TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 20 de septiembre de 2020

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 20 DE SEPTIEMBRE DEL 2020, 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Arzobispo de Toledo. Primado de España)

 «MIS PLANES NO SON VUESTROS PLANES»

 

Mt. 20. 1-16

 

       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

 Otras Lecturas: Isaías 55,6-9; Salmo 144; Filipenses 1,20c-24.27ª

 LECTIO:

     El Evangelio de este domingo trata de aclarar, de precisar mejor lo que implica seguir a Jesús y formar parte de su nuevo Pueblo. Será Pedro quien coja la palabra para abundar en el tema: "nosotros lo he­mos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué obtendremos como recompensa?"… La parábola de Jesús era clara hasta la provocación. Desde el amanecer hasta el atardecer, incluyendo la media mañana, el medio día y la media tarde, el propie­tario de la parábola fue contratando en diversos turnos a varios jornaleros.

     Tan sólo con los de la primera hora había fijado el salario: un denario por jornada. Al resto les pagaría "lo debido". El momento del pago resultó un tanto emocionante cuando a los de la última hora les entregó precisamente un denario: exactamente igual que a los primeros.

     Esta era la respuesta de Jesús a Pedro. Y este era el "convenio laboral" de aquel propietario que en el fondo representa a Dios. A unos y a otros da lo mismo, o mejor di­cho, les da lo más que puede dar: a su propio Hijo. Y este "salario" lógicamente, no está en función de las horas trabajadas, sino en función de la generosidad del dueño de la viña: su amor desmedido… (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo).

 

MEDITATIO:

     El dueño de un viñedo, que representa a Dios, sale al alba y contrata a un grupo de trabajadores, concordando con ellos el salario para una jornada. Después sale también en las horas sucesivas, hasta la tarde, para contratar a otros obreros que ve desocupados. Al finalizar la jornada, el dueño manda que se dé dinero a todos, también a los que habían trabajado pocas horas […] Aquí Jesús no quiere hablar del problema del trabajo y del salario justo, ¡sino del Reino de Dios! Y el mensaje es éste: en el Reino de Dios no hay desocupados, todos están llamados a hacer su parte; y todos tendrán al final la compensación que viene de la justicia divina —no humana, ¡por fortuna! —, es decir, la salvación que Jesucristo nos consiguió con su muerte y resurrección. Una salvación que no ha sido merecida, sino donada, para la que «los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos». (Papa Francisco)

     Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por los «pensamientos» y por los «caminos» de Dios que, como recuerda el profeta Isaías no son nuestros pensamientos y no son nuestros caminos. Los pensamientos humanos están, a menudo, marcados por egoísmos e intereses personales y nuestros caminos estrechos y tortuosos no son comparables a los amplios y rectos caminos del Señor. Él usa la misericordia, perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que vierte sobre cada uno de nosotros, abre a todos los territorios de su amor y de su gracia inconmensurables, que solo pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría. (Papa Francisco)

 ORATIO:

     Señor, gracias por salir a mi encuentro a la “plaza de la vida”, donde estaba “parado” por no encontrar “propietario” que me ofreciera un “jornal justo”. Saliste a buscarme… Gracias por haber tenido la suerte de haber podido entrar a trabajar en tu viña.

Señor, concédenos la alegría de vivir sumergidos

en la generosidad del Padre,

conscientes que la recompensa será desproporcionada.

 CONTEMPLATIO:

«Amigo, ¿No nos ajustamos en un denario? »

      …En la viña de nuestro corazón es Dios el verdadero dueño y nosotros somos los operarios, llamados personalmente por Él para trabajarla. A lo largo de toda nuestra vida va saliendo a nuestro encuentro y nos llama, no busca su provecho, sino el nuestro y no se cansa, cualquier hora es buena para comenzar. En este texto resalta la justicia de Dios, a nadie le faltará lo necesario para vivir con la dignidad de un hijo de Dios, de eso ya se preocupa Él; aunque a nuestro alrededor se oigan voces de crítica, sin embargo, Dios no hace ninguna injusticia, porque les ha pagado lo que acordaron, lo que se creía correcto por jornada. A los “cotilleos” no les hace caso el Señor, lo que le interesa es que no nos falte lo necesario y la paga que nos regala es la vida eterna. A todos nos paga más de lo que merecemos, aunque hayamos comenzado a primera hora, así es el corazón de Dios, esa es su bondad. El amor es lo que hace a Dios salir al encuentro de los necesitados y no los abandona; como siempre, Él lleva la iniciativa, va en su busca, incluso cuando no se le ha pedido, porque el amor de Dios es muy grande y su misericordia es lo que nos salva (+ José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena)

 

 

  Se te llama a la hora de sexta; ven. El amo también te ha ofrecido un denario si vienes a la undécima, pero que vivas hasta la hora undécima, eso nadie te lo ha prometido. No digo hasta la undécima, sino hasta la séptima. ¿Por qué, cierto del salario, mas incierto del día, haces esperar a quien te llama? Mira, no te quedes, por tu dilación, sin la prometida retribución (Agustín de Hipona).

jueves, 17 de septiembre de 2020

 PRESENTE Y FUTURO DE LAS OBRAS EUCARÍSTICAS DE LA IGLESIA ( IV )

en el contexto de la nueva evangelización


4. Una espiritualidad verdaderamente eucarística.

 

      Es evidente que tal espiritualidad (eucarístico-litúrgica) no es cosa que atañe sólo a los adoradores asociados, sino de todo católico. Pero los miembros de Obras eucarísticas asumen una doble obligación a este respecto, la del ejemplo y la de la promoción.

      Ejemplares en la vida espiritual y promotora, entre todos, de la espiritualidad común de todo católico, la que brota de los Sacramentos y de la Palabra de Dios, que administra la Iglesia con la asistencia del Espíritu y unida a Cristo. Singularmente esta realidad se sostiene por medio de la Eucaristía, cima de la Iniciación y alimento permanente de vida cristiana.

   Dios actúa permanentemente en medio de los seres humanos por medio de la Eucaristía (de modo eminente). Por ello, a pesar de su incomprensibilidad fuera de la fe (que ya se manifestó en Cafarnaúm, tras el discurso del Pan de vida −Jn 6, 60-61−), y que llevó en los primeros tiempos a envolverla en la disciplina del arcano, la celebración eucarística posee también una dimensión apologética: es signo elocuente de la Iglesia y expresión de su misterio divino de comunión, comunión en Cristo y sus Dones, (frutos de su Misterio Pascual). Sacramento de nuestra Fe, encuentro salvador con Dios, eclosión de Verdad y de Bien, fuente de conversión y santificación, irradiante Gloria, expresión de Belleza, que genera belleza, fiesta primordial.

  Tal presencia activa de Dios en la celebración eucarística reclama la obediencia de la Fe y la decidida voluntad de participación. Participar, para cumplir el mandato “haced –esto– en memoria mía”. Por eso la máxima expresión de participación será, en lo ritual, la comunión sacramental y, en lo existencial, la santidad. Pero estas realidades culminantes vienen precedidas de todo un proceso, litúrgico y de conversión-santificación.

      En lo litúrgico la comunión está precedida por ir y  entrar en la iglesia, por acudir a la celebración, por reconocerse indigno (siempre) de entrar en la presencia de Dios (acercarse al altar y acto penitencial), por fijar la mirada en Él (kyries, gloria, “oremos”), por escuchar a sus voceros (lecturas del A. Testamento o de las Epístolas), por alzarnos gozosos a escuchar al Verbo encarnado en el Evangelio y asimilar todo esto eclesialmente (homilía); para proseguir, renovado el empeño, queriendo actualizar su memorial (presentación de los dones) y acompañándole espiritualmente con nuestra ofrenda sobre el altar del Sacrificio; entonces, Palabra suya y materia nuestra se encuentran sobre la “piedra-escala” (altar) y la Plegaria Eucarística, con las palabras institucionales y la invocación del Espíritu, consagra los dones y misteriosamente nos dispone y acerca al Sacramento en una progresiva aproximación e identificación con el mismo, obra toda de Dios, que espera nuestra acogida religiosa y de fe (“hágase en mi según tu palabra”, María modelo de participación); finalmente Padrenuestro, rito de la paz y fracción del pan buscan abrir y disponer totalmente mentes y corazones para la comunión eucarística que, proyectada hacia la vida (oración, bendición y envío: nótese aquí que aun cuando no se haya podido comulgar, por circunstancias personales, la participación gradual en la eucaristía obtenida hasta la “presentación de dones” o hasta la solemne conclusión de la “Plegaria Eucarística” es ya una gracia de conversión que se proyecta a la vida y prepara una participación más perfecta), reclama una “asimilación” personal y comunitaria en la oración y la adoración.

      En lo existencial el proceso, fundado y alimentado por la Eucaristía y guiado por la Reconciliación sacramental, llevará a un crecimiento orgánico y progresivo de la identificación con Cristo que excluye el pecado y abraza cada vez más la voluntad del Padre que se expresa en operosa caridad (Dios es amor −1 Jn 4, 16−).

   El “haced esto” evidentemente no puede limitarse a un obrar ritual, implica el Rito, mediante el cual la acción de Dios se actualiza entre nosotros y se hace accesible, pero va más allá del mismo reclamando no un simple mimético acompañamiento del Maestro (como de teatro), sino un real acto esponsal, de libre entrega e identificación con Él. Como diría san Pablo: “vivo yo, más ya no soy yo, que es Cristo que vive en mí” (Gal 2, 20). Por eso el mismo Rito se llena de trascendencia, excluye toda improvisación o trivialidad y reclama, en su reiterabilidad, una creciente conciencia y compromiso personal. Algo que tiende a actos intensos de amor que sacuden y reestructuran, desde dentro, la propia persona. Actos que se convierten en vivencias que fundan y desarrollan la fe y que transforman, a quien los vive, en testigo de la Persona y obra de Cristo. Tal experiencia del Misterio forma la trama de la mística cristiana y precisa de amplios espacios de asimilación, que prolongan la celebración eucarística en oración y adoración (como hacía la Virgen María cuando “conservaba todo esto en su corazón” Lc 2, 51). Esta Espiritualidad es la que se refleja en la vida de la primitiva Comunidad de Jerusalén (sumarios de Hch 2 y 4) y que ha sido como un punto permanente de referencia en la historia de la Iglesia siempre que ésta ha querido purificarse, reformarse, para cumplir mejor su misión, para ser más fiel al mandato de Cristo. (…)

         

      +Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.


lunes, 14 de septiembre de 2020



     La costumbre de venerar la Santa Cruz se remonta a las primeras épocas del cristianismo en Jerusalén. Esta tradición comenzó a festejarse el día en que se encontró la Cruz donde padeció Nuestro Señor.
     Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo. La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.
     La Iglesia en este día celebra la veneración a las reliquias de la cruz de Cristo en Jerusalén, tras ser recuperada de manos de los persas por el emperador Heráclito (siglo VII). Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso cargar una cruz hasta su primitivo lugar en el Calvario, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto puso el madero al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó paralizado. El patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la cruz en el sitio donde antes era venerada.
     Los fragmentos de la santa Cruz se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos los fieles veneraron las reliquias con mucho fervor, incluso, se produjeron muchos milagros. Para evitar nuevos robos, la Santa Cruz fue partida. Una parte se llevó a Roma, otra a Constantinopla; una se dejó en Jerusalén y una más se partió en pequeñas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero.


viernes, 11 de septiembre de 2020

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 13 DE SEPTIEMBRE DEL 2020, 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Arzobispo de Toledo. Primado de España)


«SEÑOR, SI MI HERMANO ME OFENDE, ¿CUÁNTAS VECES TENGO QUE PERDONARLO?»



Mt. 18.21-35


      En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
     Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
     Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
     Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Otras Lecturas: Sirácida 27,33-28,9; Salmo 102; Romanos 14,7-9

LECTIO:
     El domingo pasado Jesús nos hablaba de la corrección fraterna, en este domingo nos habla del perdón a quien nos ha ofendido. ¿Cuántas veces tengo que perdonar?, le preguntan. ¿Hasta siete veces? Es número completo, que señala la perfección. Es decir, si llego a perdonar siete veces, ya he dado la talla de la perfección. Y Jesús responde: -No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18,22). Esto es, sin límite, siempre.
     Y les puso una parábola para explicar esta enseñanza. Jesús es verdadero maestro y gran pedagogo a la hora de hacernos entender las cosas grandes con ejemplos sencillos. Un hombre, deudor ante su dueño de una gran deuda, pidió a su dueño que se la perdonara; y se la perdonó. Y este mismo perdonado, ante un compañero que tenía pequeña deuda con él, le exigió que pagara hasta meterle en la cárcel. Cuando se enteró el dueño, indignado tomó cartas en el asunto y le ajustó las cuentas a este criado tan exigente con su compañero. “No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. 
     Jesús nos hace ver que el perdón a los demás tiene su fundamento en el perdón que hemos recibido nosotros de Dios. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)

MEDITATIO:
     El pasaje del Evangelio de este domingo nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el mal sufrido sino que reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, siempre es más grande que el mal que comete. …Y lo confirma contando la parábola del rey misericordioso y del siervo despiadado, en la que muestra la incoherencia de aquel que primero ha sido perdonado y después se niega a perdonar. (Papa Francisco)
  Desde nuestro bautismo Dios nos ha perdonado, perdonándonos una deuda insoluta: el pecado original. Pero, aquella es la primera vez. Después, con una misericordia sin límites, Él nos perdona todos los pecados en cuanto mostramos incluso solo una pequeña señal de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso. Cuando estamos tentados de cerrar nuestro corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del Padre celestial al siervo despiadado: «siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No deberías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Cualquiera que haya experimentado la alegría, la paz y la libertad interior que viene al ser perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar a su vez. (Papa Francisco)
     En la oración del Padre Nuestro Jesús ha querido alojar la misma enseñanza de esta parábola. Ha puesto en relación directa el perdón que pedimos a Dios con el perdón que debemos conceder a nuestros hermanos: «y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores». El perdón de Dios es la seña de su desbordante amor por cada uno de nosotros… (Papa Francisco)

ORATIO:
     Señor, Dios de amor y de Misericordia, perdona mi pecado y falta de misericordia. Ayúdame a pedir perdón con un corazón humilde y a perdonar a los demás como tú me perdonas.
Bendecimos a Dios, revestido de benevolencia,
porque Él perdona nuestras culpas
y cura todas nuestras dolencias.

CONTEMPLATIO:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete»

     Estamos tocando el núcleo del evangelio, el tema del perdón a quienes nos ofenden, que lleva incluso al amor a los enemigos. No hay doctrina más sublime en ninguna cultura ni en ninguna religión. Perdonar, perdonar siempre es la quintaesencia del cristianismo, es el amor más refinado. Es lo que ha hecho Jesús hasta dar la vida por nosotros. Quien recibe el Espíritu de Jesús, lleva en su alma este impulso a perdonar, como lo hizo él. Tenemos que ejercitarnos en ello, porque no sale espontáneo de la carne ni de la sangre.
    Así ha quedado plasmado en la oración principal del cristiano, el Padrenuestro: “Perdona nuestra ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Hay una correlación entre el perdón recibido y el perdón ofrecido, en ambas direcciones. Perdonar a los que nos ofenden nos capacita para recibir el perdón de Dios. Y al mismo tiempo, cuanto más recibimos el perdón de Dios y más conscientes nos hacemos del perdón que recibimos, más nos capacitamos para perdonar a los demás. En cualquier caso, sería una grave injusticia que no perdonáramos a los demás, cuando nosotros somos perdonados continuamente
     Qué sería de nosotros sin esta dinámica de perdón. Y esa misma dinámica es la que debemos contribuir a implantarse en nuestra sociedad(+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)


  Perdonadlo todo de corazón, perdonad cuanto tengáis contra quien sea de corazón; perdonad allí donde Dios ve. A veces el hombre perdona de palabra, pero se reserva el corazón, perdona de palabra por respetos humanos y se reserva el corazón porque no teme la mirada de Dios. Perdonad completamente todo; cualquier cosa que hayáis retenido hasta hoy [] Haced, pues, lo que está dicho: «Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores», y pedid con seguridad: «Perdónanos nuestras deudas», porque en esta tierra no podréis vivir sin deudas (Agustín de Hipona).

(Lc 6, 38)


SEPTIEMBRE 2020


«Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos» (Lc 6, 38)

     «Había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírlo...» (Lc 6, 17-18): así introduce el evangelista Lucas el largo discurso de Jesús que proclama las bienaventuranzas, las exigencias del Reino de Dios y las promesas del Padre a sus hijos.
     Jesús anuncia libremente su mensaje a hombres y mujeres de distintos pueblos y culturas que han acudido a escucharlo; es un mensaje universal, dirigido a todos y que todos pueden acoger para realizarse como personas, creadas por Dios Amor a su imagen.
«Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».

     Jesús revela la novedad del Evangelio: el Padre ama a cada uno de sus hijos personalmente, con un amor «desbordante», y le da la capacidad de expandir el corazón hacia los hermanos, cada vez con mayor generosidad. Son palabras acuciantes y exigentes: dar de lo nuestro; bienes materiales, pero también acogida, misericordia, perdón; con generosidad, a imitación de Dios.
     La imagen de la recompensa abundante vertida en el regazo nos da a entender que la medida del amor de Dios para con nosotros es desmedida, y que sus promesas se realizan por encima de nuestras expectativas, a la vez que nos libera de la ansiedad de nuestros cálculos y plazos y de la desilusión de no recibir de los demás según nuestra medida.
«Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».

     A propósito de esta invitación de Jesús, Chiara Lubich escribió: «¿Nunca te ha pasado, al recibir un regalo de un amigo, que también tú has sentido la necesidad de hacerle otro...? [...] Si te sucede así a ti, imagínate a Dios, a Dios, que es Amor. Él recompensa siempre cada regalo que hacemos a nuestro prójimo en su nombre. [...] Dios no se comporta así para enriquecerte o para enriquecernos. [...] Lo hace porque cuanto más tenemos, más podemos dar; para que -como verdaderos administradores de los bienes de Dios- hagamos circular todas las cosas en la comunidad que nos rodea [...]. Ciertamente, Jesús pensaba en primer lugar en la recompensa que tendremos en el Paraíso, pero todo lo que sucede en esta tierra es ya preludio y garantía de ello»[1].
«Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».

     Y ¿qué sucedería si nos comprometiésemos a practicar este amor juntos, con muchos otros hombres y mujeres? Ciertamente daría origen a una revolución social.
     Cuenta Jesús, de España: «Mi mujer y yo trabajamos en consultoría y formación. Nos apasionaron los principios de la Economía de Comunión[2] y quisimos aprender a mirar al otro: a los empleados, considerando los sueldos y las alternativas a los despidos necesarios; a los proveedores, respetando los precios, los pagos, las relaciones de larga duración; a la competencia, con cursos conjuntos y ofreciendo nuestra experiencia; a los clientes, aconsejándoles en conciencia aun a costa de nuestro propio interés. La confianza que se generó nos salvó cuando llegó la crisis de 2008. Más tarde, a través de la ONG «Levántate y Anda», conocimos a un profesor de español en Costa de Marfil que quería mejorar las condiciones de vida en su pueblo mediante un paritorio. Estudiamos el proyecto y le dimos la cantidad necesaria. No se lo podía creer. Tuve que explicarle que eran los beneficios de la empresa. Actualmente la maternidad «Fraternidad», construida por musulmanes y cristianos, es símbolo de la convivencia. En los últimos años los beneficios de nuestra empresa se han multiplicado por diez».




[1] C. LUBICH, Palabra de vida, junio 1978, en EAD., Palabras de vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 106-108.


miércoles, 9 de septiembre de 2020

PRESENTE Y FUTURO DE LAS OBRAS EUCARÍSTICAS DE LA IGLESIA ( III )
en el contexto de la nueva evangelización


   La adoración es parte esencial de la vida cristiana, pregusto de vida eterna. Es la urdimbre de la Liturgia y elemento indispensable dentro de la oración cristiana.
      La adoración, singularmente la adoración eucarística, que es el ápice significativo de la adoración cristiana, nace y se genera a partir de la santa Misa. Igual que la Liturgia de las Horas prolonga la Misa bajo la forma de alabanza, a lo largo del tiempo, de eucaristía en eucaristía. El culto eucarístico (ante el sagrario, el copón o la custodia) prolonga la Misa bajo la forma de adoración. De tal modo, podemos decir que toda “adoración” arranca de una celebración y culmina en otra, hasta llegar a la plena y directa vivencia de la eterna liturgia del Cielo.
      Igualmente, la adoración como acción sagrada o como forma de oración sólo es verdadera cuando transforma la persona, la comunidad y sus vidas.
  Precisamos introducir de nuevo esta dimensión de adoración en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestra liturgia. Esta será una gran tarea para la Iglesia, tarea que concierne de modo muy particular a todas las Obras Eucarísticas de la Iglesia, desde la peculiaridad propia de cada una de ellas.
      Sin perder nada de la confianza filial para con nuestro Dios, Trino y Uno, hemos de esforzarnos por recuperar el santo temor de Dios (que no es miedo, sino verdad, sólo Dios es Dios, nosotros obra de sus manos). Temor de Dios que se traduce en sentido de lo sagrado, un adecuado equilibrio de “continuidad-discontinuidad” entre lo “natural” y lo “sobrenatural”. De modo que lo sobrenatural no se torne inaccesible e imposible, ni tampoco se trivialice.
    Personalmente creo que es indispensable recuperar el lenguaje religioso de lo sagrado que tiene fundamento bíblico. El Padrenuestro, los salmos y cánticos nos dan el vocabulario de la oración de la fe, los gestos de los orantes bíblicos nos dan los gestos de la oración cristiana. Hay que enfatizar hoy gestos de adoración (gestos de fe): postrarse, ponerse de rodillas, hacer genuflexión, inclinarse profundamente, inclinar la cabeza. Dejar de llamar a Dios “Padre”, sería renegar de Cristo, dejar de doblar ante Él las rodillas también es una traición. Es verdad, somos hijos, no simples siervos, pero somos hijos “en el Hijo”, que es el “Siervo”. Son las aparentes paradojas de nuestra fe que nos educa para la “visión”, que se cumplirá en el Cielo. Un cielo que el libro del Apocalipsis nos anuncia con los claros tintes de una gran liturgia de alabanza y adoración.
      Creo que nos resulta indispensable recuperar el valor de la escucha y del silencio. 

·        Silencios en la Liturgia (antes de la Misa; en el acto penitencial; antes de la Oración Colecta;
·         tras las Lecturas;
·        durante la presentación de los dones;
·        rodeando el relato de la institución −consagración− dentro de la Plegaria Eucarística;
·         antes del Padrenuestro −que inicia la preparación para la Comunión− ;
·         y, finalmente, tras la Comunión); silencios en la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria (sería negar la adoración eucarística instrumentalizar la “exposición del Santísimo” para simplemente acompañar −solemnizar− una novena o una Hora del Oficio Divino, igualmente, siendo plenamente recomendable a lo largo de una exposición amplia −prolongada− proclamar textos de la Palabra de Dios, realizar “preces” o letanías, o celebrar alguna hora del Oficio, no se puede convertir el tiempo de la adoración del Santísimo en una abigarrada y atropellada sucesión de rezos, lecturas y cánticos, sin respiro, casi sin sentido).

   Todo esto obliga a afrontar seriamente hoy en nuestra Iglesia la cuestión de la adoración. Obliga a los Pastores, obliga singularmente a todas las Asociaciones y Hermandades eucarísticas y obliga a todos los fieles cristianos.
   Quisiera ahora mirar un poco hacia el futuro y apuntar dos líneas de acción para las Obras eucarísticas de la Iglesia en clave de Evangelización: 1) la necesidad de sólida formación; y 2) la necesidad de una espiritualidad verdaderamente eucarística.

3. Necesidad de una sólida formación para los miembros de las Obras eucarísticas de la Iglesia.

   Creo que esta formación tendría que abarcar tres campos: el teológico, litúrgico y espiritual, (para lo cual el instrumento privilegiado ha de ser el Catecismo de la Iglesia Católica, singularmente las “partes” dedicadas a la Liturgia y a la Oración, –junto al cual estarán la OGMR (Ordenación general del Misal Romano) y los Praenotanda del Ritual para el Culto Eucarístico fuera de la Misa–); en segundo lugar el bíblico (que puede apoyarse sobre un buen “diccionario de teología bíblica” o sobre las “introducciones y notas” de una Biblia oficial −como es el caso de España−); finalmente no puede faltar la atención al campo pastoral (donde son textos de referencia las exhortaciones Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, y Christifideles laici del beato Juan Pablo II −e incluso el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia).

1.-Formación teológica, litúrgica y espiritual.

  Una sólida formación litúrgica, teórica y práctica, para comprender que celebración (1), comunión (2), adoración-oración (3) y vida (4) son momentos de un mismo proceso sacramental. Momentos que constituyen una única realidad orgánica, reclamándose unos a otros para asegurar su veracidad y eficacia. No podemos descuidar ninguno de ellos, pero, sí podemos insistir en alguno en particular, cuando las circunstancias lo reclaman.
  Las Obras eucarísticas de la Iglesia, según su especificidad fundacional, pueden poner acentos particulares en su formación y actividad, hasta llegar a destacar alguno o algunos de estos momentos, pero no pueden descuidar ninguno de ellos. De esta formación teológica surge un ars celebrandi así como una “calidad” de la adoración y unos más fecundos frutos de la comunión, que se traducen en la vida de santidad y de apostolado.

2.-Formación bíblica.

    La formación bíblica ha de hacer posible una escucha más dócil y fructuosa de la Palabra de Dios, una mayor capacidad para comprender el lenguaje de la fe, que empapa la oración cristiana. Y, lo que es más importante, ayudará a entender que la Palabra de Dios es mucho más que una colección de testimonios de fe del pasado, que es en realidad palabra viva y eficaz que se descubre operante en el Sacramento. Del mismo modo que la Palabra ayuda a descubrir la presencia sacramental, la presencia lleva a acoger la Palabra como donación de Dios y Obra de Dios.
  Interesa fundamentalmente en esta dimensión formativa conocer la organicidad de los libros bíblicos, el desenvolvimiento de la Historia de Salvación y el conocimiento de los personajes, acontecimientos y realidades, que adquieren progresivamente un valor tipológico y desarrollan los grandes temas bíblicos (sacrificio, alianza, mesianismo…).
   Tal formación bíblica permitirá descubrir el íntimo vínculo entre la escucha receptiva de la palabra y la comunión sacramental, entre la lectio divina y la adoración silenciosa, y entre la narración de los hechos inspirada por Dios y los hechos que transforman la realidad, obedeciendo la Palabra escuchada y acogida.

3.-Formación Pastoral.

     Esta buscará la eclesialización de la propia vida, la integración de los procesos sacramentales personales en el gran dinamismo sacramental de la vida eclesial. No se trata tanto de ofrecer “recetarios” prácticos para la acción, cuanto ayudar a descubrir el sentido “coral” (o sinfónico) de la existencia cristiana. Si el obrar sigue al ser el ser se vive en el obrar.
     La formación pastoral nos hace conscientes, gradualmente, de nuestra pertenencia a la Iglesia y de nuestra dignidad y misión, dentro de ella. Las Obras eucarísticas de la Iglesia, es verdad que no se definen por sus obras de apostolado, caridad, o acción cultural y social, pero, consagrándose a cultivar la adoración en sus múltiples formas y la espiritualidad eucarística, están provocando en la Iglesia un constante flujo de santidad y de compromiso cristiano. Esta “frontalidad” se ha de manifestar en la vida de sus miembros y en las consecuencias comunitarias de su presencia y acción, en las parroquias o diócesis donde están presentes. (…)


   +Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.