TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 26 de mayo de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE MAYO DEL 2019, 6º DE PASCUA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«EL QUE ME AMA GUARDARÁ MI PALABRA, MI PADRE LO AMARÁ, Y VENDREMOS A ÉL»


Jn. 14. 23-29


     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.      
     Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
     La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».

Otras lecturas: Hechos 15, 1-2.22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21.10-14.22-23

LECTIO:
    Ya estamos concluyendo el tiempo de pascua. Nos disponemos a dos citas importantes como es la Ascensión y Pentecostés. Pero queda todavía saborear algunas despedidas de Jesús ante sus discípulos.
     Los discípulos saben que a Jesús le queda poco tiempo para seguir con ellos. Se sienten abatidos, tristes. Jesús lo sabe porque conoce bien a sus discípulos y quiere animarlos, por ello decide confiarles su deseo: que su palabra, el mensaje de salvación que Él trae, no se pierda.     Jesús les dice, y nos dice: «el que me ama guardará mi palabra, el que no me ama no la guardará» quiere que seamos fieles a su palabra y que seamos testimonio del amor de Dios entre los hombres.
     Dios no quiere dejarnos solos, por ello, nos envía al Espíritu Santo para que nos ayude en el camino y nos dé cada día la fuerza necesaria para trabajar por la paz, la justicia y el amor.

MEDITATIO:
     En el momento en el que está por regresar al Padre, Jesús anuncia la venida del Espíritu que enseñará a los discípulos a comprender cada vez más plenamente el Evangelio, a acogerlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante con el testimonio. ... Estará con ellos el Espíritu Santo, el Paráclito para defenderlos y sostenerlos. Jesús regresa al Padre pero continúa acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo. (Papa Francisco)
     Nosotros no estamos solos: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Su nueva presencia en la historia se realiza mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado. (Papa Francisco)
     No estamos solos. Y el signo de la presencia del Espíritu Santo es también la paz que Jesús dona a sus discípulos: «Mi paz os doy». La paz de Jesús brota de la victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como hermanos. Es don de Dios y signo de su presencia. Todo discípulo, llamado hoy a seguir a Jesús cargando la cruz, recibe en sí la paz del Crucificado Resucitado con la certeza de su victoria y a la espera de su venida definitiva. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Concédenos el deseo ardiente de estar a la escucha de toda palabra tuya, para estar siempre dispuestos a realizar lo que tú nos confíes, sin contar con nuestras fuerzas, sino con el poder de tu Espíritu, que habita en nosotros.

Envíanos, Padre, tu Espíritu Santo
para vivir plenamente tus enseñanzas,
para dar testimonio de ti
para hacer vida tus Palabras…

CONTEMPLATIO:
«El Espíritu Santo, que enviará el Padre, será quien os lo enseñe todo»
     Jesús hace una promesa fundamental: el Padre enviará en su nombre un Consolador (un Paráclito), el Espíritu Santo, para que enseñe y recuerde todo cuanto Jesús ha ido mostrando y diciendo, y que no siempre ha sido comprendido, ni guardado. Justamente, la vida “espiritual” es acoger a este Espíritu prometido por Jesús, para que en nosotros y a nosotros enseñe y recuerde, tantas cosas que no acabamos de ver ni comprender en nuestra vida, tantas cosas que no hacemos en “memoria de Jesús”, y por eso las vivimos distraídamente, en un olvido que nos deja el corazón tembloroso y acobardado también, como el de aquellos discípulos, dividido por dentro y enfrentado por fuera. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
     El Espíritu nos ayudará a conocer mejor la Palabra de Dios y a ponerla en práctica. Veintiún siglos después, ¿seguimos con fidelidad la Palabra que Jesús nos dejó? ¿Somos realmente dignos de llamarnos sus seguidores?  ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu Santo? 



   El Espíritu nos hace conformes en lo íntimo al Evangelio de Jesucristo y nos hace capaces de anunciarlo al exterior (con la vida). El viento del Señor, el Espíritu Santo, pasa sobre nosotros y debe imprimir a nuestros actos cierto dinamismo que le es propio, un estímulo al que nuestra voluntad no permanece extraña, sino que la trasciende. Dios nos dará el Espíritu Santo en la medida en que acojamos la Palabra allí donde la oigamos. (Madeleine Delbrél)


¿MIEDO A QUEDAR ANTICUADOS?


     En diversos momentos de la historia surge un miedo íntimo a perder el tren del progreso, a quedarse anticuados, a sucumbir bajo acontecimientos e ideas que avanzan triunfantes. Ése miedo es sano si lo nuevo resulta mejor que lo antiguo. Ése miedo es confuso si no hemos pensado seriamente donde está lo mejor y donde lo peor. Ése miedo es suicida y enfermizo cuando algo nuevo destruye elementos buenos del pasado y avanza hacia metas irracionales, incluso negativas.
     Un Adorador, ¿puede tener miedo a quedar anticuado?. En realidad, si está profundamente enraizado en Cristo Eucaristía, si cree con fe autentica en la Victoria del Maestro, si lee y busca vivir el Evangelio, si acoge lo que dicen el Papa y los obispos cuando exponen su doctrina... un cristiano así no tendrá nunca miedo a quedar anticuado. Porque vivir según la fe de la Iglesia no es anclarse en ideas caducas que hoy sirven y mañana se tiran, sino que permite al creyente construir su existencia sobre una Roca viva y presente en el tiempo y más allá del tiempo: Jesucristo.
     Por eso no tenemos miedo a quedar anticuados. El Evangelio conserva una vitalidad y un empuje que vale para todos los hombres, en todos los tiempos, a través de las diferentes culturas. Es levadura que rejuvenece, es sal que purifica, es agua que lava, es alimento que da Vida Eterna.
     Solo queda anticuado quien sigue modas pasajeras, quien abraza novedades sin un sano discernimiento, quien promueve libertades orientadas al capricho y a la comodidad, quien renuncia al sano sacrificio, quien avanza por la puerta amplia que lleva a la perdición (cf. Mt 7,13-14).
     No tenemos miedo a quedar anticuados, porque la verdad nunca pasa, mientras que cielos y tierras quedan enjaulados en el flujo del tiempo (cf. Mt 24,35). Ante nuestros ojos sucumben los engaños del mundo, del demonio y de la carne. La belleza de la Eucaristía brilla con la frescura de una mañana eterna y joven. No tenemos miedo, sino esperanza, porque Él ha vencido al mundo (cf. Jn 16,33)…. Y nosotros le adoraremos en la noche.


Recuperado por Ricardo Nieto (P. Fernando Pascual LC)

domingo, 19 de mayo de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE MAYO DEL 2019, 5º DE PASCUA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«OS DOY UN MANDAMIENTO NUEVO: AMAOS COMO YO OS HE AMADO»



Jn, 13, 31-33ª. 34-35


  Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
     Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.

Otras lecturas: Hechos 14, 21b-27; Salmo 144; Apocalipsis 21.1-5a

LECTIO:
     El domingo pasado veíamos esa preciosa imagen del Buen Pastor. Toda una parábola de vida en donde se nos asomaba la entraña misericordiosa de Dios. El texto que nos presenta el Evangelio de este domingo es casi una prolongación del anterior... Este texto está tomado del Testamento de Jesús, de su Oración Sacerdotal. Todo a punto de cumplirse, como quien escrupulosamente se esmera en vivir lo que de él esperaba Otro, pero no como si fuera un guión artificial y sin entrañas, sino como quien realiza hasta el fondo y hasta el final un proyecto, un diseño de amor.
     En este contexto de dra­matismo dulce, de tensión serena, Jesús deja un mandato nuevo a los suyos: amarse recíprocamente como Él amó. Porque Jesús amó de otra manera, como nunca antes y nunca después. Esa era la novedad radical y escandalosa: amar hasta el final, a cada persona, en los momentos sublimes y estelares, como en los banales y cotidianos.
     Porque lo apasionante de ser cristiano, de seguir a Jesús, es que aquello que sucedió hace 2000 años, vuelve a suceder[...] cuando por nosotros y por nuestra forma de amar y de amarnos, recono­cen que somos de Cristo. Más aún: que somos Cristo, Él en nosotros. Es el aconte­cimiento que continúa… Este es nuestro santo y seña, nuestro uniforme, nuestra revolución: Amar como Él, y ser por ello reconocidos como pertenecientes a Jesús y a los de Jesús: su Iglesia. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)

MEDITATIO:
     Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único “documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro. (Papa Francisco)
     Ante todo, amar es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo… amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las capacidades personales. El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive… es una opción de vida que se ha de poner en práctica. (Papa Francisco)
     ¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro, y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, mirad la cruz del Señor, abrazadla y no dejad su mano, que os lleva hacia lo alto y os levanta cuando caéis. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Dios, Padre nuestro, haz que te pertenezcamos cada vez más y acudamos a ti, unidos a tu Hijo, llevando en los brazos todo este mundo que amas y quieres salvar.
El Amor, es lo único que no se engríe
con la felicidad propia.
Es lo único a lo que no punza la mala conciencia,
porque no obra el mal.

CONTEMPLATIO:
 «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».

     Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas. El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.
     El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos. Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno[...] Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana… (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)



  «Os doy un mandamiento nuevo.» Como era de esperar que los discípulos, al oír esas palabras y considerarse abandonados, fueran presa de la desesperación, Jesús les consuela proveyéndoles, para su defensa y protección, de la virtud que está en la raíz de todo bien, es decir, la caridad. Es como si dijera: «¿Os entristecéis porque yo me voy? Pues si os amáis los unos a los otros, seréis más fuertes». ¿Y por qué no lo dijo precisamente así? Porque les impartió una enseñanza mucho más útil: «Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos». Con estas palabras da a entender que su grupo elegido no hubiera debido disolverse nunca, tras haber recibido de él este signo distintivo. Él lo hizo nuevo del mismo modo que lo formuló. De hecho, precisó: «Como yo os he amado» (Juan Crisóstomo).

sábado, 18 de mayo de 2019


Queridos adoradores de Cristo Eucaristía

     Para un enamorado todo es razonable, nada es locura. Para quien no tiene amor, todo es exagerado o inútil, ningún esfuerzo merece la pena. El amor puede con todo obstáculo. El desamor es en sí mismo el mayor obstáculo y no sabe, no puede, no quiere luchar. El amor gana batallas; el desamor ni se plantea la lucha, se desanima ante cualquier limitación...
     Podríamos seguir, pero creo que ya me vais pillando la idea. Si estamos verdaderamente enamorados de Jesucristo, que quiso quedarse con nosotros para siempre en la Eucaristía, no hay edad, no hay cansancio ni rutina y el hastío no existe. Por el contrario, pasarán los días del mes y estaremos deseando la llegada de la vigilia, no habrá frío ni calor, ni sueño ni cansancio. Nada nos detendrá a la hora de ir al encuentro con el Amado.
     En mis más de 50 años de adoración nocturna he conocido gente enamorada; algunos están ya en el cielo en la -esa sí- adoración perpetua, propiamente dicha. Estos enamorados eran, o son, gente a la que la sonrisa del corazón les rebosaba por la boca, gente encantadora cuyo ejemplo es incontestable. Mirándoles no valen los argumentos del desamor: soy mayor, me duelen las rodillas,... Ellos no hablan nunca de sus achaques sino del Amor de los amores que les espera en la noche en audiencia privada. Y nos muestran a todos los adoradores la raíz verdadera de lo que le pasa a la Adoración Nocturna: ¡No somos mayores!¡No somos pocos! ¡No estamos cansados ni artríticos! A la Adoración Nocturna lo que le pasa es que los adoradores nos hemos olvidado del Amor y las vigilias se han anquilosado en la rutina.
     Creo sinceramente que hemos de mirar dentro de nosotros mismos y que esa mirada hemos de hacerla, con valentía y con sinceridad, solos ante el Sagrario. Lo primero es tomar conciencia de que el problema no está lejos de todos y cada uno de nosotros, sino dentro. Él nos está esperando para decírnoslo personalmente y sentar las bases del remedio. Es preciso que reconozcamos (me pongo por delante) que hemos olvidado lo importante y echamos la culpa a lo accesorio: Para ser adorador nocturno no hace falta tener una salud de hierro, no hace falta ser joven, no hacen falta vigilias ostentosas, ni siquiera (con todo mi respeto) hace falta el sacerdote, sólo las llaves del templo. Para ser adorador nocturno lo único necesario es estar enamorado.  Solos, ante el Sagrario, os decía, hemos de pedir humildemente al Señor una reconversión personal.  Primero, tomando conciencia y confesando ante Él nuestra falta de amor; segundo, implorando de su misericordia el perdón por nuestra falta de cuidado de aquel amor que, hace varios años, Él inyectó en nuestros corazones, pero hemos dejado marchitar; y tercero, pidiéndole (Él lo está deseando) que nos vuelva a enamorar, como en los primeros tiempos. Sólo Él puede hacerlo, pero quiere nuestro querer. Digámosle con San Ignacio: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed de todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta”…
    
José Luis González Aullón – Presidente nacional A.N.E.

sábado, 11 de mayo de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 12 DE MAYO DEL 2019,4º DE PASCUA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ, YO LAS CONOZCO Y ELLAS ME SIGUEN»

Jn. 10.27-30
          En aquel tiempo, dijo Jesús: «mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Otras lecturas: Hechos 13, 14.443-52; Salmo 99; Apocalipsis 7,9.14b-17

LECTIO:
     Posiblemente nos resulta ajena y hasta extraña la imagen que en este cuarto domingo de Pascua se nos presenta en el Evangelio. No estamos tan acostumbrados a ver esa escena de un pastor que cuida de sus ovejas. Y sin embargo esa metáfora resultaba muy cercana para aquellos oyentes de Jesús, tan acostumbrados al pastoreo tanto en su vida nómada como en la asentada. Pero aquella parábola era casi una crónica autobiográfica de Jesús en relación con aquellas gentes: no ser extraño ni extrañarse, dar vida y darse en la vida, hasta dejarse la piel antes que nadie pueda arrebatarlas.
     En esa convivencia con Jesús, rápidamente se entendía su “secreto”. Y consistía en que este Maestro no estaba huérfano: tenía un Padre, en cuyas manos Jesús cuidaba sus ovejas, y de allí nadie podrá arrebatarlas. Jesús, el Padre, nosotros.  El Pastor, el redil, las ovejas. Como en la metáfora del evangelio y como en la vida de cada día. Esta es la escena que Jesús describe en la parábola, que viene a ser una descripción biográfica de su propia vida y de su entrega amorosa a los que el Padre le quiso confiar. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)

MEDITATIO:
     Cristo es el verdadero pastor, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su vida, nadie se la quita, sino que la dona a favor de las ovejas. Jesús se presenta como el verdadero y único pastor del pueblo. Cristo pastor es un guía que participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de la propia vida. (Papa Francisco)
     «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano». Nadie puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este «escuchar» hay que entenderlo de una manera comprometedora, al punto que vuelve posible un verdadero conocimiento recíproco, del cual pueden surgir un seguimiento generoso, …«y ellas me siguen». Se trata de un escuchar no solamente con el oído, sino ¡una escucha del corazón! (Papa Francisco)
     Nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, intenta de muchas maneras arrebatarnos la vida eterna. Pero el maligno no puede nada si nosotros no le abrimos las puertas de nuestra alma, siguiendo sus halagos engañosos. (Papa Francisco)

ORATIO:
    Señor Jesús, «pastor bello», venido a guiarnos a los pastos de la vida, haz que se nos conceda entrever, aunque sólo sea un instante, el fulgor de tu belleza, para que arrebatados por ella te sigamos con ardor, sin que nunca más nada ni nadie nos seduzca. 


"Tú me dices, Señor: Pace confiado,
sólo sigue mi voz y su latido,
siega el tacto voraz y el fino oído,
ven a mi fuente y quedarás saciado,
que aquí tengo tu sitio reservado.

CONTEMPLATIO:
«Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen… y nadie las arrebatará de mi mano»

      Esta es la escena que Jesús describe en la parábola, que viene a ser una descripción biográfica de su propia vida y de su entrega amorosa a los que el Padre le quiso confiar. De hecho, es uno de los apuntes del sentimiento de Jesús: cuando sintió lástima al ver a toda una muchedumbre que parecía como ovejas que no tenían pastor, y a continuación se puso a enseñarles.
     No obstante, aquel Buen Pastor no se quedó allí, hace dos mil años. Él ha prometido su presencia y cercanía hasta el final de los tiempos. Seremos “ovejas” de tan Buen Pastor si también nosotros oímos su voz, palpamos su vida entregada, y las manos del Padre de las que nadie nos podrá arrebatar. En la medida en que permanecemos en ese Pastor Bueno, crece nuestro corazón y se ve rodeado de una paz que no engaña, y de una esperanza sin traición. Tenemos necesidad de pastores que nos recuerden las actitudes del Buen Pastor, y debemos pedir al Señor que nos bendiga con muchos y santos sacerdotes según el corazón de Dios. Pero cada uno, desde la vocación que haya recibido, debe testimoniar lo que supone la compañía de tal Buen Pastor: dejarse pastorear es dejarse conducir hacia el destino feliz para el que fuimos creados, para que aquello que Él nos prometió se siga cumpliendo, y esto llene de alegría a nuestro corazón, de esa alegría de la pascua, que como las ovejas de Jesús de las manos del Padre, nadie nos podrá arrebatar. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)



   Si queremos, podemos aprender la suma sabiduría que nos enseña el santísimo Pastor y Maestro, el omnipotente Verbo del Padre, cuando, sirviéndose de la alegoría, se proclama pastor de las ovejas [...]. Sí, oh Señor, aliméntanos con los pastos de tu justicia. Oh Maestro, apacienta a tus ovejas en tu santo monte: la Iglesia, que está en lo alto, más alto que las nubes, toca los cielos. (Clemente de Alejandría)

(Jn 20, 21)


MAYO 2019

     «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21).

     Después del relato trágico de la muerte de Jesús en la cruz, que ha sumido a los discípulos en el miedo y el desánimo, el evangelista Juan anuncia una novedad sorprendente: ¡Él ha resucitado y ha vuelto entre su gente! Por la mañana del día de Pascua se ha dejado ver y reconocer por María de Magdala, y esa misma tarde se aparece a otros discípulos, encerrados en casa por ese profundo sentimiento de desánimo y derrota que los ha invadido.
     Él va a buscarlos, quiere reunirse de nuevo con ellos. No importa que lo hayan traicionado o hayan huido ante el peligro; Él se aparece con los signos de la pasión: las manos y el pecho heridos, traspasados, desgarrados por el suplicio de la cruz. Su primera palabra es un deseo de paz, un verdadero regalo que penetra en el alma y transforma la vida.
     Y entonces los discípulos lo reconocen por fin y recobran la alegría; se sienten también ellos sanados, consolados, iluminados, de nuevo con su Maestro y Señor.
     Luego el Resucitado encomienda a este grupito de hombres frágiles una ardua tarea: ir por los caminos llevando al mundo la novedad del Evangelio, como ha hecho Él mismo. ¡Qué valor! Como el Padre se fio de Él, así Jesús les da a ellos toda su confianza.
     Por último, añade Juan, Jesús «sopla sobre ellos», es decir, comparte con ellos su misma fuerza interior, el mismo Espíritu de amor que renueva los corazones y las mentes.
     «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío».
     Jesús ha recorrido toda la existencia humana: ha experimentado la alegría de la amistad y el dolor de la traición, el esfuerzo del trabajo y el cansancio del camino; sabe de qué estamos hechos, conoce las limitaciones, sufrimientos y fracasos que nos acompañan cada día. Igual que a sus discípulos encerrados, sigue buscándonos a cada uno en nuestra oscuridad, en nuestra cerrazón, sigue creyendo en nosotros.
     Jesús Resucitado nos propone hacer con Él una experiencia de vida nueva y de paz para que podamos después compartirla con los demás. Nos manda a dar testimonio de nuestro encuentro con Él, a «salir» de nosotros mismos, de nuestras frágiles certezas y de nuestras fronteras, para extender en el tiempo y en el espacio la misma misión que Él recibió del Padre: anunciar que Dios es Amor.
     «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío».
     Así comenta Chiara Lubich esta misma Palabra de vida en mayo de 2005: «Hoy ya no bastan las palabras. [...] El anuncio del Evangelio será eficaz si se apoya en el testimonio de la vida, como los primeros cristianos, que podían decir: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído..." (1 Jn 1,2-3); será eficaz si también de nosotros se puede decir, como de ellos: "Mira cómo se aman unos a otros y cómo están dispuestos a morir el uno por el otro"; será eficaz si somos concretos en el amor y damos a quien tiene necesidad, y sabemos dar alimento, vestido y casa a quien no lo tiene, amistad a quien se encuentra solo o desesperado, apoyo a quien pasa por una prueba. Si vivimos así daremos testimonio en el mundo de la fascinación de Jesús y, siendo otros Cristo, su obra continuará también gracias a esta aportación».
     «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío».
     También nosotros podemos ir a buscar a Jesús en los hombres y mujeres víctimas del dolor y de la soledad. Podemos ofrecernos con respeto a ser sus compañeros en el camino de la vida, hacia la paz que Jesús da.
     Es lo que hace Maria Pía con sus amigos en un pequeño centro del sur de Italia donde trabajan al servicio de migrantes cuyos rostros expresan historias de dolor, de guerra y de violencia.
     «¿Qué es lo que procuro hacer yo? -se pregunta Maria Pía-. Es Jesús quien da sentido a mi vida, y sé que puedo reconocerlo y encontrarlo sobre todo en los hermanos más heridos; a través de nuestra asociación -cuenta- ofrecimos clases de italiano y ayuda para buscar casa y trabajo, atendiendo las necesidades materiales. Les preguntamos si necesitaban también apoyo espiritual, una propuesta que fue recibida con alegría por las mujeres ortodoxas de las clases de italiano. A un centro de acogida para migrantes llegaron también cristianos de la Iglesia Evangélica Bautista. Nos organizamos con el pastor bautista para acompañarlos el domingo a su lugar de culto, que distaba bastantes kilómetros. De este amor concreto entre cristianos ha nacido una amistad que se ha consolidado también gracias a actos culturales, mesas redondas y conciertos. Nos hemos descubierto como un "pueblo" que busca y encuentra nuevos caminos de unidad en la diversidad para dar testimonio a todos del Reino de Dios».
Leticia Magri

sábado, 4 de mayo de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 5 DE MAYO DEL 2019, 3º DE PASCUA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)



Jn. 21.1-19
           

     En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No».
     Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
     Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
     Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
     Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».      
     Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

Otras lecturas: Hechos 5, 27b-32.40b-41; Salmo 29; Apocalipsis 5,11-14

LECTIO:
     Hemos venido asomándonos a los diversos relatos de apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos: llorosos como María Magdalena, fugitivos como los de Emaús, encerrados como Tomás y los demás.
     El relato de la última aparición de Jesús resucitado a sus discípulos, tiene una escena entrañable. De nuevo entre redes, como al principio; de nuevo ante un faenar cansino e ineficaz, como tantas veces; de nuevo la dureza de cada día, en un cotidiano sin Jesús, como antes de que todo hubiera sucedido.
     Alguien extraño a una hora temprana, desde la orilla, se atreve a provocar haciendo una pregunta allí donde más dolía: sobre lo que había... donde no existía más que cansancio y vacío.
     Hay unas brasas que recuerdan aquella fogata en torno a la cual días antes el viejo pescador juró no conocer a Jesús, negándole tres veces. Ahora, junto al fuego hermano, Jesús lavará con misericordia la debilidad de Pedro, transformando para siempre su barro frágil en piedra fiel. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
           
MEDITATIO:
     En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros. (Papa Francisco)
     Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado! … La Iglesia sabe con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! (Papa Francisco)
     Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Manifiéstate de nuevo, Señor, sin ti no podemos hacer nada; nuestra red sigue estando vacía y no sirve de nada el esfuerzo… Nosotros creemos que eres el Señor.

Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Sabes que muchas veces no te he sido fiel,
pero también conoces mi deseo de amarte.

CONTEMPLATIO:

«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» «Apacienta mis ovejas»

     El verdadero milagro no es una red que se llena, como vacío que se torna en plenitud inmerecida. El milagro más grande es que la traición cobarde se transforma en confesión de amor. Hasta tres veces lo confesará. La traición, deshumanizó a Pedro, le hizo ser como en el fondo no era, y le obligó a decir con los labios lo que su corazón no quería. El amor de Jesús, su gracia siempre pronta, le humanizará de nuevo, hasta reestrenar su verdadera vida
     Es la última pesca, la de nuestras torpezas y cansancios. Ahí siempre saca Jesús las redes repletas. Pero su buen hacer no queda en quitarnos lo que nos destruye y entristece, sino en darnos lo que nos alegra y nos construye. Feliz quien tenga ojos para reconocerle como Juan, y quien se deje renacer como Pedro. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)


   No hay mejor medio para estar unido a Jesús que cumplir su voluntad, y ésta no consiste en ninguna otra cosa que en hacer el bien al prójimo... «Pedro¿me amas? Apacienta mis corderos»  (Jn 21,15) y, con la triple pregunta que le dirige, Cristo manifiesta de manera clara que apacentar los corderos es la prueba del amor. Y eso es algo que no se dice sólo a los sacerdotes, sino a cada uno de nosotros, por pequeño que sea el rebaño que le ha sido confiado. De hecho, aunque sea pequeño, no debe ser descuidado, puesto que«mi Padre -dice el Señor- se complace en ellos»   (Lc 12,32). (S. Juan Crisóstomo).