TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 28 de noviembre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 29 DE NOVIEMBRE, 1º DE ADVIENTO.(Comentario de +José Manuel Lorca Planes-Obispo de Cartagena)

«VELAD Y ORAD PARA QUE OS LIBRÉIS DE LO QUE HA DE VENIR…»

Lc. 21, 25-28, 34-36

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas. Los hombres se morirán de miedo, al ver esa conmoción del universo; pues las potencias del cielo quedarán violentamente sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y majestad.
     Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación. Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre vosotros.
     Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra. Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre.

Otras Lecturas: Jeremías 33, 14-16; Salmo 24; 1Tesalonicénses 3, 12-4.2

LECTIO:
                ¿El Adviento no era tiempo de esperanza? ¿Cómo encontramos estas imágenes tan terribles en el Evangelio de este domingo?  Prestando atención al texto vemos cómo el final de los sucesos cósmicos no acaba con la destrucción total del mundo, sino con la llegada del Hijo del Hombre, es decir con la llegada de Jesucristo.
       Todas estas imágenes son poderosas para llamar la atención del hombre que vive la historia y su historia con atonía, aburrimiento y desesperanza. Para algunos la vida no es más que una sucesión de las páginas del calendario, sin mucho sentido.
       Para el cristiano cada día, cada mes, cada año, está cargado de sentido, porque la historia de los hombres no se ha detenido. Está encaminada hacia su realización definitiva. Ese día no será el del caos, será el día de nuestra liberación. Lo dice Jesús, nos lo ha prometido, ¿por qué vamos a dudar de ello?
       La segunda parte del evangelio es una llamada de atención directa de Jesús a nosotros: “Tened cuidado”. No podemos seguir viviendo como si todo diera igual. No es lo mismo mentir que decir la verdad. No es lo mismo vivir con esperanza que vivir esclavo de los agobios de la vida”.
       La espera y la esperanza en ese final definitivo de la Historia no debe despistarnos, no nos debe hacer olvidar que vivimos en el presente: nuestra responsabilidad es estar despiertos hoy, para obrar el bien y rechazar todo lo que nos aleje de Jesús.
       La expresión final de este evangelio nos habla de esperanza: pedid la fuerza para poder ...manteneros en pie ante el Hijo del Hombre”.
       Por eso,  este adviento es otra oportunidad nueva que Dios nos concede.
   
MEDITATIO:                 
            Con este primer domingo de Adviento comienza el nuevo año litúrgico de las celebraciones de la Iglesia. En este tiempo, la liturgia nos anima y nos ayuda a prepararnos a la celebración de la Navidad, el misterio de la presencia de Dios entre nosotros. Hoy debemos preguntarnos sinceramente cómo este texto está dirigido directamente a nosotros.
¿Verdaderamente quiero conocer a Jesús, lo que me dice y espera de mí? ¿Estoy preparado para afrontar el “diálogo” que Jesús hará sobre mi vida?
¿Son las preocupaciones de la vida cotidiana, las que me separan de Dios?
El Señor dice que debemos prestar atención a no dejarnos aturdir por “…juergas, borracheras…” ¿Cómo entiendo esto en mi vida? ¿Cómo puedo evitarlo?
     Dentro de unos días se inicia el “Año de la Misericordia”. Interioriza y vive este texto de la bula Misericordiae vultus: “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Es el tiempo para dejarse tocar el corazón… Dios no se cansa de tender la mano, está dispuesto a escuchar, y yo…
 ¿también lo estoy?        
                                                           
ORATIO:
     Dame fuerza, Señor, para que cada acción de mi vida esté orientada al día que Tú regreses para preguntarme cómo he vivido.
     Gracias, Señor, porque me ofreces la liberación. Son tantas las cosas que me atan, los nudos que me aprietan…
    Señor, que no me deje aturdir por los problemas y preocupaciones cotidianas, que no me envuelva la rutina. Que cada día sea un nuevo encuentro contigo  y con tu Palabra.
     Que viva, Señor de acuerdo a tu Palabra y no de acuerdo a los criterios del mundo. Que sepa dar una palabra de esperanza, alegría, misericordia…

CONTEMPLATIO:
     Lentamente en medio de luces y tinieblas vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios”. Solo entonces conoceremos de verdad como ama Dios al mundo.
“Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”.
     Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán, la insensatez de los poderosos se acabará, las víctimas de tantas guerras, injusticias y sufrimientos conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.
“Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis…”
     ¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos y crueles para quienes se hunden en la impotencia?

Pido para vosotros, hermanos, que el Señor, antes de aparecer para todo el mundo, venga a visitar vuestro interior. Esta venida del Señor es oculta pero admirable y pone al alma que contempla en la admiración dulcísima de la adoración… (Guerrico de Igny).

miércoles, 25 de noviembre de 2015

DE LAS CARTAS PASTORALES DE SAN CARLOS BORROMEO

SOBRE EL TIEMPO DE ADVIENTO

     Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
     La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.
     La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

     Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

CARTA PASTORAL AL INICIO DEL CURSO - 2015-2016 (II)

 BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS
LA BUENA NUEVA A LOS POBRES

   La misericordia muestra el camino de la opción preferente por los pobres. Jesús se identificó con los pobres y necesitados: “’Tuve hambre y me disteis de comer’, y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s)” (EG, n. 197). El Papa anuncia la buena noticia a los pobres, dándoles prioridad no solo en su amor preferencial y en su cuidado solidario, sino también en su visión teológico-pastoral. Poniendo a los pobres al centro de la atención, el Papa encarna la caridad de la Iglesia, o sea, el testimonio más evidente que Dios es Amor, llamando a todos los discípulos de Cristo a demostrar con gestos concretos y palabras creíbles este evangelio. Nada mejor para renovar la Iglesia que ponerse “en salida” hacia los necesitados y desvalidos, a los heridos en el cuerpo y en el alma, haciendo de esta actitud la base de la conversión misionera de la Iglesia. Nada más concreto que la misericordia, la ternura de Dios, la confianza sin límites en su bondad, como itinerario del Año jubilar de la misericordia. “Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (n.15). Más aún, en cada uno de los necesitados hemos de ver a Cristo mismo (cf. Mt 25, 31-45).
   Nuestra dedicación y esfuerzo a través de la comunicación cristiana de bienes que se hace, sobre todo, a través de Cáritas, ha de implicarnos al máximo para compartir nuestros bienes con los muchos necesitados de nuestra diócesis. Cómo no valorar los esfuerzos de Cáritas, de nuestra Delegación de Emigrantes, de la Pastoral de enfermos, de la Pastoral Penitenciaria, la presencia cristiana en el mundo obrero, etc. La propuesta del Santo Padre a vivir las Obras de Misericordia, que son el camino habitual del amor cristiano, debe marcar nuestro jubileo para socorrer a los menesterosos y hacer caritativos nuestros corazones. Invito a cada parroquia, asociación o movimiento, comunidad religiosa, delegación diocesana etc. a programar sus propios objetivos y medios para ponerlas en práctica a lo largo de este curso.
     Que la Iglesia sea “casa de hospitalidad” (neologismo del Papa Francisco en su reciente visita a América) de modo que nadie cierre el corazón al otro. Es necesario evangelizar antes el corazón y después el resto para no excluir a nadie y para no quedarse excluido del amor de Dios. Una iglesia que sigue al pueblo es capaz de vibrar ante las pobrezas (material y moral, heridas del corazón, desesperanzas; cf. Francisco a los Movimientos Populares en Bolivia), pero sobre todo a los pobres y descartados de la sociedad.

+Mons. Rafael Zornoza Boy-Obispo de Cádiz-Ceuta




Las obras de misericordia espirituales y corporales.
(VII)

    Quizá nos es muy difícil entender bien la situación angustiosa del espíritu y del cuerpo de un sediento. El agua es uno de los elementos esenciales para la alimentación del cuerpo humano, y en muchas ocasiones nos resulta fácil ofrecer un vaso de agua fría a un compañero que tiene sed. Nos lo agradecerá, y en el fondo del alma nos alegraremos en su alegría de haber saciado su sed. 

“Dar de beber al sediento”.

     En el Evangelio el Señor hace una clara referencia a esta obra de misericordia, cuando nos dice:
     “Quien dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría por ser mi discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa” (Mt 10, 42).
     La sed del cuerpo nos lleva a pensar también en la sed del alma. Nos encontramos tantas veces con personas que “están sedientas”, no sólo de agua, sino también de un poco de compañía, aunque no lo digan por pudor, por vergüenza, o quizá por no querer manifestar su indigencia.
     Cristo, desde la Cruz nos dirigió a todos las palabras “Tengo sed”. La esponja empapada en vinagre que le ofrecieron no le calmó la sed. Apenas le enjugó los labios. ¿De qué tiene sed Cristo?
     Tiene sed de que le busquemos, de hacerse el encontradizo con quienes le buscan. Tiene sed de saciar nuestra sed. Sed de hacernos bien, sed de que abramos el corazón como el Salmista, y le digamos: “Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh, Dios! Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo ¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?” (Ps 42, 2-3).
     Vivamos con Cristo esta bendita sed. Y lo hacemos, si al anhelar calmar la sed de algún sediento, le animamos, si es el caso, a que se convierta de sus pecados, a que abra el corazón en arrepentimiento, y pueda llegar a vislumbrar así el amor que Dios le tiene.
     Ayudemos a todos los sedientos que encontramos en nuestra vida, a ofrecer su sed, su dolor, al Señor en la Cruz, pidiéndole por las almas que rechazan el Amor de Dios, escogen el infierno de sí mismos y por sí mismos, y desprecian el Cielo que Dios les ofrece.
     Cristo tiene sed de saciar la sed de su Padre Dios, la sed que le ha traído al mundo buscando la Gloria a Dios y el bien de las criaturas. Tiene sed de “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. Tiene sed de darnos vida, para que nuestro vivir se injerte en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tiene sed del amor de los hombres, a quienes, clavado en la Cruz, está mostrando todo el Amor de Dios.
     Aprendamos de esta sed de Jesucristo, para poner todo nuestro afán en calmar la sed del cuerpo y del alma de nuestros hermanos, los hombres.

“Dar posada al peregrino”

     Hemos visto ese “milagro” de la hospitalidad que vivimos con ocasión de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Muchas familias quisieron compartir con peregrinos de otros países un rato de amor de hogar: ofrecieron habitaciones, camas, un poco de comida, un detalle de caridad humana y de amistad.
Y cuando invitas a un amigo, que está solo y algo triste, a pasar un rato en tu casa, jugando contigo y con tus hermanos, estás viviendo también la buena obra de dar posada en tu corazón a ese amigo que no soporta la soledad en la que se ve hundido, y sin capacidad para llenar el vacío de su alma.
     Hemos asistido en estos últimos años, y lo seguimos viviendo ahora, a ese otro “milagro” de las peregrinaciones a Santiago de Compostela. De todos los rincones de Europa llegan personas en grupos más o menos numerosos, para vivir esa antigua costumbre cristiana europea de visitar Santiago y rezar ante la tumba del apóstol Santiago. En medio de las dificultades y obstáculos que se pueden encontrar, los peregrinos descubren la hospitalidad de quienes les acogen por el camino, de quienes les reciben con afecto, cariño y verdadera caridad cristiana.
     Los “peregrinos” de hoy, muchas veces, serán personas de nuestra familia, de nuestro entorno, que se quedan sin trabajo, que se avergüenzan de no poder pagar sus deudas, y que no se atreven a pedirnos una ayuda por temor a que descubramos la situación lamentable en la que viven. No podemos despreocuparnos de ellos.
     Contemplamos a diario el drama – tragedia- de tantos emigrantes que anhelan poner pie en tierra europea, y no dudan en arriesgar todo su dinero, todo su futuro y el de su familia, para conseguirlo.
     A lo largo de la historia, y en todas las naciones, los cristianos hemos acogido con corazón grande a los emigrantes, a todos los peregrinos del mundo, y así hemos de seguir viviendo ahora.
     Un texto de los primeros cristianos, a la vez que les anima a acoger a los peregrinos, les pone en guardia contra las personas que se hacen pasar por “peregrinos”, para que no abusen de su hospitalidad:
     “Si llega a vosotros un caminante, ayudadlo en lo que podáis: sin embargo, que no permanezca entre vosotros más de dos días, tres a lo más. Si quiere establecerse entre vosotros, que tenga un oficio, que trabaje y que se alimente él. Si no tiene oficio, mirad a ver lo que os dice vuestra prudencia, pero que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quiere hacerlo así, tened cuidado, que es un traficante de Cristo. Estad alerta contra los tales”. (Didajé 12.2-5)
Cuestionario
¿Procuro estar atento a las carencias materiales que pueden sufrir amigos y conocidos, para ayudarles a resolverlas; o hago oídos sordos a las necesidades que veo a mi alrededor?

No estaré con posibilidades de arreglarlo todo; pero ¿no puedo tampoco poner el primer ladrillo, y así animar a otros para que en nuestro entorno vivamos mejor la solidaridad, la caridad?

¿Procuro remover el espíritu de los sedientos para que contemplen la sed de Cristo, y le amen para calmar esa sed?

viernes, 20 de noviembre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE, 34º DEL TIEMPO ORDINARIO - SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«TÚ LO DICES: SOY REY…»
Jn. 18. 33b-37
         En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
     Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
     Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»

Otras Lecturas: Daniel 7, 13-14; Salmo 92; Apocalipsis 1, 5-8

LECTIO:
            La escena evangélica de hoy es el diálogo entre Pilato y Jesús que se produce en el pretorio. Jesús se ha autoproclamado el rey de los judíos y Pilato puede condenarle a muerte sin ningún reparo. Es rey pero su reinado es diametralmente opuesto a cualquier reinado humano: Mi reino no es de este mundo”. Los reinados humanos se caracterizan por la superioridad militar, por el uso de las fuerzas… el reino de Jesús utiliza “otras fuerzas”
       Pilato le repite: Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús sabe que no le está entendiendo pero responde afirmativamente. Como rey ha venido al mundo para ser testigo de la verdad, la Verdad que es Dios mismo. Pilato no le entendió porque: Solo el que está de parte de la Verdad puede escuchar y comprender a Jesús.
      En Jesucristo, rey del Universo,  ha llegado a nosotros el Reino de Dios. Es verdad que no en su realización definitiva, pero sí con toda su fuerza. Es hora de actuar y hacerlo con las “armas” de este Rey: la paz, la verdad, la justicia, la misericordia, el amor… todo lo que Jesús nos ha enseñado. Pero antes de “hacer” debemos escuchar, escuchar la voz de Jesús, escuchar su Palabra…
     Este Reino se construye también con pequeños y silenciosos signos. Aliviar un poco el dolor de esa persona que conozco y que está sufriendo también es una forma de trabajar por el Reino.

 MEDITATIO:
«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»

     Desde la vida de Jesús, desde su pasar haciendo el bien, desde su muerte y resurrección…
¿puedes afirmar que Él es rey, es tu rey, es el que te ha cautivado y da sentido a tu vida, que te lleva a implicarte con todas las consecuencias en su seguimiento, en la vivencia de lo que lleva consigo su seguimiento?
     Jesús es un rey crucificado. Su poder está en la entrega de sí mismo para la salvación de todos. Así nos enseña la inversión de valores, en contra de lo que la sociedad nos pregona y enseña.
¿A qué te comprometen las palabras de Jesús: “… todo el que es de la verdad escucha mi voz”? ¿Qué te dice Jesús con esto?, ¿en qué consiste estar de parte de la verdad?, ¿cómo y cuándo estás tú de parte de la verdad y cuando no?
     Jesús con su vida, pasión y muerte nos enseña que la verdad está en el amor, en el perdón, en la comprensión, en el servicio y en la solidaridad. Este es el reinado de Jesús.

ORATIO:
     Señor, moldea mi vida, mi conciencia, mi voluntad para que haga de ella una ofrenda viva como la tuya.
     Quiero, Señor,  contribuir a construir tu reino. A veces me cuesta y me atraen otros señores, ayúdame a luchar para conseguirlo con tu fuerza.
     Ayúdame, Señor, a amar como Tú, a vivir el reino como Tú, hasta dar la vida por los demás, manifestando y mostrando todo el amor que Tú nos tienes.

CONTEMPLATIO:

«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido
     Jesús ha venido a este mundo a introducir la verdad. Su reino no es de este mundo. Sus seguidores, sus “discípulos” son los que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en este mundo.
y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad.
     El seguidor de Jesús es «testigo» de la verdad. Va tras sus huellas para ser su discípulo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús.
Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
     Ser fieles al Evangelio de Jesús es una experiencia única que nos lleva a conocer una verdad liberadora, capaz de hacer nuestra vida más humana.

Te amaré con todo el corazón, persiguiendo sólo tu gloria sin preocuparme en absoluto de la gloria de los hombres, a fin de llegar a ser uno contigo ya ahora y después de la muerte, obteniendo así, oh Cristo, reinar contigo, que aceptaste por mi amor la más infamante de las muertes. (Simeón…)

CARTA DEL CONSEJO PASTORAL PARROQUIAL


martes, 17 de noviembre de 2015

LA CONFESIÓN, UN REGALO DE LA MISERICORDIA DE DIOS
Queridos hermanos y hermanas:
     Si meditáramos con frecuencia en la omnipotencia divina reflejada en la creación del mundo y en todas las intervenciones de Dios a lo largo de la Historia Santa, quedaríamos admirados de las maravillas obradas por Dios con el antiguo Israel y con nosotros, el nuevo Israel, testigo de su encarnación, de su predicación y milagros, de su pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones.
     Dentro de todas las maravillas obradas por Dios en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida, no es menor la misericordia que Él derrocha con nosotros cuando pecamos y perdona nuestras faltas si arrepentidos las confesamos humildemente en el hermosísimo sacramento de la penitencia, con la conciencia de que Dios nos perdona plenamente y hasta el fondo. Cuando entre nosotros nos perdonamos, queda siempre un poso de resentimiento. Dios nuestro Señor, sin embargo, nos perdona del todo, sin llevar cuentas del mal, si humildemente confesamos nuestros pecados a la Iglesia, después de un sincero examen de conciencia, con dolor de corazón y propósito de la enmienda.
     Para nadie es un secreto que desde hace años el sacramento de la penitencia está atravesando una profunda crisis. En ella, a los sacerdotes nos cabe una gran responsabilidad, pues muchos de nosotros hemos abdicado de una obligación principalísima, estar disponibles para oír confesiones, dando a conocer a los fieles horarios generosos en los que estamos disponibles para servirles el perdón de Dios. En ocasiones hemos recurrido abusivamente a las celebraciones comunitarias de la penitencia, con absolución general y sin manifestación expresa e individual de los pecados, que son inválidas y un desprecio palmario de las normas de la Iglesia, recordadas reiteradamente por los Papas en los últimos años.
     Otra de las causas de la crisis de este bellísimo sacramente es la pérdida del sentido del pecado, denunciada ya en el año 1943 por el papa Pío XII en la Encíclica Mystici Corporis. Hoy no es difícil encontrar personas que dicen que no se confiesan porque no tienen pecados. Tal vez por ello son infinitamente más los que comulgan que los que confiesan. Sin embargo, no hay verdad más clara en la Palabra de Dios que ésta: Todos somos pecadores. En el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, sólo la Santísima Virgen está liberada de entonar cada día el "Yo confieso". Todos los demás somos pecadores. La Iglesia es una triste comunidad de pecadores, pues como nos dice el apóstol Santiago, "en muchas cosas erramos todos" (Sant 3,2). San Juan por su parte nos dice que "si decimos que no hemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y no somos sinceros" (1 Jn 1,8).
     Una tercera causa de la depreciación del sacramento del perdón en nuestros días es la exaltación del individuo que impide reconocer la necesidad de la mediación institucional de la Iglesia en el perdón de los pecados. Por ello, muchos cristianos dicen que no necesitan del sacramento y del sacerdote, porque se confiesan directamente con Dios. Esta postura, de claro matiz protestante, ignora la voluntad expresa de Jesús resucitado, que en la misma tarde de Pascua instituye este sacramento como remedio precioso para la remisión de los pecados (cf. Jn 20, 23) y para el crecimiento en el amor a Dios y a los hermanos.
     No quiero terminar sin recordar a sacerdotes y fieles algunas pautas prácticas para recibir este sacramento, de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica. La primera es que sigue vigente el segundo mandamiento de la Iglesia: Confesar al menos una vez al año, y en peligro de muerte o si se ha de comulgar. Es evidente que si el sacramento de la penitencia es manantial de fidelidad, de crecimiento espiritual y de santidad, es sumamente recomendable la práctica de la confesión frecuente.
     Hay que recordar también que no se puede comulgar si no se está en estado de gracia o se han cometido pecados graves. Conviene además que lo sacerdotes encarezcan tanto la dimensión personal del pecado, algo que nos envilece y degrada, que es una ofensa a Dios y un desprecio de su amor de Padre, y la dimensión eclesial del pecado, que merma el caudal de caridad que existe en el Cuerpo Místico de Jesucristo.
     Quiero recordar también que los fieles pueden y deben solicitar a sus sacerdotes que dediquen tiempo al confesonario y que fijen en cada parroquia los horarios de atención sacramental para que los fieles puedan recibir el sacramento de la reconciliación, al que tienen derecho por estricta justicia.
     En las vísperas de la inauguración del Jubileo de la Misericordia, termino asegurando que después del bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la penitencia es el más hermoso de todos los sacramentos, puesto que es fuente progreso y crecimiento espiritual, sacramento de la misericordia, la paz, la alegría y el reencuentro con Dios.
     Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina - Arzobispo de Sevilla

lunes, 16 de noviembre de 2015

ORACIÓN POR LAS VÍCTIMAS DE PARÍS

     Dios todopoderoso y eterno, 
de infinita misericordia y bondad, 
con el corazón apesadumbrado, acudimos a Ti. 
     Escucha nuestra oración, ten misericordia de nosotros,
atiende las súplicas de quienes te invocan 
en esta hora de tribulación y de prueba. 

    
Te pedimos, Dios de la vida, 
por las víctimas mortales del ataque terrorista en París.
     Son hijos tuyos; son hermanos nuestros. 
     Nunca debían haber muerto en estas circunstancias. 
Padre nuestro, acógelos en tu seno. 

    
Atiende nuestra oración, Dios de la salud, 
por los heridos de esta masacre. 
     Sana sus heridas, fortalece sus corazones, 
llénalos de tu gracia y de tu paz. 
     Visita, Dios consolador, a los familiares de las víctimas.
     Reviste con tu manto de misericordia y de amor 
las llagas de su corazón y de su alma. 
     Te pedimos por la conversión 
de los que odian y utilizan la violencia.

    
Príncipe de la Paz, Señor Crucificado, Jesucristo Resucitado, compadécete de nosotros, 
intercede por nosotros. 

    
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, 
Salud de los enfermos, consoladora de los afligidos, 
reina de la Paz y de las familias. Ruega por nosotros.      
Amén.

Fuente: AYUDA A LA IGLESIA NECESITADA