TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 22 de julio de 2017

TRES SON LOS ENEMIGOS DE LA ORACIÓN

     La oración es un combate. ”Quiero encontrar a Dios en mí y conmigo y siento que todo mi ser interior cruje, parece roto y vacío. Creí que tenía a Dios al alcance de la mano, y se me antoja lejano a distancias siderales. Y me digo: ¡No…! ¡Así no es posible orar”.
     ¿Será cierto? Pues, sí, lo es. Pero veamos dónde está el problema:
     La tenaz tentación.

     Saturación. Hoy por lo  general vivimos en estado de saturación. Es decir, estamos hartos y satisfechos, saciados, llenos completamente, como queramos decirlo, de ruidos, de imágenes en acción vivísima, rápida, de noticias veloces, de propagandas agresivas que se nos cuelan por todos lados. En casa y en la calle. Hasta en los bolsillos y en nuestras manos. Estamos repletos de todo hasta la saciedad; de todo, menos de armonía y quietud: necesarias ambas para percibir las realidades interiores que nos habitan: que somos, que tenemos y que nos permiten el verdadero encuentro con nosotros mismos, con los otros y con Dios. En estas condiciones es imposible orar.
     
      Agitación. Acosados por las mil y una exigencias de una vida hiperocupada e hiperpreocupada, no tenemos tiempo para nada, y casi, casi para nadie. Que es peor. Ni siquiera para nosotros mismos cuanto menos para los demás, aunque entre los demás esté Dios, ¡como tiene que ser! La presión que sentimos por todos lados, la movilidad excesiva, (no digamos las movidas): Las prisas, la velocidad y las tensiones, etc., hacen prácticamente imposible el sosiego necesario para la oración.
     Los resultados psicofísicos más agudos de este estado de agitación son el estrés y la depresión. Pero los estados agudos interiores provocados son aún más nefastos: aspereza o desabrimiento, una pereza instalada y crónica, incapacidad de esfuerzo amoroso, el relajamiento caprichoso y placentero, interesado y permisivo en los hábitos y costumbres íntimas, la negligencia del corazón… En fin, inquietud y turbación violenta y constante de ánimo. Todo eso hace imposible la oración, que es por contrario, abandono quieto y sosegado en el amor de Dios, acogido y dado.
     
     Metalización. La palabra puede parecer extraña, pero su realidad tentadora no. Por metalizar se entiende: “Hacer que un cuerpo adquiera cualidades metálicas”. Y también: “Convertirse una cosa en metal”. Y de forma figurada: “Aficionarse excesivamente al dinero”. Pues, bien, todo eso queremos decir cuando escribimos metalización, es decir, un estado del espíritu que reviste las características del metal. Nada penetra en él. Todo le resbala como el agua. ¡Y esto es muy serio! ¡Grave incluso!
     Habituados a tener muchas cosas, a tenerlas al alcance de la mano y en seguida, el espíritu se aficiona a ellas hasta hacerse una cosa con ellas y a no poder vivir sin ellas. Y entonces, nada que sea espiritual tiene en él resonancia interior. Así no puede tener acogida, y menos, profundidad. En tal caso, la oración no tiene sentido e instintivamente se rechaza. Tanto más que la oración es encuentro interior en el Espíritu, labrado con puro amor.
      Con la saturación, la agitación y la metalización, desafinamos por completo los sentidos interiores indispensables para la oración: la fe, la esperanza y la caridad. Es más, los tenemos embotados y atrofiados: “Como con perlesía”, decía santa Teresa.


Gregorio Rodríguez, cpcr-  Religión en libertad  30 enero 2016









JULIO: La Iglesia, (VII)

Iglesia Jerárquica o Jerarquía de la Iglesia.
     
     Aunque antiguamente la expresión más usada era  la primera, hoy suele utilizarse más la segunda. Lo importante es que el sentido de ambas es Autoridad o Gobierno de la Iglesia (más acentuada en la segunda) y que la Iglesia posee una estructura jerárquica o de gobierno (más enfatizada por la primera). Estos son los matices que hay que salvar: que la Iglesia querida por Cristo tiene una ordenación sacramental, que da origen a una estructura jerárquica (Papa, Obispos, presbíteros, diáconos) y que, por ello en la Iglesia hay unas personas que han de ejercer el gobierno. Dicho esto hemos de afirmar rápidamente que este gobierno y sus formas no son identificables con los de la sociedad civil. Aquí la autoridad ha de entenderse como servicio y está siempre sometida a las enseñanzas y ejemplos de Cristo. Ni circula por un simple cauce monárquico o absolutista, ni por uno democrático.
     La celebración litúrgica, singularmente la de la Eucaristía, manifiesta estas verdades por medio de la ministerialidad sacramental. Los Sacramentos, “dones de Cristo a su Iglesia”, tienen un ministro capaz, en cada caso, de realizarlos en el nombre de Cristo, prestando sus personas a Cristo para actualizar sus obras salvíficas de modo visible y temporal. Estos ministros son además responsables de la válida-lícita-fructuosa administración de dichos sacramentos. La Iglesia, con el correr de los siglos ha destacado cada vez con más precisión a estos ministros mediante sus vestiduras propias y por su localización dentro de la asamblea litúrgica.
     Si el alba, o túnica blanca hasta los pies, es signo de la necesaria condición de bautizado para cualquier servicio en la celebración litúrgica, la estola, será expresión de una participación en el sacramento del Orden (Obispos, presbíteros y diáconos) y la casulla el signo de la pertenencia al sacerdocio sacramental (Obispos y presbíteros). Las insignias del anillo, el báculo y la mitra identificaran entre los sacerdotes al que es el cabeza de una diócesis y garante de la comunión de la misma con la Iglesia universal (Obispo), al mismo tiempo que es el supremo moderador de la vida litúrgica de dicha Iglesia territorial o personal.
     A su vez si la nave de la iglesia es el lugar que acoge a la unidad de los fieles, dentro de ella se distingue un espacio, normalmente más elevado y que tiene en su centro el altar, que denominamos presbiterio, por ser donde los presbíteros se sitúan durante la celebración de la Eucaristía, copresidan la misma o no. En las zonas periféricas del presbiterio, subsidiariamente, se sitúan, cuando son necesarios para ayudar a los presbíteros o a los Obispos, los diáconos e incluso otros ministerios no sacramentales (acólitos o monaguillos). Igualmente, cuando la celebración la preside el mismo Obispo en su iglesia catedral, se destaca la sede presidencial, lugar desde donde se presiden los ritos de la Liturgia de la Palabra y, si se considera oportuno, también los de conclusión de la celebración, de no hacerse desde el mismo altar, esta sede en la iglesia del Obispo se llama cátedra y por ello su iglesia catedral (o Sede, Seu, Sé…).
     Como la Eucaristía se confecciona en la mesa del altar y allí se ofrece sobre el ara, sólo los sacerdotes tocan el altar ritualmente y se disponen más cerca de él durante la Liturgia eucarística. Como ellos son los custodios y administradores del Sacramento en favor de los fieles, ellos comulgan en el altar y llevan luego a los demás fieles la comunión hasta los lugares previstos en la nave. Y por eso también, ellos toman directamente la Eucaristía, pero no así los demás fieles, que han de recibirla de mano de ellos.

Iglesia Jerárquica o Jerarquía de la Iglesia.

     Pero nadie está por encima del Sacramento. En cuanto receptores de la comunión eucarística, sacerdotes y demás fieles la reciben de Dios, por las palabras y gestos de Jesús, que reproducen los ministros ordenados (anamnesis), y por la acción del Espíritu Santo invocado (epíclesis). Por eso los ministros ordenados no son dueños, sino administradores de los sacramentos y han de observar en su celebración, meticulosamente, lo prescrito en los libros litúrgicos. Por eso también, al igual que todos los fieles cristianos, antes de comulgar han de expresar, con un gesto de adoración su comunión en la fe de la Iglesia que reconoce a Cristo real y substancialmente presente en el Sacramento.
     A su vez son numerosas las advertencias canónicas y litúrgicas que reciben los sacerdotes, en cuanto se refiere a la Eucaristía, para que en su celebración y preparación den siempre prevalencia a la salud espiritual de sus fieles y a su bien pastoral, posponiendo siempre su comodidad, interés material o preferencias espirituales personales. De este modo se traslada a la celebración el modo cristiano de ejercer la autoridad o gobierno.
     La adoración eucarística, como prolongación, saboreo y preparación de la celebración y comunión eucarísticas será un momento óptimo para que los sacerdotes recen por sus fieles y pidan ser siempre para ellos instrumentos de una más plena y fructuosa participación en la Eucaristía y sus tesoros de gracia y, al mismo tiempo para que los fieles den gracias por el ministerio de los sacerdotes e imploren con insistencia al Señor de la mies para que les conceda muchos y santos sacerdotes.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

■  ¿Qué idea tengo de la Iglesia? ¿Es la sacramental que descubro en la Eucaristía o una sociológica, que acepto de la opinión pública o de mis prejuicios?

¿Comprendo y respeto con paz las normas y prescripciones litúrgicas de la Iglesia como una forma de vivir y sentir con ella?

Realmente ¿Aprovecho mis momentos de oración junto al Sagrario o al pie de la Custodia para dar gracias por los sacerdotes y para pedir por su santificación y para que no falten vocaciones al ministerio ordenado? ¿Rezo por el Papa y por los Obispos, no solo en las celebraciones, sino también en mi oración personal?

sábado, 15 de julio de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 16 DE JULIO DE 2017, 15º DEL TIEM`PO ORDINARIO

«BIENAVENTURADOS VUESTROS OJOS PORQUE VEN Y VUESTROS OÍDOS PORQUE OYEN»

Mt. 13. 1-23
     Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas: 
     «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga».
     Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
     Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
     Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Otras Lecturas: Isaías 55,10-11; Salmo 64; Romanos 8,18-23

LECTIO:
     La Gracia de Dios es como la lluvia, pero si nuestros cauces de absorción están embotados, cerrados a cal y canto,  Él respetará delicadamente nuestra cerrazón y ni siquiera nos humedecerá el más grande de los torrentes, por más que Dios quiera empaparnos. Este es el plan de Dios, su proyecto y su deseo. Pero Él no lo impone, sino que lo propone, dejando la última palabra a nuestra libertad. Así se entiende esta parábola que Jesús mismo explica a sus discípulos.
     La semi­lla es la misma, pero los terrenos de acogida no. Y aquí está la cuestión: no entender la Palabra de Dios porque no nos ha calado (la semilla que cae en el camino); no cuidar eso que se ha entendido ya pero que no nos ha llegado hasta el fondo de nuestro corazón (la que cae en terreno pedregoso); pretender escuchar al mismo tiempo a Dios y a otros que contra Él hablan, yéndonos al final tras los seductores de turno haciendo así estéril lo que el Señor sembró en noso­tros (lo sembrado entre zarzas).
       Pero también existe el terreno humilde, que acoge con sencillez, aunque sea lento e incluso torpe en asimilar. Importa menos la celeridad y la cantidad del fruto, lo único importante es haber acogido esa semilla de su Palabra y dejar que fecunde, que dé fruto.
Dios quiere sembrarse en nosotros para fructificar el don de la paz y de la gracia, el de la luz y la miseri­cordia, el del perdón y la alegría...
           
MEDITATIO:
     Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos?
Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra.
     Con el don de fortaleza el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos.
Podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza?
     Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros somos sembradores. Dios siembra semilla buena. Podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. Lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón.

ORATIO:
     Señor, hoy vienes a la tierra de mi alma dispuesto a sembrar tu mensaje en ella. Ayúdame a escucharte, a aceptar tu Palabra, a configurar mi vida con ella. Concédeme ser una tierra buena que produzca fruto abundante por saber acoger y trasmitir tu gracia. Jesucristo, concédeme corresponderte y ser fiel a todas las gracias que derramas en mi alma.
     Señor, no permitas que en mi vida se vaya ahogando la semilla de la fe, concédeme descubrir cuáles son esas piedras, esos espinos que la impiden crecer, haz que me deshaga de todo lo que seca la tierra de mi alma y me impide dar frutos de oración, de apostolado, de caridad.
     Jesús, divino Sembrador y semilla de vida eterna, ven, en esta hora de gracia, siembra en nuestros corazones tu Palabra, tú mismo, y que germine, florezca y fructifique la Iglesia peregrina para los graneros del Cielo

CONTEMPLATIO:

“En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron…”

     El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.
     Evangelizar es hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo… es la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?

 “Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”
                                                                                                                                                          


¿De qué provino, pues, decidme, que se perdiera la mayor parte de la siembra? Ciertamente que no fue culpa del sembrador sino de la tierra que recibió la semilla; es decir por culpa del alma, que no quiso atender a la Palabra. — ¿Y por qué no dijo que una parte la recibieron los tibios y la dejaron perderse, otra los ricos y la ahogaron, otra los vanos y la abandonaron? — Es que no quería herirlos demasiado directamente, para no llevarlos a la desesperación, sino que deja la aplicación a la conciencia de sus mismos oyentes. […] Mas ¿en qué cabeza cabe, me dirás, sembrar sobre espinas y sobre roca y sobre camino? — Tratándose de semillas que han de sembrarse en la tierra, eso no tendría sentido; mas, tratándose de las almas y de la siembra de la doctrina, la cosa es digna de mucha alabanza. […] Aquí sí que es posible que la roca se transforme y se convierta en tierra grasa, y que el camino deje de ser pisado y se convierta también en tierra feraz, y que las espinas desaparezcan y dejen crecer exuberantes las semillas. De no haber sido así, el Señor no hubiera sembrado. (San Juan Crisóstomo).

ACONTECIMIENTO PARROQUIAL


sábado, 8 de julio de 2017

CONVOCATORIA MENSUAL


LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 9 DE JULIO DE 2017, 14º DEL TIEM`PO ORDINARIO (Comentario de +Demetrio Fernández-Obispo de Cordoba)

«VENID A MÍ TODOS LOS QUE ESTÁIS CANSADOS, Y YO OS ALIVIARÉ»

Mt. 11. 25-30
            En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.
Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

Otras Lecturas: Zacarías 9,9-10; Salmo 144; Romanos 8,9.11-13

LECTIO:
            "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Dios ha desvelado su secreto, pero los sabios sabihondos y los hinchados entendidos..., ni saben, ni en­tienden. Sólo a todos los que en el mundo han sido sencillos, sólo a ellos les ha querido revelar Dios sus adentros, porque "así le ha parecido mejor"…
       En el mundo actual cuantas veces escuchamos las expresiones “que cansado, agobiado estoy” y se busca el descanso donde no se encuentra realmente. Solo en Él se encuentra el auténtico descanso: "venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré... y encontraréis vuestro descanso", y éstos, no suelen coincidir con aquellos a los que el Padre "esconde" su secreto.
       Sólo los sencillos en su corazón y en su vida, podían enten­der las palabras de Jesús. Porque sólo ellos se sabían desbordados por tanto cansancio y tanto agobio. Sin sentir vergüenza de su limitación, sin tener que maquillarla y disfrazarla: eran pobres, sin po­der, sin saber, sin tener. Los que sabían y podían y tenían, ellos se pagaban a sí mis­mos...
       Nosotros, dos mil años después, somos herederos y continuadores del secreto de Dios, ese que quita cansancios, seca lágrimas, desliga agobios, rompe cadenas, abre esperanzas, y todo lo llena de un buen olor de Buena Nueva. Estos son sus gestos y su lenguaje. Quiera el Señor que los sencillos de hoy, los pobres de nuestra tierra, puedan tener acceso al corazón de Dios manso y humilde, espejado y regalado en el corazón de los cristianos, para que como Jesús y con Jesús, también ellos den gracias al Padre.

MEDITATIO:
     «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días, para llegar a muchos hermanos y hermanas oprimidos por precarias condiciones de vida, por situaciones existenciales difíciles y a veces privados de válidos puntos de referencia. En los países más pobres, pero también en las periferias de los países más ricos, se encuentran muchas personas cansadas y agobiadas bajo el peso insoportable del abandono y la indiferencia. (Papa Francisco)
     No es fácil para los cristianos vivir según los principios y las virtudes inspiradas por Jesús. «No es fácil  pero es posible basta con  contemplar a Jesús sufriente y la humanidad sufriente» y vivir «una vida escondida en Dios con Jesús». (Papa Francisco)
«Sólo contemplando la humanidad sufriente de Jesús podemos hacernos mansos,  humildes, tiernos como Él. No hay otro camino». (Papa Francisco)
     Para ser buenos cristianos, es necesario contemplar siempre la humanidad de Jesús y la humanidad sufriente. «¿Para dar testimonio? Contempla a Jesús. ¿Para perdonar? Contempla a Jesús sufriente. ¿Para no odiar al prójimo? Contempla a Jesús sufriente. ¿Para no murmurar contra el prójimo? Contempla a Jesús sufriente. No hay otro camino». (Papa Francisco)
 
ORATIO:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”
     ¿Quién no está lleno de trabajos y cargado de miserias? ¿Te quejas de ello como de un mal sin remedio? ¿Por qué? Porque no acudes a Cristo. ¿Cómo padecer tanto teniendo tan a mano el remedio?
“…aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”
     Con dulzura se educa, con dulzura se enseña, con dulzura se inculca la virtud, se consigue la enmienda, se gobierna bien, se hace todo lo bueno.
     Si preferimos la acritud, la sequedad, la impaciencia la brusquedad… ¿no será porqué nos resulta más cómodo, más fácil…, porqué buscamos nuestra propia satisfacción más que el bien del prójimo?

CONTEMPLATIO:
«Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has dado a conocer a los sencillos...»

     También hoy el pueblo sencillo capta mejor que nadie el Evangelio. No tienen problemas para sintonizar con Jesús. A ellos se les revela el Padre mejor que a los “entendidos” en religión. Cuando oyen hablar de Jesús, confían en él de manera casi espontánea.
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso”. Hemos de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús…hace nuestra vida más clara y más sencilla, más humilde y más sana... Nos invita a seguirlo por el mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos siempre a levantarnos.
     Hemos de centrar nuestros esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y mujeres necesitados de aliento, descanso y paz… Su modo de entender y de vivir la religión (es)lo que conduce a no pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús… Jesús podría ser para ellos la gran noticia.

…  No éste o aquél, sino todos los que tenéis preocupaciones, sentís tristeza o estáis en pecado. Venid no porque yo os quiera pedir cuentas, sino para perdonaros vuestros pecados. Venid no porque yo necesite vuestra gloria, sino porque anhelo vuestra salvación. Porque yo -dice— os aliviaré. No dijo solamente: «os salvaré», sino lo que es mucho más: «os pondré en seguridad absoluta». No os espantéis —parece decimos el Señor- al oír hablar de yugo, pues es suave; no tengáis miedo de que os hable de carga, pues es ligera. [] Porque ¿qué es lo que tu temes? —parece decirte el Señor? ¿Quedar rebajado por la humildad? Mírame a mí, considera los ejemplos que yo os he dado y entonces verás con evidencia la grandeza de esta virtud (Juan Crisóstomo)

miércoles, 5 de julio de 2017


JULIO 2017

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28).
    
     Fatigados y sobrecargados: palabras que nos sugieren la imagen de personas -hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos- que de distintos modos llevan pesos a lo largo del camino de la vida y esperan que llegue el día en que se puedan liberar de ellos.
     En este pasaje del Evangelio de Mateo, Jesús les dirige una invitación: «Venid a mí...».
     Jesús tenía a su alrededor a la muchedumbre que había venido a verlo y a escucharlo; muchos de ellos eran personas sencillas, pobres, con poca formación, incapaces de conocer y respetar todas las complejas prescripciones religiosas de su tiempo. Además pesaban sobre ellos los impuestos y la administración romana, una carga muchas veces imposible de sobrellevar. Se encontraban en apuros y buscaban a alguien que les ofreciese una vida mejor.
     Con su enseñanza, Jesús mostraba una atención especial por ellos y por todos los que estaban excluidos de la sociedad porque se los consideraba pecadores. Él deseaba que todos pudiesen comprender y acoger la ley más importante, la que abre la puerta de la casa del Padre: la ley del amor. Pues Dios revela sus maravillas a quienes tienen un corazón abierto y sencillo.
   Pero Jesús nos invita hoy, también a nosotros, a acercarnos a Él. Él se manifestó como el rostro visible de Dios, que es amor, un Dios que nos ama inmensamente tal como somos, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones, nuestras aspiraciones y nuestros fracasos. Y nos invita a fiarnos de su ley, que no es un peso que nos aplasta, sino un yugo ligero capaz de llenarles el corazón de alegría a cuantos la viven. Esa ley requiere que nos comprometamos a no replegarnos sobre nosotros mismos, sino a hacer de nuestra vida, día a día, un don cada vez más pleno a los demás.

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso».

   Jesús también hace una promesa: «...os daré descanso».
     ¿De qué modo? Ante todo, con su presencia, que se hace más neta y profunda en nosotros si lo elegimos como punto firme de nuestra existencia; y luego, con una luz especial que ilumina nuestros pasos de cada día y nos hace descubrir el sentido de la vida incluso cuando las circunstancias externas son difíciles. Si además comenzamos a amar como Jesús mismo hizo, encontraremos en el amor la fuerza para seguir adelante y la plenitud de la libertad, porque de esta manera la vida de Dios se abre paso en nosotros.
     Escribe Chiara Lubich: «Un cristiano que no esté siempre en la tensión de amar no merece el nombre de cristiano. Porque todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: amar a Dios y al prójimo, en quien vemos y amamos a Jesús. El amor no es un mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta, en servir a los hermanos, en especial a los que tenemos al lado, y empezar por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes. Dice Carlos de Foucauld: "Cuando amamos a alguien, estamos realmente en él, estamos en él con el amor, vivimos en él con el amor; ya no vivimos en nosotros mismos, estamos desapegados de nosotros mismos, fuera de nosotros mismos". Y precisamente gracias a este amor se abre paso en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: "El que me ame... me manifestaré a él" (Jn 14, 21). El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios, que es Amor».
   Acojamos la invitación de Jesús a acudir a Él y reconozcámoslo como fuente de nuestra esperanza y de nuestra paz.
     Acojamos su mandamiento y esforcémonos por amar como hizo Él, en las mil ocasiones que nos suceden cada día en la familia, en la parroquia, en el trabajo: respondamos a la ofensa con el perdón, construyamos puentes en lugar de muros y pongámonos al servicio de quienes sienten el peso de las dificultades.
     Descubriremos que esta ley no es un peso, sino un ala que nos llevará a volar alto.

Leticia Magri