¡Gloria in excelsis Deo!
Os traigo una buena noticia, una gran
alegría para vosotros, para los vuestros y para toda la humanidad; escuchad con
corazón gozoso el anuncio que atraviesa los tiempos, desde la eternidad, y los
espacios, de norte a sur y de este a oeste:
Habían pasado miles y miles de años,
millones de años desde que, al principio, Dios quiso crear de la nada el cielo y
la tierra, materia incandescente, rotando sobre su eje, a los que asignó un
progreso continuo a través de los tiempos.
Habían transcurrido muchos siglos desde
que la luz y la vida fueron suscitados por el poder de Dios, y la tierra se llenó
de árboles y plantas, los mares de peces, el aire de pájaros, los bosques de
animales, la vida cubrió la faz de la tierra.
Después incluso de muchos siglos, Dios
quiso que apareciera en la tierra el hombre, plasmado a su imagen y semejanza; sopló
sobre él el espíritu de la vida, quiso que dominara las maravillas mundo y, al
contemplar la grandeza de la creación, alabara en todo momento al Creador.
Miles y miles de años, durante los
cuales los pensamientos del hombre, inclinados siempre al mal, llenaron el
mundo de pecado hasta tal punto que Dios decidió purificarlo, con las aguas
torrenciales del diluvio.
Dos mil años después de que nuestro padre Abraham salió de su
país de Ur de Caldea, para llegar a la tierra prometida como primicia del
pueblo elegido.
Quince siglos después de la liberación del pueblo de Israel, cuando
Dios, suscitando a Moisés, lo hizo salir de Egipto, atravesando admirablemente
el Mar Rojo a pie enjuto y a lo largo del desierto lo condujo a la Tierra
Prometida.
Mil años después de que David, el pastor humilde, elegido por
Dios y ungido por el profeta Samuel para ser Rey del pueblo de la Promesa y
antepasado del Mesías y Pastor de Israel.
Después de 700 años de larga espera y destierro de Israel cautivo
en Babilonia, cuando Dios mandaba profetas a su pueblo para mantener despierta
la esperanza en las promesas de un Mesías que debía liberarlo del yugo de sus
opresores.
500 años después de que Israel retornara a la patria por decreto
de Ciro, rey de Persia.
En la 194 Olimpiada de Grecia.
En el año 752 de la fundación de Roma.
El año 42 del reinado del emperador Octavio César Augusto.
Cuando una inmensa paz reinaba sobre toda la tierra.
Hace más de 2000 años.
En Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado
entonces por los romanos.
En un pesebre, porque no tenía sitio en la posada. De María virgen, esposa de José, de la casa y familia de David
NACIÓ JESÚS,
HIJO DEL ETERNO PADRE Y HOMBRE VERDADERO,
LLAMADO MESÍAS Y CRISTO,
SALVADOR QUE LOS HOMBRES ESPERABAN.
Él es la Palabra que ilumina a todo
hombre.
Por él fueron creadas al principio todas
las cosas.
Él, que es el camino, la verdad y la
vida, ha acampado entre nosotros.
Él es el Alfa y la Omega, el centro del
cosmos y de la historia, su principio y su fin.
Suyos son el tiempo y la eternidad, a él
la gloria por los siglos.
Nosotros, los que creemos en él, nos
hemos reunido hoy, para celebrar anticipadamente con alegría la solemnidad de la
Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del hombre y del mundo.
Alegrémonos, hagamos fiesta y celebremos
la mejor Noticia de toda la historia de la humanidad.
«¡Gloria a Dios en lo alto del cielo, paz en la tierra a los hombres
que Dios ama. Venid, adoremos al Salvador!»
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