confirma la identidad de su Hijo, y manda escucharlo, y escuchar en la perspectiva bíblica es obedecer, poner en práctica lo que se escucha. Es la escucha y la puesta en práctica de la palabra de Jesús lo que conduce a los discípulos. (Juan Pablo II)
     Interioricemos estas palabras de Papa San Juan Pablo II.
                                                                                                                                                
ORATIO:
     Oh Cristo, icono de la majestuosa gloria del Padre, belleza incandescente por la llama del Espíritu Santo, luz de luz, rostro del amor, dígnate hacernos subir a tu presencia en el monte santo de la oración.
Señor aquí estoy,
 gracias por invitarme a experimentar tu transfiguración.
Gracias porque me permites reconocerte como mi Señor,
mi Salvador, como el Hijo amado de Dios.

     Fascinados por tu fulgor, desearíamos que nos tuvieses siempre a tu lado en el monte de la gloria…

CONTEMPLATIO:
     En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús.
   Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser.


Sobre la cima del Tabor tú, Cristo, descubres durante algunos momentos el esplendor de tu divinidad y te manifiestas a los testigos escogidos de antemano tal como realmente eres, el Hijo de Dios,… Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los apóstoles es tu cuerpo, oh Cristo, hermano nuestro, pero es también nuestro cuerpo llamado a la gloria, porque somos “partícipes de la naturaleza divina”. (Pablo VI).

viernes, 19 de febrero de 2016

3ª CATEQUESIS SOBRE EL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA

EL NOMBRE DE DIOS ES MISERICORDIA

     "El Papa quiere hacernos entrar, casi cogiéndonos de la mano, en el gran y confortante misterio de la misericordia de Dios en el libro que ha publicado. Un misterio lejano a los cálculos humanos y sin embargo necesario y esperado por nosotros, peregrinos en este tiempo de desafíos y pruebas. «La misericordia existe», dice el Papa tras ser cuestionado sobre la relación entre misericordia y doctrina. La misericordia, añade Francisco, es «el carné de identidad de nuestro Dios» (Cf. Card. Parolin en la presentación del libro).
     El libro del Papa es un libro que abre las puertas, que las quiere mantener abiertas, y pretende mostrar las posibilidades, que desea ser un relámpago de la infinita misericordia de Dios, sin la cual el mundo no existiría, cuya intención no es descender a casos singulares, sino más bien ampliar la mirada, introducir en el corazón de todos el deseo de experimentar en nuestra vida el don divino, lejano a nuestra lógica humana, pero necesario para sostenernos, alentarnos, animarnos y volver a comenzar siempre. Por tanto presenta el rostro del Dios de la misericordia, el padre que toca los corazones y que busca incansablemente alcanzarnos para donarnos su amor y su perdón. Busca toda rendija, toda fisura en nuestro corazón para alcanzarnos con su gracia.
     A Dios le basta una mínima rendija y, si falta la fuerza para dar el paso hacia él, basta el deseo de darlo, porque la acción de la Gracia puede tomar la iniciativa. Esta humanidad necesitada de misericordia, esclava y enferma de tantas maneras sabe que lo necesita y encontrarla le da nueva vida. Pues bien, nosotros conocemos bien la misericordia.
     La ley del amor es el "mandamiento nuevo" de Jesús: "Os doy un mandato nuevo, que os améis como yo os he amado" (Jn 13, 31-34). Nadie entre nosotros lo duda. Estas palabras pronunciadas en la Ultima Cena y después que Jesús lavara los pies a los apóstoles dejan pequeños todos los preceptos anteriores que, aunque invitasen a amar a los hermanos (Lv 19,18) o a los necesitados –extranjeros, viudas, huérfanos, etc. (Deut 10, 19)-- dejaban afuera a otros no considerados como prójimo (cf. Mt 5, 43) por no ser de la misma raza o grupo. Aunque los profetas insistieron continuamente en el amor --pensemos en Isaías, Amos, Oseas...-- nadie había dicho que hasta los enemigos habían de ser amados (Lc 6, 27.35), lo cual pone a Jesús y su Evangelio a un nivel moral por encima de todas las filosofías y religiones. ¿Por qué motivo he de amar así? Porque todo hombre es infinitamente amado por Dios, buscado por Él para ser su hijo.
     Si, Cristo rompe todos los moldes: "como yo os he amado" muestra la novedad de este amor, sus proporciones, sus consecuencias. Jesús "nos amó hasta el extremo" (Jn 13,1), a tope, hasta el máximo. Este amor no es un sentimiento fugaz, un afecto inconsistente o sin consecuencias: es creativo, es afectivo y efectivo, es de complacencia y de benevolencia porque demuestra la calidad del corazón desbordante de un Dios buenísimo, y la fuerza del creador que "hace salir el sol para buenos y malos" (Mt 5,45) y que quisiera –respetando nuestra libertad— que llegásemos a ser uno con Él", en perfecta comunión, y que envía a su Hijo al mundo para dar la vida amándonos y conseguir la más alta comunión de vida.
     No comprenderíamos casi nada si redujésemos o simplificásemos este amor en un simple sentimiento. Se trata de algo con grandes consecuencias y comprometedor y, por eso, exigente. San Pablo propone la caridad como fruto del Espíritu Santo (Gal 5,22). Dice que es el mejor de los carismas (1 Cor 12,31), el mayor regalo de Dios; y en su Carta a los Corintios nos deja un cántico que es la página más elocuente. San Juan dice, además, que tener caridad es vivir en la luz, pasar de la muerte a la vida, es un signo de Dios (1Jn 2,10; 3,14; 4,20).
     Fijémonos ahora solamente en un aspecto: cómo afecta este amor a la vida diaria. Hay que pensar que mucho, pues el amor era el distintivo de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 2, 44s). Cuantos conocían a aquellos cristianos decían con admiración y envidia: "¡Mirad cómo se aman!". ¿Nos imaginamos su entrega, su servicialidad, su capacidad de acoger a todos, de disculpar sus defectos, de corregirse con humildad, de ayudarse en todo, también en ser fieles a Cristo y su enseñanza? Amar es darse, es valorar al otro, es compartir, confiar, fiarse, dejarse querer, escucharse, buscar siempre su bien, defenderse mutuamente, compartir con buen humor, alegrar la vida a los demás...
     Es un ideal muy alto, sin duda, que nunca podremos poseer por completo, pero que, si Él nos posee a nosotros, si llena nuestro corazón, nos elevará hasta límites insospechados. Por eso necesitamos sentirnos amados por Dios, que es Amor, y arrastrados por Él imitando a Cristo, nuestro modelo de caridad. Amar como Jesús, y a los demás como a Jesús, es más que como a ti mismo, y esto es fruto de la gracia sobrenatural que nos da Dios en el Bautismo, en la Eucaristía, en el Perdón.
     Un buen cristiano se inventó los "estatutos de la amabilidad" y los tenía enmarcados en su cuarto para repasarlos a diario. Forman una especie de código de la felicidad sencillo, de andar por casa, pero sincero y realista. Escribió así:
• Sonreír siempre a las personas con las que convives
• Ofrecerte siempre para ayudar
• Evitar o suavizar las penas a los demás
• Contener todo gesto de impaciencia o mal humor
• Cuidar especialmente a las personas difíciles
• Mandar siempre con benevolencia
• Ser comprensivo con los defectos y miserias del prójimo
• Excusar y defender a los que han fallado
• Corregir con delicadeza y sintiendo dolor por ello
• Ser respetuoso y cortés sin ser empalagoso
• Hablar siempre bien de los demás o mejor callar
     No está mal ¿verdad? Pues aunque viviésemos esto perfectamente no terminaríamos de saldar la deuda de amor que tenemos con Dios, pues sin su compasión por nosotros, sin su misericordia, ni existiríamos. Pero, al menos, le permitiríamos entrar en la vida del mundo y hacerlo más justo y amable, más feliz. Lo decía el Papa al convocar este año jubilar: "Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Por esto he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes" (Misericordiae Vultus, n.3).
     Si lo intentamos al menos al fin de nuestra vida podrá reconocernos Dios como hijos semejantes a Él, pues, como dice San Juan de la Cruz, "al caer de la tarde seremos examinados sobre el amor". Es lo que quedará entonces, lo único consistente que podremos llevarnos a la otra vida, el verdadero tesoro, la mejor inversión. Por eso dice San Agustín: "El amor es mi peso". Si no tengo caridad no soy nada (1 Cor 13,2). Es cierto, como titula el Papa su libro, que "El nombre de Dios es misericordia", pero también el nuestro debería serlo.
+ Mons. D. Rafael Zornoza Boy – Obispo de Cádiz y Ceuta





jueves, 11 de febrero de 2016


CUARESMA. CAMINO DE CONVERSIÓN
“Misericordia, Señor, porque hemos pecado”

     Desde el pasado miércoles de Ceniza hemos comenzado la Cuaresma, y la Iglesia nos invita, en este Año de la Misericordia, a acercarnos al Señor con espíritu contrito, con dolor de nuestros pecados, alimentando nuestros deseos de arrepentirnos y de pedir perdón al Señor, que muere en la Cruz por nosotros.
     Los cuarenta días de Cuaresma traen a nuestra mirada los días de Jesús en el desierto y las tres tentaciones del diablo que quiso padecer, para enseñarnos a vencer todas las tentaciones de pecar, de alejarnos de Él, de ofenderle, que padecemos en nuestra vida. Conscientes de nuestro pecado, entendemos que la Cuaresma:
     “Es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección; nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” que recorrer, que consiste no tanto en una ley que observar, sino la persona misma de Cristo, a la que hay que encontrar, acoger, seguir” (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2011).
     Contemplando a Cristo que padece y muere por nosotros, en el Amor que nos tiene, descubrimos que la Cuaresma es un camino de conversión, de una conversión que no es sólo cosa de un instante, de alguna luz fulgurante que nos invite a pensar de nuevo en el sentido de nuestra vida. La conversión es un camino que dura, en realidadtoda la vida.
     El cristiano tiene delante de sí la posibilidad de convertir su vida, la perspectiva de su vida profesional, familiar, vital, espiritual desde un horizonte humano, a un horizonte humano-divino. Ésa es la conversión que nos lleva a abandonar la vida de pecado, y nos abre el camino para vivir siempre con Cristo, para vivir en santidad.
     Esta conversión al anhelo de santidad no es sencillamente cambiar algunos hábitos contrarios a la doctrina del Señor que hayamos podido adquirir: dejar de hablar mal del prójimo; dejar prácticas sexuales contrarias a la moral; recomenzar o mejorar las prácticas de piedad que la Iglesia nos recomienda; dejar de mentir; dejar de robar, etc.
     Todo eso será el fruto de la verdadera conversión que se da en la mente del cristiano, en su corazón y en el horizonte de su memoria, en la medida en que en su actuar se va dejando llevar, no sólo por las luces de su inteligencia, sino por las luces de la Fe, de la Esperanza, de la Caridad, que el Señor nos alcanza con su Muerte y su Resurrección.
      “La conversión es cosa de un instante; la santificación es tarea para toda la vida. La semilla divina de la caridad, que Dios ha puesto en nuestras almas, aspira a crecer, a manifestarse en obras, a dar frutos que respondan en cada momento a lo que es agradable al Señor. Es indispensable por eso estar dispuestos a recomenzar, a reencontrar –en las nuevas situaciones de nuestra vida- la luz, el impulso de la primera conversión” (San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. n. 58).

     En el itinerario de la Cuaresma, para este recomenzar de cada día, la Iglesia nos invita a vivir: la oración, la limosna y el ayuno. Tres prácticas de piedad que asentarán en nuestro espíritu las raíces de una verdadera conversión.
     La oración prepara el alma a descubrir en Cristo la luz de Dios; prepara la voluntad a amar en Cristo el Amor de Dios, y en el corazón de Cristo, amar al prójimo. La oración abre en nuestro espíritu el anhelo de vivir siempre en el Señor, el anhelo de la vida eterna. En la oración personal de cada uno de nosotros ante el Sagrario, podemos considerar con el Señor las escenas de su vida que la Iglesia nos invita a meditar en este tiempo de Cuaresma: las tentaciones en el desierto; el encuentro con la Samaritana; la curación del ciego de nacimiento, la Transfiguración en el monte Tabor, la resurrección de Lázaro, etc.
     Meditando estos pasajes, descubriremos que las palabras de Cristo “no pasan”, viviremos con Él en “comunión” que nadie nos podrá quitar, y comprenderemos también que, abandonado el pecado, nos abrimos a la esperanza de la vida eterna.
     La limosna abre el alma a las preocupaciones y a las necesidades de los demás, de nuestros familiares, de nuestros amigos, de nuestros conocidos; y nos mueve a compartir nuestro tiempo, nuestros bienes, sirviendo a los demás: “Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás: “Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él” (1 Cor 12, 26) (Papa Francisco. Mensaje de Cuaresma, 2015).
     Con la limosna, nuestra caridad, que es amor de Dios, crecerá en el amor por el bien de los demás, por el bien espiritual de los demás, por su conversión a Cristo.
     El ayuno, “que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa –y no sólo de lo superfluo- aprendemos a apartar la mirada de nuestro “yo”, para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos hermanos nuestros” (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2011).
     Y así nuestro corazón, que ha vivido con Cristo la Cruz, la Pasión, la Muerte, anhela el Cielo, la Vida eterna, en la esperanza de vivir con Cristo su Resurrección.
     María nos ayudará a vivir en oración, limosna y ayuno estos días de Cuaresma; a arrepentirnos de nuestros pecados y acogernos a la Misericordia del Señor, que desde la Cruz nos perdona con todo su Amor. Ella es “auxilio de los cristianos”, y “refugio de los pecadores”; pidámosle con toda confianza que nos envíe al Espíritu Santo que fortalezca en nuestros corazones la decisión de caminar con paso firme y seguro, uniendo nuestros dolores y sufrimientos a la Cruz de Cristo, y nos alcance la gracia de vivir con Ella la alegría de Cristo Resucitado.

Cuestionario

 ¿Vivo con espíritu de reparación y de penitencia, el ayuno del Miércoles de Ceniza y del Viernes Santo?

■ ¿Soy consciente de que si ofrezco al Señor mis sacrificios y mis dolores, le estoy ayudando a llevar la Cruz por nuestros pecados?


■ ¿Acudo con especial devoción, en este tiempo de Cuaresma, a pedir perdón al Señor de mis faltas y pecados, en el Sacramento de la Reconciliación?

sábado, 6 de febrero de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 7 DE FEBRERO, 5º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«…DESDE AHORA SERÁS PESCADOR DE HOMBRES.»

Lc. 5.1-11
            En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
     Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
     Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» 
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.

     Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
     Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Otras Lecturas: Isaías 6,1-2ª.3-8; Salmo 137; 1Corintios 15,3-8-11

LECTIO:
            Jesús ha subido a la barca para enseñar desde ella a la gente. Cuando ha terminado su enseñanza se fija en el patrón de la embarcación: un hombre curtido por el sol de Galilea. Jesús vería más allá de los rasgos físicos. Vería un hombre bueno, un hombre de fe. Y le anima a que entre en el lago y eche las redes para pescar.
       La respuesta de Pedro no se hace esperar. Con sus compañeros han estado toda la noche faenando y no han pescado nada. Pero la palabra de Jesús le merece gran respeto, por eso contesta con esas palabras que son, a la vez, una confesión de fe: “por tu palabra echaré las redes”. Esto es la fe, fiarse totalmente de Dios, aún cuando todo parece en contra.
       Adentrados en el mar, el resultado de esta pesca va a superar con creces todas las expectativas. Ahora, Pedro se postra ante Jesús y le pide perdón. Quizás obedeció la palabra de Jesús pero no lo hizo totalmente convencido. Ahora ha desaparecido toda sombra de duda.
       Jesús no solo no reprocha a Pedro su fe dubitativa sino que lo elige para su misión, a él y a Santiago y Juan. Jesús busca a hombres y mujeres capaces de fiarse de Dios y de reconocer la propia debilidad.
       Jesús hoy nos invita a no quedarnos parados en la orilla de nuestra vida. Pedro, Santiago y Juan y tantos otros hombres y mujeres decidieron subirse a la barca de Jesús y remar mar adentro y empeñaron en esta tarea su vida. Pero ninguna tormenta hizo naufragar su barca. Al final, llegaron al puerto definitivo. A esa ciudad donde el sol no se pone nunca y donde la vida ya no acaba nunca. ¿Por qué no vamos a intentarlo nosotros?

MEDITATIO:                     
     Ninguno de nosotros ha tenido la experiencia de ser llamado por Dios, como Pedro, Juan, Santiago… desde la cercanía de su presencia. Nosotros lo seguimos desde la fe “sin ver al Señor ni oír su voz” Pero Dios se ha valido de otras “voces” para llamarnos.
Medita los momentos en los que sentiste la llamada, las personas que te acompañaron…
     La invitación que hace el Señor a Simón de echar las redes es la invitación que hoy nos hace. Es la invitación a que miremos como estamos viviendo la vida de fe.
¿Cómo expreso y manifiesto mi fe y confianza en el Señor? ¿En qué circunstancias experimento la misma sensación de cansancio de Pedro? ¿Qué desgasta y debilita mi fe? ¿Cómo busco vivir lo que el Señor quiere y espera de mí? ¿Cómo digo al Señor,… “porque Tú me lo pides…, lo haré”…?

«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»

      A pesar de nuestra mediocridad y nuestro pecado, Dios no deja de ofrecerse y comunicarse. No se retira de nosotros. Nuestro pecado no destruye su presencia amorosa. Sólo impide que esa presencia nos vaya liberando y construyendo como personas. Dios es amor y misericordia.
                                                                                                                                                                     
ORATIO:
    Toca nuestra boca con el carbón ardiente que purifica, como hizo aquel serafín con Isaías, y entonces sólo saldrán de ella palabras de vida para nuestros hermanos.

Sé que no me engaño si en Ti creo…
Sé, Señor, que tú me esperas y me amas,
que tú me quieres y perdonas…
Sé que no me pierdo si voy por tu camino,
que no yerro si a tu puerta llamo…

     Sostennos constantemente con tu gracia, del mismo modo que sostuviste a Pablo en medio de tantas dificultades. Si lo haces, podremos estar seguros de nuestra fidelidad y de nuestro valor indomable.

CONTEMPLATIO:
“La gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios…”
¿Cómo es mi deseo, mi hambre y mi sed de escuchar a Jesús?... ¿cómo le busco?...
“Rema mar adentro…”
     Jesús siempre invita a expandir la vida, a arriesgar caminos inexplorados, a remar más allá, más adentro, más profundo, hacia lugares donde no has estado antes en ti y fuera de ti… 
“Hemos estado bregando toda la noche…”
     En la noche, la brega resulta inútil… Él lo da a sus amigos mientras duermen… Todos nuestros afanes, sin Él, no sirven… El más mínimo acto de obediencia a su Palabra, con Él, obra milagros y multiplica los frutos inesperados…
“Por tu Palabra, echaré las redes…”
     Pedro no tenía confianza en poder pescar nada. Tenía experiencia de fracaso, de esfuerzos estériles…pero actúa fiándose de Jesús.
“Llenaron tanto las dos barcas…”
     Donde está Jesús, abunda la vida, abundan los frutos, abunda el sentido…, como abundó en la vida de Pablo y de los que se dejaron amar por Jesús.


El encuentro con Dios me hace entrever continuamente nuevos espacios de amor y no me hace pensar lo más mínimo en haber hecho bastante, porque el amor me impulsa y me hace entrar en la ecología de Dios, donde el sufrimiento del mundo se convierte en mi alforja de peregrino. En esta alforja hay un deseo continuo: «Señor, si quieres, envíame. Aquí estoy, dispuesto a liberar al hermano, a calmar su hambre, a socorrerle. Si quieres, envíame». (E. Olivero)

CONVOCATORIA MENSUAL


CELEBREMOS LA SANTA CUARESMA


FEBRERO 2016

«Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo» (Is 66, 13).

     ¿Quién no ha visto llorar a un niño y echarse en los brazos de su madre? Suceda lo que suceda, sea cosa pequeña o grande, la madre le seca las lágrimas, lo cubre de cariño y al poco rato el niño vuelve a sonreír. A él le basta con sentir su presencia y su afecto. Así hace Dios con nosotros, comparándose con una madre.
     Con estas palabras Dios se dirige a su pueblo que ha vuelto del exilio en Babilonia. Después de haber visto demoler sus casas y el Templo, después de haber sido deportado a tierra extranjera, donde ha experimentado decepción y desánimo, el pueblo vuelve a su patria y debe volver a empezar a partir de las ruinas que ha dejado la destrucción sufrida.
     La tragedia vivida por Israel es la misma que se repite para tantos pueblos en guerra, víctimas de actos terroristas o de explotación inhumana. Casas y calles en ruinas, lugares símbolo de su identidad arrasada, saqueo de bienes, lugares de culto destruidos. Cuántas personas secuestradas, millones se ven obligadas a huir, miles encuentran la muerte en el desierto o en el mar. Parece un apocalipsis.

«Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo»

     Esta Palabra de vida es una invitación a creer en la acción amorosa de Dios incluso donde no se percibe su presencia. Es un anuncio de esperanza. El está al lado de quienes sufren persecución, injusticias y exilio. Está con nosotros, con nuestra familia, con nuestro pueblo. Conoce nuestro dolor personal y el de la humanidad entera. Se ha hecho uno de nosotros hasta morir en la cruz. Por eso sabe comprendemos y consolamos. Precisamente como una madre, que sienta al niño en sus rodillas y lo consuela.
     Hace falta abrir los ojos y el corazón para «verlo». En la medida en que experimentemos la ternura de su amor, conseguiremos transmitirla a todos los que viven inmersos en el dolor y en la prueba; seremos instrumentos de consuelo. Así lo sugiere el apóstol Pablo a los corintios: «consolar nosotros a los demás en cualquier lucha mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Co 1, 4).
     Es también la experiencia íntima y concreta de Chiara Lubich: «Señor, dame a todos los que están solos... He sentido en mi corazón la pasión que invade al tuyo por todo el abandono en que está sumido el mundo entero. Amo a todo ser enfermo y solo. ¿Quién consuela su llanto? ¿Quién llora con él su muerte lenta? Y ¿quién estrecha contra su pecho el corazón desesperado? Haz, Dios mío, que sea en el mundo el sacramento tangible de tu amor: que sea tus brazos, que abrazan y transforman en amor toda la soledad del mundo»[1].

Fabio Ciardi


[1] C. Lubich, Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 1964,200710, p. 22. Ed. en catalán en Escrits espirituals/l, Ciutat Nova / Publicacions de l' Abadia de Montserrat 1982, p. 33.