TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 28 de septiembre de 2019

VIGILIA EXTRAORDINARIA EN HONOR DE NTRª. SRª. DEL ROSARIO PATRONA DE CÁDIZ


LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 29 DE SEPTIEMBRE DEL 2019, 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)


«HIJO, RECUERDA QUE RECIBISTE TUS BIENES EN TU VIDA…»

Lc. 16. 19-31
     En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
     Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
     Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Otras lecturas: Amós 6, 1a.4-7; Salmo 145; 1Timoeo 6,11-16

      ¿De qué sirve ser el más rico del cementerio? Jesús propone esta parábola a unos fariseos celosos de la Ley y los profetas, amigos de Moisés y de Abrahán, pero que vivían con una cierta esquizofrenia moral y espiritual.
    Jesús en primer lugar relativiza el valor del dinero apelando a su poderío fugaz y a su gloria caduca Epulón y Lázaro eran iguales ante su origen y ante su destino… Lo segundo que destaca Jesús es la infinita diferencia entre el modo de valorar que tiene Dios y aquellos fariseos burlones. Sólo quien entra en la mirada de Dios puede descubrir su secreto, y sólo quien se adentra en su Corazón comprende su riqueza, como el mismo Pablo descubrió.
   Tenemos la experiencia cotidiana de cómo cuando nos alejamos de la visión que Dios tiene de la vida, ésta se deshumaniza. Por eso no es extraño que quienes aman el dinero, no entiendan nada, se irriten e indignen, y hasta decidan matar al mensajero.
     Nuestro mundo… está necesitado de cristianos vivos que desde la trama diaria de su existir enseñan a ver las cosas desde los Ojos de Dios, y amar la vida desde y como Él, ritmando nuestros latires con los de su Corazón, valorando aquello que tiene valor para Él, lo que enajena y enfrenta, lo que adormece e inhibe, y relativizando lo que corrompe y deshumaniza. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)

MEDITATIO:
     En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta». El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas»: este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. (Papa Francisco)
     El rico no ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera… Sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo. Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor. (Papa Francisco)
   El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana». El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra. (Papa Francisco)

ORATIO:
   Señor hazme sensible al dolor ajeno. Que no pase desapercibido de aquel que llega a mí y sufre, del que veo por la calle y gime, del que me está esperando y todavía no sé en dónde.
Cambia, Señor, mi corazón de piedra
en uno de carne y hueso,
para así cumplir mi misión
de ser sal de la tierra y luz del mundo.
«entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso»

     La vida que continúa después de la muerte pone las cosas en su sitio, y a la luz de esa última realidad hemos de vivir la vida presente…
     Varias lecciones nos da Jesús con esta parábola. En primer lugar, que la vida no es para disfrutarla sin medida. Estamos hechos para la felicidad, sí; pero no para esa vida sensual, que nos va disolviendo en vez de construirnos. Pasarlo bien, disfrutar de los placeres de este mundo, darse la “buena vida” no conduce a nada bueno, además de que crea adicciones insaciables. Al contrario, nos va cerrando el corazón y no va haciendo incapaces de amar. Por el contrario, las penas de cada día aceptadas con humildad y ofrecidas con amor, nos ensanchan el corazón y nos hacen capaces de disfrutar ya desde ahora de la felicidad que Dios nos tiene preparada y que nunca acaba.
   Y en segundo lugar, una vida disoluta nos hace desentendernos de los demás. Sólo piensa en sí mismo, no le conmueven las necesidades de los demás, se hace insolidario. Si el rico Epulón hubiera abierto los ojos a los pobres de su entorno, hubiera detenido su mala marcha mucho antes. El contacto con los pobres nos abre a la verdad de nosotros mismos, los pobres nos evangelizan al recordarnos que nosotros también somos necesitados y al ponernos delante de los ojos personas y situaciones que nos conmueven y nos sacan de nuestros esquemas. Compartir las penas de los demás nos hace más humanos, más solidarios, nos hace bien al sacarnos de nuestro egoísmo.  (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)


   Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina. (S. Agustín de Hipona)

sábado, 21 de septiembre de 2019

CONVOCANDO VIGILIA EXTRAORDINARIA


LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 22 DE SEPTIEMBRE DEL 2019, 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO»


Lc. 16. 1-13

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.”
     El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.” Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Éste respondió: “Cien barriles de aceite.” Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.” Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo.” Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta.”
     Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Otras lecturas: Amós 8,4-7; Salmo 112; 1Timoeo 2,1-8

     Pocas veces Jesús se pone tan tajante como en el evangelio de este domingo. Junto al evangelio de la misericordia –Dios nos perdona siempre-, está también la disyuntiva de ponernos o de parte de Dios o alimentar los ídolos de nuestro corazón: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). No es compatible lo uno con lo otro, aunque nosotros pretendamos a veces poner una vela a Dios y otra al diablo. ¿De dónde viene esta incompatibilidad? El dinero no es malo en sí mismo, más aún es necesario para sobrevivir. Por medio del dinero atendemos nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, casa, atención a la salud, etc.
     La clave de la disyuntiva no está por tanto en el dinero, sino en la alternativa de confiar en Dios o confiar en nuestros medios... Cuando esta actitud se hace viciosa, entonces tenemos la codicia, la avaricia. Este vicio consiste en el deseo desordenado de tener más. Y no sólo dinero, sino cualquiera de los bienes de este mundo. La codicia, como cualquier otro vicio, nunca se ve satisfecha... Y el avaricioso no descansa nunca con lo que tiene ni se amolda a las posibilidades que la vida le ofrece. El dinero entonces esclaviza, se convierte en un ídolo, la avaricia es una idolatría: “Apartaos de toda codicia y avaricia, que es una idolatría” (Col 3,5), nos dice el apóstol san Pablo.
     No podéis servir a Dios y al dinero, porque el servicio a Dios no esclaviza nunca, sino que nos hace libres. Mientras que el servicio al dinero esclaviza siempre y es origen de muchos males. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)

MEDITATIO:
     El administrador en este evangelio se presenta como ejemplo de astucia. Es acusado de mala administración de los negocios de su señor y, antes de ser apartado, busca astutamente ganarse la benevolencia de sus deudores, condonando parte de la deuda para asegurarse, así, un futuro. Comentando este comportamiento, Jesús observa: «los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz». (Papa Francisco)
     El recorrido de la vida necesariamente conlleva una elección entre dos caminos: entre la honestidad y deshonestidad, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. No se puede oscilar entre el uno y el otro, porque se mueven en lógicas distintas y contrastantes. (Papa Francisco)
     Es importante decidir qué dirección tomar y después, una vez elegida la adecuada, caminar con soltura y determinación, confiando en la gracia del Señor y en el apoyo de su Espíritu. «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro»… Jesús hoy nos exhorta a elegir claramente entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica de la corrupción, del abuso y de la avidez y la de la rectitud, de la humildad y del compartir.. (Papa Francisco)

ORATIO:
Te alabamos y te bendecimos, Señor Jesús, por tu inmenso amor. Te pedimos la gracia de conocerte cada día más íntimamente, a fin de amarte con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra vida.
Partir…sencillamente para hacer posible
el compartir, como Tú, Señor.

CONTEMPLATIO:
«Ningún siervo puede servir a dos amos,… »
     El que es fiel en lo poco, lo será también en lo mucho. Que viene a decir: todo aquello que te gustaría cambiar de un mundo demasiado cruel, empieza por cambiarlo en tu propia casa, en tu corazón…
     La llamada de Jesús es clara: no podemos tener dos patrones, dos amos. O nos adherimos al diseño de Dios, a su proyecto de humanidad, de civilización del Amor, o nos apuntamos a la barbarie en la que termina siempre toda pretensión que censura algún aspecto del corazón del hombre.
     Sin Dios, sin este “amo” tan especial que nos hace libres, es muy difícil hacer un mundo que sepa a justicia, a limpieza, a paz, a respeto, a libertad, a felicidad. Metamos al Señor en nuestras cosas y en nuestras casas, sin fanatismos pero sin complejos. Porque sólo quien ama de verdad a Dios llega a no despreciar al hombre hermano. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)


   Poseemos la voluntad, que el hombre puede ejercer a su pleno albedrío y que recibió su don gratuito del mismo Dios desde la creación, pero de la que tendrá que rendir estrecha cuenta a su Señor. Siempre que el hombre se ejercita en actos de virtud, ayudado de la divina gracia, de la que procede todo bien, tenga presente esto: que ejerciendo el pleno dominio de su libertad complace a Dios, pero, si renuncia a su voluntad para colocarse en los brazos amorosos del Señor, le agrada más y se perfecciona en mayor escala. (S. José de Copertino)

viernes, 20 de septiembre de 2019

PARA EL DIALOGO Y LA MEDITACIÓN












SEPTIEMBRE: MEDITACIÓN SOBRE LA SANTA MISA



SIEMPRE Y EN TODO LUGAR


   Además de los salmos de alabanza, dos himnos acompañan la historia de la Iglesia: el Te Deum laudamus y el Gloria in excelsis Deo.
   El primero  suele ser entonado en momentos de celebración. El himno continúa siendo regularmente utilizado por la Iglesia católica, en el Oficio de las Lecturas encuadrado en la Liturgia de las Horas. También se suele entonar en las misas celebradas en ocasiones especiales, como en las ceremonias de canonización, la ordenación de presbíteros, proclamaciones reales, etc. Los cardenales lo entonan tras la elección de un papa. Posteriormente, los fieles de todo el mundo para agradecer por el nuevo papa, se canta este himno en las catedrales.
   El segundo, el gloria, protagoniza la alabanza, como una explosión de sentimientos, en la liturgia de la palabra. Es una alabanza trinitaria, que proclama el creyente, exultante de gozo,  por eso le desbordan las palabras que brotan incontinentes de su boca “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias”, al Padre, Rey celestial y todopoderoso; al Hijo único Jesucristo, al que le cantamos su peculiar grandeza y le pedimos piedad, oído a nuestras súplicas y una  vez más piedad porque Él nos quita el pecado del mundo. Y al final una apoteosis triunfal, en que Cristo, en unión con el Espíritu Santo, se manifiesta lleno de gloria y Majestad como lo vio el protomártir, San Esteban, sentado en la Gloria del Padre.
   Cuando medito en este asombroso himno recuerdo la expresión con que iniciamos la plegaria eucarística: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar”. Efectivamente este himno expresa lo que en deber de justicia mediante la virtud de la piedad, debiéramos proclamar en todo lugar, no sólo en la iglesia, sino en el monte, en los caminos, en la cocina, al amanecer y al atardecer, porque es de justicia por eso es nuestro deber; pero es además necesario para nuestra salvación. El gloria es un himno que desde la fe ha de proclamar el creyente en todo tiempo y lugar y os diría que sería el himno de toda persona de buena voluntad. Así comienza el himno: “Gloria a Dios en el cielo y Paz para los hombres de buena voluntad”.
    Pero además, teniendo en cuenta la totalidad del texto de la misa, se me convierte en contrapunto significativo, pues aquí alabamos directa y personalmente a Dios. Permitidme que os lo diga así: para entonar el gloria no necesitaríamos estar en el templo. Sin duda supone una explosión de entusiasmo al Dios que nos va a hablar en la liturgia de la palabra. Pero el todavía más, lo sublime de la celebración eucarística es el sacrificio que ofrecemos al Padre en unidad con el Espíritu Santo, no en palabras y deseos, sino en obras: el cordero pascual inmolado, se lo ofrecemos al Padre, unidos a Cristo, agarrados fuertemente a su ofrenda pascual. ¡Es asombroso! Para celebrar la eucaristía necesitamos el templo y el altar. Es la oración sublime de la Iglesia. Además de alabarle en todo tiempo y lugar.
   El Credo cierra la liturgia de la palabra con la proclamación de nuestra fe. No es un himno, sino una confesión pública del contenido total de lo que creemos. Es una oración. En tiempos de zozobra o penumbra es una manera oportuna de confirmarnos todos los presentes en la fe de la Iglesia, proclamada ante la asamblea, pero recitada en presencia de Dios. No digo que es un juramento, pero sí una proclamación solemne, que no pronunciamos a humo de pajas ni como quien oye llover. Ahí están todos los misterios de nuestra fe, todos, incluidos los que asaltan desde el asedio del mundo, nuestras zozobras y vacilaciones. Por ello es tan importante pronunciarlo consciente y libremente como antídoto contra las acechanzas del maligno. Por ejemplo, los católicos creemos en la vida eterna y muchas personas todavía en nuestro entorno tienen una idea, aunque borrosa de la vida más allá de la muerte. Pero es difícil encontrar personas que crean en la resurrección de la carne, en que un día los cuerpos que enterramos en debilidad, volverán a surgir de las tumbas a la vida nueva que nos prometió Jesucristo. Y no lo sabemos por argumentos racionales, sino porque creemos en las promesas de Jesucristo, el Verbo de Dios. Cada época ha planteado sus dudas y a cada época ha respondido con firmeza la Iglesia, repitiendo el depósito de la Fe, recibido por medio de los Apóstoles.

2ª PARTE, EL SACRIFICIO O PLEGARIA EUCARÍSTICA

     El centro de nuestra celebración es el altar, no el escenario ni siquiera el proscenio, sino el ara o piedra sobre la que  se va a realizar el sacrificio, siempre incrustadas reliquias de algún mártir; y como segundo elemento indispensable, durante toda la celebración, pero en especial en la  liturgia eucarística, la imagen visible de Cristo crucificado.
     Se ha comparado la celebración eucarística con el género dramático. Sin duda, hay un escenario donde va a tener lugar la representación, el altar; y un actor, el sacerdote, que en nombre de Cristo, va a presentar ante la asamblea la muerte y resurrección del Señor. No se trata de un monólogo en el que en voz alta se comunica el contenido de la celebración. Se trata de un diálogo, a veces con los fieles que responden a sus propuestas; pero siempre, siempre es un diálogo con Dios, el Padre bueno al que dirigimos nuestras alabanzas y súplicas. Sin embargo, no se trata de una representación escénica en que se nos cuenta o evoca algo. Se trata de una presentación en vivo y en directo en que, ante nuestros ojos y oídos, vuelve a acontecer el sacrificio, muerte y resurrección de Cristo en la Cruz, como ofrenda al Padre. No se evoca un acontecimiento pasado. En la representación eucarística vuelve a tener lugar el drama de la cruz.
     En esta segunda parte nos acercamos, como en las celebraciones de la sinagoga al momento en que el sumo sacerdote  entraba en el santa sanctórum, con la diferencia de que en la liturgia romana toda la asamblea asiste y contempla el misterio que estamos celebrando. No entra el celebrante a un lugar escondido ni las cortinas ocultan la presencia de la divinidad. A la vista y oído de todos vamos a ser testigos desde la fe del sacramento de expiación y redención al que vamos a asistir; vamos a recordar el memorial de la muerte y resurrección de Cristo de manera real, aunque incruenta, ofrecida al Padre bajo el soplo del Espíritu Santo para restaurar la alianza rota por el pecado de los hombres.
   Tres secuencias distribuyen esta segunda parte:
     La ofrenda, el prefacio, y la plegaria eucarística, dividida a su vez en dos partes, la consagración o sacrificio y la solemne oración, ante Cristo crucificado, dirigida al Padre.
  Tres pilares sustentan la organización de la Liturgia Eucarística, tres momentos en clímax ascendente en que el celebrante eleva el cáliz y el pan, primero como ofrenda; segundo, como víctima sacrificada presente en la hostia y en el vino, expresión del misterio de nuestra fe; y en el  tercero, la oración eucarística se cierra  con la doxología: «Por Cristo, con Él y en Él...", con la que expresa el celebrante solemnemente la glorificación de Dios. Todo lo demás es la palabra, degustada interiormente en nuestro corazón.
   Como en una sinfonía, la palabra es cambiante y transformadora. Se dirige siempre al Padre, en presencia del Espíritu y espera al Hijo, que desde el cielo ha de bajar al altar, como decimos en el sanctus, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendecimos a Dios, Señor del universo, en el ofrecimiento del pan y del vino, lo volvemos a glorificar en el sanctus como Dios y Señor del universo y conscientes de que el prodigio, que va a tener lugar, nos es concedido de lo alto, le suplicamos al Señor, fuente de toda santidad, que santifiques estos dones con la efusión del Espíritu Santo, de manera que sean para nosotros Cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor.
   Esto surge desde la voz de alabanza y súplica de toda la Iglesia, como en preparación del momento sublime concedido sólo y directamente por el Señor, cuando mandó en la última cena a sus discípulos: Haced esto en memoria mía. Y es en ese momento cuando el sacerdote con su voz de hombre, da lugar a que sea el mismo Cristo quien pronuncie las palabras del sacramento que convierten realmente el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, según el rito de Melquisedec, en que el pan y el vino suple a todos los animales del sacrificio, y se transforma en el único cordero pascual que quita el pecado del mundo.
     Éste es el misterio de nuestra fe, esto es lo que se ha ocultado a los sabios y entendidos y se lo ha revelado a los pequeños y humildes. No hay palabras, ni culto que con tanta sencillez no sólo aplaque a Dios, sino que nos eleve a hijos y herederos del Padre.
     Hemos pasado de la alabanza humana a la vivencia mistérica del sacramento, sin espasmos, ni estridencias, desde la gozosa experiencia del corazón. El cielo ha abierto su morada y ha acampado en medio de nosotros. Por eso, sin el domingo no podemos vivir. Sublime belleza, sublime verdad, sublime bien.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Qué diferencia la espléndida alabanza a Dios que proclamamos en el gloria y la que realizamos en la plegaria eucarística? Por qué la Iglesia limita el gloria a determinados domingos del calendario litúrgico y a fiestas de especial solemnidad? ¿Será para resaltar lo importante e imprescindible?

¿Por qué el sacerdote levanta el cáliz y la Hostia en tres ocasiones  invocando a Dios Padre?  Mientras que la cuarta vez, en el rito de la comunión, se invoca a Jesucristo, como Cordero de Dios?

El sacerdocio ministerial  tiene dos dones que elevan su vocación a elección sagrada: Poder de perdonar los pecados y el poder de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor.  ¿Por qué el sacerdote no se reduce a un actor escénico que sólo mientras actúa posee el don, sino que imprime en su persona un carácter que le convierte en otro Cristo?


sábado, 14 de septiembre de 2019

LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO
     
     Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original. Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos. Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
      La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz. También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.
San Andrés de Creta, Sermón 10



LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE DEL 2019, 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«ÉSE ACOGE A LOS PECADORES Y COME CON ELLOS»

Lc. 15. 1-32
     En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
     Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.” Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
    Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me habla perdido. ” Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
    También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. ”El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer. Recapacitando entonces, se dijo: ”Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.” Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” »

Otras lecturas: Éxodo 32,7-11.13-14; Salmo 50; 1Timoeo 1.12-17

     Jesús describe una parábola, que simbólicamente representa a los dos tipos de personas que estarán en torno a su vida: los publicanos y pecadores por un lado, y los fariseos y letrados por otro. Pero el protagonismo no recae en los hijos ni en sus representados, sino en el padre y en su misericordia.
     Publicanos y pecadores (el hijo menor): Este hijo siempre había sido medidor de su destino: decidirá marcharse y regresar, haciendo para ambos momentos un discurso ante su padre. Sorprende la actitud… “cuando estaba lejos, su padre lo vio; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo” (Lc 15,20). Es el proceso-relato de la misericordia.
     Fariseos y letrados (el hijo mayor). Triste es la actitud de este otro hijo, aparentemente cumplidor, sin escándalos… pero resentido y vacío. No pecó como su hermano, pero no fue por amor al padre, sino a sí mismo, a su imagen, a su fama. Cuando la fidelidad no produce felicidad, es señal de que no se es fiel por amor sino por interés… Quien vive calculando, no puede entender, ni siquiera ver, lo que se le ofrece gratuitamente, en una cantidad y calidad infinitamente mayor de cuanto se puede esperar. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)

MEDITATIO:
     La liturgia de hoy… recoge tres parábolas con las cuales Jesús responde a las murmuraciones de los escribas y los fariseos. Los cuales critican su comportamiento y dicen: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». Con estas tres narraciones, Jesús quiere hacer entender que Dios Padre es el primero en tener una actitud acogedora y misericordiosa hacia los pecadores. (Papa Francisco)
     Con estas tres parábolas, Jesús nos presenta el verdadero rostro de Dios, un Padre con los brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión. La parábola que más conmueve —conmueve a todos—, porque manifiesta el infinito amor de Dios, es la del padre que estrecha, que abraza al hijo encontrado. Y lo que llama la atención no es tanto la triste historia de un joven que se precipita en la degradación, sino sus palabras decisivas: «Me levantaré, iré a mi padre». El camino de vuelta a casa es el camino de la esperanza y de la vida nueva. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Te adoramos y te glorificamos, Padre omnipotente, rico en gracia y misericordia. Te pedimos que nos hagas conocer en toda su belleza el corazón de tu Hijo, Jesús, ese corazón que tanto amó al mundo. 
Gracias, Señor, por  tu  Palabra
que  siempre  es luz  para mis  pasos;
por  enseñarme  que  debo  ser  misericordioso
como  lo  es el  Padre.

CONTEMPLATIO:
«este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado »

     Acaso cada uno de nosotros seamos una variante de esta parábola, y tengamos parte de la actitud del hijo menor y parte de la del mayor. Lo importante es que en la andanza de nuestra vida podamos tener un encuentro con la misericordia. Hay muchas maneras de vivir lejos del Padre Dios, y muchos modos de despreciar su amor estando junto a Él, porque podemos ser un hijo perdido o un hijo huérfano.
     La trama de esta parábola es la de nuestra posibilidad de ser perdonados. El sacramento de la Penitencia es siempre el abrazo de este Padre que viéndonos en todas nuestras lejanías, se nos acerca, nos abraza, nos besa y nos invita a su fiesta. Esta es la revolución de Dios, que de modo desproporcionado y gratuito, con su propia medida, no quiere resignarse a que se pierda uno solo de sus hijos queridos. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)



…   Dios no tiene necesidad de hacer milagros particulares a los que le son fieles; la cosa más milagrosa de todas consiste en el hecho de que nosotros podamos ser sus hijos y en que no retiene para él nada de lo que es suyo. Los milagros se hacen en los márgenes, para recuperar a personas que se han marchado, para hacer signos a los que se han alejado, para festejar a los que vuelven. Sin embargo, la realidad cotidiana de la fe no tiene necesidad del milagro, porque tener parte en los bienes del padre ya es suficientemente maravilloso. (H. U. von Balthasar)