TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 15 de diciembre de 2012

En el año de la fe


EL FORTALECIMIENTO DE LA FE DE LOS CRISTIANOS (III)

(Conferencia con ocasión del 225º aniversario de la erección de la Parroquia de San José, de los extramuros de Cádiz - 19-IV-2012)


Rvdº.P. Juan Antonio Paredes Muñoz

4.- "Así es todo el que nace del Espíritu"

        "Todo comenzó con un encuentro. Unos hombres -judíos de lengua aramea y quizá también griega- entraron en contacto con Jesús de Nazaret y se quedaron con él. Aquel encuentro y todo lo sucedido en la vida y en torno a la muerte de Jesús hizo que su vida adquiriera un sentido nuevo y un nuevo significado. Se sintieron renovados y comprendidos, y esta nueva identidad personal se tradujo en una solidaridad análoga con los demás, con el prójimo. El cambio de rumbo de sus vidas fue fruto de su encuentro con Jesús... No fue un resultado de su iniciativa personal, sino algo que les sobrevino desde fuera". [1]

        Estas palabras magistrales de E. Schillebeeckx describen con impresionante y profunda sencillez lo que es el encuentro de fe. Se trata del mismo acontecimiento que san Agustín, hablando de la fe, describe como "ir a su encuentro (de Jesucristo) creyendo". [2] De ese acontecimiento que pone al hombre en camino de "revestirse de Jesucristo", de "configurarse con Cristo", usando expresiones muy vigorosas de san Pablo. [3]    
        Por mi parte, voy a fijarme en tres aspectos que pueden ayudarnos a conocer mejor dicho encuentro, desde el análisis de sus tres dimensiones básicas.

4.1. Tener las ideas de Jesucristo. O lo que es lo mismo, tener la visión del mundo, del hombre y de Dios que nos ofrece el Evangelio. A primera vista, parece fácil, ya que el Credo nos ofrece una apretada síntesis de la fe cristiana y la Iglesia nos invita cada domingo a confesar esa fe en la Eucaristía. Y sin embargo, estamos muy contaminados de una visión no evangélica de la vida. No me refiero a quienes se sitúan voluntariamente fuera de la Iglesia, rechazando algunos aspectos básicos del dogma cristiano; ni tampoco a quienes tienen dificultades para confesar puntos centrales de la fe o de la moral en el mismo sentido que les da la Iglesia. Me refiero también a todos los que tratamos de vivir la fe recta, la ortodoxia. Dentro de nosotros abundan las ideas no evangélicas o anti-evangélicas sobre la distribución de los bienes de la tierra; sobre nuestra vocación cristiana en el mundo; sobre el sentido del trabajo que realizamos; sobre el uso de los bienes que tenemos; sobre nuestra manera de ejercer de hermanos con los pobres y marginados que están entre nosotros o cerca de nosotros.

        La fe nos invita a dejar que el Espíritu ilumine nuestra inteligencia y nos lleve hasta la verdad completa; [4] a permitirle que denuncie nuestro pecado y nos enseñe a mirar al mundo y al hombre con los ojos de Dios, en la línea del Sermón del Monte. Además de la ortodoxia digamos oficial, es necesario tomarse a pecho la ortodoxia existencial, que nos permite vivir desde el discernimiento evangélico.

4.2. Realizar las obras de Jesucristo. En los años posteriores al Concilio Vaticano II se insistió mucho en la ortopraxis, y pienso que era necesario. Y todavía hoy sigue siendo necesario y hasta más urgente, si cabe, que en otros tiempos menos consumistas y más utópicos. No para contraponerla a la ortodoxia [5] ni para emplearla como arma arrojadiza, sino porque pertenece a la entraña del Evangelio. Es Jesús quien nos recuerda que no basta con decir "Señor, Señor" ni con predicar en su nombre para ser su discípulo, sino que se requiere cumplir la voluntad del Padre. [6] Y tiene un juicio más severo para aquel de los hermanos que se manifiesta obediente de palabra y luego no cumple la voluntad del padre, que para aquel otro que se niega verbalmente y que termina luego por realizar lo que su padre le ha mandado. [7]
        Al hablar del último juicio, Jesús nos dice de forma muy gráfica que Dios nos va a juzgar por nuestra actitud ante el hermano que sufre.[8] Y el apóstol Santiago nos recuerda que debemos poner "por obra la Palabra" y no contentarnos con oírla, engañándonos a nosotros mismos. [9]
        Si existe una gran distancia entre el Evangelio que aceptamos y que tratamos de seguir y el mundo de ideas que organiza y orienta nuestra conducta, el abismo es aún mayor cuando se trata de los hechos. No sólo ni fundamentalmente porque nos falte buena voluntad, sino porque carecemos de una experiencia honda de Dios. La vida tan dispersa y agitada de cada día hace muy difícil vivir un encuentro sosegado y sereno con Dios. Y ahí está, a mi juicio, la causa última de nuestra debilidad interior a la hora de actuar de forma coherente. Nos falta un por qué sólido y productivo que supere la dificultad interior y ambiental de nuestros "cómos" a la hora de "practicar a Dios". Puesto que nuestros actos no se apoyan en la fuerza de Dios, que hace posible y fecundo nuestro amor, sino que están sostenidos por nuestra misma debilidad, terminan por convertirse en deberes esclavizantes. Porque no brotan de la fe que mueve montañas, sino que tienen su origen en nuestro voluntarismo. Así el esfuerzo de cada día termina por ser agotador y por llevarnos a vivir el Evangelio más desde la agobio esclavizante del deber que desde la alegría liberadora de sabernos amados. Sin ese encuentro sosegado con Dios, que recompone y sana nuestro yo disperso, la misma esperanza termina por convertirse en resignación y la misión evangelizadora deja de ser una proclamación alegre [10] para irse convirtiendo, con frecuencia de forma inconsciente, en exigencia agresiva y carente de humor.

        Tal vez carecemos de esa fe de calidad que sana y que traslada montañas, [11] y de ese amor fecundo que Dios derrama en el corazón de los creyentes mediante el don del Espíritu. [12] De ese amor que nos libera para amar,[13] porque brota de la fuente de agua viva: del Espíritu de Dios. [14].

               
4.3. Tener los sentimientos de Cristo. La fe viva no se limita a ofrecernos un Credo y una moral. El encuentro personal y personalizado con Dios que es la fe incide -sanando y salvando-  sobre el núcleo más íntimo y más profundo de la persona: sobre su afectividad. Y sólo cuando entra en contacto sanante con la afectividad, sólo entonces podemos decir que hemos participado existencialmente en una experiencia de Pascua; que hemos tenido un encuentro auténtico con Dios.
        Ese encuentro es el fundamento y la fuente de lo que podemos denominar ortopatía. Es decir, aquellos sentimientos, afectos y actitudes profundas que describe san Pablo como signos de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. [15]
        Para san Juan de la Cruz, esta participación de la afectividad es algo así como la gozosa culminación de quien se ha dejado conducir por el Espíritu en su caminar evangélico. [16] Aunque antes de llegar a la cumbre, nos advierte el santo, hay que atravesar zonas áridas y oscuras de desierto. Pero su testimonio personal, excepcionalmente rico, nos confirma que la fe, cuando es viva y profunda, incide sobre la dimensión afectiva de la persona y la transforma.
        Se trata ciertamente de una cuestión delicada, en la que es necesario proceder con mucha cautela. Y no todos los especialistas están de acuerdo sobre la influencia de la religiosidad en el bienestar psíquico. [17] Mas parece ser que su actitud está muy condicionada por su fe en Dios, que les proporciona una experiencia personal de dicho fenómeno o por su falta de fe, que les priva del mismo. Estudiosos serios, que unen al saber científico riguroso su experiencia personal de fe, nos dicen lo siguiente:

        "la conciencia afectiva del sujeto nace, se desarrolla y va tomando forma a partir de la relación con el otro... La persona que ama, se realiza no a través de un acaparamiento posesivo del otro, sino mediante el don de sí al otro... Cuando el otro es Dios, y un Dios personal, la relación alcanza caracteres de infinitud... Puesto que Dios se ha revelado y ha comunicado su propia vida al hombre, éste se encuentra doblemente pasivo ante El: recibe la luz de la fe que se prolonga en esperanza y acoge un amor que solicita la reciprocidad. De esta forma, llega a ser posible una afectividad espiritual: el don del Espíritu, en el que todo alcanza su plenitud, engendra la alegría y la paz" .[18]
       
        Esta repercusión afectiva es algo que conocemos bien los creyentes. Como escribe Martín Velasco,

        "la vivencia de la experiencia (religiosa) comporta en la zona de las emociones y los sentimientos: alegría y padecimiento; exultación y serenidad; entusiasmo que saca de sí y reconciliación interior; sobrecogimiento y fascinación; respeto reverencial y amorosa intimidad; seguridad absoluta y exposición al máximo riesgo; sentimiento de plenitud y radical vaciamiento; sentimiento de indignidad y autoestima agradecida... Reflejarían, pues, la condición 'pascual' de toda experiencia de Dios que exige del hombre atreverse a perder su vida para salvarla" .[19]

        Esta larga cita de Martín Velasco representa una relectura, a la luz de R. Otto, de lo que san Pablo describe como los signos de la presencia del Espíritu, [20] y que la Iglesia denomina, en sus catecismos, los "frutos del Espíritu". [21] Y es la misma psicología, cuando no se cierra a la fe, la que nos dice:

        "una fe viva puede proporcionar impulso para cambiar los esquemas de autovaloración negativos ya convertidos en habituales y para prestar mayor atención a sus propiedades y cualidades positivas, en la medida en que el creyente adquiere conciencia de esta tarea y de su conexión con el precepto del amor a sí mismo, al prójimo y a Dios". Es más, "la fe viva en el perdón de Dios puede facilitar la confesión y la aceptación de la culpa moral que afecta a veces sensiblemente al sentimiento de autoestima, porque le asegura al afectado que... a pesar de su culpa, es aceptado por Dios". [22]

                El tema es indudablemente difícil. Pero me parece del mayor interés ponerle de relieve, pues a mi entender sólo podemos hablar de una fe viva cuando ha incidido realmente sobre nuestra afectividad. Y si evangelizar es narrar al otro lo que nos ha sucedido a raíz de nuestro encuentro con Jesucristo, [23] el esclarecimiento de esta cuestión reviste gran interés para ser luego testigos de la alegría de la fe que es nuestra fuerza, [24] y para realizar de forma creíble la nueva evangelización.


    [1] E. SCHILLEBBEECKX, Cristo y los cristianos. Gracia y liberación, Madrid 1982, pg 13.
    [2] Cfr supra, pg 2. El subrayado es mío.
    [3] Cfr Ga 3,27; Rm 6,4; 13,14...  [4] Cfr Jn 16,13.  [5] Contraponer de forma excluyente ortopraxis a ortodoxia me parece indicativo, como mínimo, de una deliciosa inocencia intelectual. Pues si no acepto o no creo o no confieso que Jesucristo ha resucitado, vive y es el Señor; si no acepto o no creo o no confieso que determinada actitud es evangélica y esa otro no lo es, carezco de fundamento y de criterio para actuar correctamente.
    [6] Cfr Mt 7, 21-23.
    [7] Cfr Mt 21,28-32.
    [8] Cfr Mt 25, 31-46.
    [9] St 1, 22.
    [10] Cfr Lc 1,46-55.
    [11] Cfr Mc 10,52; 11,22-24.
    [12] Cfr Rm 5,5.
    [13] Cfr 1 Co 13,4-6.
    [14] Cfr 1 Jn 4,7-16.
    [15] Cfr Ga 5,19-24.
    [16] Cfr Obr. cit. pgs 1087-1121.
    [17] Cfr. B.GROM, Obr.cit., pgs 126-250.
    [18] CH.A.BERNARD, Teologia Affettiva (Torino 1985), pgs 424-425.
    [19] J. MARTIN VELASCO, La experiencia cristiana de Dios (Madrid 1995), pg 55.
    [20]Cfr Ga 5, 19-23.
    [21] Cfr Catecismo de la Iglesia Católica n.1832.
    [22] B. GROM, Obr. cit. pgs 195-196.
    [23] Cfr PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 21.22.26.
    [24] Cfr. S. FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, Primera Parte, cap 2-3.









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