TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

jueves, 23 de marzo de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE MARZO DE 2017, 4º DE CUARESMA

«Y TÚ, ¿QUÉ DICES DEL QUE TE HA ABIERTO LOS OJOS?»

Jn. 9,1.6-9.13-17.34-38

     En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?» «El mismo.» «No es él, pero se le parece.» Él respondía: «Soy yo.»
     Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
     Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Él contestó: «Que es un profeta.» Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron.
     Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.» Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.

Otras Lecturas: 1Samuel 16, 1b.6-7.10-13a; Salmo 22; Efesios 5, 8-14

LECTIO:
     En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de na­cimiento y los fariseos.
     En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tam­poco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso.
     …Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado... tiene ya la última palabra.
     Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reco­nocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad veía.
     …Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas “aparentemente” prohibidas por Dios por ser en sábado. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo... pero no quieren oír cuando lo que escuchan coincide con sus previsiones.
     Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado.
No les bastaba a ellos con estar en la si­nagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían mu­chas cosas de Dios, pero no sabían lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las co­sas en su justa medida –la suya –, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.       

MEDITATIO:
     El Evangelio de hoy nos presenta el episodio del hombre ciego de nacimiento, a quien Jesús le da la vista. El largo relato se inicia con un ciego que comienza a ver y concluye  con presuntos videntes que siguen siendo ciegos en el alma…  El ciego curado se acerca a la fe, y esta es la gracia más grande que le da Jesús: no sólo ver, sino conocerlo a Él, verlo a Él como «la luz del mundo» (Papa Francisco)
     Jesús encuentra de nuevo (al ciego) y le «abre los ojos» por segunda vez, revelándole la propia identidad: «Yo soy el Mesías». A este punto el que había sido ciego exclamó: «Creo, Señor» y se postró ante Jesús. Este es un pasaje del Evangelio que hace ver el drama de la ceguera interior de mucha gente, también la nuestra porque nosotros algunas veces tenemos momentos de ceguera interior. (Papa Francisco)
     Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos. Debemos eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros  hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que  podamos comportarnos como «hijos de la luz» con humildad, paciencia, misericordia. (Papa Francisco)
     Preguntémonos: ¿cómo está nuestro corazón? ¿Tengo un corazón abierto o un corazón cerrado hacia Dios? ¿Abierto o cerrado hacia el prójimo? Siempre tenemos en nosotros alguna cerrazón que nace del pecado, de las equivocaciones, de los errores… Abrámonos a la luz del Señor, Él nos espera siempre para hacer que veamos mejor, para darnos más luz, para perdonarnos. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Aquí estamos, Señor Jesús, luz radiante de la gloria del Padre, a tus pies, como ciegos ignorantes de su enfermedad. Míranos, hijo de David, como miraste a tus discípulos cargados de sueño, en la luz del Tabor. Despiértanos, Señor Jesús
Pon barro y saliva,
y tu mano humana y divina,
en mis ojos para que tengan vista.

CONTEMPLATIO:
     El evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo». No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento. No conoce la luz. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.
     Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.
     Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir. Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.                                              


Hay que indicar el modo y el camino para lograr la verdadera luz. Se trata de la verdadera renuncia del hombre a sí mismo y una pura, profunda y exclusiva intención de amar a Dios y no nuestras cosas: desear únicamente el honor y la gloria de Dios y atribuir todo inmediatamente a Dios, provenga de donde provenga, y dárselas a él sin escapatorias ni mediaciones: éste es el verdadero camino recto. (J. Taulero)

BENDITOS DE LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA

MÁRTIRES DE ALMERÍA
     El próximo  25 de marzo en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Aguadulce-Roquetas de Mar, en Almería, van a ser beatificados 115 Mártires de Almería, en una ceremonia presidida por el Prefecto de la Congregación para la causa de los Santos, Cardenal Ángelo Amato SDB, Junto al Cardenal Javier  Martínez y Mons. González-Montes (anfitrión), los Cardenales de Valladolid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, de Valencia y el emérito de Sevilla. También concelebrarán los Arzobispos de Sevilla, Mérida-Badajoz, Castrense y emérito de Burgos, así como once obispos de toda España y los obispos auxiliares Mons. Santiago Gómez Sierra, de Sevilla, y Mons. Juan Antonio Martínez Camino, de Madrid.

     Otra fecha gloriosa para la Adoración Nocturna que contará con la poderosa intercesión de estos nuevos mártires miembros de la Obra.





RIQUEZAS DE LA LITURGIA
Ave Regina coelorum: antífona mariana  cuaresmal

EL TEXTO



        Salve, Reina de los cielos, y Señora de los ángeles; salve, raíz; salve, puerta que dio paso a nuestra luz. Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros. 


     La antífona mariana cuaresmal es la menos conocida   por el pueblo de Dios. Se sugiere a menudo que Herman Contractus (+ 1054) fue su autor, ya que escribió varias antífonas marianas en esa época. Esta antífona se canta desde el 2 de febrero, fiesta de la Purificación de la Virgen, hasta el Miércoles Santo. En ella aparece María en todo su esplendor, dignidad y hermosura. Ella recorre el camino con nosotros, incluso en medio del dolor más profundo, al tiempo que comparte el destino glorioso de su Hijo. La antífona invita a orar con María a Jesucristo, redentor y dador de vida.
     Los dos apelativos de María como Reina de los cielos y Señora de los ángeles evocan el primitivo uso de esta antífona en la fiesta de la Asunción (15 de agosto). De ahí su matiz escatológico: María recuerda al pueblo de Dios su condición celeste (2 Cor 5,1ss; Flp 3,20; Heb 13,14) y su supremacía sobre los mismos ángeles («Señora de los ángeles») en virtud de la Sangre de Cristo, pues san Pablo nos enseñó que deberemos juzgarlos (1 Cor 6,1). «Salve, raíz, salve, puerta por la que ha venido al mundo la luz».
     La antífona nos recuerda a la ya comentada con ocasión del Adviento: «Tú, ante la admiración de la naturaleza, engendraste a tu santo Creador». La antífona Ave Reina coelorum, como la de Adviento Alma Redemptoris Mater, fue también empleada en la fiesta de la Asunción, en donde la ubica claramente el término latino vale, cuya traducción, «salve, hermosa doncella», pierde el matiz de despedida del vale: adiós. A la Virgen que asciende le gritamos: «Adiós, toda hermosa, y ruega a Cristo por nosotros»
     María es contemplada desde la perspectiva celestial de la belleza: Reina del cielo, Señora de los ángeles, Virgen gloriosa y la más bella entre todas. La existencia histórica casi no tiene referencia: se llama a María raíz y puerta por la que ha nacido la Luz para el mundo. Su belleza suscita en los creyentes admiración y deseos de alabarla: ¡Ave, Salve, Gaude, Vale! La dimensión suplicante de la antífona la encontramos en el último verso: «Ruega a Cristo por nosotros».

  Pablo Cervera Barranco  - Director de MAGNIFICAT

viernes, 17 de marzo de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE MARZO DE 2017, 3º DE CUARESMA (Comentario de +Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)

«EL QUE BEBA DEL AGUA QUE YO LE DARÉ NUNCA MÁS TENDRÁ SED»

 Jn. 4, 5-42
   
     [En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
     Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva» .La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
     Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».
     Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad» La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
     Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero  adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo».]
     En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?».  Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.  ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos».
     [En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
     Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo»].

Otras Lecturas: Éxodo 17, 3-7; Salmo 94; Romanos 5, 1-2.5-8

LECTIO:
     Dentro de nuestro camino cuaresmal hoy se nos propone una escena conocida: la samaritana. El pozo en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir.
     Un pozo, una mujer y Jesús encuadran el Evangelio de este domingo… La vida de aquella mujer había trans­currido entre maridos y entre viajes al pozo para sacar agua. La insuficiencia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insufi­ciente agua para calmar una sed insaciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficiencia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a cul­minar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.
    Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el Agua que sacia y como el Esposo que no desilusiona. Cuando no daban más de sí nuestros esfuerzos y empeños y seguíamos arras­trando todas las insuficiencias, lo que representa también en nosotros los mari­dos y la sed, el desencanto y la fatiga, ha venido a nuestro lado como esposo, como amigo, como agua... el Mesías esperado.
Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaciones, desde nues­tra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársenos como nuestra fuente y nuestra sed.
       Ojalá que también nosotros poda­mos contagiar a nuestras gentes como aquella mujer lo hizo con los de su pue­blo, y también nuestros contemporáneos puedan testimoniar: “ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sa­bemos que Él es de verdad el Salvador del mundo”.     
             
MEDITATIO:
     «Dame de beber» La sencilla petición de Jesús es el comienzo de un diálogo, mediante el cual Él, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a la cual, según los esquemas sociales, no habría debido ni siquiera dirigirle la palabra. Jesús cuando ve a una persona va adelante porque ama. No se detiene nunca ante una persona por prejuicios. Jesús la pone ante su situación, sin juzgarla, haciendo que se sienta considerada, reconocida, y suscitando así en ella el deseo de ir más allá de la rutina cotidiana. (Papa Francisco)
     Había ido a sacar agua del pozo y encontró otra agua, el agua viva de la misericordia, que salta hasta la vida eterna. ¡Encontró el agua que buscaba desde siempre! Corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba, la condenaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida. Porque todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, siempre. Es un paso adelante, un paso más cerca de Dios. Y así, cada encuentro con Jesús nos cambia la vida. Siempre, siempre es así. (Papa Francisco)
     Estamos llamados a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el bautismo y, como la samaritana, a dar testimonio a nuestros hermanos. Testimoniar la alegría del encuentro con Jesús, porque todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, y también todo encuentro con Jesús nos llena de alegría, esa alegría que viene de dentro. Así es el Señor. Y contar cuántas cosas maravillosas sabe hacer el Señor en nuestro corazón, cuando tenemos el valor de dejar aparte nuestro cántaro. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Espéranos, Señor, junto al pozo del pacto, en la hora providencial que a cada uno le toca. Preséntate, inicia tú el diálogo, tú mendigo rico de la única agua viva. Aléjanos, poco a poco, de tantos deseos, de tantos amores efímeros que todavía nos distraen. Disipa la indiferencia, los prejuicios, las dudas y los temores; libera la fe.

Como busca la cierva corrientes de agua, así te busco yo, Dios mío.
Como tierra reseca, agostada, sin agua, mi alma tiene sed de ti,
y espera, resistente, que tu lluvia me empape 
y convierta mi desierto en vergel,
que tu torrente me inunde y de mi seno corran ríos de agua viva.

CONTEMPLATIO:
«Adorar al Padre en espíritu»
  …es seguir los pasos de Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre que lo envía siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice Jesús de manera clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador..., y quienes lo adoran deben parecerse a él. 
«Adorar al Padre en verdad»
  …es vivir en la verdad. Volver una y otra vez a la verdad del Evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los verdaderos adoradores que busca el Padre?
     La presencia del Resucitado en la Iglesia hace posible nuestro encuentro con Él… Este encuentro, pues, tiene esencialmente una dimensión eclesial y lleva a un compromiso de vida. En efecto, encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por Él, adherirse libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino de Dios. (Evangelii Gaudium)


    Dígnate, Dios misericordioso y Señor piadoso, llamarme a esta fuente, para que también yo, junto con todos los que tienen sed de ti, pueda beber el agua viva  que de ti mana, oh fuente viva. Que pueda embriagarme en tu inefable dulzura sin cansarme nunca de ti y diga: ¡Qué dulce es la fuente de agua viva; su agua que brota para la vida eterna no se agota jamás! [...] Tú eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios (San Columbano).









MARZO: La Iglesia, (III)

     En el número 752 del Catecismo leemos así sobre el lenguaje cristiano acerca de la Iglesia:
     En el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea litúrgica (1Co 11,18; 14,19.28.34-35), sino también la comunidad local (1Co 1,2; 16,1) o toda la comunidad universal de los creyentes (1Co 15,9; Ga 1,13; Flp 3,6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La “Iglesia” es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
     Quisiera partir de la relación íntima entre Iglesia universal, Iglesia local y asamblea eucarística (o litúrgica en general), para ofrecer algunas reflexiones y datos de cara a nuestra contemplación y aprendizaje sobre la Iglesia.
     El principio de la Iglesia es la Iglesia una y católica, ella no nace de la suma de las Iglesias locales, ni de las comunidades eucarísticas, como su unidad no es el fruto del acuerdo o alianza entre comunidades locales o individuos. Pero toda comunidad local, que acoge la fe, los sacramentos y la vida de la Iglesia universal, está llamada a llegar a hacer presente y visible la gran Iglesia en un lugar y entre unas gentes concretas (Vid CEC 835; más ampliamente, 830-838). Y esto se visibiliza en la asamblea eucarística congregada ante el altar y presidida por el Sacerdote.

Iglesia y asamblea eucarística

  El concilio Vaticano II ha destacado ampliamente esta relación entre la Iglesia y la Liturgia:

     Sacrosanctum concilium (=SC)
  
   n. 2 - « la liturgia, por medio de la cual “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia ».
En efecto, este precioso texto muestra la liturgia como “obra” donde se construye la Iglesia (como afirma el adagio medieval recuperado por Henry de Lubac S.I., “la Eucaristía hace a la Iglesia”), es la liturgia en cuanto fuente de la vida y actividad de la Iglesia, algo sobre lo que el Concilio volverá a insistir (Lumen Gentium = LG, 11). Pero también podemos leer esta cita de SC 2 en sintonía con SC 41 que afirma: 
     « Es necesario que todos concedan gran importancia a la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto a un único altar, que el obispo preside rodeado por su presbiterio y sus ministros ». 
     Texto que conecta con todo el contenido de LG 26. Estas enseñanzas conciliares nos llevan a descubrir en la celebración litúrgica (en principio destinada a los fieles, vid. CEC 1118-1119) una dimensión apologética, que interpela a los no creyentes y les atrae por su belleza y verdad (la liturgia ha sido muchas veces ocasión y detonante de conversiones).

     Lumen Gentium (=LG)

     n. 26 - « El obispo, cualificado por la plenitud del sacramento del orden, es el “administrador de la gracia del sumo sacerdocio”, sobre todo en la Eucaristía que él mismo celebra o manda celebrar y por la que la Iglesia vive y se desarrolla sin cesar »« En toda comunidad en torno al altar, presidida por el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel gran amor y de “la unidad del Cuerpo místico sin la que no puede uno salvarse” ».
     La realidad de la Iglesia sería inabarcable, tanto por su extensión (catolicidad) como por su complejidad interna (realidad divino-humana), pero en la celebración eucarística se deja ver y se da a conocer. Pero este ver la Iglesia en cada Eucaristía, singularmente en las presididas por un Obispo, no es tan simple.

Hay que aprender a vivir la Eucaristía.

     Comentando más arriba el texto de SC 2 hemos señalado la capacidad de impresionar que puede tener la liturgia, moviendo a algunas personas a llegar a hacerse católicos. Pero la liturgia que puede provocar desde su verdad y belleza estos efectos reclama por lo general para libar su fecundo y nutritivo néctar una iniciación y formación.
     Para que la Iglesia se auto-reconozca celebrando y madure y crezca en la sucesiva participación litúrgica fructuosa, se requieren actitudes y capacitación y un saboreo orante de los dones y experiencias recibidas (Vid. SC 14c y 18-19).
     En este punto la adoración eucarística puede ayudar enormemente a este saboreo de las celebraciones.
     Apoyada en la presencia real, sustancial y permanente, se ve enriquecida enormemente por el saboreo de las lecturas de la Misa y por la consideración de los textos o ritos empleados, que pueden contemplarse a la luz de la presencia real del Señor Jesús. De este modo la celebración nos ayuda a afianzar nuestra identidad católica y a transportarla a nuestra vida entera, para ayudar así eficazmente a que el mundo crea.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Me he planteado alguna vez que el nivel de mi participación en la Eucaristía es termómetro de mi nivel de adhesión a la Iglesia?

¿Qué hago para mejorar cada día la calidad de mi participación en la santa Misa? Formación, preparación, atención.

¿Fomento y aporto lo que puedo para dignificar y embellecer las celebraciones litúrgicas como epifanías del Misterio de la Iglesia que tienen que ser? ¿Mis tiempos de adoración me ayudan a crecer en mi adhesión a la Iglesia, su enseñanza y sus obras apostólicas?

CARTA PASTORAL DE NUESTRO OBISPO

CUARESMA, UN NUEVO COMIENZO

     Como todos los años, el Santo Padre ha enviado a la Iglesia un mensaje para orientar los esfuerzos de conversión de esta Cuaresma. Con esta recomendación pretende preparar los corazones para cambiar al mundo, cosa que solamente sucederá si hay corazones nuevos. No es, por tanto, un mensaje político, sino de la fe, que debe llegar a transformarnos a todos y que adquiere profundas consecuencias sociales.
     “La palabra es un don. El otro es un don”: he aquí el lema propuesto por Francisco. Nos recuerda la parábola del rico y del pobre Lázaro, que no es una enseñanza solamente para los ricos, sino para todos los hombres, porque todo hombre puede verse en esta situación. Mientras “Sartre decía: “el infierno es el otro”, el Papa con el Evangelio dice, por el contrario, que “el otro es un don”, aunque nada tenga, porque para el cristiano “el Cielo es el otro”. Ahora bien, para que esto suceda hace falta que la Palabra de Dios llegue al Corazón del hombre y lo cambie, pues de lo contrario todo se queda en moralismo.
     La raíz del problema, tal como dice San Pablo, está en que Cristo ha muerto por los hombres para que el hombre no viva más para sí mismo. Este es el punto crucial: vivir para sí mismo es una maldición. La raíz del mal está en no escuchar la Palabra de Dios, así como en olvidarse del otro. Cada uno de nosotros puede intentar hacer una “florecilla” en esta Cuaresma, y ofrecer algún sacrificio, pero todo lo que haga tiene que ser reflejo de algo más profundo.
     Jesús enseña en la parábola del rico y del pobre Lázaro que lo que se condena no es el dinero, sino el olvido del otro. El hombre rico de la parábola, así llamado, era un hombre lleno de sí mismo, que ni siquiera vio a Lázaro en su puerta, tenía una ocasión para salvarse pero no fue capaz de verlo. Cuando reconoce, en el más allá, que el otro junto a su puerta es una oportunidad para salvarse, pide que alguno avise a sus hermanos.
     Nuestro peligro, como el de este rico es el relativismo y el narcisismo que nos ciegan; la necesidad de aparentar, y como si en nombre del éxito todo estuviese permitido, incluso devastar la creación. La historia de la humanidad se ha caracterizado por el miedo del otro y la ceguera, como sucede, por ejemplo, en la emigración y en el miedo de sufrir violencia, pero es necesario superar el miedo y encontrar una respuesta. ¡Qué importante es escuchar la tragedia que está detrás de ese fenómeno que nos incomoda, y ver que el otro es una ocasión para encontrar a Cristo!
     La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios “de todo corazón” (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Francisco, Homilía 8 enero 2016). Intensifiquemos la vida del espíritu a través de los medios que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna, escuchando constantemente la Palabra de Dios.
     El Espíritu Santo es quien nos lleva a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Todos los fieles debemos manifestar también esta renovación espiritual participando en las Conferencias Cuaresmales de las parroquias y en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en las distintas partes del mundo para recuperar la mirada de Dios sobre las cosas y para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Vivamos la caridad y demos testimonio de ella y oremos unos por otros para que lleguemos a participar todos de la victoria de Cristo.

+ Rafael Zornoza Boy - Obispo de Cádiz y Ceuta