TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

jueves, 31 de octubre de 2019

ES BUENO QUE RECÉIS POR LOS DIFUNTOS


Visitad los cementerios

     Como es costumbre en nuestra tradición cristiana, vais a visitar los cementerios. Junto a esa invocación a Todos los Santos para que intercedan por nosotros, tenéis un recuerdo especial por aquellos que conocisteis y con los que vivisteis momentos especialmente importantes en vuestra vida. También queréis para ellos esa plenitud de vida de estar junto a Dios. Es bueno que no entréis en la cultura del “olvido”, que es la de hombres y mujeres sin patria y sin suelo, sino en la de las raíces que nacen del “recuerdo” de aquellos que os precedieron y que pusieron suelo y fundamento a sus vidas en Jesucristo.

   Convencidos de que en la vida y en la muerte somos de Dios

     Cuando vais a los cementerios, estoy seguro que no lo hacéis por una costumbre más de las muchas que tenemos en nuestra vida. En nuestro pueblo, lo que es patrimonio de todo ser humano, como es vivir desde la convicción de que “somos de Dios en todas las circunstancias y acontecimientos de nuestra existencia”, está muy presente. Es muy difícil encontrar a alguien que, desde planteamientos quizá diferentes, no tenga en lo más profundo de su corazón estas convicciones existenciales. De tal manera, que pocas personas faltan a esa cita anual ante la tumba de sus seres queridos. Y ello, no es resultado de costumbres ancestrales, sino de convencimientos profundos nacidos de ese manantial que está en lo más hondo del corazón del hombre que nos dice que “somos de Dios y para Dios”. ¡Qué toque especial habrá dado Dios a esta tierra, para sentir tan profundamente esta realidad! Es algo que nace de una profundidad muy distinta a lo que algunos quieren explicar, pues nace de Dios mismo. Nace de creer en eso que nos dice el Prefacio de la Misa de Difuntos: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

   Haced la visita al cementerio con una preparación

     Os propongo que para que esta visita a los cementerios sea más significativa para vosotros y para los vuestros, vayáis preparados. ¿Qué preparación os propongo? Id al cementerio así:

1º) Recordando.- la perspectiva que San Juan Pablo II en la carta apostólica Tertio millennio adveniente nos pedía: “Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera” (n. 49). A los que visitamos en nuestros cementerios ya hicieron esa peregrinación. Nosotros la estamos realizando en estos momentos.

2º) Celebrando el sacramento de la penitencia.- Es decir, con una vida que asume una versión nueva a través de la celebración del sacramento de la penitencia. Si es que no podéis hacerlo en estos días, hacedlo en esta semana próxima. El homenaje a nuestros seres queridos pasa por hacerlo vestidos con las galas mejores y ellas son la gracia de Dios y la acogida del amor incondicional de Dios para nosotros. ¡Qué belleza tiene una oración delante de los nuestros, ofrecida y realizada habiendo puesto la gracia del Señor en nuestra vida, es decir, ofrecida desde una comunión plena con Jesucristo! Y allí rezando por los vuestros decidle al Señor: “por ellos Señor y para ellos quiero alcanzar la belleza de la vida que Tú has puesto en mí”.

3º) Tomando conciencia de que estamos juntos, los seres por quienes rezamos y nosotros, miembros de la Iglesia. De ese Pueblo fundado por Jesucristo. Y esto no es cualquier cosa. El Señor nos hizo miembros de la Iglesia, para que seamos sus testigos en este mundo, para que demos a conocer su obra de salvación, para que sus obras se prolonguen a través de nosotros. En el recuerdo de los nuestros, pensad en lo que nos dieron: su vida, su amor, su fe, su fidelidad, su entrega, su generosidad. Lo mejor que somos y tenemos, ellos tuvieron parte en esta obra que somos cada uno de nosotros.

4º) Orad sincera y profundamente por los difuntos. No paséis por las tumbas de los vuestros sin más. Ellos se merecen un recuerdo desde el valor supremo, que es desde Dios mismo. Aquellos de nuestros difuntos que se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032). Así como en la vida terrena los creyentes estamos unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.

     Orad por vuestros difuntos.

De una carta Pastoral del Cardenal +D. Carlos Osoro.

viernes, 25 de octubre de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 27 DE OCTUBRE DEL 2019, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«¡OH DIOS!, TEN COMPASIÓN DE ESTE PECADOR»


Lc. 18, 9-14

     En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
     El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: « ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Otras lecturas: Eclesiástico 35, 12-14.16-19a; Salmo 33; 2Timoeo 4,6-4,8.16-18

LECTIO:
     Impresionante la parábola evangélica de este domingo, en la que nos sentimos reflejados. Nos sentimos reflejados en la actitud del fariseo que subió al templo. Cuántas veces delante de Dios le pasamos factura por el bien que hemos hecho. Pensamos que Dios nos tendría que tratar de otra manera, tendría que pagarnos los servicios prestados... Y si nos ponemos a compararnos con los demás, peor todavía. Pensamos tantas veces que el otro no se merece tanto bien como le acontece en la vida... 
     Por el contrario, el publicano subió a la oración con el alma humillada. Es consciente de su pecado, se da cuenta de que no tiene remedio por sí mismo. Que se ha propuesto tantas veces ser bueno y otras tantas le ha traicionado su debilidad. Ante Dios, le brota espontanea la humildad de reconocer lo que es, un pecador. No se compara con nadie…
     Jesús dijo esta parábola por “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” (Lc 18,9). Es una seria advertencia para nosotros, sus oyentes, sus discípulos. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)


MEDITATIO:
     Jesús quiere enseñarnos la actitud justa para orar e invocar la misericordia del Padre. Ambos protagonistas suben al templo a orar… El fariseo ora «de pie». Su oración en realidad es un alarde de sus propios méritos, con sentido de superioridad hacia los «demás hombres… Aquel fariseo ora a Dios, pero en verdad mira a sí mismo. En vez de tener delante de sus ojos al Señor, tiene un espejo. Más que orar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos. (Papa Francisco)
     El publicano se presenta en el templo con ánimo humilde y arrepentido… Su oración es breve: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador». Nada más… Actúa como un humilde, seguro solo de ser un pecador necesitado de piedad… Solo puede mendigar la misericordia de Dios. (Papa Francisco)
     De estos dos, ¿Quién es el corrupto? En la vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja a Dios y a los demás. La humildad es la condición necesaria para experimentar la misericordia que colma nuestros vacíos. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los hombres. Delante de un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Señor Jesús, tu mandamiento de amarnos como tú mismo nos amaste nos hiere el corazón y nos haces descubrir con dolor qué lejos andamos de habernos revestido de tus sentimientos de misericordia y de humildad.

Señor, mi corazón es soberbio, me cuesta olvidar;
me lastiman las críticas, incomprensiones:
hazme humilde Señor.

CONTEMPLATIO:
«Os digo que éste bajó a su casa justificado»
     Jesús nos enseña a vivir en la verdad de nosotros mismos, sin fantasías que nos engañan. La humildad es vivir en la verdad, y la verdad es que no somos nada, recuerda santa Teresa de Jesús Pero en este poco o nada que somos, Dios ha fijado sus ojos para elevarnos haciéndonos hijos suyos. La gran dignidad humana se fundamenta en lo que Dios ha hecho por nosotros. Siendo injustos y pecadores, Dios ha tenido compasión de nosotros y nos ha hecho hijos suyos. No saber esto, lleva al ser humano a buscar apoyos ficticios, a apoyarse en sí mismo o apoyarse en los demás. La autoafirmación de sí mismo conduce al orgullo, y es una señal manifiesta de debilidad; o incluso lleva a apoyarse en el aplauso de los demás, que pasa como un ruido vacío
     La vida cristiana, la vida de Cristo en nosotros es un camino de humildad, que se alimenta de humillaciones. No nos apoyamos en lo que ya tenemos, y menos aún en el juicio ajeno, que tantas veces se equivoca. La vida del cristiano se apoya en Dios, esa es su roca firme. Y cuando se dirige a Dios, lo hace con plena confianza: Señor, ten compasión de este pecador. La oración hecha con humildad, nos va regenerando por dentro. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)



   Las súplicas y las palabras de los hombres que oran deben hacerse con un método que implique paz y discreción. Debemos pensar que estamos en la presencia de Dios. Hay que ser agradables a los ojos de Dios tanto por la postura como por el tono de la voz. Pues así como es propio de los desvergonzados estar siempre gritando, también lo es de una persona discreta el rezar con preces comedidas. (S. Cipriano de Cartago)

DIEZ REGLAS PARA REZAR CON SENCILLEZ
1.- Tómate cada día unos minutos de tiempo para estar solo y en paz. Relaja tu cuerpo, tu cabeza y tu corazón.
2.- Habla a Dios con sencillez y naturalidad y dile todo cuanto te preocupa. No es necesario que utilices fórmulas extrañas. Háblale con tus propias palabras. Él las entiende perfectamente.
3.- Entra en diálogo con Dios cuando estás en el trabajo diario. Cierra los ojos, aunque sólo sean dos segundos, donde quiera que estés en el negocio, en el autobús, en la mesa de trabajo…
4.- Haz convicción de esta verdad: Dios está contigo y quiere ayudarte. No es que tú estés acosando a Dios para que te dé Su bendición, todo lo contrario, es Él quien quiere bendecirte.
5.- Reza con la seguridad de que tu oración es inmediatamente eficaz, más allá de tierras y mares, y protege donde quiera que se encuentren tus seres queridos y hace que les llegue a ellas el Amor de Dios.
6.- Cuando reces, tienes que tener ideas positivas y apartar las negativas.
7.- Cuando te pongas a rezar reafirma siempre la actitud de estar dispuesto a aceptar, sea cual fuere, la voluntad de Dios.
8.- Cuando estás rezando déjalo todo en manos de Dios. Pídele que te dé fuerzas para hacer todo cuando esté en tus manos y, el resto, queda en buenas manos, en las Suyas.
9.- Di una buena palabra de intercesión por aquellos que no te quieren bien o te han tratado mal, eso te dará vigor y una fortaleza extraordinaria.
10.- Reza todos los días por tu país y por la paz en el mundo.
 José Sánchez Aguado

sábado, 19 de octubre de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 20 DE OCTUBRE DEL 2019, 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)


«HAZME JUSTICIA FRENTE A MI ADVERSARIO»

 Lc. 18. 1-8
     En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
     «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
     Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Otras lecturas: Éxodo 17, 8-13; Salmo 120; 2Timoeo 3,14-4,2



     La enseñanza de Jesús sobre la oración no era una cuestión banal. Él quería enseñar a sus discípulos a orar de tal manera que permanentemente pudieran estar hablando-con y escuchando-a Quien permanentemente está dispuesto a acoger nuestras palabras y a dirigirnos las suyas.

     El Maestro les propone una parábola con dos personajes curiosos: un juez y una viuda. La persona más desprotegida que demanda ayuda al juez menos indicado… Dice Jesús que aquél juez terminó por ceder ante la viuda y determinó hacer justicia ante el adversario de ésta… por puro temor y para que le dejasen en paz y para que no lo siguiera fastidiando.
     Aquí se pararía el Señor y les diría a los discípulos: ¿os dais cuenta qué ha hecho este juez injusto? Al final ha hecho justicia ante una pobre mujer que suplicaba. Un hombre que no ha sido capaz de hacerlo por la verdadera razón: el servicio al otro, el derecho del otro, el amor al otro, lo hizo por egoísmo, por amor a sí mismo… pero lo hizo. ¿Y Dios? ¿Qué hará Dios? ¿Cómo se comportará ante sus elegidos que día y noche le gritan y suplican? (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)


     La parábola contiene una enseñanza importante: «es necesario orar siempre sin desanimarse». No se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de la viuda y el juez. (Papa Francisco)
     Orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Jesús nos asegura que Dios escucha siempre a sus hijos, aunque no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. (Papa Francisco)
     «No se haga mi voluntad, sino la tuya». El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso. (Papa Francisco)


     Señor Jesús, enséñanos una oración perseverante, que no ceda a cansancios y desánimos, que no se turbe ante el aparente silencio de Dios.

Señor, regálame la fe inquebrantable
y la confianza insistente
de la viuda desamparada.

« Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche? »


     El cristiano es el que precisamente aprende a vivir desde la inagotable relación con su Dios y Señor, en un continuo cara a cara ante su bendito Rostro, con un constante saberse mirado por los ojos de Otro. Esta Presencia que es siempre compañía y jamás se escurre como fugitiva, no nos ahorra a los cristianos la fatiga apasionante del vivir de cada día con todas sus luces y sus sombras, pero sí que nos permite vivirlo de otro modo, desde otros Ojos que nos ven, desde otro Corazón que nos ama y por nosotros palpita y desde otra Vida que nos acoge regalándonos la dicha.
     La oración, como certeza de una compañía de aquel que nos habla y nos mira, es una educación para la vida: también nosotros cristianos podemos sufrir todas las pruebas, pero nunca con tristeza y desesperanza. La circunstancia puede que no cambie, pero sí nuestro modo de mirarla y de vivirla, porque sabemos que Dios nos la acompaña sin interrupción, en horario abierto y sin declino. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)



   Orad sin cesar» nos manda el apóstol Pablo (1 Tes 5,17). Recordando este precepto, Clemente de Alejandría, escribe: «Se nos ha mandado alabar y honrar al Verbo, que sabemos es el Salvador y el Rey, y por él, al Padre, y no tan sólo unos días escogidos, como lo hacen otros, sino constantemente a lo largo de toda nuestra vida y de todas las maneras posibles». En medio de las ocupaciones de la jornada, en el momento de vencer la tendencia al egoísmo, cuando experimentamos el gozo de la amistad con otros hombres, en todos esos momentos el cristiano debe encontrarse con Dios. (San Josemaría Escrivá, Pb)

viernes, 18 de octubre de 2019


20 DE OCTUBRE, JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES



     El domingo 20 de octubre se celebra en todo el mundo la Jornada Mundial de las Misiones, el DOMUND. Un día dedicado a rezar por la Misión de la Iglesia y a ayudar a los misioneros. Este año, además, tiene un carácter especial pues es el momento principal del Mes Misionero Extraordinario, convocado por el papa Francisco para octubre de 2019, con el lema “Bautizados y enviados, la Iglesia de Cristo en misión por el mundo”. El Santo Padre celebrará la Eucaristía a las 10.30 horas desde la Basílica San Pedro.


     Las Obras Misionales Pontificias son las encargadas de promover esta Jornada. En España, como cada año, hacen públicos unos materiales didácticos y litúrgicos para vivir el DOMUND. También hacen públicos los datos de las misiones y las cifras de la recaudación de la campaña del año anterior.
     En la actualidad hay cerca de 11.000 misioneros españoles en el mundo, según los datos registrados en la base de datos de Obras Misionales Pontificias España:

– Los misioneros españoles están en 134 países.
– El país con más misioneros españoles es Perú (745).
– Unas 387 instituciones envían misioneros a la misión.
– Hay casi 100 obispos, que salieron de España como misioneros y han sido consagrados obispos en la misión

     Las muertes violentas de varios misioneros españoles de este último año les han puesto, desgraciadamente, de actualidad. Hay muchas más razones por las que merecen ser conocidos los 11.000 misioneros españoles y la Misión de la Iglesia católica. El Papa Francisco nos ha dado una ocasión estupenda en octubre 2019 para dar a la Misión el protagonismo que merece. Ha pedido que ese mes de octubre sea un Mes Misionero Extraordinario, dedicado de una forma especial a las Misiones. En ese mes destaca especialmente la Jornada del Domund del 20 de octubre.



PARA EL DIALOGO Y LA MEDITACIÓN

OCTUBRE: MEDITACIÓN SOBRE LA SANTA MISA


     Quisiera saber transmitiros los sentimientos que me embargan al escuchar la segunda parte de la plegaria Eucarística, con una fuerza no menor que cualquiera de los poemas escritos por grandiosos que sean los poetas. Es una oración de súplica y una oración de alabanza dirigida al Padre.
     Me sobrecoge caer en la cuenta de que hay un intervalo de tiempo entre las palabras de la consagración que anuncian la fracción del pan y el momento posterior en que el celebrante lo parte. Me parece que se detiene el tiempo de Cristo, y que en su presencia crucificada, muerto ante nosotros, nada menos que se lo ofrecemos al Padre, como pan de vida y cáliz de salvación y le damos gracias porque por su Hijo nos hace dignos (mucho más que considerarnos dignos) de servirle en su presencia.
     Y en ese momento sobrecogedor, ante Jesús suspendido en la Cruz, le pedimos al Padre – al que todo lo que pidamos en su nombre nos dará- por la unidad de la Iglesia y su perfección por la caridad, por el Papa y todos los pastores, por los difuntos; y para nosotros, misericordia, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.
     Si la poesía es palabra emocionada, capaz de suscitar los sentimientos más nobles, la verdad, la belleza y el bien, convierten esta oración en momento en sublime.

3ª PARTE,  RITO DE LA COMUNIÓN

     En esta tercera parte nos acercamos, como en las celebraciones sacrificiales antiguas, al momento en que los fieles somos invitados a participar en la comunión de la víctima pascual sacrificada. Las palabras de Cristo: “el que coma de este pan vivirá para siempre”, centran la tercera parte de la misa. El pan y el vino consagrados por el sacerdote se han transustanciado en el cuerpo y la sangre de Cristo muerto, sí, pero resucitado, vivo para nuestra vida y vivo entre nosotros para crecer en su amor.
     Si en la primera parte alabamos a Dios con himnos hechos por los hombres y lo escuchamos en las lecturas al leer su palabra revelada del Antiguo o del Nuevo testamento y proclamamos el Credo como expresión de la fe de la Iglesia, ratificada por la asamblea de los creyentes. Si en la segunda, en el sacrificio eucarístico alabamos a Dios con himnos aprendidos de los ángeles al entonar el sanctus, o recuperamos la antigua alianza rota por el pecado, mediante el memorial de la muerte y resurrección del Señor ofrecido incruentamente al Padre en unidad del Espíritu Santo, por Cristo con Él y en Él y reconocemos todo el honor y toda la gloria. Será en la tercera parte, cuando Dios mismo se acerca en ágape fraterno, como encuentro personal y alimento para cada uno de los participantes, entrar en nuestra alma y montar un tabernáculo de amor en el interior de cada uno, anciano, joven niño, hombres y mujeres. El Dios escondido entra en intimidad inaudita con cada uno de nosotros, a pesar de nuestra indignidad ontológica, pero debidamente preparados con las ropas apropiadas al banquete de  boda al que hemos sido invitados.
     En esta tercera parte va a tener lugar lo que Santa Teresa llamaba “encuentro de amistad con quien sabemos nos ama”. Es la hora de silencio, para escuchar; de la acción de gracias por tantos beneficios, y de las súplicas por tantas necesidades de nosotros y del mundo entero; es como decía a sus Monjas: Es el momento de la negociación. Santa Teresa y tantos santos, obtuvieron sus gracias, en el encuentro de la comunión. Los adoradores lo prolongamos en la media hora de meditación silenciosa.
     El ara del altar se ha configurado en la mesa del banquete. Aparentemente todo sigue igual, pero ahora, manteles y corporales adquieren protagonismo, vamos a participar en el banquete del Cordero sacrificado, del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
     Dos “amenes lo estructuran” y una cuarta elevación del cáliz y de la Hostia Santa. En el primer amén cerramos la plegaria eucarística con la exaltación por Cristo con Él y en Él, en unión con el Espíritu Santo, al Padre, a quien damos todo honor y toda gloria.
     El segundo amén, es personal, es el que pronunciamos asintiendo a las palabras de quien nos acerca al Señor, nuestro  Amén ratifica la divinidad del cuerpo que recibimos y asentimos al deseo de que este cuerpo sirva de alimento para la vida eterna. La sucesión de cada uno de los elementos va configurando una sinfonía in crescendo. Rezamos el padre nuestro, proclamamos nuestra esperanza en la gloriosa venida de Jesucristo a quien le reconocemos el reino, el poder y la gloria, como Señor del tiempo y de la historia, recordamos que sólo Jesús es el príncipe de la paz de quien procede la paz y la unidad para la Iglesia y para el mismo mundo. Se realiza, en la unión de un fragmento de la Hostia con el vino, gesto menor en apariencia; en la unión del cuerpo y de la sangre se nos presenta visiblemente que Cristo ha resucitado.
     Es en este momento de la fracción del pan, el que en la última Cena tuvo lugar a continuación de la consagración, cuando se termina esa suspensión del tiempo que nos hace contemplar, mientras brotan a sus pies nuestras oraciones, a Cristo pendiente en la cruz, ofrecido al Padre para restaurar la Alianza, al que le dirigimos la segunda parte de la plegaria Eucarística y el comienzo del rito de la Comunión.
     Éste es el momento en que Cristo, como Cordero Pascual que quita el pecado del mundo y que nos trae la Paz, atrae nuestras miradas. Si antes nos dirigíamos al Padre, ahora centramos nuestra atención directamente en Jesucristo, que nos va a llegar como alimento para la vida eterna. Sin la Eucaristía no podemos vivir, sin su comunión se hace largo y pesado el camino. Es la apoteosis del encuentro del creyente en la intimidad de su espíritu con el Señor.
     Tomar conciencia de la maravilla de este misterio nos hace agradecidos. Sin este encuentro es muy difícil la fidelidad. Sin esta experiencia de Dios, sin este encuentro con el Dios personal que nos ama, se reduce la celebración a un rito sociológico de costumbres sin alma, vacío y rutinario. Abandonarnos, en la intimidad, a solas nada menos que con Dios, en Jesucristo y en Él con el  Dios Trinitario, hace del vivir un gozo aún en las adversidades e inclemencias de la vida, porque todo adquiere su verdadero sentido.
     La oración última de comunión refuerza el don recibido y suplica a Dios su eficacia sobrenatural en nosotros.
     Dos momentos os ofrecemos a vuestra consideración: el padre nuestro y el rito de conclusión.
     Incrustada en la liturgia de la misa aparece solemnemente la oración que el mismo Cristo nos enseñó. Es una oración sin duda para repetirla en todo tiempo y lugar, como modelo perfecto de oración de alabanza y de súplica. Pero es en este momento de la misa cuando adquiere sentidos y resonancias inimaginables humanamente. ¡Qué audacia la nuestra! Nada menos que llamar a Dios Padre y no metafóricamente como a los antiguos dioses, sino realmente por ser hijos adoptivos rescatados y redimidos por el Verbo encarnado.
     Cuando lo rezo en la misa me parece hacerlo primigeniamente, como si fuera la primera vez en el mundo; precisamente porque lo hacemos a continuación de haber alcanzado la restauración de la Alianza por Cristo. Por ello el celebrante nos invita:
     Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
     O bien:
     Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó.
     Son dos fórmulas que hacen referencia, la primera a nuestra audacia de atrevernos a llamar Padre a nuestro Dios; la segunda a la alegría por la filiación divina que se nos ha concedido.
     Son como dos aldabonazos que resuenan al rezar el padrenuestro. Uno mira al asombro y al agradecimiento. El otro al Señor que vamos a recibir en el banquete de la comunión, y que hace que adquieran sentidos especiales el pan nuestro que pedimos para cada día, además del que satisface nuestras necesidades materiales, el perdón de los pecados, el librarnos de la tentación y el librarnos del Mal.
     El segundo momento que queremos destacar es el rito de conclusión. Parece que el final se precipita como si tras un ritmo sosegado, tuviéramos prisa por concluir. Y, sin embargo, en su brevedad, es un colofón cargado de sentido y de unción. Nada menos que el deseo de que Dios nos acompañe a lo largo de la semana, día a día, momento a momento. No es una fórmula vacía ni trivial. El celebrante pronuncia un deseo para toda la asamblea: El Señor esté con vosotros y respondemos: y con tu espíritu. Pero a continuación pronuncia la bendición de Dios. Nada menos que el reconocimiento de Dios por haber participado en el misterio y celebración tan sobrenatural, que nos imparte el bien que necesitamos.
     Pero queda algo muy importante, consecuencia de la bendición de Dios. Si asiste un diácono, él lo proclama. Podéis ir en paz. Demos gracias a Dios. No es que se nos avisa que ya podemos irnos, aunque sea en paz. Ite, misa est. No, de ninguna manera.  Los frutos de los dones recibidos están para ser distribuidos en medio del mundo. Nuestra eucaristía tiene que dar sus frutos precisamente al salir de la iglesia. De entre las fórmulas posibles me parece muy iluminadora la que dice: –“Ite ad Evangelium Domini nuntiandum” (Podéis ir a anunciar el Evangelio del Señor).
Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Qué nos quiere resaltar la Iglesia al introducir una oración de súplica y alabanza entre el instante de la consagración y el posterior de la fracción del pan, momento en el que el sacerdote echa un trocito de la Hostia en el Vino?

¿Por qué Santa Teresa decía que al recibir en nuestro interior a Cristo Eucaristía es el momento propicio para entablar un diálogo de amistad con quien sabemos nos ama y para negociar con Él nuestros asuntos, súplicas, agradecimientos y consuelos?


Realizada la restauración de la Antigua Alianza con la solemne proclamación doxológica de que por Cristo, con Él y en Él le tributamos al Padre   todo honor y toda gloria, ¿Qué nos indica que inmediatamente la criatura, el ser humano, se atreva a llamarle a Dios Padre?