TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 30 de noviembre de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 30 DE NOVIEMBRE, 1º DE ADVIENTO

¡VIGILAD! QUE NO SABEIS EL MOMENTO

MC. 13. 33-37
     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»


Otras Lecturas: Isaías 63,16b-17;64, 2b-7; Salmo 79; 1Corintios 1,3-9

LECTIO:
    Adviento tiempo de gracia, de preparación hacia el acontecimiento central de la historia humana: el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros. Es tiempo de sensibilización y de disposición para darle al Señor el lugar que le corresponde en nuestra vida, es tiempo de revisión, de evaluación, para corresponder al amor que Dios nos tiene: “…tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo…”
       El Adviento está marcado por una actitud de amor pleno, de amor vital, de amor renovador, donde buscamos mirar nuestra vida y nuestras actitudes para confrontarlas con el amor que Dios nos tiene y a la luz de ese amor ser capaces de corresponder a Aquel que nos amó primero, que nos llenó de su amor y que nos invita a que lo amemos como Él nos ama.
       Desde esta perspectiva el Adviento es un tiempo para mirar nuestra realidad, de ver si estamos más cerca del Señor, y si estamos viviendo plenamente el ser discípulo de Jesús. Por eso el Adviento es una invitación a que el Señor ocupe el centro de nuestro corazón, y sea Él la razón y la motivación de todo lo que somos y de todo lo que hacemos.
       En este primer domingo de Adviento la liturgia nos presenta un texto del Evangelio de Marcos. Por medio de una parábola, el Señor nos invita a reflexionar y ser conscientes de lo que será nuestro encuentro definitivo con Él. Por eso repite: “…estén preparados, estén vigilantesestén despiertos…”.
       Ejemplificando este texto, nos expone la parábola del portero que debe estar vigilante, atento, despierto para abrir a su señor cuando llega. “... pues no sabéis cuando  vendrá el señor de la casano sea que venga inesperadamente…”    
       Es una invitación a vivir en la presencia del Señor, sabiendo que el seguirle es asumir su estilo de vida, no como algo circunstancial, sino como lo que constituye nuestro modo de ser y actuar, manifestando el proyecto de Dios para nosotros.
       Las palabras de Jesús, al final del texto, las dirige no sólo a sus discípulos sino a “todos”. Hoy en este “todos” tendríamos que incluir a los alejados, a los no creyentes, a los indiferentes... Hagamos que sea Adviento también para ellos y para todos los que nos rodean.

  MEDITATIO:                   
       Que el empeño de caminar en la fe y de comportarnos de manera coherente con el Evangelio nos acompañe en este tiempo de Adviento, con María, la madre de Jesús, para vivir de modo auténtico la conmemoración de la Navidad del Señor.
¿Es tu vida una vida de esperanza, de búsqueda… en la que tienen un papel importante Dios y los hermanos?
En este tiempo de Adviento, es bueno mirar cuáles son tus prioridades, tus objetivos, tus intereses…
¿Cómo te dispones a vivir este nuevo año? ¿Has crecido? ¿Puedes decir que estás más cerca de Dios y que tu vida refleja y manifiesta el proyecto de amor del Padre?
La esperanza te lleva a trabajar cada día en tu crecimiento con y en Dios. La Palabra nos indica hoy estas actitudes: Vigilancia, esperanza, confianza, responsabilidad… ¿cómo estás en estos aspectos?                                                                                                                                                     
ORATIO:
     Ven, Señor, a liberarme de tantas cosas que me impiden avanzar con libertad, dame la fuerza para escapar de todo lo que me pueda separar de Ti y haz renacer en mí la esperanza de volver a caminar por tus sendas, que con frecuencia he abandonado.
Oh maestro, al comenzar este nuevo Adviento, acoge mis limitaciones y temores para que pueda renacer a una esperanza nueva.
Ayúdanos, Señor,
a abrigar la esperanza que nace en cada Adviento…
Queremos ser tus Testigos, danos la fuerza Señor.
Santa María, madre de Dios,
ayúdanos a prepararnos para recibir a Jesús.

CONTEMPLATIO:
     Jesús, en estas semanas de adviento, te pide que te prepares para recibirlo con un corazón limpio y generoso cuando nazca esta Navidad. “Velad”, que cuando llegue no te encuentre ofuscado por los afanes terrenos, por la tentación de la vida fácil y superficial, por el egoísmo de pensar sólo en tus problemas y en tus intereses… ¿Qué piensas hacer para estar vigilante?
“Que, al llegar de repente, no os sorprenda dormidos”
     Estarás alerta a la venida del Señor, si cuidas tu oración personal, si no descuidas pequeños sacrificios o mortificaciones, si estás pendiente de las necesidades del hermano, si llevas luz y esperanza en tu hacer de cada día.
     Interioriza este pensamiento de santa Teresa y dialógalo con Jesús en la oración: “Esto me dijo el Señor:Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a estos responde el amor. ¿En qué te lo puedo más mostrar que querer para ti lo que quise para Mí”.
“Estad preparados y vigilando, porque no sabéis cuándo llegará ese momento”
     Contemplemos las palabras iniciales de Jesús en el Evangelio. Para ello hemos de ver la venida gloriosa de nuestro Señor y si hemos estado preparados para recibirlo.

sábado, 29 de noviembre de 2014

ADVIENTO DEL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

     El año 2015 es el Año de la vida consagrada. Así lo dispuso el papa Francisco, anunciándolo el año pasado por estas fechas. Un Año dedicado a dar gracias a Dios, a mirar el futuro con esperanza y a vivir el presente con pasión, a los 50 años del concilio Vaticano II y del decreto <Perfectae caritatis> sobre la vida consagrada…
     Comenzamos un nuevo año litúrgico, que nos pone alerta sobre la venida del Señor, la última venida, cuando acabe nuestra vida en la tierra (cada vez más cercana) y cuando acabe la historia de la humanidad. El Señor vendrá glorioso para juzgar a vivos y muertos. De ese juicio no se escapa nadie, y es en definitiva el único que importa. Por eso, hemos de vivir con el alma transparente y con la conciencia clara de que hemos de ser juzgados y hemos de dar cuenta a Dios de toda nuestra vida.
     El tiempo de adviento nos introduce en un nuevo año litúrgico, en el que renovaremos sacramentalmente el misterio de Cristo completo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata a la Navidad que se acerca un año más, cuando Jesús vino y viene a quedarse con nosotros, el eterno nacido como uno de los nuestros.

     Volver nuestros ojos a la vida consagrada es ciertamente para dar gracias a Dios. En nuestra iglesia diocesana de Córdoba han brotado abundantes vocaciones a la vida consagrada en tantos carismas que adornan el jardín de la Iglesia con frutos abundantes. Y además, la presencia de la vida consagrada en nuestra diócesis es superabundante en todos los campos. En monasterios de vida contemplativa, que tanto bien nos hacen al recordarnos la primacía de Dios en un mundo tan agitado. En el campo de la educación con fundaciones centenarias, donde miles y miles de hombres y mujeres han sido formados en estos colegios. En el campo de la beneficencia con todo tipo de obras sociales: hospitales, residencias de ancianos, atención a los pobres, cercanía a las nuevas pobrezas. Cuántos hombres y mujeres (más mujeres que hombres) consagrados de por vida a hacer el bien, cuántas lágrimas han enjugado, cuantos sufrimientos compartidos y aliviados, cuantas hambres saciadas. En el campo de la evangelización y catequesis, a pie de parroquia, disponibles para llegar a todos los hogares, confidentes de tantos corazones desgarrados, presentando a niños, jóvenes y adultos la belleza del Evangelio. Cómo no dar gracias a Dios por todo ello. El Año de la vida consagrada viene para eso. ¿No hemos conocido en nuestra vida almas consagradas a Dios, cercanas para hacer el bien a todo el mundo? Demos gracias a Dios por todos estos dones en su Iglesia de los que todos somos beneficiarios.
     La vida consagrada en sus múltiples formas tiene futuro, por eso este año abre nuevos caminos de esperanza. Ciertamente ha descendido el número de religiosos y religiosas, de consagrados en los distintas formas. Pero cada uno de los llamados debe mirar el futuro con esperanza, porque Dios no falla. Y el que ha llamado a cada uno a esta vocación, lo llevará a feliz término. Este año servirá para presentar al pueblo de Dios cada uno de estos carismas que el Espíritu ha sembrado en su Iglesia, y Dios hará brotar nuevas vocaciones entre los jóvenes, estoy seguro. La vida consagrada debe ser vivida con pasión en el presente. Es signo de un amor más grande y más hermoso, es una vida de corazón dilatado para amar más y para una mayor fecundidad.

   Valoramos la vida consagrada en todas sus formas y expresiones, porque son un don del Espíritu para la Iglesia de nuestro tiempo. Si tu hijo o tu hija te dice que ha sido llamado por Dios, no te resistas. Si un amigo o amiga te dice que ha sentido de Dios esta llamada, felicítale. Es un gran regalo para la familia, para la sociedad. Valora esa vocación, acompáñala, sostenla con tu calor y con tu oración…
     En la vida consagrada se da el amor más grande, aquel amor que es el único capaz de construir un mundo nuevo.
     Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
OFICIO DIVINO, Oración de las horas (iV)
II. NATURALEZA DE LA ORACIÓN LITÚRGICA

Fuente: Liturgia de las horas para los fieles Edición 2002.


3. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA, ORACIÓN DE CRISTO

     La oración litúrgica es la oración de toda la Iglesia. Ahora bien, a la Iglesia pertenecen no sólo los bautizados sino también -y muy por encima de ellos - el mismo Cristo. Él es la cabeza del cuerpo y su miembro más destacado. Por ello, cuando se habla de la oración de la Iglesia, la referencia a la oración del mismo Cristo debe ocupar el lugar principal. Es precisamente a esta oración de Cristo con su Iglesia, a la que, de modo singular, debe aplicarse la afirmación del Señor: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí, en medio de ellos, estoy yo." La oración de la Iglesia aúna la oración de Cristo con la de aquellos hombres a los que él ha hecho miembros de su cuerpo mediante el bautismo. De esta participación de Cristo en la oración de la Iglesia se derivan dos consecuencias especialmente importantes para una mejor vivencia de la Liturgia de las Horas: el valor supremo de esta oración por encima de todo otro tipo de plegaria y el rico significado de algunas expresiones litúrgicas que, al margen de esta presencia de Cristo orante con la comunidad, difícilmente serían admisibles y, por el contrario, teniendo en cuenta esta presencia, resultan muy significativas.

En efecto, la oración eclesial tiene intrínsecamente un valor muy superior al que pudiera tener cualquier otro tipo de oración personal  aunque se trate de la oración de personas singularmente santas -, porque en esta oración, junto con las voces de los demás orantes y, sin duda, muy por encima de ellas, resuena siempre ante el Padre la voz del Hijo amado: Así lo recuerda la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia: "Cristo está presente en su Iglesia... cuando ella suplica y canta salmos." No cabe, pues, la menor duda de que ninguna plegaria tiene tanto valor ante Dios como aquella en la que unimos nuestras voces a la del Hijo de Dios y hacemos que la oración del Hijo amado resuene por nuestros labios. Esta Oración litúrgica que como cabeza de la Iglesia y junto con los fieles Cristo eleva al Padre es siempre una plegaria infinitamente agradable a Dios. Y es precisamente a esta plegaria a la que nos incorporamos cuando rezamos la Liturgia de las Horas.

  Pasemos al segundo aspecto, el de las dificultades que puede encontrar el que reza la Liturgia de las Horas ante determinadas expresiones litúrgicas, especialmente las que hacen referencia a las perfecciones del que acude a Dios. La insistencia en la justicia, la rectitud y la santidad del orante, que con tanta frecuencia hallamos en los salmos, aplicada a nuestra oración personal la convertiría en aquella plegaria del fariseo hipócrita condenada por el Señor, porque sólo sabía complacerse en sus cualidades". En cambio, teniendo presente la participación de Cristo en la oración de la Iglesia, estas mismas expresiones se iluminan y cobran gran sentido: nada, en efecto, resulta más oportuno en la oración que el que la voz de Jesús recuerde ante el Padre su santidad inconmensurable, para que Dios, complacido ante esta perfección de su Hijo, derrame sobre sus hermanos - la Iglesia, e incluso el mundo - la abundancia de sus bendiciones. Es, pues, en este sentido que la Iglesia, como voz de Cristo, hace ante el Padre memoria de las perfecciones del Hijo amado, para que Dios, complacido en ellas, bendiga a todos sus hermanos. Es en este sentido que la Iglesia dice, por ejemplo: "Camino en la inocencia; confiando en el Señor no me he desviado. Examíname, Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque tengo ante los ojos tu bondad, y camino en tu verdad. No me siento con gente falsa, no me junto con mentirosos; detesto las bandas de malhechores, no tomo asiento con los impíos. Lavo en la inocencia mis manos. Y también: "Presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño: emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí. Mi boca no ha faltado como suelen los hombres; según tus mandatos yo me he mantenido en la senda establecida. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos." Expresiones como éstas la Iglesia se complace en repetirlas unida siempre a Cristo. Y el Padre del cielo las escucha, sin duda, como la mejor oración salida de la humanidad, en la que ve incluido al Hijo de su amor. "El mayor don que Dios podía conceder a los hombres - nos dice san Agustín - es hacer que aquel que es su Palabra se convirtiera en cabeza de los hombres, de manera que el Hijo de Dios fuera también hijo de los hombres... para que así el Hijo esté unido a nosotros de tal forma que, cuando ruega el cuerpo del Hijo - es decir, la comunidad de los fieles - lo hace unido al que es su cabeza… - de este modo Jesucristo, Hijo de Dios, ora en nosotros como cabeza nuestra. Reconozcamos, pues, nuestra propia voz en la suya y su propia voz en la nuestra."
     Con razón afirman, pues, los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas que "en Cristo radica la dignidad de la oración cristiana, al participar ésta de la misma piedad para con el Padre y de la misma oración que el Unigénito expresó con palabras en su vida terrena, y que es continuada ahora incesantemente por la Iglesia y por sus miembros en representación de todo el género humano y para su salvación."

4. LA ORACIÓN PERSONAL DEL CRISTIANO, RELACIONADA E INCORPORADA A LA DE LA IGLESIA

     Oración de la Iglesia y oración personal, aunque no se identifiquen, como acabamos de ver, tienen, con todo, una mutua e íntima relación. La oración privada del cristiano viene a ser, por decirlo de alguna manera, el "camino hacia" y el "instrumento para" incorporarse mejor a la oración litúrgica. En efecto, unirse a la oración de Cristo y hacer de los propios labios instrumento de la plegaria del Hijo amado es un cometido que sobrepasa las posibilidades naturales del hombre. Por ello precisamente, el cristiano, llamado a esta sublime oración, debe hacerse digno de la misma a través de una oración personal asidua; sólo así logrará tener, cuando participe en la oración de la Iglesia, "los mismos sentimientos que Cristo Jesús", el principal Orante de la asamblea cristiana. Ya Pío XII recordaba en su encíclica Mediator Dei esta íntima relación entre oración personal y Oración litúrgica, cuando afirmaba que "en la vida espiritual no puede haber oposición o repugnancia entre la oración privada y la oración pública". La oración eclesial es la cumbre a la que debe tender la oración personal del cristiano, pues, como plegaria de la Esposa de Cristo, tiene siempre un valor inconmensurablemente mayor, y no cabe para el cristiano oración más sublime que ésta; por otra parte, la riqueza de la oración litúrgica es la mejor fuente en la que puede beber la oración privada para que incluso ésta vaya adquiriendo progresivamente aquella actitud filial propia del Hijo y que de él se deriva hacia los que somos también "hijos de adopción".

sábado, 22 de noviembre de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 23 DE NOVIEMBRE, 34º DEL TIEMPO ORDINARIO EN LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

VENID, BENDITOS DE MI PADRE
Mt. 25. 31-46
            En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
       Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
       Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
       Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
       Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
       Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
       Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

Otras Lecturas: Ezequiel 34,11-12 ss; Salmo 22; 1Corintios 15,20-26.28

LECTIO:
                El año litúrgico concluye con la fiesta de CRISTO REY, en la que se anuncia y revela el destino final de toda la humanidad, cuando todo será colocado bajo los pies de Cristo, siendo reconocido como Aquel que da sentido pleno a toda la historia.
        Esta fiesta nos coloca de lleno en el plan de la salvación del Padre, que adquirirá su plenitud en la recapitulación de toda la creación en Cristo. Cuando el proyecto del Padre se realice plenamente podremos ver en plenitud aquello que Él quiso y soñó desde siempre para la humanidad.
        La fiesta de Cristo Rey es el anuncio escatológico de lo que será el final de toda nuestra vida y de la historia humana, cuando en Cristo alcancemos la plenitud y en Él tengamos la vida eterna, teniéndolo como nuestro Dios y Señor, por quien y en quien adoraremos al Padre, viviendo en Él y por Él, participando de su gloria por toda la eternidad.
        En esta perspectiva la liturgia nos presenta la parábola del Juicio final, donde el Señor va a ejercer su señorío juzgando y dando a cada uno de acuerdo a sus buenas obras.
        Este texto nos muestra que el juicio será el tiempo donde cada uno recibirá del Padre de acuerdo con lo que haya sembrado, según como haya vivido,  pues al final nos examinaran del Amor.
        En el texto el evangelista pretende ayudarnos a darnos cuenta de esta realidad que irremediablemente experimentaremos y de la necesidad de estar preparados para que el Señor no nos encuentre  con las manos y el corazón vacíos de buenas obras.
        Además este pasaje nos hace tomar conciencia de que a Dios lo encontramos en el hermano, en los que tenemos cerca. Él está en todos y en cada uno de los que se cruzan por nuestro quehacer de cada día y  necesitan de nuestra ayuda, pasan hambre o sed, están enfermos…
        De ahí la necesidad de estar atentos y darnos cuenta que el Señor está a nuestro lado y aprovechar la gracia de tenerle junto a nosotros.

 MEDITATIO:                   
            Miremos nuestra vida y veamos cómo estamos asumiendo las enseñanzas de Jesús y hasta que punto podemos llamarnos discípulos suyos. ¿Estás aprendiendo a vivir desde el amor y para el amor? Toda la vida cristiana se centra en “dejarse amar y amar. Dios es Amor” Debemos amarnos porque Él nos amó primero.
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” ¿Qué te supone saber que Dios te tiene preparado, antes de tu nacer, un reino de paz, de justicia, de amor..? Los que son recibidos en el reino, son los que tuvieron amor y misericordia con el prójimo, ¿cómo son tus actitudes de amor y misericordia? ¿Cómo actúas para ser recibido en el reino?
“Conmigo lo hicisteis”, “tampoco lo hicisteis conmigo;”Señor, ¿Cuándo te vimos…? ¿Reconoces su presencia en los hermanos, sobre todo en los más débiles, los más pobres, en el que te molesta, te incordia…? ¿Te limitas a saber los datos  sobre la pobreza sin acercarte a la realidad de los que sufren? ¿Tienes gestos de solidaridad y amor concretos para los que sufren y pasan necesidad? ¿Y tu comunidad de fe, tu grupo, tu familia…?     
                                                                                                                                                                
ORATIO:
     Señor, llegamos al final de este año litúrgico donde Tú me has bendecido abundantemente. Gracias por tu obra redentora en mí. Soy tuyo desde siempre y quiero permanecer en tu Reino, quiero glorificarte en toda mi existencia, porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú eres mi verdadero y único Rey. Enséñame a permanecer fiel, para que un día pueda cantar tu gloria en la asamblea de los santos
Señor, dame la gracia de verte presente en el que sufre y padece necesidad.
Tú que estás en los que sufren, hazme sensible ante el dolor ajeno…
Señor, que dé todo de mí para consolar, apoyar y acompañar a los que me rodean,
como Tú lo has hecho y sigues haciéndolo en medio de nosotros.

     Que nuestra oración sea un frecuente dar gracias porque el Señor nos anticipa cómo será el juicio y pidámosle el poder vivir de tal manera, que nos acepte en su Reino.

CONTEMPLATIO:
     Contempla como Jesús te invita a tener la misma actitud que Él tuvo: amarte hasta el  extremo de dar su vida por ti. ¿Eres consciente de que al final de la vida serás examinado del amor que hayas repartido?
“Venid vosotros, benditos de mi Padre”.
     Jesús espera que le sigas y busques hacer en tu vida su proyecto de amor, que vivas con el corazón puesto en Él, pero con la mirada puesta en los que te rodean, amando y sirviendo como Él lo ha hecho. Hoy, ahí donde estás, con las personas con las que te relacionas, el Señor te pregunta: ¿Quiénes son los que necesitan de tu ayuda?, ¿Qué ayuda necesitan?, ¿qué haces por ellos?, ¿qué estás dispuesto a hacer?
     El cristiano reacciona con toda su persona, tiempo y cualidades, ante el sufrimiento ajeno, para hacer todo lo que está de su parte por remediar las situaciones de dolor y marginación. Esta es la misericordia que, al final de la historia, atrae la bendición definitiva, la salvación total de Dios. ¿Te identificas con este cristiano?
«Al atardecer de la vida, te examinaran del amor»
Cristo Rey: “A mí me lo hicisteis”

        La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su ascensión a los cielos y el envío del Espíritu Santo, la espera de su gloriosa venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al Padre.
     Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros.
     La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino. Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque nuestros pasos hayan sido muy extraviados. El continuamente nos brinda su misericordia, que sana nuestras heridas.
     Pero en todo caso el examen y la medida será la del amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida.
     Impresiona en esta escena del juicio final que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. "A mí me lo hicisteis". Cada vez que lo hicimos con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas.
     La realeza de Cristo es por tanto algo que se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros hermanos.
     Cristo y los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo.
     Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - obispo de Córdoba
Papa Francisco: Cinco tentaciones a evitar.
PALABRAS EN SU DISCURSO EN EL FINAL DEL SÍNODO DE LA FAMILIA 2014

 La tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación de los celantes, de los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados “tradicionalistas” y también de los intelectualistas.

La tentación del “buenismo” destructivo, que a nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa y las raíces. Es la tentación de los “buenistas”, de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y liberalistas”.

La tentacion de transformar la piedra en pan para romper el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra, y tirársela contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) es de transformarlo en “fardos insoportables” (Lc 10,27).

- La tentación de descender de la cruz, para contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios.

- La Tentación de descuidar el “depositum fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando ¡una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada!


sábado, 15 de noviembre de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 16 DE NOVIEMBRE, 33º DEL TIEMPO ORDINARIO EN EL DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

    EMPLEADO FIEL, PASA AL BANQUETE DE TU SEÑOR…

Mt. 25. 14-30
     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos.
     Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses.

     Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

Otras Lecturas: Proverbios 31,10-13 ss; Salmo 127; 1Tesalonicenses 5,1-6

LECTIO:
            San Mateo nos presenta la parábola de los talentos. Es importante observar los personajes que aparecen y el papel que a cada uno le asigna Jesús.
         El primero que entra en escena es aquel que se ausenta dejando un encargo a sus empleados: representa a Cristo mismo. Él  les deja unos dones, unos talentos. Estos son las cualidades naturales que poseen aquellos hombres, pero al ser Cristo quien se les entrega, simbolizan también aquellos dones que el mismo Señor Jesús nos ha dejado para hacerlos fructificar: su Palabra, la oración, los sacramentos…  En una palabra: el reino de Dios, que es Él mismo, presente y vivo en medio de nosotros.
        Desde esta perspectiva podemos valorar bien la reacción del Señor cuando regresa a pasar cuentas con ellos, en especial con el que no fue capaz de aportar nada nuevo.
        El siervo, es decir cada uno de nosotros, no debemos poner límite a su servicio, porque el amor no tiene límites. Ni debemos temer correr riesgos, porque el amor no sabe de temores. Hemos de sacar el máximo provecho a los talentos recibidos de Dios.
        No importa si hemos  recibido muchos o pocos talentos, lo importante es que no permanezcamos ociosos, sino que nos pongamos enteramente al servicio de Dios, de la Iglesia y de nuestros hermanos los hombres.
        Nadie es tan pobre que no tenga algo que dar a los demás. En este sentido, rico no es el que más tiene sino el que más da, el que ofrece lo que tiene como don para los demás. Lo que Cristo nos ha dado se multiplica dándolo.
        Por eso, el cristiano no puede acobardarse ante el mundo y ante la vida, porque su ejercicio es el amor; él es hijo de la luz y vive en el amor y el amor es donación, el amor es valentía, el amor es entrega sincera de sí sin límites.

 MEDITATIO:                    
                  En la vida, como en la parábola, lo importante no es lo que tenemos sino lo que hacemos con lo que tenemos.

Si tienes muchos o pocos talentos es indiferente. Lo importante es que los pongas a trabajar y saques de ellos todo lo que tus posibilidades te permitan. ¿Agradeces al Señor tus dones y cualidades? ¿Los tienes al servicio de tus hermanos los hombres?
¿Actúas, alguna vez, como el siervo que enterró su talento y no dio el fruto que el señor esperaba? ¿En algunas circunstancias te haces el desentendido, haces la vista gorda… y así dejas de producir los frutos que el Señor espera de ti?
¿Qué dones recibes diariamente de Dios? ¿Y de tus hermanos? ¿Cuáles aprecias? ¿Por qué? ¿Los agradeces en tu relación diaria con Dios?
¿Qué actitud tienes en tu comunidad parroquial, en tu grupo o en tu familia?, ¿eres de los que estás pendiente de las necesidades de los demás para brindarles todo tu apoyo o eres de los que tienes tantas cosas que hacer que te olvidas de mirar a tu alrededor, ignorando y descuidando a los que te necesitan?

 ORATIO:
     Gracias, Señor, por todos los dones que me has dado para trabajar en tu reino, gracias por la confianza que pusiste en nuestra debilidad.
     Señor, quiero responderte lo mejor posible, sabiendo que todo lo bueno procede de Ti, quiero hacer fructificar tus dones. Que tu gracia me acompañe, y tu fuerza me sostenga, para que pueda glorificarte con mi esfuerzo y compromiso.
Señor Jesús,
perdóname por las veces que oculté mis talentos,
que escondí mis capacidades,
que me acomodé y no quise ayudar.
Perdóname porque no fui capaz de salir al encuentro del otro,
y rechace la ocasión de encontrarme con él.
Perdóname, pero dame la gracia de producir los frutos que esperas de mí.

CONTEMPLATIO:
            “Muy bien, sirviente honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pongo al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu señor.”.

El Señor a cada uno de nosotros nos regala sus dones y talentos, para que así  podamos sentir su presencia entre nosotros y manifestar a los que nos rodean su gracia y su bondad.
Jesús hoy viene a mostrarte que el amor que te tiene no solo repercute en tu vida, sino que también afecta a los que te rodean y hace de ti su instrumento para que otros le conozcan y experimenten su amor.
Jesús nos muestra que no hay diferencia entre los que tienen o reciben más talentos y los que menos. Todos tenemos nuestros talentos según nuestra capacidad. Lo que importa que estos talentos sean puestos al servicio del Reino y crezcan: el amor, la fraternidad, el servicio, el compartir, la entrega, la disponibilidad…