TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 25 de febrero de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE FEBRERO DE 2017, 8º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena)

«BUSCAD SOBRE TODO EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA»

Mt. 6. 24-34

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
     Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
     ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
     No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
     Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».

Otras Lecturas: Isaías 49, 14-15; Salmo 61; 1Coríntios 4, 1-5

LECTIO:
     Jesús era un observador atento de las cosas que ocurrían, y a través de todas ellas Él leía lo que en esas páginas de la vida escribían las manos del Padre Dios.
     No os agobiéis, porque hay Alguien más grande que vela por vosotros. No hagáis del dinero ni de ningún otro ídolo se llame como se llame su poder, su placer o su tener, el aliado falso de una imposible felicidad según una mezquina medida.
     Es entonces cuando Jesús abre la ventana de la realidad, cuya belleza inocente y gratuita nadie ha podido manchar: los lirios del campo. O las avecillas que vuelan zambullidas y seguras en el aire de la libertad. Él ha puesto en nuestras manos el talento para trabajar y en nuestro corazón la entraña de compartir con los demás.
     No invita este evangelio a una pasividad irresponsable y crédula, sino a una confianza. Porque cuando nos llega la prueba, el dolor físico o moral, cuando    nos hacemos mil preguntas y parece que nadie es capaz de responder, ni de abrazar, ni siquiera de acompañar, nos sentimos morir de algún modo.
     Pero todo eso sólo tiene la penúltima palabra, por dura y difícil que sea: es sólo la palabra penúltima. Lo que en verdad genera una alegría que nadie puede arrebatarnos es la espera y la esperanza de poder escuchar la palabra final sobre las cosas, ésa que Dios mismo se ha reservado.
     Y entonces, como dice Jesús, ya no preguntamos más, ni nos agobiamos. Sólo damos gracias conmovidos por ver nuestro corazón lleno de la alegría para la que fue creado.
     Lo dice también el salmo: Dios nos quitará los lutos y sayales, para revestirnos por dentro y por fuera de danza y de fiesta. Es la confianza que se despierta ante la belleza de una Presencia como la de Dios, que se deja entrever y balbucir con mesura y discreción en los rincones de la vida que nos da.

MEDITATIO:
     En el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más consoladoras: la divina Providencia. Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen pensamiento... (Papa Francisco)
     “Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos”. Pensando en tantas personas que viven en condiciones precarias, o totalmente en la miseria estas palabras de Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero son más que nunca actuales. Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza.  Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente. (Papa Francisco)
     La Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, de nuestro compartir. Si ponemos  las riquezas al servicio de los demás, la Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si alguien acumula sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios?… Es mejor compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los demás. (Papa Francisco)
     A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. Invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos por vivir con un estilo sencillo y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más carecientes. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Aquí estoy, Señor soy un pobre pecador, consciente de mi miseria espiritual y de tu infinita misericordia. Ayúdame, no permitas que me abata la fuerza del Malvado; ayúdame a buscar con ahínco la docilidad a tus mandamientos, el abandono a tu providencia entrañable.


 Dios es mi salvador;
Dios es mi motivo de orgullo;
me protege y me llena de fuerza.
¡Dios es mi refugio!

CONTEMPLATIO:

«Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura».
 
     Las palabras de Jesús no pueden ser más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de Dios y su justicia"; lo demás viene después. ¿Vivimos los cristianos de hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?
     La actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. …vive en medio de la gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a los últimos y más acogedora a los excluidos,… no olvida que Dios quiere misericordia antes que sacrificios.
     El cristianismo es una religión profética nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos "funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto, pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la vida entera de Jesús?


  Ved, hermanos míos, ved, hijos míos; considerad lo que os digo. Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Si vierais que vuestra ira se levanta contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de ti mismo;… Él se hará presente y lo realizará. Quiere que le pidamos esto antes que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuantas peticiones nos enseñó el Señor; y, entre todas, solo una habla del pan de cada día, para que en cuantas cosas pensemos vayan dirigidas a la vida futura. ¿Por qué vamos a temer que no nos lo dé quien lo prometió al decir: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás»? «Pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis» (cf Mt 6,8.32ss). (Agustín de Hipona).
CUATRO POSTURAS PARA VIVIR LA EUCARISTÍA

     Nuestro ser está definido por cuerpo, alma y corazón. Y, porque sabemos que de Dios venimos y a Dios vamos, le expresamos nuestro profundo amor  –no solamente desde el interior- sino, también y además, con diversos gestos corporales. Nuestro cuerpo transmite lo que, interiormente, conmueve a nuestro corazón, nuestra mente y nuestro ser.
      Desgraciadamente, muchas veces por pura justificación, oímos aquello de “lo importante es lo interno, no lo externo”. Pero puede ocurrir que, en el fondo,  cuando cuesta enarbolar una bandera es porque, tal vez, se ha perdido el sentido de pertenencia a un pueblo. Lo malo no es  reverenciar con una u otra postura determinada a Dios, lo malo es el por qué algunas de ellas las hemos olvidado y dejado en el cubo de nuestro propio criterio o capricho.
     Entre otras cosas, incluso los gestos dentro de la liturgia, son expresión de unidad. De un pueblo que se mueve en la misma dirección, con los mismos sentimientos. Pues, ese pueblo, pertenece a un mismo Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, en gestos y posturas, lo hacemos visible. 

LA SEÑAL DE LA CRUZ

     Respecto a este gesto corporal, el Reverendo Padre Romano Guardini, erudito y profesor de liturgia, escribió lo siguiente:
     Cuando nos hagamos la señal de la cruz, que ésta sea una verdadera señal de la cruz. En lugar de un gesto diminuto e imperceptible que no proporciona ninguna noción acerca de su significado; hagamos, en vez, una gran señal, sin ningún apuro, que empiece desde la frente hasta nuestro pecho, de hombro a hombro, sintiendo conscientemente cómo involucra todo nuestro ser, nuestros pensamientos, nuestras actitudes, nuestros cuerpos y nuestras almas, cada una de las partes de nosotros mismos y de una sola vez, de modo que nos consagra y nos santifica... (Señales Sagradas, 1927).

ADORACION

     El estar de rodillas, aunque para algunos suponga un esfuerzo y una penitencia, es adoración y vasallaje al Señor. Es inclinación de un pueblo que cree y espera en su Señor. Es veneración a la presencia real y misteriosa del Señor en el altar. Ponerse de rodillas es saber que Dios está por encima de todo. ¿Por qué se nos hace tan duro ponernos de rodillas ante Dios y tenemos tan pocos escrúpulos en hacerlo delante de cualquier poderoso?

RESPETO

     Cuando entra y sale el sacerdote nos ponemos de pie (no porque sea sacerdote) sino porque representa a Jesús. Nos ponemos de pie, entre otras cosas, porque con Jesús buscamos bienes superiores, razones más elevadas para vivir en la tierra con la presencia del Señor. De pie nos ponemos en el Evangelio, culmen de la revelación, porque sabemos que, de en vela, es como el Señor nos ha de encontrar cuando vuelva: escuchando, meditando, pregonando sus alabanzas.

ACCIÓN DE GRACIAS

    El permanecer sentados, no significa ser indiferentes. Conlleva e incita a meditar, a saborear la Palabra que se ha escuchado. Sentarse, delante del sagrario, en la homilía o después de la comunión, implica proyectar en la pantalla de nuestra mente nuestra propia vida e intentar iluminarla con la vida de Jesús. Sentarse, en la Eucaristía, no es pensar “aquí me las den todas”. Es sentir cómo, la Eucaristía, es una gran ola que nos acaricia, nos refresca la memoria y nos invita a profundizar en lo que somos y vivimos.

J. Lehoz

miércoles, 22 de febrero de 2017


FEBRERO 2017

«Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un espíritu nuevo» (Ez 36, 26).

     El corazón remite a los afectos, a los sentimientos, a las pasiones. Pero para el autor bíblico es mucho más: junto con el espíritu, es el centro de la vida y de la persona, el lugar de las decisiones, de la interioridad y de la vida espiritual. Un corazón de carne es dócil a la Palabra de Dios, se deja guiar por ella y formula «pensamientos de paz» hacia los hermanos. Un corazón de piedra está cerrado en sí mismo, incapaz de escuchar y de tener misericordia.
     ¿Necesitamos un corazón nuevo y un espíritu nuevo? No hay más que mirar a nuestro alrededor. La violencia, la corrupción, las guerras nacen de corazones de piedra que se han cerrado al proyecto de Dios sobre su creación. Incluso si miramos dentro de nosotros con sinceridad, ¿no nos sentimos movidos muchas veces por deseos egoístas? ¿Es efectivamente el amor el que guía nuestras decisiones; es el bien del otro?
     Observando esta pobre humanidad nuestra, Dios se compadece. Él, que nos conoce mejor que nosotros mismos, sabe que necesitamos un corazón nuevo. Así se lo promete al profeta Ezequiel, pensando no solo en las personas individualmente, sino en todo su pueblo. El sueño de Dios es recomponer una gran familia de pueblos como la concibió desde los orígenes, modelada por la ley del amor recíproco. Nuestra historia ha mostrado en muchas ocasiones, por un lado, que solos somos incapaces de cumplir su proyecto; y por otro, que Dios nunca se cansa de volver a apostar por nosotros e incluso promete darnos Él mismo un corazón y un espíritu nuevos.

«Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un espíritu nuevo»

     Él cumple plenamente su promesa cuando manda a su Hijo a la tierra y envía su Espíritu en el día de Pentecostés. De ahí nace una comunidad -la de los primeros cristianos de Jerusalén- que es icono de una humanidad caracterizada por «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32).
     También yo, que escribo este comentario, y tú, que lo lees o lo escuchas, estamos llamados a formar parte de esta nueva humanidad. Es más, estamos llamados a formarla a nuestro alrededor, a hacerla presente en nuestra vida y en nuestro trabajo. Fíjate qué gran misión se nos encomienda y cuánta confianza pone Dios en nosotros. En lugar de deprimirnos ante una sociedad que muchas veces nos parece corrupta, en lugar de resignarnos ante males que nos sobrepasan y encerrarnos en la indiferencia, dilatemos el corazón «a la medida del Corazón de Jesús. ¡Cuánto trabajo! Pero es lo único necesario. Hecho esto, está hecho todo». Es una invitación de Chiara Lubich, que dice a continuación: «Se trata de amar a cada uno que se nos acerca como Dios lo ama. Y dado que estamos sujetos al tiempo, amemos al prójimo uno por uno, sin conservar en el corazón ningún resto de afecto por el hermano con el que acabamos de estar».
     No confiemos en nuestras fuerzas y capacidades, inapropiadas, sino en el don que Dios nos hace: «Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un espíritu nuevo».
      Si permanecemos dóciles a la invitación de amar a cada uno, si nos dejamos guiar por la voz del Espíritu en nosotros, nos convertimos en células de una humanidad nueva, artesanos de un mundo nuevo en medio de la gran variedad de pueblos y culturas.


Fabio Ciardi 

sábado, 18 de febrero de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE FEBRERO DE 2017, 7º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«SED PERFECTOS, COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL ES PERFECTO»

Mt. 5. 38-48

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos. «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
     Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
     Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Otras Lecturas: Levítico 19, 1-2.17-18; Salmo 102; 1Coríntios 3, 16-23

LECTIO:
     Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, confundid a los que os piden algo. No se trataba de un oportunismo sino de devolver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y semejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.
     Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer.
     El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones… éste no le interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo.
     El amor que Jesús nos propone debe hacerse gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes… Pero todo esto da lo mismo.
     No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los demás: el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.

MEDITATIO:
     «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades y en el mundo. (Papa Francisco).
     Jesús no conoce más que una ley, la ley del amor, y saca de ella todas sus consecuencias, y hasta los últimos detalles. Esto a algunos los entusiasma y a otros los llena de indignación. Y a nosotros, ¿nos entusiasma Jesús con sus exigencias? Podría suceder que las escucháramos con unos oídos tan distraídos y tan habituados, que ni siquiera nos impresionaran.
     El cristianismo no es una religión fácil. Ser un cristiano auténtico exige sacrificio, heroísmo, renuncia al odio, al rencor y a la venganza… Feliz el que sabe dar el primer paso para acercarse. Porque no hay nada mejor que en un conflicto uno perdone al otro, abandone su posición, deje de devolver el golpe. No hay más que una salida: comenzar a amar. Descubrir en cada hombre a Jesús.
     Jesús vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad es la misericordia, que Él ha tenido y tiene cada día con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Esto es lo que el Señor nos pide. (Papa Francisco).

ORATIO:
     Dios misericordioso, quieres que seamos un pueblo libre, libre para amar y por eso -en Cristo- nos entregas una nueva Ley escrita en el corazón del hombre.
Jesús, gracias por llamarme a formar parte de tus discípulos.
Dame la gracia de servir a los demás como Tú lo hiciste.
No quiero tener límites en mi amor.
Que cuando sirva a las personas con las que convivo,
a las personas que sufren alguna necesidad,
recuerde que te lo estoy haciendo a ti.

CONTEMPLATIO:
     La llamada de Jesús a amar es seductora. Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. Su amor es incondicional hacia todos:

«Él hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos».

     Este Dios que no excluye a nadie de su amor, nos quiere atraer a vivir como Él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. “Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo”
     La vida entera de Jesús ha sido, desde el principio hasta el fin, una llamada a resolver los problemas de la humanidad por caminos no violentos… El verdadero enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro, sino nuestro propio «yo» egoísta, capaz de destruir a quien se nos ponga.
     Para amar, tenemos que dejarnos amar. Tenemos que vencer el egoísmo, salir de nosotros mismo, ver al otro como hijo de Dios, querido y amado. Recordar que: “al atardecer de la vida nos juzgarán del amor”. Jesús está en el necesitado.


También David, y con rectitud, lo corrobora en un salmo: «Señor; mi Dios: si he hecho eso, si he devuelto mal por mal, que quede desamparado frente a mis enemigos» [...]
     El Señor nos da a entender que es imposible alcanzar un amor perfecto si solo amamos a quienes estamos seguros de conseguir a cambio un amor igual, pues —y no es ningún secreto— un amor parecido lo podemos ver entre los paganos y los pecadores. El Señor quiere que superemos la ley del amor humano mediante la ley del amor evangélico (Cromacio de Aquilea).
EL LEGADO DE LUTERO
(Fin)


     La rebelión de Lutero daría alas a otro clérigo levantisco, Calvino, que como él afirmó la depravación de la naturaleza humana y negó que el hombre tuviera libre albedrío. Calvino añadió, sin embargo, una dimensión nueva a la doctrina luterana, afirmando la monstruosa doctrina de la predestinación. Pero, aunque el hombre nada pueda hacer por salvarse, puede –según Calvino– saber anticipadamente cuál es su destino, pues la prosperidad material se erige en signo de afecto divino. Esta doctrina abominable desataría la avaricia de los pudientes, que empezaron a agitar a las masas contra el Papado; y, mientras las masas estaban entretenidas agitándose y disfrutando de la anarquía moral generada por la ruptura con Roma, los ricos las despojaron de sus tierras. «Siempre resulta ventajoso para el rico –afirma Belloc– negar los conceptos del bien y del mal, objetar las conclusiones de la filosofía popular y debilitar el fuerte poder de la comunidad.
     Siempre está en la naturaleza de la gran riqueza (…) obtener una dominación cada vez mayor sobre el cuerpo de los hombres. Y una de las mejores tácticas para ello es atacar las restricciones sociales establecidas». A los hacendados y poseedores de grandes fortunas les había llegado, en efecto, una gran oportunidad con la Reforma. En todos los lugares donde la riqueza se había acumulado en unas pocas manos, la ruptura con las antiguas costumbres fue para los ricos un poderoso incentivo. Hicieron como si su objetivo fuese la renovación religiosa; pero su verdadero fin era el Dinero. Y así lograron que su desmesurado afán de lucro resultase menos insoportable a los ojos de los pobres, entretenidos con el caramelito de la renovación religiosa. La doctrina católica habría combatido el industrialismo y la acumulación de riqueza; pero el protestantismo hizo del afán de lucro un signo de salvación.
     Y, mientras crecía el afán de lucro, se consumó el “aislamiento del alma”, que Belloc considera con razón el más nefasto legado de la Reforma y define como una «pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por la vida comunitaria». En efecto, el protestantismo introdujo un aislamiento de las almas que, además de gangrenar la teología, la filosofía, la política, la economía y la vida social, destruyó la unidad psíquica de la persona. Pues, al cuestionar toda institución humana y toda forma de conocimiento, abocó a los seres humanos a un desarraigo creciente y a una exaltación del individualismo cuya estación final es la desesperación, como comprobamos en las sociedades modernas, integradas por individuos enfermos de solipsismo y, a la vez, estandarizados y amorfos. Y la disolución de la religión colectiva facilitaría, en fin, el encumbramiento de sucesivas idolatrías sustitutivas, llamadas pomposamente ideologías, cuyo cáliz amargo seguimos hoy apurando hasta las heces.
     Y, para terminar last, but not least (no menos importante)–, no podemos dejar de referirnos, entre las consecuencias del luteranismo, a su iconoclasia furibunda, que generaría un arte inane y acabaría desembocando en el feísmo más exasperado, puro vómito de una esterilidad engreída, que denominamos eufemísticamente “arte contemporáneo”. Si la tradición católica, en su esfuerzo por penetrar mejor el contenido de la Revelación, había fomentado un arte riquísimo que halla su paradigma en la belleza inmaculada de María, la reforma protestante, al declarar la ilicitud del culto a la Virgen y a los santos engendraría un arte fosilizado y deshumanizado, cuando no vesánicamente nihilista.
     Todas estas delicias del legado luterano, y algunas más que se nos quedan en el tintero, vamos a celebrar en este centenario tan divino de la muerte que se nos viene encima.


          Juan Manuel de Prada, Artículo publicado en cuatro partes en ABC los días 22, 27 y 29 de agosto y 3 de septiembre de 2016.

lunes, 13 de febrero de 2017










FEBRERO: La Iglesia, (II)

     Ya entre el pueblo de Israel era costumbre emplear la palabra sinagoga tanto para referirse al edificio dedicado al estudio y al culto como para hablar del pueblo creyente que en él se congregaba, convocado por Dios. El Pueblo era la sinagoga (los convocados) por el Señor. El lugar donde se reunía este Pueblo (particularmente tras el Exilio en Babilonia) se llamará sinagoga.
     Los cristianos que como Jesús seguían, en un primer momento, acudiendo al culto sinagogal; pronto son excomulgados de las sinagogas y van a tener que reunirse solos, separados del pueblo judío, y en sus propias casas. Estas casas de familias cristianas donde se reunía más o menos establemente la comunidad de discípulos de Jesús (la Iglesia o convocatoria, término paralelo a sinagoga) comienzan a llamarse Domus Ecclesiae (casas de la Iglesia) y muy pronto, ellas mismas, iglesias.
     Tal fenómeno sucede muy pronto, en época apostólica, como testimonian abundantemente tanto el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4,11), como las cartas apostólicas. Por ello ya el mismo san Pablo aprovecha la imagen del edificio o de la edificación para presentar el misterio de la Iglesia (1Cor 3,9) y lo mismo hará san Pedro (1P 2, 1-17). El mismo Cristo, antes, en su predicación, ya usó estas imágenes (Mt 21, 42 y par.; vid. CEC 756).

La Iglesia edificación.

     En el Oficio de Lecturas de la Dedicación de una iglesia encontramos un precioso texto de Orígenes, el antiguo pensador alejandrino, de Egipto:

    Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas…
     Así lo afirma Pablo cuando nos dice: Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular…
     Pero en este edificio de la Iglesia conviene que también haya un altar. Ahora bien, yo creo que son capaces de llegar a serlo todos aquéllos que, entre vosotros, piedras vivas, están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus intercesiones, y a inmolarle las víctimas de sus súplicas; ésos son, en efecto, aquellos con los que Jesús edifica su altar….
(Homilía 9, 1-2; PG 12,871-872)

     La imagen de la Iglesia cuerpo ya servía para identificar ministerios y carismas diversos, miembros, en la unidad del organismo. Ahora la imagen del edificio y del templo sirve para presentar esta variedad con gran expresividad sin perder tampoco la noción de la unidad orgánica del conjunto.
     Será la celebración litúrgica en el edificio de piedra la que lo impregne de la presencia de la Iglesia Pueblo de Dios, que a su vez ve reforzada su estructura y ordenamiento por el espacio que la acoge y en el que desarrolla sus ritos propios.
     Por eso será tan importante respetar en el espacio litúrgico los lugares propios de cada ministerio y cada cosa o acción. En el texto que hemos citado de Orígenes se identifica con el altar, como lugar del sacrificio y de la intercesión, a los orantes. Estos serán en primer lugar los sacerdotes (Obispos o Presbíteros) de los que dice en la Liturgia Romana el Común de Pastores: “este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo” (Responsorio breve, II Vísperas común de Pastores). Pero ante el altar, casi como prolongación del mismo, está una muchedumbre inmensa de orantes. ¿Cómo no ver a los/as adoradores de la Eucaristía reflejados en tal altar? Y ante la alusión al día y a la noche, ¿cómo no sentirse interpelados como Adoración Nocturna?
     Estar en el altar significa particular dedicación a la oración y a la adoración, al sacrificio de inmolar la propia vida por amor unidos a Cristo. Esto se construye en la constancia, orando y adorando, orando y amando. Allí se aprende a estar unidos al Señor Jesús y a sus Pastores, allí se aprende a descubrir al Señor en pobres, menesterosos y enemigos, para servirlos como a Él.
     En este punto es imprescindible recordar que Obispos y sacerdotes son altar no sólo cuando celebran en él los Divinos Misterios, singularmente la Eucaristía, sino también cada vez que a lo largo de su jornada prolongan esta Eucaristía bajo la forma de la oración y la adoraciónSiendo así una sola cosa con Cristo Sacerdote y Víctima, son altar también cuando hacen de toda su vida una inmolación en favor de su Pueblo e incluso de todos los hombres. Pero de aquí se sigue que los sacerdotes tendríamos que encontrar en la oración y la adoración un elemento connatural a nuestro modo de ser, a nuestra vocación. La mucha actividad (las muchas cosas que hay que hacer) más que excusa para relegar la oración ha de ser exigencia o reclamo de la misma.
     La presencia de orantes y adoradores laicos ante el altar de la Eucaristía será, junto con su intercesión y su amor en favor de los sacerdotes, estímulo eficaz para la santificación de los mismos. Y el Pueblo entero, viendo siempre arder el altar, encontrará en él ese faro salvador y guía, particularmente en los momentos de noche o de tormenta. La adoración, la adoración nocturna, es hoy muy necesaria para la Iglesia.
     Haciendo arder el altar se hallan también, claro está, los contemplativos y contemplativas, cuyas vidas dan cohesión a este altar de la Oración de la Iglesia. Allí encontró su vocación santa Teresa del Niño Jesús, como leíamos el día de su fiesta (1 de octubre) en la segunda lectura del Oficio de Lecturas, allí descubrió el corazón de la Iglesia, que hace llegar el Amor de Dios hasta los extremos más remotos de su cuerpo. Así la pequeña Teresa desde su convento es Patrona de las misiones, como con su celo apostólico, viajando hasta los confines del Oriente, lo es san Francisco Javier.
            
Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Sientes realmente tu pertenencia a la Iglesia como la respuesta a una vocación, a una llamada amorosa y personal de Dios? [Esto quieren recordarte las campanas cada vez que suenan llamándote a acudir a la iglesia].

¿Has hallado ya tu “lugar” en la Iglesia? ¿Qué haces para encontrarlo o para cuidarlo fiel y perseverantemente?

Como adorador nocturno ¿te ves reflejado ante el altar, según el texto comentado de Orígenes? ¿Cómo vives tu relación con los Pastores de la Iglesia? ¿Rezas por tu cura? ¿Sabemos valorar y agradecer el don de los hermanos y hermanas de vida contemplativa?