TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 26 de mayo de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE MAYO, EN LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Conducíos a la verdad



Juan 16:12-15      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Tengo mucho más que deciros, pero en este momento sería demasiado para vosotros. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder. Él me honrará, porque recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso os he dicho que el Espíritu recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer.

Otras lecturas: Proverbios 8:22-31; Salmo 8; Romanos 5:1-5

LECTIO:
     Estamos muy dentro del núcleo de las enseñanzas de Jesús durante la Última Cena. Es mucho lo que Jesús tiene que decir para preparar a su grupo de fi eles ante los acontecimientos traumáticos se les presentan.
     El Espíritu Santo sigue siendo el centro de atención. En este caso, Jesús enseña que el papel del Espíritu Santo es revelarles la verdad de Dios, guiarlos hasta toda la verdad y hacerles saber las cosas que van a suceder (versículo 13).
     Jesús podría haberles explicado a sus discípulos más cosas sobre lo que iba a suceder. Pero sabe que no podrían recibir más. Por eso opta por ofrecerles algunos retazos fugaces de la obra del Espíritu Santo. Después de la resurrección de Jesús, el Espíritu Santo ayudará a los discípulos a entender lo que necesitan saber para vivir en relación con Dios y les concederá el poder que precisan para llevarlo a cabo (Hechos 1:8).
     Jesús explica algo más sobre la relación existente entre el Espíritu Santo, el Padre y él mismo. El Espíritu Santo nos ayuda a entender y a ver la verdad respecto a Dios, y nos conduce. De este modo da gloria al Padre y al Hijo. Los tres miembros de la Santísima Trinidad son uno solo en unidad plena.

MEDITATIO:
 Medita en la expresión ‘la verdad de Dios’. ¿Qué significa para ti?
¿Necesitamos todavía que el Espíritu Santo actúe en nuestras vidas hoy día? ¿Qué nos enseña este pasaje respecto a la manera en que nos puede ayudar el Espíritu Santo?
¿Cómo te sentirías si le hicieras un regalo a alguien y no le hiciera el menor aprecio? ¿Podemos ser en ocasiones culpables de ignorar o dar por sentado este preciso regalo de Dios?
¿Qué podemos aprender en nuestra vida interior con la experiencia de la Santísima Trinidad, en las lecturas de hoy?

ORATIO:
     “…porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.” Romanos 5:5
     Dale gracias a Dios por el amor que te tiene y por haberte concedido el don del Espíritu Santo. Pídele ayuda para saber apreciar este amor con mayor profundidad y estar dispuesto a compartir este amor con quienes te rodean.
¿Has experimentado algún momento especial mientras orabas o leías en el que el Espíritu Santo te haya revelado algo nuevo? Pídele a Dios que lo haga a lo largo de esta semana.

CONTEMPLATIO:
     ¿Te has fijado alguna vez en la inmensidad del cielo, del mar o del paisaje y te has sentido pequeño comparado con ellos? Pásate un rato asombrándote con el salmista ante las razones por las que el creador del universo tendría que fijarse en ti o en mí.
   “Cuando veo el cielo que tú mismo hiciste, y la luna y las estrellas que pusiste en él, pienso:
¿Qué es el hombre? ¿Qué es el ser humano? ¿Por qué le recuerdas y te preocupas de él? Pues le hiciste casi como un dios, le rodeaste de honor y dignidad, le diste autoridad sobre tus obras, le pusiste por encima de todo.” Salmo 8:3-6.

sábado, 25 de mayo de 2013

EL MARTIRIO DEL CUERPO INCORRUPTO DE SAN PASCUAL BAILÓN EVITÓ LA PROFANACIÓN DEL SAGRARIO

350 años después de muerto,  San  Pascual Baylón adoró la Eucaristía



     Quizás pocos recuerden la vida de Pascual Bailón, pero este santo fraile iletrado, que gozó del don de la ciencia infusa, fue uno de los más afamados santos de España, durante siglos. Su amor por Cristo Eucaristía fue tal que, incluso, «impidió» la profanación del Santísimo durante el inicio de la Guerra Civil
 Semanario Alfa y Omega

Le llamaron Pascual porque nació el 16 de mayo de 1540, en la Pascua de Pentecostés. Sus padres eran campesinos, gente pobre,  por lo que tuvo que trabajar como pastor desde los 7 años. Cuando apacentaba las ovejas en los campos de su Torrehermosa natal (Zaragoza), aprendió a leer pidiendo a los viajeros que le enseñasen a reconocer letra por letra las oraciones de un devocionario que llevaba consigo. A veces, se arrodillaba en el campo mirando hacia el campanario de la iglesia, y sus compañeros se asombraban al llegar al pueblo y comprobar que Pascual había puesto rodilla en tierra cuando el sacerdote consagraba el pan y el vino para que Jesús Eucaristía se hiciese presente.
     A los 24 años, ingresó en los franciscanos alcantarinos, después de tener una visión mística que le mostraba y demostraba la presencia real del Resucitado en la Eucaristía. En el convento, fue barrendero, portero y cocinero, y rehusó ser sacerdote porque se consideraba un ignorante. Pero sus superiores pronto descubrieron la sabiduría y hondura espiritual del humilde fraile: De ciencia infusa dotado ,! siendo lego sois  Doctor Profeta y Predicador,! Teólogo consumado...
     Pasaba horas, e incluso noches enteras, postrado ante el Santísimo, en adoración de su Señor y amigo. Por encargo del superior de la Orden, hubo de atravesar Francia cuando los calvinistas hugonotes quemaban iglesias y asesinaban a todo católico que encontraban por el camino. Pascual hizo el trayecto a pie, porque no sólo no temía a la muerte, sino que deseaba dar su vida por Cristo. Pero Dios tenía otros planes para él: salió ileso de varias persecuciones, y, en cierta ocasión, supo rebatir con argumentos teológicos las objeciones que le planteó un grupo de hugonotes que negaban la presencia de Cristo en la Eucaristía. Cuando se vieron rebatidos, le tundieron a palos hasta casi matarlo. En Francia, convirtió a no pocos protestantes, y, de regreso a España, contó lo torpe que había sido cuando un hugonote a caballo, amenazándolo con una lanza, le preguntó si Dios estaba en el cielo. Él dijo que sí, y el hugonote se fue. Después, rompió a llorar porque no se le ocurrió añadir «y en la Eucaristía», lo que le habría valido el martirio.

     Murió en 1592, en el convento de Nuestra Señora del Rosario, en Villarreal (Castellón), el 17 de mayo, también Pascua de Pentecostés. Fue canonizado en 1690; la Iglesia lo nombró Patrono de los Congresos Eucarísticos, de la Adoración Nocturna y la Casa Real.  Su cuerpo permaneció incorrupto y flexible casi 350 años, hasta el 13 de agosto de 1936. Aquel día, una horda de milicianos de la República entró en la capilla de Nuestra Señora del Rosario para profanar el sepulcro del santo, al que miles de católicos solían peregrinar. Meses antes, el capellán había rehusado llevar el cuerpo al cementerio para protegerlo: «No llegarán a tanto», dijo. Pero llegaron. Los milicianos rompieron el sepulcro-relicario y entre blasfemias, sacaron el cuerpo a la plaza y le prendieron fuego, tras ultrajarlo con salivazos y orines. Un sacerdote, que presenciaba escondido el sacrilegio, recordó que el Santísimo seguía en el sagrario de la iglesia. Encomendándose a san Pascual, le pidió ayuda para salvar a  Cristo- Eucaristía de una profanación segura. El sacerdote, vestido con la sotana, atravesó la turbamulta de milicianos, entró en la iglesia tomada por los asaltantes, sacó al Señor y huyó con Él, pasando de nuevo entre los milicianos, y así, cuando las llamas y las ofensas consumían su cuerpo incorrupto: San Pascual alcanzó el martirio tres Siglos y medio después de muerto, mientras adoraba, en el cielo y en la tierra, a su amigo y Señor, Jesús Eucaristía.
     
     

DOMINGO 26 DE MAYO, JORNADA PRO ORANTIBUS

Vida contemplativa en el año de la fe



     El domingo 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada “pro orantibus”. Es un día para que el pueblo cristiano tome conciencia, valore y agradezca la presencia de la vida contemplativa. Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el concilio Vati­cano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría»1. La Jornada se celebra en el Año de la fe, convocado por el querido y recordado papa Benedicto XVI, que nos ha dejado un lumi­noso magisterio sobre la vida consagrada en general y sobre la vida contemplativa en particular. Ahora sigue amando y sirviendo a la Iglesia a través de la plegaria y reflexión desde el retiro de la clausura. El nuevo sucesor de Pedro, el papa Francisco, ha retomado toda la programación del Año de la fe, para renovar a la Iglesia. Oremos para que Jesucristo, Pastor Supremo, le asista en el pastoreo de su Iglesia en el Año de la fe y en esta hora de nueva evangelización. El lema de la Jornada de este año es: Centinelas de la oración. La pala­bra centinela evoca vigilancia. Los centinelas estaban apostados sobre los muros de las ciudades (cf. 2 Sam 18, 24; 2 Re 9, 17-20), en torres de vigilancia en el desierto o sobre las cumbres (cf. 2 Crón 20, 24; Jer 31, 6). El propio Dios es descrito en ocasiones como centinela o guardián de su pueblo (cf. Sal 127, 1), siempre preocupado por la seguridad y protección de los suyos (cf. Sal 121, 4ss). El salmista suplica al Señor su misericor­dia y espera en su palabra «más que el centinela la aurora» (Sal 130, 6). La personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo (cf. Mt 25, 1-13) con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial…
 …Las personas contemplativas como centinelas apuntan siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades «no visibles» (cf. 2 Cor 4, 18), representan una llamada providencial a vivir la vocación de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino. En esta Jornada “pro orantibus” es justo y necesario que recemos por las personas contemplativas, que volvamos la mirada y el corazón a sus monasterios y pidamos por sus intenciones. Sin duda, sus in­tenciones van encaminadas a la permanencia en la fidelidad siempre renovada de todos  sus miembros en la vocación recibida y al aumento de vocaciones en esta forma de consagración. Como un signo de gratitud, ayudemos también económicamente a los monasterios en sus necesidades materiales. Sabemos que las mon­jas y monjes son personas que por su habitual silencio y discreción no suelen pedir; pero son bien acreedoras a nuestras limosnas y genero­sidad, y nos pagarán con creces, alcanzándonos del Señor gracias y bendiciones de mucho más valor.
     Que la santísima Virgen María, primera consagrada al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo, maestra de contemplación y centinela orante que dio a luz al Sol de justicia, Cristo nuestro Salvador, cuide y proteja a todas las personas contemplativas. ¡Feliz Jornada de la vida contemplativa en el Año de la fe!
Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
Presidente de la CEVC
Objetivos de la Jornada

1.    Orar a favor de los consagrados y consagradas en la vida contemplativa, como expresión de reconocimiento, estima y gratitud por lo que representan, y el rico patrimonio espiritual de sus institutos en la Iglesia.
2.   Dar a conocer la vocación específicamente contemplativa, tan actual y tan necesaria en la Iglesia y para el mundo.
3.   Promover iniciativas pastorales dirigidas a incentivar la vida de oración y la dimensión contemplativa en las Iglesias particulares, dando ocasión a los fieles, donde sea posible, para que participen en las celebraciones litúrgicas de algún monasterio, salvaguardando, en todo caso, las debidas exigencias y las leyes de la clausura.


domingo, 19 de mayo de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE MAYO, EN LA SOLEMNIDAD DE LA PASCUA DE PENTECOSTÉS.


El auxilio divino



Juan 14:15-16, 23b-26     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros. El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Otras lecturas: Hechos 2:1-11; Salmo 103; Romanos 8:8-17

LECTIO:
     Volvemos a escuchar el pasaje del evangelio que leímos hace dos semanas, junto con dos versículos anteriores (15-16) de este mismo capítulo. La doctrina es tan importante que Jesús la repite para ayudar a sus primeros discípulos a recordarla y a ponerla en práctica. En la actualidad, también nosotros tenemos otra oportunidad de considerar el significado de las palabras de Jesús. Les pide a los discípulos que le quieran. Podrías pensar que resulta fácil decir ‘sí’. Pero Jesús deja bien claro que amarle implica mucho más que pronunciar una simple palabra. A los ojos de Jesús, el amor tiene unas consecuencias muy prácticas y adopta la forma de obediencia a sus mandamientos.
     Sigue Jesús con una sorprendente sorpresa para todo aquel que le obedece. El Padre y Jesús mismo vendrán y vivirán con él. Jesús no explica con exactitud cómo será ese ‘vivir con él’, pero indica con toda certeza que se trata de una relación personal muy especial y muy íntima.
En este punto, Jesús aclara que estas palabras no son idea suya. Esta enseñanza procede directamente de Dios Padre, lo cual es igualmente verdadero respecto a todas las demás palabras de Jesús.
     Jesús les habla a continuación del ‘abogado’, al que manifiesta como Espíritu Santo. A veces, mientras que profundizamos en nuestras relaciones con Jesús y con el Padre, pasamos por alto al Espíritu Santo. Pero él desempeña un papel fundamental en nuestra relación con Jesús. En la lectura de hoy se nos manifiesta como maestro y abogado, auxilio para los discípulos, que les recuerda la enseñanza de Jesús y les ayuda a entenderla y a vivirla.
     Tal vez el Espíritu Santo sea en otro sentido ‘abogado’, ‘auxilio’ de Jesús mismo. Continúa la obra comenzada por Jesús en las vidas de los primeros discípulos y en nosotros en la actualidad, ahora que Jesús ha vuelto al Padre.
     Jesús también les repite a los discípulos que pedirá al Padre que envía al Espíritu Santo para ayudarlos después de que él vuelva al cielo, y les promete que el Espíritu Santo permanecerá con ellos para siempre.

MEDITATIO:
 Considera el papel que desempeña el Padre en este pasaje.
¿Qué palabras de Jesús en las lecturas de hoy te causan mayor impacto?
¿Cómo respondes a la relación entre amor y obediencia?
¿Encuentras que algunos aspectos de la enseñanza de Jesús son difíciles de obedecer y de llevar a la práctica en tu vida? ¿Qué puedes hacer al respecto?
Considera la importancia del Espíritu Santo en tu vida cotidiana. Lee Romanos 8:1- 17. Piensa en lo que este pasaje significa para ti.

ORATIO:
     Hoy recordamos la manera portentosa en que los primeros discípulos se llenaron del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Con actitud de oración, lee Hechos 2:1-11 y da gracias a Dios por haber enviado al Espíritu Santo como abogado nuestro.
     Cada día de esta semana, pídele al Espíritu Santo que vuelva a llenarte y te ayude a vivir de una manera que agrade a Jesús. Sólo con la ayudad del Espíritu Santo podemos amar obedientemente y servir a Jesús.

CONTEMPLATIO:
     “Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud que os lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que os hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo ‘¡Abba!, ¡Padre!’” Romanos 8:15.
Considera el increíble privilegio de poder llamar Padre nuestro a Dios Todopoderoso, y lo que significa ser hijos suyos.



La bendita vergüenza de la confesión
Roma, 29 de abril de 2013, Francisco pp.


     El confesionario no es ni una “lavandería” que elimina las manchas de los pecados, ni una “sesión de tortura”, donde se infligen golpes. La confesión es, más bien, un encuentro con Jesús donde se toca de cerca su ternura. Pero hay que acercarse al sacramento sin trucos o verdades a medias, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados con aquella “bendita vergüenza”, la “virtud del humilde” que nos hace reconocernos como pecadores.
       Una reflexión sobre la primera carta de San Juan (1, 5-2, 2), en la que el apóstol «se dirige a los primeros cristianos, y lo hace con sencillez: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna”. Pero “si decimos que estamos en comunión con Él”, amigos del Señor, “y andamos en tinieblas, somos mentirosos y no practicamos la verdad”. Y a Dios se le debe adorar en espíritu y en verdad».
     “¿Qué quiere decir –preguntó el papa–, caminar en la oscuridad? Porque todos tenemos oscuridad en nuestras vidas, incluso momentos en los que todo, incluso en la propia conciencia, es oscuro, ¿no? Caminar en la oscuridad significa estar satisfecho consigo mismo. Estar convencidos de no necesitar salvación. ¡Esas son las tinieblas!”.
     Y, continuó, “cuando uno avanza en este camino de la oscuridad, no es fácil volver atrás. Por lo tanto, Juan continúa, tal vez esta manera de pensar lo ha hecho reflexionar: “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”. Miren sus pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos. Este es el punto de partida”.
     “Si confesamos nuestros pecados –dijo el papa–, Él es fiel, es justo tanto para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Y se presenta a nosotros, ¿no es así?, este Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona. Cuando el Señor nos perdona hace justicia. Sí, hace justicia primero a sí mismo, porque Él ha venido a salvar, y cuando nos perdona hace justicia a sí mismo. «Soy tu salvador» y nos acoge”.
     Lo hace en el espíritu del Salmo 102: “Como un padre es tierno con sus hijos, así es el Señor, y tierno con los que le temen”, con los que vienen a Él. La ternura del Señor. Siempre nos entiende, pero no nos deja hablar: Él lo sabe todo. «No te preocupes, vete en paz», la paz que sólo Él da”.
Esto es lo que “sucede en el sacramento de la reconciliación. Tantas veces –dijo el papa–, pensamos que ir a la confesión es como ir a la lavandería. Pero Jesús en el confesionario no es una lavandería”.
     La confesión «es un encuentro con Jesús que nos espera como somos. “Pero, Señor, mira, yo soy así”. Estamos avergonzados de decir la verdad: hice esto, pensé en aquello. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana, e incluso humana. La capacidad de avergonzarse: no sé si en italiano se dice así, pero en nuestra tierra a los que no pueden avergonzarse le dicen “sinvergüenza”. Este es uno sin “vergüenza”, porque no tiene la capacidad de avergonzarse. Y avergonzarse es una virtud del humilde».
     El papa Francisco retomó la carta de san Juan. Estas palabras, dijo, que nos invitan a confiar: “El Paráclito está de nuestro lado y nos sostiene ante el Padre. Él sostiene nuestra vida débil, nuestro pecado. Nos perdona. Él es nuestra defensa, porque nos sostiene. Ahora, ¿cómo debemos ir hasta el Señor, así, con nuestra realidad de pecadores? Con confianza, incluso con alegría, sin maquillaje. ¡Nunca debemos maquillarnos delante de Dios! Con la verdad. ¿Con vergüenza? Bendita vergüenza, esta es una virtud”.
     «Jesús nos espera a cada uno de nosotros, reiteró citando el evangelio de Mateo (11, 25-30): “Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados”, incluso del pecado, “y yo les daré descanso. Lleven sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Esta es la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la mansedumbre».
     “La humildad y la mansedumbre –prosiguió el papa–, son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano siempre va así, en la humildad y en la mansedumbre. Y Jesús nos espera para perdonarnos. ¿Puedo hacerles una pregunta?: ¿ir ahora a confesarse, no es ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para golpearme? No, sino con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Vas de nuevo, y vas, y vas, y vas… Él siempre nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta mansedumbre”.
     El papa invitó a confiar en las palabras del apóstol Juan: “Si alguno ha pecado, tenemos un Paráclito ante el Padre”.
     Y concluyó: “Esto nos da aliento. Es bello, ¿no? ¿Y si tenemos vergüenza? Bendita vergüenza porque eso es una virtud. Que el Señor nos dé esta gracia, este valor de ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es la luz. Y no con la oscuridad de las verdades a medias o de las mentiras delante de Dios”.



La adoración eucarística, experiencia de ser Iglesia (2)



     Ahora querría pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí hemos sufrido en el pasado reciente un cierto malentendido del mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sido influenciada por una cierta mentalidad secular de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y sin embargo de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sacro no exista ya, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, “sumo sacerdote de los bienes futuros” (Heb 9,11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo “es mediador de una alianza nueva” (Heb 9,15), establecida en su sangre, que purifica “nuestra conciencia de las obras de muerte” (Heb 9,14). El no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que es sí plenamente espiritual pero que sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde no habrá ya ningún templo (cfr Ap 21,22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede para los mandamientos, ¡también más exigente! No basta la observancia ritual, sino que se exige la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Me gusta también subrayar que lo sacro tiene una función educativa, y su desaparición inevitablemente empobrece la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma resultaría “aplanado”, y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre o un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar el campo libre a los tantos sucedáneos presentes en la sociedad de los consumos, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no ha hecho así con la humanidad: ha enviado a su Hijo al mundo no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sacro. En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento pascual. Actuando así se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero hizo dentro de un rito, que mandó a los apóstoles perpetuar, como signo supremo del verdadero Sacro, que es El mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.



viernes, 10 de mayo de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 12 DE MAYO, 7º DE PASCUA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


Mientras los bendecía, fue llevado hacia el cielo.

  Lucas 24, 46-53.    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto». Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Otras lecturas: Hechos 1, 1-11; Salmo 46; Hebreos 9, 24-28; 10, 19-23

LECTIO:
     El relato de la Ascensión de Jesús, que nos describe Lucas, tiene parecidos con el de los Hechos de los apóstoles (1, 7-11). Hay matices que conviene tener en cuenta:
- la Ascensión se narra inmediatamente después del relato de la Pascua; esto quiere decir que se trata de un único misterio: resurrección-glorificación. Fue llevado al cielo (v. 51);
- el Resucitado abre una vez más la mente de los discípulos para que comprendan el sentido del misterio pascual (muerte-resurrección-ascensión) y su envío a predicar el Evangelio (vs. 46-47);
- la misión más importante que los discípulos tienen que realizar es: dar testimonio del Resucitado (v. 48);
     Lo importante para los discípulos es que “entiendan las Escrituras”. Jesús les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras (v. 45), la Palabra de Dios dicha por los profetas y repetida por el mismo Jesús. Aceptar a un Mesías crucificado. Éste es el mayor problema que tienen los discípulos. De hecho, el Espíritu Santo en Pentecostés les abrirá totalmente a la fe y a la aceptación de todo el misterio pascual.
     Lucas indica que, desde Jerusalén, se ha de extender el Evangelio a todo el mundo. (Mateo narra la despedida ubicando a Jesús y a los discípulos en Galilea, donde había comenzado la predicación del Evangelio y la vocación de los discípulos). En Jerusalén recibirán el Espíritu.

MEDITATIO:
¿Qué nos revela este pasaje sobre la relación que existe entre Dios Padre y Jesús?
¿La lección que Jesús me da es que hay que pasar por la Cruz para llegar a la Ascensión. ¿Veo en mi vida esta misma relación? ¿Acepto la cruz como camino de la Ascensión?
¿Aprendo a ver con otros “ojos” lo que me ocurre en la vida, para convertir mi tristeza en gozo, mis limitaciones en Esperanza?
La Ascensión es la glorificación de Jesús y también es la garantía de nuestra glorificación. Pero Jesús para llegar al cielo, primero descendió hasta lo más hondo de la condición humana, para indicarnos el camino que tenemos que recorrer: abajarnos para ser elevados, como Jesús. ¿Cómo vivo esto?

ORATIO:
     Este día es para estar mirando al cielo, como los apóstoles. Mirar al cielo y decir con el salmista “cuando contemplo el cielo obra de tus dedos…”
     Es para orar desde nuestro interior y pedirle a Jesús que nos enseñe a elevar todo, a mirar siempre al cielo. En unas ocasiones para darle gracias, en otras para pedir, pero siempre mirando al cielo y con los pies en la tierra.
     La Ascensión es la glorificación plena de Jesucristo. Es la confirmación del Padre de que todo lo ha hecho Jesús, ha quedado aprobado por el Padre.
     Señor que la alegría de tu resurrección y ascensión arrebate mi debilidad, para que como Pablo: cuando me siento débil, entones es cuando soy fuerte (2 Cor 12,19) Pide la Gracia para ser revestido de la fuerza de lo alto, como discípulos.

CONTEMPLATIO:
     Considera y contempla a Jesús que siempre anima a sentirse uno seguro y confiado en Él. Recuerda que te basta su Gracia para ser instrumento, testigo de Jesús Resucitado.
     Contempla en tu vida si también te inunda la alegría y bendices a Dios, como los apóstoles.



La adoración eucarística, experiencia de ser Iglesia (1)
Homilía de Benedicto XVI, pp emérito, en la misa y procesión eucarística de Corpus Christi



¡Queridos hermanos y hermanas!
     Esta tarde querría meditar con vosotros sobre dos aspectos, entre ellos conectados, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad.
    Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones no completas del Misterio mismo, como aquellas que se han dado en el reciente pasado. Sobre todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos tras la Misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al término. Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II ha penalizado esta dimensión, restringiendo en práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo nutre y lo une a Sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, sigue siendo naturalmente válida, pero debe resituarse en el justo equilibrio. En efecto –como a menudo sucede- para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro. En este caso, la acentuación sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como “Corazón latiente” de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
     En realidad es equivocado contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia. Es justo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el “ambiente” espiritual dentro del que la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. Sólo si es precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que El, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, después de que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestro sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
     En este sentido, me gusta subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración, estamos todos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del Amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido diversas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes, recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vela eucarística preparan la celebración de la Santa Misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento, es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que se acompaña en modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntos. Para comunicar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la misma comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:/ tu has roto mis cadenas./ Te ofreceré un sacrificio de alabanza/ e invocaré el nombre del señor” (Sal 115,16-17).

LA HERMANDAD DEL ROCÍO NOS INVITA A SU MISA DE ROMEROS


ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA
IGLESIA DE SAN JOSÉ
Cádiz  Extramuros


AVISO PARA ADORADORAS/ES DEL TURNO NÚM. 5 DE MARÍA AUXILIADORA Y SAN JOSÉ





sábado, 4 de mayo de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 5 DE MAYO, 6º DE PASCUA


Confiar en Jesús

Juan 14:23-29      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.
     Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo>

Otras lecturas: Hechos 15:1-2, 22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21:10-14, 22-23

LECTIO:
     Seguimos leyendo esta semana la enseñanza que Jesús les ofreció a sus discípulos en el contexto de la Última Cena (Juan 14-17). El texto de hoy es la respuesta a una pregunta de otro discípulo llamado Judas. ((Juan 13:31-35) nos aclara que no es Judas Iscariote, ya que éste se había marchado antes para traicionar a Jesús.)
     Jesús acaba de decir que se manifestará a quienes le aman (versículo 21). Judas está desconcertado. ¿Está diciendo Jesús que se va a mostrar solamente a los discípulos? Jesús no responde directamente a Judas, aun cuando es obvio que su entendimiento es muy limitado. Jesús sabe que los discípulos alcanzarán una visión más profunda después de su resurrección. Por eso, en este momento vuelve a poner de relieve su relación con Dios Padre. Recalca que su doctrina procede directamente del Padre y que lo más importante es que cada uno lleve a la práctica su enseñanza.  Pero Jesús deja bien claro que no espera que nosotros podamos hacerlo por nuestra cuenta. Dios Padre va a enviarnos un defensor. El Espíritu Santo nos enseñará todo lo que necesitamos para vivir, amar y servir a Jesús.
     Jesús les dice que va a dejarlos para ir al Padre. No desvela cuándo sucederá tal cosa, ni explica la naturaleza aterradora de su muerte. Lo que sí hace es infundirles confianza. Les promete que volverá a por ellos, que no se quedarán solos, sino que tendrán al Espíritu Santo para ayudarles, y que les dará su paz. Jesús quiere que confíen en él. Aunque por el momento no lo entiendan todo, verán más tarde lo que les estaba diciendo y creerán en él.

MEDITATIO:
¿Por qué pone Jesús tanto énfasis en que vivas abiertamente el mensaje del evangelio para expresar el amor que le tienes?
¿Te resulta fácil confiar en Dios cuando no obtienes las respuestas que esperas o no entiendes las cosas? ¿Qué podemos aprender de este pasaje que nos ayude?
¿Cómo te relacionas con el Espíritu Santo? ¿Le pides ayuda para llevar a la práctica en tu vida las enseñanzas de Jesús?
¿Cómo nos deja Jesús su Paz?

ORATIO:
     Dale gracias a Dios por haber enviado a Jesús y al Espíritu Santo. Pídele a Dios que te hable y te muestre cómo quiere que le respondas en el día de hoy. Puede ser con una palabra o una expresión del pasaje de la sagrada Escritura, o tal vez con algo provocado por alguna de las preguntas anteriores. Tómate tu tiempo.

CONTEMPLATIO:
     Piensa en lo mucho que te quiere Dios y en la manera en que te ha manifestado su amor hacia ti.
     Asómbrate ante la maravillosa promesa de que el Padre y Jesús vendrán a vivir con nosotros.