TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 24 de septiembre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 25 DE SEPTIEMBRE, 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

“PADRE ABRAHÁN, TEN PIEDAD DE MÍ…”

Lc. 16.19-31

     En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
     Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. 
     Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
     Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
     Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Otras Lecturas: Amós 6,1ª.4-7; Salmo 145; 1Timoteo 6, 11-16

LECTIO:
       Es importante no olvidar ese momento del juicio que todo hombre tendrá que vivir ante el Dios de la misericordia. Ahí tendremos que dar cuenta de nuestra vida, de nuestras obras, de lo que hemos amado o de las oportunidades que hemos perdido para amar…
       Así, la vida y las obras del hombre rico y de Lázaro merecieron, a los ojos de Dios, un juicio distinto. Lázaro fue aceptado en la presencia de Dios (seno de Abrahán), el hombre rico que durante su vida prescindió de Dios e hizo de la riqueza su dios, fue condenado a una vida definitiva sin Dios. Éste es el mayor infierno.
       Viéndose en el tormento el rico suplicó a Abrahán ser salvado y también pidió un milagro, un signo extraordinario que asegurara la conversión de sus hermanos: que Lázaro resucitado fuera a visitarlos.
       La respuesta de Abrahán es contundente: la Palabra de Dios es el mejor camino que nos conduce a Dios y que posibilita nuestra conversión personal. Para los judíos esa Palabra se consignaba en los libros de Moisés y de los profetas. Para nosotros esa Palabra está contenida en toda la Sagrada Escritura. Para el hombre rico sus deseos de conversión llegaron  demasiado tarde. Mientras disfrutó de la vida en la tierra no se acordó de Dios. Perdió una oportunidad preciosa.
       Cuando uno ama a Dios y al prójimo no debe tener ningún miedo al momento del juicio. Nos lo dejó escrito bellamente san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida te examinarán en el amor. La Vida es, entonces, cuestión de amor.

MEDITATIO:
     Lázaro representa bien el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo en el que las inmensas riquezas y recursos están en las manos de pocos. (Papa Francisco)
     La misericordia de Dios hacia nosotros está relacionada con nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando falta ésta, también aquella no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar. Si yo no abro de par en par la puerta de mi corazón al pobre, aquella puerta permanece cerrada. También para Dios. (Papa Francisco)      
“Tienen a Moisés y a los profetas, que les oigan”.
     Para convertirnos, debemos abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar a Dios y al prójimo.  El rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejó entrar en el corazón, no la escuchó, por eso fue incapaz de abrir los ojos y de tener compasión del pobre. (Papa Francisco)
     Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos nos viene al encuentro el mismo Jesús: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. (Papa Francisco)
 
ORATIO:
     Señor, ayúdame a ser consciente de que estás siempre a mi lado, de que cada rato de oración es un nuevo encuentro contigo, mi Señor y Amigo.

Señor, concédenos la gracia de no ser indiferentes
e insensibles ante la necesidad de los otros.
Haz que tengamos compasión de los que menos tienen

     Cambia, Señor, mi corazón, ayúdame a ser consciente de que mi misión como cristiano es el Amor, y de que al fin de mi vida me interrogarán sobre cuánto y cómo he amado a mis hermanos.

CONTEMPLATIO:
     Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
     No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.

  Sólo quien es pobre puede ser de verdad amigo de los pobres, de los pequeños, de los marginados [...]. Deberemos plantearnos, pues, una seria pregunta: ¿quiénes son los «predilectos» en nuestra comunidad? ¿Lo son los pobres, como lo fueron para Jesús, o los ricos, los «bien educados», los «más válidos» y los «distinguidos», ésos con quienes es posible «dialogar»? ¿Quién representa el objeto particular de nuestro interés y de nuestro amor? (G. Greshake).                                                  
LA EUCARISTÍA, ¿REFUGIO O COMPROMISO?

"Descansa sólo en Dios, alma mía
porque Él es mi esperanza;
sólo Él es mi roca y mi salvación
mi alcázar; no vacilaré.
Pueblo suyo, confiad en Él
desahogad ante Él vuestro corazón
              que Dios es nuestro refugio."   (Salmo 61)


     La Sagrada Escritura, los salmos de un modo especial, son una llamada a confiarnos a Dios. Él es siempre quien no nos falla. Tantas veces repetidas las palabras de Jesús "no temáis". Porque son muchas las tormentas que -como los discípulos en la barca- pueden atemorizarnos.
     La vida del hombre está sometida a mil temores. Sería una larga lista el comentarlos. Están por una parte, los inherentes a nuestra limitada condición humana, sobre todo la enfermedad, la muerte... pero además, en nuestra situación familiar, laboral, existen sombras. En todas esas circunstancias hemos buscado en Dios un refugio. Porque, además, puede estar esa otra tristeza que a veces nos invade. Como la niebla invade el bosque en una tarde invernal. No sabemos de dónde viene y cada vez se hará más densa. E invade nuestra alma y hasta nuestros huesos.  Es, quizás, la tristeza, la soledad de ser hombre; de querer y no poder, de la insuficiencia de todo lo humano (y pensamos que hasta de todo lo divino) para liberarnos de esa tristeza para romper nuestra soledad.
     Y también nuestros fallos, nuestros propósitos nunca cumplidos, nuestra insensibilidad hacia lo que está un poco lejos de nosotros, este mundo podrido de guerras, de hambre, de egoísmo, de desesperanza. Algo que nos parece irremontable. Y los tremendos fallos de nuestra Iglesia a la que, con razón, confesamos santa porque Cristo es su cabeza, y su palabra y sus sacramentos están en la Iglesia y porque en ella ha habido y hay millones de santos, pero que, a la vez está llena de pecadores. ¡Pero los pecados se ven tanto!. Y esto nos angustia, nos entristece, nos aplasta. Y por si fuera poco, ésta cristianofobia que recorre todo el mundo.
     Pero "¿Dónde vamos a ir, Tú tienes palabras de vida eterna?". Sabemos que Tú estás en la barca, que estás con nosotros, que sufres con los sufrimientos de tantos que sufren. Tenemos esperanza; sabemos que por encima de las nubes brillan el sol y las estrellas. Y en Dios buscamos y encontramos siempre nuestro refugio. Y en la oración aunque sea temerosa encontramos consuelo. Y sobre todo en el Pan encontraremos satisfacción a nuestra hambre, fuerza en nuestra debilidad, confianza en nuestros tormentos interiores y exteriores. Pero la fe, la oración y la eucaristía no pueden nunca ser un mero refugio, una huida. La fe, la esperanza y la caridad son para el cristiano un compromiso que se actualiza en la Eucaristía. Esta tiene que ser motor de nuestra vida, exigencia de testimonio.
     "No os sorprenda que el mundo os odie" (Un 3,12). Él nos envía, como a Él lo envió el Padre, para que demos fruto, para ser luz y sol. Nos envió a sembrar, a sembrarnos. Y en esa tarea encontraremos siempre consuelo, gozo y renovadas fuerzas.

(La Lámpara del Santuario,3a época, n° 31)


     ¡Oh, amor tierno y generoso de un Dios para con tan viles criaturas como nosotros, que tan indignos somos de su predilección!, ¡cuánto respeto deberíamos tener a ese grande Sacramento, en el que un Dios hecho hombre se muestra presente cada día en nuestros altares!

(Santo Cura de Ars)

viernes, 16 de septiembre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 18 DE SEPTIEMBRE, 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

“NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO”

Lc 16. 1-13
     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido." El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa."
     Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." Él le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta." Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu  recibo, escribe ochenta."
     Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
     Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
       Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Otras Lecturas: Amós 8,4-7; Salmo 112; Timoteo 2, 1-8

LECTIO:
     Este evangelio nos presenta a un administrador que desempeñó fraudulentamente su trabajo, derrochando los bienes de su amo. Al final de esta parábola Jesús alaba la astucia que este hombre tuvo para gestionar esta situación tan difícil para él. El cristiano tiene que ser astuto siempre para hacer el bien. Las palabras de Jesús son preciosas: un cristiano tiene que ser un hijo de la Luz, y tiene que utilizar todos los recursos que ofrece este mundo para que la Luz del evangelio alumbre a cuantos más mejor.
     El administrador injusto quiso usar el dinero para su propio beneficio. Jesús nos invita a que consideremos que el dinero puede servir también para hacer el bien, para ayudar a los más necesitados, a los que menos tienen. El administrador falló a la confianza que había depositado en él su señor. Jesús quiere que pensemos que todos tenemos pequeñas o grandes responsabilidades que se nos han confiado. Que si en las cosas pequeñas somos de fiar también lo seremos en las grandes.
     Un hijo de la Luz no pone su esperanza en el dinero, no usa el fraude ni la mentira para arreglar su vida. Un hijo de la Luz sabe que solo Dios puede llenar su corazón. Solo Dios basta.

MEDITATIO:
     El Señor vuelve una vez más a hablarnos del espíritu del mundo, de la mundanidad: cómo actúa ésta  y cuán peligrosa es. Y Jesús, precisamente Él, en la oración después de la cena del Jueves santo oraba al Padre para que sus discípulos no cayeran en la mundanidad, en el espíritu del mundo. (Papa Francisco) 
     Debemos pedir al Señor la capacidad de practicar «la honestidad en la vida, la honestidad que nos hace trabajar como se debe trabajar». Esta “astucia cristiana” —la astucia de la serpiente y la pureza de la paloma— es un don, es una gracia que el Señor nos da y tenemos que pedirla. (Papa Francisco)
     Jesús quiere que los hijos de la luz sean como el administrador: astutos y sagaces en las cosas del Reino de Dios y su justicia. Necesitamos dedicar más energía y esfuerzo a los asuntos del alma, porque a menudo nos olvidamos de ello.

ORATIO:
     Del amor a Dios nace el amor al prójimo, y el amor al prójimo alimenta el amor a Dios. Quien se olvida de amar a Dios no puede amar al prójimo

Señor, enséñame a ser generoso,
a dar sin calcular, a devolver bien por mal,
a servir sin esperar recompensa,
a acercarme al que menos me agrada,
a hacer el bien al que nada puede retribuirme
a amar siempre gratuitamente,
a trabajar sin preocuparme del reposo…
Sé Tú, Señor,  mi recompensa.

CONTEMPLATIO:
“No podéis servir a Dios y al Dinero”…
     La llamada de Jesús hoy es más actual que nunca. Estas palabras no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos  seguidores de Jesús. El dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios. Hay que escoger. No hay alternativa. La lógica de Jesús es aplastante. Si uno vive subyugado por el dinero pensando sólo en acumular bienes, no puedes servir a ese Dios que quiere una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos.
     Algo falla cuando somos capaces de vivir lo imposible: el culto a Dios y el culto al Bienestar.
     Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada del drama humano.
                                                                                                                                                        

el amor de Dios se alimenta del amor al prójimo, lo afirma Juan, el cual nos advierte: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»  (1 Jn 4,20). El amor a Dios nace, es cierto, por medio del temor, pero al crecer se transforma en afecto. (Gregorio Magno).

jueves, 15 de septiembre de 2016

LA VOZ DE LA IGLESIA QUE RESUENA DULCEMENTE

     Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano VIII como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».
     Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan».
     San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

    En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?

San Pío X, Constitución apostólica «Divino Afflatu»

sábado, 10 de septiembre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE, 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«ÉSE ACOGE PECADORES Y COME CON ELLOS.»

Lc.15, 1-32
           En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
      Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido."
      Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
      Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me habla perdido. "
      Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
      También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
      Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer.
      Recapacitando entonces, se dijo:"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."
      Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó cuello y se puso a besarlo.
      Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
      Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; e taba perdido, y lo hemos encontrado."
      Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
      Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
      Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
      El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

Otras Lecturas: Éxodo 32,7-11.13-14; Salmo 50; 1Timoteo 1, 12-17

LECTIO:
     Las parábolas que nos presenta el evangelio de este domingo, no son  independientes unas de las otras, sino que presentan todas ellas un mismo mensaje: la gran alegría que Dios siente cuando uno de sus hijos que se siente pecador, se arrepiente y decide emprender el camino de regreso a casa.
     La fuerza de la parábola no está tanto en la oveja ni en la moneda, sino en la alegría inmensa que experimenta tanto el pastor como la mujer. Ambos son imágenes de Dios, es la misma alegría que siente Él  cuando un pecador se convierte.
     La última parábola también describe esta misma alegría de Dios y lo hace con muchos y hermosos detalles. Pero además describe perfectamente el camino de aquél que se siente pecador.
     El hijo menor se dio cuenta que había obrado mal y decidió emprender el camino de regreso a casa para pedir perdón a su padre. El abrazo que el padre dio a este hijo es la mejor imagen de la alegría que Dios siente ante sus hijos que se reconocen pecadores.
     En  este evangelio hoy todos somos convocados a regresar a casa para sentir el abrazo de Dios padre.
     Somos invitados a mirar, examinar nuestra vida a la luz de Dios. Arrepentirnos de lo malo que hayamos hecho y emprender el camino de vuelta. Nos espera una fiesta y experimentar que, con nuestro arrepentimiento, hemos hecho feliz a Dios.

MEDITATIO:           
     La solicitud con la que el pastor persigue a las ovejas alejadas es el signo del amor de Dios para los que se sienten “perdidos”. La experiencia del pecado, que es este “perderse”, se convierte en la ocasión para un encuentro más duradero y auténtico con este Dios que nos persigue con su amor. Nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla. (Papa Francisco).
     En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré jamás de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso. Incluso en las situaciones más feas de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera. (Papa Francisco).
     En  la parábola existe otro hijo, el mayor; también él tiene necesidad de descubrir la misericordia del padre.
     El hijo mayor nos representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena trabajar tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la dignidad de hijos co-responsables. Se trata de estar en el seguimiento de Jesús que se ha donado a sí mismo en la cruz – y esto – sin medidas. (Papa Francisco).
     Este Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. (Papa Francisco).
 
ORATIO:
     Te adoramos y te glorificamos, Padre omnipotente, rico en gracia y misericordia. Te pedimos que nos hagas conocer en toda su belleza el corazón de tu Hijo, Jesús, ese corazón que tanto amó al mundo. 

Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor,
apiádate de mí y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos
y purifícame de mis pecados.

     Enséñanos a comprender, a la luz de tu amor misericordioso, el sentido de los desórdenes y de los sufrimientos que advertimos cada día en nosotros y en las mujeres y en nuestro mundo.

CONTEMPLATIO:
Me levantaré y volveré a mi padre.
     De ordinario olvidamos que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen de Él, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. “Los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle”. Encuentran en él una acogida y comprensión que no encuentran en ninguna otra parte.
     El hijo menor quiere ser libre, romper ataduras. El padre accede a su deseo sin decir palabra. ¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte…  Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.
El hijo se marcha... Necesita vivir lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?
“Me pondré en camino y volveré a mi padre”.


Al creyente no le está permitido separar entre lo mío y lo tuyo, porque a los ojos del amor paterno ambas cosas son una sola. No se narra la impresión que las palabras del padre produjeron en el«justo». Corresponde ahora a cada uno de nosotros seguir adelante para contar la historia hasta el final  (H.U. von Balthasar).