TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 29 de octubre de 2016

AVISO PARA ADORADORAS/ES DEL TURNO


LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 30 DE OCTUBRE, 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«…HOY TENGO QUE ALOJARME EN TU CASA»

Lc. 19. 1-10
     En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
     Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
     Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
     Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Otras Lecturas: Sabiduría 11, 22-12,2; Salmo 144; 2Tesalonicences 1, 11-2,2

LECTIO:
            El evangelista nos dice algo que hace de este hombre alguien especial: ¿por qué Zaqueo quería conocer a Jesús? No podemos conocer la respuesta, pero sí podemos intuir que a Zaqueo, teniéndolo humanamente casi todo, algo le faltaba. Su vida no estaba completa. Por eso buscaba.
No ayer, ni mañana, sino hoy Jesús quiere quedarse en la casa de todo aquél que le quiera acoger, de todo el que le necesite, de todo el que se sienta un pecador.  No importa tanto tu ayer.  Importa –y mucho- que hoy Jesús detiene su camino, te mira y te dice que hoy se quiere quedar en tu casa. 
       Zaqueo solamente podía descubrir realmente el sentido de su vida a la sombra y al amparo de Dios. Será esta compañía de Jesús la que hará que a Zaqueo se le abran los ojos, que se dé cuenta de que en su vida no siempre ha actuado bien. Zaqueo quiere empezar una nueva vida y para eso debe sanar los errores del pasado. Porque una nueva vida no se puede empezar con los lastres del pasado.
Hoy, Zaqueo ha llegado la salvación a esta casa. Ha llegado la salvación para ti y para todos los que, como tu,  se abran  a la acción de Dios en sus vidas.
Zaqueo se sintió feliz cuando Jesús puso su mirada en El y eso le motivó a cambiar. Todo el que se sienta pecador, puede hoy ser restituido a la vida de la gracia, si abre su corazón a Dios. Hoy.

MEDITATIO:

«el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»

     Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida. Y como a Zaqueo, también a cada uno de nosotros. (Papa Francisco)
   Aunque no nos atrevamos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. En nuestra historia personal; cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito a que hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida. (Papa Francisco)
    El Señor ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida. (Papa Francisco)
    Todos los cristianos podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del Señor y una prontitud alegre, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días.

ORATIO:
     Concédenos, Señor Jesús, la misma gloria que experimentó Zaqueo cuando te recibió en su casa, la alegría de tu perdón y de tu amistad.

Señor Jesús, necesito
este encuentro contigo en la oración.
Tu amistad abre las puertas de un horizonte inmenso.

   Concédenos la alegría de acogerte en el pobre, en el extranjero, en el enfermo, en las personas que no conseguimos soportar… el tesoro de estar contigo en el Reino del Padre.

CONTEMPLATIO:

«el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»

   Jesús alerta con frecuencia sobre el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan.
    Zaqueo “trataba de ver quién era Jesús”. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero este deseo de Jesús va a cambiar su vida. Quiere encontrar el momento y lugar adecuados para entrar en contacto con Él. “El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador”.
  Lucas no describe el encuentro. Sólo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa sólo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.

«Hoy ha sido la salvación de esta casa…»

  Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de "instalarnos" en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.
                                                                                                                                        

…   Es cierto que cada uno de nosotros hace bien a su propia alma cada vez que socorre con misericordia las necesidades de los otros. Nuestra beneficencia, por tanto, queridos hermanos, debe ser pronta y fácil, si creemos que cada uno de nosotros se da a sí mismo lo que otorga a los necesitados   a Cristo, que tanto nos ha recomendado a los pobres, que nos ha dicho que en ellos vestimos, acogemos y le alimentamos a él mismo      (León Magno).
EN LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

     La Iglesia celebra esta solemnidad en honor de todos los santos, o sea, de todos los fieles que murieron en Cristo y con Él han sido ya glorificados en el cielo. Esta fiesta nos recuerda, pues, los méritos de todos los cristianos, de cualquier lengua, raza, condición y nación, que están ya en la casa del Padre, aunque no hayan sido canonizados ni beatificados; nos invita a pedirles su ayuda e intercesión ante el Señor; y nos estimula a seguir su ejemplo, múltiple y variado, en nuestra vida cristiana. 

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

     ¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende mí un fuerte deseo.
     El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.
     Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, pongamos nuestro corazón en los bienes del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.
  El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con él. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.
     Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también, en gran manera, la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.
     Oración:    Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los santos, concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor.  Amén.

San Bernardo (Sermones)

viernes, 28 de octubre de 2016

ENTERRAR A LOS MUERTOS, ÚLTIMA OBRA DE MISERICORDIA


     Se acerca el final del Jubileo de la Misericordia, y la Santa Sede ha hecho pública la Instrucción Ad resurgendum cum Christo, para recordarnos la importancia de la última de las Obras de Misericordia: “enterrar a los muertos”. El hecho de que este Jubileo finalice en el mes de noviembre –mes tradicionalmente dedicado a la oración por los difuntos–, contextualiza la siguiente pregunta: ¿Tiene sentido seguir predicando en pleno siglo XXI el mandato cristiano de enterrar a los muertos, cuando la incineración lleva camino de ser la opción mayoritaria?
     Es cierto que durante mucho tiempo la Iglesia se opuso a la práctica de la cremación de los cadáveres, porque se percibía en ese gesto una conexión con la mentalidad dualista platónica, según la cual el cuerpo debía ser destruido para liberar al alma de la cárcel de la materia. La Iglesia actualmente no la proscribe, porque está fuera de duda que esta práctica no está ligada en sí misma al dualismo platónico, ni al reencarnacionismo. Es decir, que, aunque la Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, comprende también las razones prácticas que en ocasiones pueden empujar a optar por la cremación: higiénicas, económicas, sociales, etc.   Ahora bien, más allá de la incineración, se han ido extendiendo diversas prácticas que oscurecen la fe cristiana en la resurrección de los muertos: la aventación de las cenizas en el mar o en la montaña, la conservación de las mismas en los hogares, la división de las cenizas entre los seres queridos, la transformación de las cenizas en recuerdos conmemorativos o piezas de joyería, etc. Por ello, es oportuno recordar que la obra de misericordia que nos insta a “enterrar a los muertos” sigue vigente, también para las cenizas incineradas.
     Es un hecho histórico que en tiempos del Imperio Romano, el cristianismo construyó cementerios antes que iglesias. De hecho, los cementerios fueron los primeros templos cristianos. Más aún, por influjo de la fe cristiana se sustituyó el nombre con el que se designaba el lugar destinado a los entierros, “necrópolis” (ciudad de los muertos),  por “cementerio” (dormitorio, del griego koimeterion). Tanto es así, que la fe cristiana en el más allá de la muerte, dio a luz un nuevo verbo latino: “depositar”. Frente al rito pagano en el que se hacía “donación” del cadáver a la madre tierra, el rito cristiano subraya que el cuerpo es “depositado” en la tierra, en espera de la resurrección.  La “depositio” era una evocación de la promesa de Cristo de recuperar el cuerpo enterrado.
     En la concepción antropológica cristiana, el cuerpo no es una cárcel de la que el encarcelado deba huir, ni un vestido del que deba despojarse para buscar otro nuevo. El ser humano es una unidad sustancial de cuerpo y alma, de manera que la promesa de salvación de Jesucristo se dirige al hombre entero, sin excluir su corporeidad. La resurrección de Jesucristo, cuyo cadáver había sido “depositado” en aquella tumba de Jerusalén, es la clave a la hora de comprender cuál es nuestra esperanza cristiana. Y, por ello, el santo entierro de Jesús se ha convertido en el referente de la sepultura cristiana.
     En definitiva, la fe cristiana en la resurrección está fundada en la misma resurrección de Jesucristo. Baste leer este texto paulino: «Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8, 11).
     Por ello, una de las llamadas que se nos dirige al finalizar este Jubileo de la Misericordia, es la de poner por obra la última de las obras de misericordia corporales (“enterrar a los muertos”), al mismo tiempo que se nos invita a practicar la última de las obras de misericordia espirituales (“orar a Dios por vivos y difuntos”). Ambas están íntimamente unidas, por cuanto que cada vez que evocamos el “reposo” de nuestros seres queridos, sentimos la llamada a orar por su eterno descanso, rogando a Dios que llegue el día en que toda la familia nos reunamos en el Cielo.
     Al publicar la Instrucción Ad resurgendum cum Christo, la Iglesia no pretende turbar la paz de quienes optaron por aventar las cenizas de sus seres queridos. Es evidente que la gran mayoría lo hicieron con un grado de consciencia limitada y, en todo caso, ya no existe la posibilidad de rectificación. Obvia decir que tal práctica no es obstáculo alguno para la acción “recreadora” de Dios en la resurrección.
     En cualquier caso, la presente Instrucción eclesial se ha demostrado necesaria, a tenor de la sorpresa que ha causado. En realidad, la Iglesia no ha hecho sino recordar una doctrina milenaria. Quizás debiéramos entonar nuestro “mea culpa” eclesial, porque una vez más se demuestra que un silencio prolongado en nuestra predicación equivale en la práctica a una duda, cuando no, a una negación. La fe cristiana se expresa en signos, y la renuncia a estos signos oscurece nuestra fe con el paso del tiempo.
     Sin duda alguna, nuestra fe en la resurrección está magníficamente expresada en la sepultura cristiana que realizamos en esos “dormitorios” a los que llamamos cementerios. Observo con agrado que en algunos cementerios ya se van acondicionando lugares especiales –columbarios– para el entierro de las cenizas de los difuntos incinerados. Sin olvidar que podemos hacer  uso de los columbarios que ya existen en algunas de nuestras iglesias.


+José Ignacio Munilla – Obispo de San Sebastian

sábado, 22 de octubre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 23 DE OCTUBRE, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena)

«PORQUE… EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO. »

Lc. 18. 9-14
            En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: « ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: « ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Otras Lecturas: Eclesiástico 35, 12-14.16-18; Salmo 33; 2Timoteo 4, 6-8,16-18

LECTIO:
     El texto de hoy nos invita a reflexionar sobre cómo debe ser la actitud con la que nos debemos presentar ante Dios. Primero el cristiano debe descubrir que debe orar siempre y luego aprender que a la oración uno no puede ir de cualquier manera. Porque orar es entrar en la presencia de Dios. Y a la oración no vamos a presentarle nuestros méritos a Dios.
     El fariseo se encuentra ante Dios erguido, de pie, frente a Él. No lo dice, pero parece que le está reclamando a Dios su propia salvación. Es como si le dijera: “me la he ganado, me la tienes que conceder”. Es verdad, él hacía incluso más de lo que mandaba la ley, pero su altivez invalidó sus obras. Uno no se puede presentar ante Dios de esta manera y considerando al resto de los hombres con desprecio: “no soy como los demás… ni como ese publicano”.
     El contrapunto de este fariseo lo representa el publicano. Aquél que se quedó atrás. Al final del Templo, en la última baldosa. Sin atreverse a dar ni un paso más, pues allí, en el Templo, habitaba la perenne gloria de Dios. La oración del publicano no es altiva, le brota del corazón. Él se sabe un pecador y a Dios solo le podía pedir misericordia. No le pide ni prosperidad, ni recompensas, ni riquezas, le pide compasión: ¡Señor, ten compasión de mí!
     Las dos actitudes que cada uno de los personajes de esta parábola adoptaron ante Dios han quedado perfectamente retratadas. Ahora nos toca preguntarnos, ante Dios, ¿qué baldosa elegimos?

MEDITATIO:
« ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador»
     Aquel fariseo ora a Dios, pero en verdad se mira a sí mismo. Más que orar se complace de la propia observancia de los preceptos.  Su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo. (Papa Francisco)
     No basta preguntarnos cuánto oramos, debemos también examinarnos cómo oramos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar la arrogancia y la hipocresía. Pero, yo pregunto: ¿se puede orar con arrogancia? ¿Se puede orar con hipocresía? Solamente, debemos orar ante Dios como nosotros somos. (Papa Francisco)
     Estamos todos metidos en la agitación del ritmo cotidiano, muchas veces a merced de sensaciones desorientadas, confusas. Es necesario aprender a encontrar el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es ahí donde Dios nos encuentra y nos habla. Solamente a partir de ahí podemos nosotros encontrar a los demás y hablar con ellos. (Papa Francisco)
     La oración del soberbio no alcanza el corazón de Dios, la humildad del miserable lo abre. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los hombres. Delante de un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. Es esta humildad que la Virgen María expresa en el cántico del Magníficat: «Ha mirado la humillación de su esclava…» (Papa Francisco)

ORATIO:
     Señor Jesús, tu mandamiento de amarnos como tú mismo nos amaste nos hiere el corazón y nos haces descubrir con dolor qué lejos andamos de habernos revestido de tus sentimientos de misericordia y de humildad.

Padre, reconozco ante ti
mi condición de pobre y necesitado.
Sé que soy pecador.
Pero, por encima de mis pecados,
me siento acogido por Ti, Padre,
que eres todo misericordia, perdón, bondad…

     Ten piedad de nosotros. Danos tu Espíritu bueno. 

CONTEMPLATIO:
     Jesús cuenta la parábola para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, algunos católicos de nuestros días. El fariseo se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.
     El publicano, por el contrario, reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.

« ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador»

     La parábola desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos a todo el que no piensa o actúa como nosotros. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?


El orgulloso no conoce el amor de Dios y se encuentra alejado de Él. Se ensoberbece porque es rico, sabio o famoso, pero ignora la profundidad de su pobreza y de su ruina, porque no ha conocido a Dios El alma del hombre humilde es como el mar. Echa una piedra en el mar: apenas perturbará la superficie y de inmediato se hundirá. Así se hunden las aflicciones en el corazón del hombre humilde, porque el poder del Señor está con él (Archimandrita Sofronio).
DIEZ CONSEJOS PRÁCTICOS PARA REZAR EL ROSARIO CADA DÍA

1. Tener el Rosario en el bolsillo
     Todo católico debe tener siempre un Rosario en su bolsillo. Existe el denario con sólo diez cuentas y que puede transportarse fácilmente.
     Siempre que busques un pañuelo o una llave antes de salir, recuerda también llevar el Rosario de Jesús y María.

2. Aprovechar el tiempo libre también para rezar
     En la vida cotidiana siempre hay un "tiempo libre" que podremos aprovechar para rezar el Rosario: cuando esperamos la consulta médica, un bus, una llamada importante...
     Y si por alguna razón una persona no desea mostrarse en una “sala de espera” como católico practicante, también puede utilizar sus manos: tenemos diez dedos, para contar con ellos los Avemarías.

3. Rezar mientras se realizan quehaceres y deporte
     Muchas actividades no requieren pensar mucho, porque las hacemos mecánicamente. Cuando se pica la cebolla, se tiende la ropa o se lava el auto también se puede rezar el Rosario. Así como cuando las personas que se aman piensan en el otro sin importar la actividad que realicen, el Rosario ayuda a permanecer en sintonía con el corazón de Jesús y María.
     Esto también funciona para muchos deportes: correr, andar en bicicleta o nadar son actividades en las que se puede rezar el Rosario al ritmo de la propia respiración (ya sea de forma interna o en voz alta si estás solo en un campo abierto).

4. Las imágenes y la música también pueden ayudar
     El Rosario es una oración contemplativa. Más importante que las palabras que usemos, es la predisposición de nuestro corazón para contemplar cada uno de los misterios.
     Para este propósito se puede buscar en Internet 5 imágenes que nos ayuden a contemplar cada pasaje de la vida Cristo y María. Por otro lado, la música también puede ser útil si se ejecuta en un segundo plano para encontrar paz.

5. Canalizar nuestras distracciones para rezar
     Es difícil una oración en la que no surjan distracciones. Una y otra vez los pensamientos vienen a nuestra mente: la lista de compras, el cumpleaños de un amigo, una enfermedad o una preocupación. Si luchamos contra ella en la oración, a menudo es peor.
     Es mejor reunir estas "distracciones" y rezar un Avemaría por las personas, por los amigos y familiares, por uno mismo y los problemas. De este modo la oración se hace sincera y personal.

6. Rezar por el otro mientras nos desplazamos
     En el camino al trabajo o a la escuela, ya sea en auto o en bus, en tren o caminando, es posible rezar el Rosario sin bajar la cabeza y cerrar los ojos.
     Rezar mientras nos desplazamos significa dedicar los Avemarías a las personas con las que hemos establecido contacto o visto durante el día; también por las empresas e instituciones que están en mi camino.
     Por ejemplo, si veo a un doctor en mi camino puedo rezar por las personas que atenderán sus enfermedades con él.

7. Orar de rodillas o peregrinando
     El Rosario puede rezarse siempre y en todo lugar. A veces, cuando se reza de rodillas o se peregrina se puede llegar a sentir un "desafío físico". Sin embargo esto no se trata de “torturarse” o aguantar el mayor tiempo posible, sino de tener en cuenta que tenemos un cuerpo y alma para adorar a Dios. Por lo tanto, el rosario es también una oración de peregrinación.

8. Conectar cada misterio con una intención
     No siempre se tiene que rezar el Rosario de corrido. A menudo puede ser útil conectar cada misterio con una preocupación particular: mi madre, un amigo, el Papa, los cristianos perseguidos. Cuanto más específico sea, mejor. La alabanza y dar gracias a Dios no deben tampoco estar ausentes.

9. Rezarlo en momentos de sequía espiritual
     Nosotros los cristianos no somos “yoguis” que debemos cumplir con prácticas ascéticas para “vaciar” nuestra mente. Si bien nuestra relación con Dios está por encima de cualquier actividad, hay también momentos de sequía y aflicción en los que no se puede orar.
     En estos momentos difíciles, tenemos que recogernos con el Rosario y simplemente recitar las oraciones. Esto no es una charla pagana, sino que aquella pequeña chispa de buena voluntad que ofrecemos a Dios, puede fomentar que el Espíritu Santo avive la llama de nuestro espíritu.
     En tiempos difíciles, incluso puede ser suficiente sostener el Rosario sin pronunciar una palabra. Este estado desdichado ante Dios y su madre se convierte en una buena oración y ciertamente no permanece sin respuesta.

10. Caer dormido rezando el Rosario
     El Rosario no debe estar solo es nuestro bolsillos, sino en cada mesita de noche. Cuando se intenta conciliar el sueño también se pueden rezar los Avemarías y es mejor que contar ovejas.
     En ocasiones solo las personas mayores y enfermas se “aferran” al Rosario por la noche debido a las promesas de seguridad, fortaleza y consuelo. Sin embargo, también en los buenos tiempos se debe recurrir a esta oración y pedir especialmente por aquellos que sufren.


     Del libro “El Rosario: Teología de rodillas”, del  sacerdote, escritor y funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano, Florian Kolfhaus, publicados originalmente en alemán y traducidos y adaptados por Diego López Marina para Aciprensa. 










OCTUBRE: MES DEL SANTO ROSARIO
     “El mes de octubre está dedicado al Santo Rosario, singular oración contemplativa con la que, guiados por la Madre celestial del Señor, fijamos nuestra mirada en el rostro del Redentor, para ser configurados con su misterio de alegría, de luz, de dolor y de gloria” (Benedicto XVII, 5-X-2007)

“El demonio a la oreja te está diciendo: deja el Rosario y sigue durmiendo…*

     “El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad.” “El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la Cristología. (…) En él resuena la oración de María, su perenne Magníficat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor” (Juan Pablo II. Rosarium Virginis Mariae, n. 1). Estas líneas del comienzo de la Carta Apostólica -Rosario de la Virgen María-, nos pueden servir de guía para nuestra meditación ante el Santísimo Sacramento en este mes de octubre.
     En compañía de la Virgen, y dirigiéndole las mismas palabras con las que le acogió su prima  Santa Isabel, vamos contemplando la vida de su Hijo Jesucristo. Y la contemplamos, pidiéndole a Santa María que nos enseñe a ver a Jesús con la mirada con la que Ella le contempló desde el nacimiento en Belén hasta su muerte en el Gólgota; con los ojos con los que Ella goza ahora ya de la visión eterna del rostro de Dios.
     “El rezo del Santo Rosario, con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y amor, de adoración y reparación” (Josemaría Escrivá, Santo Rosario).
   De fe, porque al contemplar los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, reafirmamos nuestra fe en la humanidad santísima de Cristo que queda muy bien resumida, y muy bien expresada, en los veinte misterios que hoy componen el Santo Rosario: su infancia, el comienzo de su vida pública, su pasión y muerte; su resurrección y gloria en compañía del Espíritu Santo y la exaltación de la Virgen María.
    De esperanza, porque de la mano de la Virgen estamos siempre unidos al amor de Dios, en todas las situaciones de nuestra vida cristiana: “Rosario bendito de María, dulce cadena que nos vuelve a unir con Dios, vínculo de amor que nos unes a los ángeles. Torre de salvación en los asaltos del infierno. Nosotros no te dejaremos jamás. Para ti será el último beso de la vida que se apaga. Y el último acento de nuestros labios será tu nombre suave, oh Reina del Rosario, Madre nuestra querida, Refugio de pecadores. Seas bendita en todas partes, hoy y siempre” (Juan Pablo II, 8-V-1983).
     De caridad, porque con Ella aprendemos a amar como Cristo nos amó, y podremos vivir el “mandamiento nuevo”. Comentando la visitación de María a su prima santa Isabel, señala Benedicto XVI: “¿Qué impulsó a María, una joven, a afrontar aquel viaje? Sobre todo, ¿qué la llevó a olvidarse de sí misma, para pasar los tres primeros meses de su embarazo al servicio de su prima, necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un salmo: “Corro por el camino de tus mandamientos (Señor), pues tú mi corazón dilatas” (Sal 118, 32). El Espíritu Santo, que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón hasta la dimensión del de Dios y la impulsó por la senda de la caridad” (Benedicto XVI, 31-V-2007).

“El Rosario a María todos debemos rezarlo cada día para ir al Cielo…*

     Y en este Año Jubilar de la Misericordia, el rezo del Santo Rosario será una luz que ilumine nuestros corazones para pedir perdón al Señor de nuestros pecados, que nos mueva a acudir al sacramento de la Reconciliación y a alimentarnos de la Eucaristía, en gracia de Dios, y recibirlo “con la pureza, humildad y devoción con que los recibió su Santísima Madre”. Hagamos nuestra, en este año, la sugerencia del Papa Francisco para un mes de mayo:
     “Desearía recordar la importancia y la belleza de la oración del santo Rosario. Recitando el Avemaría, se nos conduce a contemplar los misterios de Jesús, a reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como para María y san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de nuestras atenciones y acciones. Sería hermoso si, sobre todo en este mes de mayo, se recitara el santo rosario o alguna oración a la Virgen María juntos en familia, con los amigos, en la parroquia. La oración que se hace juntos es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida familiar, la amistad. Aprendamos a rezar más en familia y como familia(2-V-2013).

Cuestionario

¿Rezo con frecuencia el Santo Rosario, siguiendo el buen ejemplo que nos han dado tantos Papas y tantos santos y santas?

¿Animo a amigos, compañeros, familiares, a rezar alguna vez el Santo Rosario en alguna Ermita dedicada a la Santísima Virgen?

¿Medito en mi interior la escena de la vida de Jesús que contemplamos en cada misterio?


* Del himno al Santo Rosario