Alegrémonos por
quien ha nacido, nuestro Salvador
San
León Magno, Sermón 1 en la Natividad del Señor
Hoy, queridos hermanos, ha nacido
nuestro Salvador; alegrémonos.
No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma
que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la
eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante
gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor,
destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de
culpa, ha venido para liberarnos a
todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el
pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le
llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la
naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el
demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a
la cual había vencido.
Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria
a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que
ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando
por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse
la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando
incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan
intenso?
Demos, por tanto, queridos
hermanos, gracias a Dios Padre por
medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a
causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo,
para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación…
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