TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 28 de junio de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 29 DE JUNIO, SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
Mt. 16. 13.19
            En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
       Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
       Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». 

      Otras Lecturas: Hechos 12,1-11; Salmo 33; 2Timoteo 4,6-8.17-18

LECTIO:
            Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.
        Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.
        Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
        Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.
        Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
        Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

MEDITATIO:
                      Pedro y Pablo son los pilares sobre los que Jesús construyó su Iglesia y confió la fe. Pedro negó a Cristo y Pablo perseguía a sus discípulos. Con su fe fortalecida dedicaron toda su vida a difundir el evangelio.
Pide a Jesús que como a ellos te transforme, que vivas para Él y para su Iglesia y que con tu vida sepas dar testimonio de tu fe.
El Señor ha dejado a Pedro, como cabeza visible de su Iglesia, ¿vives consciente y plenamente tu identidad cristiana?
Pedro y sus sucesores tienen la misión de guiar a la Iglesia de Jesucristo, ¿qué le aporta esto a tu fe? ¿cómo valoras y reconoces la misión que tiene el Papa en tu fe y vida de creyente? ¿cómo apoyas y expresas tu adhesión al Papa?
Jesús elige a personas sencillas, como Pedro, y las capacita para la misión. También Jesús confía en ti y te sostiene para que lleves su mensaje al mundo. Por el bautismo somos parte de la Iglesia de Jesús, ¿cómo vives tu fe y tu adhesión al Señor Jesús? ¿cómo das a conocer su Iglesia y colaboras a que realice su misión en el mundo? ¿cómo das testimonio de tu fe y de tu pertenencia a la Iglesia?
     En el testamento de Pablo VI se lee: “que diré a la Iglesia a la que debo todo…ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo…” ¿Qué te dicen estas palabras?  ¿cómo las vives?                                                                                                                                                         
 ORATIO:
     A ti te entrego las llaves: en tus manos pongo mi mensaje, mis ilusiones, mi confianza y palabra de Padre. Te hago portador de mis esperanzas y proyectos.
     Llaves para que nadie encuentre las puertas de su camino cerradas, aunque sea de noche. Llaves para liberar, quitar miedos, culpabilidades…
     Llaves para que me ames sin medida, para que no pongas obstáculos a mi gracia. Llaves para que te des como Yo me dí.
     Llaves para que lleves esperanza, confianza, paz, porque “todo es posible en Aquel que me conforta”

CONTEMPLATIO:
     Jesús hoy sigue llamando y pide una respuesta: “Y tú, ¿tú, quién dices que soy yo? Esta respuesta ha de cuestionar toda tu vida: pensamientos, sentimientos, valores, planes, actuaciones, conducta familia, comunidad cristiana… Hoy es día de penetrar en el conocimiento de la Iglesia, de aceptarla como es con su grandeza y sus sombras que hacen resplandecer la luz de Cristo que es quien la sostiene por encima de todo.
     Jesús se cruza en la vida de Saulo y él se identificó de tal manera con Jesús que llegó a decir…no soy yo el que vive es Cristo quien vive en mi… No escatimó esfuerzo alguno para que todos conocieran a Jesús.
     En el silencio de la oración, pídele a Jesús que transforme tu vida, como lo hizo con Pablo y así poder darlo a conocer a los que te rodean y poder decir, no soy yo el que vive, es Cristo que vive en mí.

viernes, 27 de junio de 2014

( III )

     +Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

      La adoración es parte esencial de la vida cristianapregusto de vida eterna. Es la urdimbre de la Liturgia y elemento indispensable dentro de la oración cristiana.
      La adoración, singularmente la adoración eucarística, que es el ápice significativo de la adoración cristiana, nace y se genera a partir de la santa Misa. Igual que la Liturgia de las Horas prolonga la Misa bajo la forma de alabanza, a lo largo del tiempo, de eucaristía en eucaristía. El culto eucarístico (ante el sagrario, el copón o la custodia) prolonga la Misa bajo la forma de adoración. De tal modo, podemos decir que toda “adoración” arranca de una celebración y culmina en otra, hasta llegar a la plena y directa vivencia de la eterna liturgia del Cielo.
      Igualmente, la adoración como acción sagrada o como forma de oración sólo es verdadera cuando transforma la persona, la comunidad y sus vidas.
    Precisamos introducir de nuevo esta dimensión de adoración en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestra liturgia. Esta será una gran tarea para la Iglesia, tarea que concierne de modo muy particular a todas las Obras Eucarísticas de la Iglesia, desde la peculiaridad propia de cada una de ellas.
      Sin perder nada de la confianza filial para con nuestro Dios, Trino y Uno, hemos de esforzarnos por recuperar el santo temor de Dios (que no es miedo, sino verdad, sólo Dios es Dios, nosotros obra de sus manos). Temor de Dios que se traduce en sentido de lo sagrado, un adecuado equilibrio de “continuidad-discontinuidad” entre lo “natural” y lo “sobrenatural”. De modo que lo sobrenatural no se torne inaccesible e imposible, ni tampoco se trivialice.
     Personalmente creo que es indispensable recuperar el lenguaje religioso de lo sagrado que tiene fundamento bíblico. El Padrenuestro, los salmos y cánticos nos dan el vocabulario de la oración de la fe, los gestos de los orantes bíblicos nos dan los gestos de la oración cristiana. Hay que enfatizar hoy gestos de adoración (gestos de fe): postrarse, ponerse de rodillas, hacer genuflexión, inclinarse profundamente, inclinar la cabeza. Dejar de llamar a Dios “Padre”, sería renegar de Cristo, dejar de doblar ante Él las rodillas también es una traición. Es verdad, somos hijos, no simples siervos, pero somos hijos “en el Hijo”, que es el “Siervo”. Son las aparentes paradojas de nuestra fe que nos educa para la “visión”, que se cumplirá en el Cielo. Un cielo que el libro del Apocalipsis nos anuncia con los claros tintes de una gran liturgia de alabanza y adoración.
       Creo que nos resulta indispensable recuperar el valor de la escucha y del silencio

·        Silencios en la Liturgia (antes de la Misa; en el acto penitencial; antes de la Oración Colecta;
·         tras las Lecturas;
·        durante la presentación de los dones;
·        rodeando el relato de la institución −consagración− dentro de la Plegaria Eucarística;
·         antes del Padrenuestro −que inicia la preparación para la Comunión− ;  y, finalmente, tras la Comunión); silencios en la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria (sería negar la adoración eucarística instrumentalizar la “exposición del Santísimo” para simplemente acompañar −solemnizar− una novena o una Hora del Oficio Divino, igualmente, siendo plenamente recomendable a lo largo de una exposición amplia −prolongada− proclamar textos de la Palabra de Dios, realizar “preces” o letanías, o celebrar alguna hora del Oficio, no se puede convertir el tiempo de la adoración del Santísimo en una abigarrada y atropellada sucesión de rezos, lecturas y cánticos, sin respiro, casi sin sentido).

   Todo esto obliga a afrontar seriamente hoy en nuestra Iglesia la cuestión de la adoración. Obliga a los Pastores, obliga singularmente a todas las Asociaciones y Hermandades eucarísticas y obliga a todos los fieles cristianos.
      Quisiera ahora mirar un poco hacia el futuro y apuntar dos líneas de acción para las Obras eucarísticas de la Iglesia en clave de Evangelización: 1) la necesidad de sólida formación; y 2) la necesidad de una espiritualidad verdaderamente eucarística.

3. Necesidad de una sólida formación para los miembros de las Obras eucarísticas de la Iglesia.

    Creo que esta formación tendría que abarcar tres campos: el teológico, litúrgico y espiritual, (para lo cual el instrumento privilegiado ha de ser el Catecismo de la Iglesia Católica, singularmente las “partes” dedicadas a la Liturgia y a la Oración, –junto al cual estarán la OGMR y los Praenotanda del Ritual para el Culto Eucarístico fuera de la Misa–); en segundo lugar el bíblico (que puede apoyarse sobre un buen “diccionario de teología bíblica” o sobre las “introducciones y notas” de una Biblia oficial −como es el caso de España−); finalmente no puede faltar la atención al campo pastoral(donde son textos de referencia las exhortaciones Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, y Christifideles laici del beato Juan Pablo II −e incluso el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia).

1.-Formación teológica, litúrgica y espiritual

      Una sólida formación litúrgica, teórica y práctica, para comprender que celebración (1), comunión (2), adoración-oración (3) y vida (4) son momentos de un mismo proceso sacramental. Momentos que constituyen una única realidad orgánica, reclamándose unos a otros para asegurar su veracidad y eficacia. No podemos descuidar ninguno de ellos, pero, sí podemos insistir en alguno en particular, cuando las circunstancias lo reclaman.
     Las Obras eucarísticas de la Iglesia, según su especificidad fundacional, pueden poner acentos particulares en su formación y actividad, hasta llegar a destacar alguno o algunos de estos momentos, pero no pueden descuidar ninguno de ellos. De esta formación teológica surge un ars celebrandi así como una “calidad” de la adoración y unos más fecundos frutos de la comunión, que se traducen en la vida de santidad y de apostolado.

2.-Formación bíblica

      La formación bíblica ha de hacer posible una escucha más dócil y fructuosa de la Palabra de Dios, una mayor capacidad para comprender el lenguaje de la fe, que empapa la oración cristiana. Y, lo que es más importante, ayudará a entender que la Palabra de Dios es mucho más que una colección de testimonios de fe del pasado, que es en realidad palabra viva y eficaz que se descubre operante en el Sacramento. Del mismo modo que la Palabra ayuda a descubrir la presencia sacramental, la presencia lleva a acoger la Palabra como donación de Dios y Obra de Dios.
     Interesa fundamentalmente en esta dimensión formativa conocer la organicidad de los libros bíblicos, el desenvolvimiento de la Historia de Salvación y el conocimiento de los personajes, acontecimientos y realidades, que adquieren progresivamente un valor tipológico y desarrollan los grandes temas bíblicos (sacrificio, alianza, mesianismo…).
     Tal formación bíblica permitirá descubrir el íntimo vínculo entre la escucha receptiva de la palabra y la comunión sacramental, entre la lectio divina y la adoración silenciosa, y entre la narración de los hechos inspirada por Dios y los hechos que transforman la realidad, obedeciendo la Palabra escuchada y acogida.

3.-Formación Pastoral

      Esta buscará la eclesialización de la propia vida, la integración de los procesos sacramentales personales en el gran dinamismo sacramental de la vida eclesial. No se trata tanto de ofrecer “recetarios” prácticos para la acción, cuanto ayudar a descubrir el sentido “coral” (o sinfónico) de la existencia cristiana. Si el obrar sigue al ser el ser se vive en el obrar.

      La formación pastoral nos hace conscientes, gradualmente, de nuestra pertenencia a la Iglesia y de nuestra dignidad y misión, dentro de ella. Las Obras eucarísticas de la Iglesia, es verdad que no se definen por sus obras de apostolado, caridad, o acción cultural y social, pero, consagrándose a cultivar la adoración en sus múltiples formas y la espiritualidad eucarística, están provocando en la Iglesia un constante flujo de santidad y de compromiso cristiano. Esta “frontalidad” se ha de manifestar en la vida de sus miembros y en las consecuencias comunitarias de su presencia y acción, en las parroquias o diócesis donde están presentes.
TODO EL AMOR DE DIOS, EN UN CORAZÓN
     Celebramos, en el viernes siguiente a la festividad del Corpus Christi, una de las fiestas más populares de nuestro calendario cristiano:
EL SAGRADO CORAZON DE JESUS.
     En Él, y por eso lo honramos y lo queremos, vemos –de alguna forma- visible e invisible el amor inmenso que Dios nos tiene.
     Mirar al corazón de Cristo es contemplar todo el plan que Dios tenía trazado desde antiguo.
     Acercarnos al Corazón de Jesús, es beber a manos llenas, del torrente de la vida y de la alegría, del amor y de la paz que, a través de su corazón, desciende en riadas desde el cielo hasta la tierra. Hay un conocido refrán que dice lo siguiente: “allá donde está tu corazón, está tu tesoro”. Observemos detenidamente el Corazón de Jesús; ¿dónde lo tiene puesto? ¿Hacia dónde lo tiene inclinado? ¿Qué nos señala?
    El Corazón de Jesús, y es su esencia, está puesto en Dios. Sólo se mueve por Él, desde Él y para Él. Forman una unidad. El Corazón de Jesús, está inclinado hacia los hombres. Es un amor que no se queda cómodamente instalado en las alturas. Adentrarse en el Corazón de Cristo es coger una escalera rápida y segura para alcanzar el mismo corazón de Dios.
-Como la Samaritana, también nosotros, tenemos que asomarnos a ese profundo pozo de agua viva que es Jesús.
-Como el enfermo, también nosotros, podemos acercarnos a ese gran mar de salud que es el corazón de Jesús.
-Como el paralítico, también nosotros, podemos zambullirnos de lleno y nadar en las corrientes de un corazón que revitaliza la vida de los que creen y confían en Jesús.
     Hoy, en los tiempos que corren, encontramos muchos corazones a la deriva. Corazones que palpitan pero que no sienten una felicidad íntegra, pletórica y duradera. Corazones ansiosos, no por amar, sino por tener. Corazones, por los que discurre la sangre, pero hace tiempo en los que se detuvo la energía del vivir, la sensación de paz y de serenidad.
     Hoy, y no pasa nada por reconocerlo, el corazón del ser humano está enfermo. Nunca tantas posibilidades para llenarlo de satisfacciones y, nunca, tanta medicina para calmarlo, para que siga funcionando, para que no se detenga, para que no esté triste.
¡Volvamos, nuestros ojos,  al Corazón de Jesús!
     Él es la fuente de la eterna salud. No es palabrería barata. No es frase que viene a los labios porque sí. Jesús, cuando copa el centro de nuestras miradas, cuando dejamos que mueva los dos impulsos de nuestro corazón, cuando dejamos que se siente a nuestra derecha, cuando lo hacemos nuestro confidente…..se convierte en un surtidor de vida, de alegría, de esperanza, de ilusión y de fe.
    Él es la fuente, y hay que recordarlo, de consuelo. El hombre anda mendigando amor. Nunca como hoy tan próximos (en la calle, en el metro, en los hospitales, en las fiestas) y nunca, como hoy, tan solitarios.  El Corazón de Jesús es el confidente. El compañero que más kilómetros nos acompaña. El inspirador de muchas de nuestras acciones. El que abre su puerta, cuando estamos bien, y el que la vuelve abrir cuando nos encontramos mal.
     Éste, ni más ni menos, es el Corazón de Cristo. Un Corazón que, por estar orientado y conectado al cielo, es un maná de salvación, de perdón, de acogida, de misericordia y de amor.
¿Qué y quién es el Corazón de Jesús?
    Ni más ni menos que, el mismo Corazón de Dios (con los mismos sentimientos e impulsos de Jesús) latiendo en la tierra. Y, por cierto, también nuestros corazones necesitan, de vez en cuando,  una gran transfusión de luz divina; de fuerza divina; de ilusión divina; de fortaleza divina.
    Es el mejor donante…Jesús de Nazaret. Tiene corazón para dar y regalar. Y, también, el mejor cardiólogo (que sabe lo que ocurre en el corazón de cada uno, por qué sufre, por qué se acelera, por qué se detiene, por qué odia, por qué ama, por qué se revela, etc) es Jesús.

P. Javier Leoz



domingo, 22 de junio de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 22 DE JUNIO, SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

YO SOY EL PAN VIVO
Jn. 6. 51-58
            En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”.
       Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede Éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo; si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
       Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre”.

Otras Lecturas: Deuteronomio 8,2-3.14b-16a; Salmo 147; 1Corintios 10,16-17.

LECTIO:
            Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras comunidades cristianas.
        En el fondo de esa cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.
        De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
        No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de los demás.
        Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.

 MEDITATIO:
                        En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas… La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en y con Él.
¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿La vivo de forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con los hermanos que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?
Pregúntate, adorando a Cristo presente en la Eucaristía: ¿Me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor me guíe para salir cada vez más de mi pequeño espacio y no tener miedo de entregarme, de compartir, de amarlo a Él y a los demás?
Pide para que la participación en la Eucaristía te provoque a seguir al Señor cada día, a ser instrumento de comunión, a compartir con Él y con los hermanos lo que eres. ¿Qué puedes hacer para que las personas que conoces puedan tener y gozar de esta vida que Jesús nos trae?
                                                                                                                                                                    
ORATIO:
     Alma de Cristo, santifícame. Jesús desea que tengas vida y vida abundante; que seas perfecto como el Padre celestial, que seas santo. ¿Qué te detiene?
     Cuerpo de Cristo, sálvame. Dijiste un día Jesús que tu cuerpo es manjar que da vida. Quiero tener cada día hambre de ti. Que sepa comunicar a mis hermanos la necesidad que tenemos de ti. ¡Señor, dame siempre de tu pan!
     Sangre de Cristo, embriágame. ¿Qué son las alegrías que producen las cosas del mundo, las alegrías humanas… comparadas con la alegría, la paz… que produce el recibir la Sangre de Cristo?
     No permitas que me aparte de ti. Señor, no permitas que ahora, ni después, ni nunca, me separe de Ti. Que yo viva por Ti, para Ti y para mis hermanos en cada momento y circunstancias de mi vida.    

CONTEMPLATIO:
     En la Eucaristía, Cristo siempre actualiza el don de sí mismo que Él hizo en la cruz. Toda su vida es un acto de total compartir, darse por amor. Él amaba estar con sus discípulos y las personas que conocía. Esto significaba compartir sus deseos, sus problemas; le conmovían sus almas y sus vidas.
     Cuando participamos en la santa Misa nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y ricos; en compañía de familiares o solos… ¿La Eucaristía me lleva a sentirlos de verdad a todos como hermanos? ¿Crece en mí la capacidad de alegrarme con los que están alegres y de llorar con los que lloran? ¿Me empuja a ir a los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?
     Vamos a Misa porque amamos a Jesús y queremos compartir su Pasión y su Resurrección en la Eucaristía, pero ¿amamos, como Jesús quiere que amemos a los hermanos necesitados? ¿Me preocupa la forma de ayudar, de acercarme, de rezar por ellos o soy un poco indiferente?

     Toma conciencia de que la Eucaristía es la fuente y la base de tu fe, porque ahí encuentras al Señor en cuerpo y alma. Pídele que te ayude a comprender y valorar lo que significa tenerlo en la Eucaristía.

sábado, 21 de junio de 2014

TEMAS DE REFLEXIÓN ANE

La Eucaristía (I)
Alimento del cristiano
     
     El tercer sacramento de la iniciación cristiana es la Eucaristía. "La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor" (Catecismo, n. 1322).
     ¿Qué significado puede tener ese culminar la iniciación cristiana? ¿Acaso falta alguna cualidad al Bautismo en su misión de convertir al cristiano en nueva criatura, en hijo de Dios en Cristo? ¿Acaso la Confirmación no comunica al fiel cristiano el Espíritu Santo, que va a hacer posible que Cristo nazca en él, entienda lo que Cristo le ha enseñado y sea testimonio de Cristo con y en su vida? La Sagrada Eucaristía es el Sacramento en el que Jesús entrega por nosotros su Cuerpo y su Sangre: así mismo, para que también nosotros nos entreguemos a él con amor y nos unamos a él en la Sagrada Comunión. Así nos unimos al único Cuerpo de Cristo, la Iglesia” (Catecismo de la JMJ, Youcat, 208).
     Culmina la “iniciación cristiana” porque en la Comunión Eucarística Cristo se une a nosotros; nosotros nos unimos a Él; y vivimos en Él su Cuerpo místico, la Iglesia. Al entregarnos su Cuerpo y su Sangre, Cristo se nos da en alimento. Al dársenos para que nos unamos a Él en la Comunión, Cristo se hace cercano. Al unirnos al Cuerpo de Cristo, formamos la Iglesia.
     Hemos señalado ya que el misterio de la gracia afecta al hombre personalmente en todos los planos de su vivir: el del “ser” y el del “actuar”. El Bautismo realiza su misión de introducir en el espíritu del bautizado la participación en la naturaleza divina: ése es el plano del “ser” en el que queda constituido nuestro ser nueva criatura. La Confirmación da al hombre la capacidad de entender, en el Espíritu Santo, el sentido a esa nueva naturaleza, don de Dios Padre. El hombre comprende así el sentido de su vida y de su existencia como nueva criatura, estando ya en condiciones de llevar a cabo el nuevo vivir, que comporta el Bautismo, y el actuar verdaderamente como cristiano.
     En la Eucaristía, el cristiano vive, además de una participación en la naturaleza divina, en cuanto naturaleza, un encuentro personal en y con la Persona de Cristo.
    
La Eucaristía es el alimento sobrenatural por excelencia de la Fe: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6, 51). Esta afirmación del Señor provocó la huida de casi todos sus discípulos. No podían aceptar semejante anuncio. Pedro, sin embargo, reaccionó con Fe: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6, 67). “Palabras de vida eterna”. La Eucaristía es la Palabra de Vida Eterna. Es Cristo Resucitado. Alimenta la Esperanza de todo cristiano. La presencia de Cristo en el Sacramento de la Comunión engendra la Esperanza en el corazón de todo el que la recibe, porque le está indicando el término del camino: la Unión definitiva con Jesucristo en el Cielo. “El cristiano se sabe injertado con Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera” (Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa, n. 106).

Cuestionario
¿Soy consciente de que el ayuno eucarístico –no tomar alimento alguno una hora antes de recibir la Comunión- prepara mejor mi cuerpo y mi espíritu para recibir al Señor?
En la Comunión recibimos al mismo Cristo, ¿preparo mi alma con actos de Fe y de Amor, para acogerle mejor?
¿Me doy cuenta de que la Comunión del Cuerpo de Cristo me da la gracia para amar a todos los hombres, para rezar por todos, con Cristo, por Cristo y en Cristo?.