TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 28 de febrero de 2015

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO 
PARA LA CUARESMA 2015


Queridos hermanos y hermanas:

     La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
     Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
     La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
     Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
     El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) La Iglesia
     La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
     La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
     La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)Las parroquias y las comunidades
     Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
     Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
     En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).
     También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
     Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
     Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
     Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)La persona creyente
     También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
     En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
     En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
     Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
     Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
     Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: Haz nuestro corazón semejante al tuyo (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

     Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Franciscus, pp 
DECÁLOGOS DE CUARESMA:


LA CUARESMA…
…  nació como desarrollo pedagógico de un aspecto central del misterio cristiano celebrado en el triduo pascual. Destaca la perspectiva de su referencia a Jesucristo.

… ha sido siempre el tiempo litúrgico más caracterizado del cristianismo. Es un conjunto de cuarenta días, cuya razón de ser originaria fue la de imitar el ayuno previo del Señor al comienzo de su ministerio apostólico.

es privilegio aptísimo para vivir en y de la Palabra de Dios. Vivir en y de la Palabra significa leerla, rezarla, meditarla, abrirse a ella, confrontarse con ella, poner a su tamiz y a su luz nuestra propia existencia. Llenarse de ella para sea la música y la letra de la pletina de nuestra alma y de la partitura de nuestro corazón.

… Toda la liturgia de la cuaresma, tanto en sus aspectos rituales como en la misma liturgia de la palabra, está transida de hermosísimos símbolos que ayuden y hagan visible el camino cristiano de la conversión. Estos símbolos son el desierto, la luz, la salud, el agua, el perdón, la liberación, la cruz y la resurrección.

Los personajes bíblicos que iluminan el camino cuaresmal son José hijo de Jacob, Ester, la casta Susana, Jeremías, el ciego de nacimiento, el hijo pródigo, el padre del hijo pródigo, la samaritana, la mujer adúltera y arrepentida, Zaqueo, el buen ladrón… y, sobre todo, Jesús de Nazaret.

La cuaresma encuentra en la oración la más apropiada de sus atmósferas y de sus escuelas. La oración cuaresmal debe más frecuente y habitual. Su tonalidad propia es la humildad, la insistencia, la confianza. Es oración de súplica y de petición. La oración cristiana de la cuaresma debe intensificar sus dimensiones bíblica y litúrgica, de gran riqueza, variedad, matices y contenidos durante los cuarenta días de este tiempo. En este sentido, la oración litúrgica ha de ser más pausada, sencilla, cordial, humilde, pobre, seria y profunda.

El ayuno es el segundo camino cuaresmal, según el Papa San León Magno. Se trata del ayuno del hombre viejo, del ayuno del pecado, de la renuncia a los propios caminos para abrazar los caminos de Jesucristo. Se trata de privarnos de algo en favor de alguien necesitado, que podemos nosotros mismos o nuestro prójimo. El ayuno no es, pues, una ejercitación meramente voluntarista o hasta masoquista. Es una opción de purificación y de intercesión.

La vigente normativa eclesiástica de la abstinencia de carne durante todos los viernes de cuaresma y del ayuno y de la abstinencia el miércoles de ceniza y el viernes santo pueden ayudarnos a recorrer esta segunda vía cuaresmal y penitencial, antes citada.

La limosna, la caridad, la solidaridad es el tercero de los caminos tradicionales y permanentes de la cuaresma. ¡Tenemos tantas demandas de justicia para vivir la limosna, la caridad cuaresmal!

La cuaresma es un tiempo para vivir de ella. Es un tiempo para practicarla, para ejercitarla no como un fin en sí mismo sino como un medio, un camino hacia la pascua. Por ello, para recorrer adecuada y cristianamente la cuaresma debemos buscar y desarrollar nuevos espacios oracionales y devocionales. El rezo, antes tan habitual del Vía Crucis, durante, al menos, los viernes de cuaresma, es una praxis que, lejos de haber perdido su vigencia y sentido, debe ser potenciada y recuperada en nuestra Iglesia en medio de una sociedad donde la realidad y el misterio de la cruz siguen presentes y desafiantes. Otras maneras espléndidas y siempre fecundas para recorrer este camino cuaresmal de la oración será practicar algún día de retiro o de ejercicios espirituales, que nos llenarán de fuerza, de gracia y de vida, siempre necesarias para todos y participar en conferencias, charlas y escuelas cuaresmales.

Jesús de las Heras Muela

domingo, 22 de febrero de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 22 DE FEBRERO, 1º DE CUARESMA

«SE HA CUMPLIDO EL PLAZO…

Mc. 1, 12-15
     En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
     Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»


Otras Lecturas: Génesis 9,8-15; Salmo 24; 1Pedro 3,18-22

LECTIO:
                La cuaresma nos hace mirar nuestra vida a la luz de la Pascua del Señor, es una invitación a dejarnos iluminar por la vida nueva que Jesús nos ha traído con su pasión, muerte y resurrección. La cuaresma es camino, proceso y actitud para vivir de manera más plena nuestra adhesión y seguimiento a Jesús y hacer vida lo que Él vivió y nos lo deja como proyecto de vida.  
       La cuaresma es tiempo de gracia donde el Señor nos invita a mirar nuestra vida a la luz de su propuesta, es ver de qué manera estamos viviendo sus enseñanzas, es ver si nuestra fe es una teoría o un estilo de vida, es sincerarnos con nosotros mismos para ver qué lugar ocupa el Señor en nuestra vida, y si el hecho de llamarnos cristianos es verdad o es apenas un nombre.
       Marcos nos presenta a Jesús en el desierto después de haber tenido la experiencia de "pecador" (sin serlo) al acercarse a recibir el bautismo de Juan.
       “…el Espíritu lo empujó al desierto”.  El Espíritu es la fuerza interior de Jesús. Es el dinamismo y la gracia que vienen del mismo Dios, para que Jesús discierna su vocación e inicie el camino de su éxodo. El desierto que vive Jesús representa a la sociedad judía, en la que Él va actuar.
       “…tentado por Satanás”  La tentación acompaña a Jesús a lo largo de su vida, no sólo en el desierto. Es el precio que ha de pagar por su condición humana, pues ha cargado con los pecados de todos los hombres.
       “…vivía con las fieras y los ángeles lo servían”. Las fieras, los seres más violentos de la tierra, evocan los peligros que amenazarán a Jesús. Los ángeles, los seres más buenos de la creación, sugieren la cercanía de Dios que lo bendice, cuida y sostiene. Así vivirá Jesús: manteniéndose vigilante para descubrir a “Satanás” en las circunstancias más inesperadas de su vida y buscando en la oración de la noche la fuerza del Padre. Hemos de vivir estos tiempos difíciles con los ojos fijos en Jesús. Es el Espíritu de Dios el que nos  empuja al desierto.

  MEDITATIO:                  
“…el Espíritu lo empujó al desierto”. ¿A dónde te lleva hoy el Espíritu? ¿Qué implica para ti el desierto”? ¿Qué tipos de “desierto” experimentas en tu vida hoy? ¿Cómo reaccionas ante la realidad del desierto?
     Interioriza la imagen del “desierto” en la realidad de tu vida y asume el compromiso de “vencer” la tentación con la gracia de Dios
“…siendo tentado por Satanás”  Como Jesús tú también eres tentado, ¿cuáles son tus tentaciones hoy? ¿Qué te aparta del seguimiento de Jesús?
     Intenta “conectar” vitalmente las tentaciones de Jesús con las tentaciones de tu vida cotidiana. 
                                                                                                                                                             
ORATIO:
Señor, que en el desierto de esta Cuaresma,
nos identifiquemos contigo, y nos asemejemos a ti.

     "Nuestra vida, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones... Si en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo". (San Agustín)
…No nos dejes caer en la tentación.
Señor, ayúdame a buscarte, a vivir en tu presencia…

     Señor Jesús, reconocemos nuestra debilidad y nuestra fragilidad, sabemos que podemos caer, somos conscientes que sin ti, sucumbimos y desfallecemos, somos conscientes que si Tú no nos ayudas, nuestra vida pierde sentido, por eso, Señor, te pedimos, que nos llenes de tu Espíritu Santo, para estar atentos y vigilantes a todas las seducciones del mal, para que nada ni nadie nos separe de ti, sino que en todo momento, busquemos permanecer unidos a ti, viviendo de acuerdo a tu voluntad, por eso, te pedimos que nos ayudes, a ser fuertes en ti y en tu Palabra para no caer en ninguna tentación.

CONTEMPLATIO:
“Convertíos y creed en el Evangelio”.
         En el periodo de Cuaresma, la Iglesia, en nombre de Dios, renueva la llamada a la conversión. Es la llamada a cambiar de vida. Convertirse no es cuestión de un momento o de un periodo del año, es un compromiso que dura toda la vida. ¿Qué implica para ti hoy volverte a Dios y convertirte de corazón?

Se ha cumplido el plazo.

     La Cuaresma es momento propicio para “revestirnos del hombre nuevo”. Del corazón del hombre renovado proceden los comportamientos buenos: hablar con verdad…, compartir lo que se posee con los demás, especialmente con quien pasa necesidad… ser dóciles, magnánimos, dispuestos al perdón…, mirar el lado positivo de cada uno…
 Interioriza este pensamiento de Santa Teresa  y pídele que ayude en esta Cuaresma: “Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero”.

sábado, 21 de febrero de 2015

CUARESMA: LUCHA CONTRA SATANÁS
Viernes, 20 de Febrero de 2015 Carta semanal del Obispo de Córdoba,

     Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un "cuento chino" para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. "Es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros.
    Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será. Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás.
     Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios. La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. "Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente", dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. "Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno" (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder.
     Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no presentamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios. Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas.
     Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas. El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. "Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia", nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal.
   Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua. Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio.
     Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua.
     Con mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba



El ayuno que Dios quiere:

Que dejes de "morder" al prójimo en tus conversaciones
Que no "devores" a nadie comiéndole su fama o sus bienes
Que no hagas gastos superfluos
Que tus inversiones las pongas en la cuenta corriente de los pobres
Que ofrezcas tu tiempo al que te lo pida
Que prefieras servir a ser servido
Que tengas hambre y sed de justicia
Que te comprometas en la lucha contra toda marginación 
Que veas en toda persona un hermano
Que veas en el pobre y el que sufre un sacramento de Cristo.
La ceniza que Dios quiere:

Que no te consideres dueño de nada, sino humilde administrador.
Que no te gloríes de tus talentos y los pongas al servicio de los demás.
Que no te creas santo o grande, porque santo y grande sólo  es Dios.
Que quemes tu orgullo y tu egoísmo y te vuelvas más servicial.
Que no te deprimas ni te acobardes, porque Dios es tu victoria.
Que vivas el momento presente sin miedos ni añoranzas.
Que estés siempre abierto a la esperanza.
Que seas sencillo y humilde en el trato con los demás.
Que ores y escuches con fe la Palabra de Dios.
La abstinencia que Dios quiere:

Que no seas esclavo del consumo, de los juegos, de la moda
Que te abstengas de tanta televisión
Que no seas esclavo ni del sexo ni del tabaco ni de la bebida ni de nada
Que te abstengas de toda violencia
Que te abstengas de toda palabra hiriente o difamatoria
Que evites todo deseo de venganza o de rencor.