PRESENTE Y FUTURO DE LAS OBRAS EUCARÍSTICAS DE LA IGLESIA ( I )
en el contexto de la nueva evangelización
1. La adoración eucarística
hoy, un soplo del Espíritu
El Concilio Vaticano
II y la ulterior “reforma litúrgica” significaron para muchos el descubrimiento de
la “participación activa” en la Misa, la comprensión de la lengua en lecturas y,
especialmente en las oraciones, que facilitaba hacer de ellas alimento y guía
para la propia vida cristiana.
En
tantos lugares se realizó una intensa
catequesis litúrgica encaminada a fomentar
la participación mediante las posturas y gestos corporales, con los silencios
receptivos y mediante la palabra, con respuestas orantes, aclamaciones y
cánticos entonados por toda la comunidad. Y especialmente se insistió en la
recepción frecuente de la comunión eucarística, como cima de la participación
sacramental.
Todo
esto fue acompañado por un verdadero intento de
renovación de la teología eucarística que ayudase a relanzar
pastoralmente, sea la dimensión “subjetiva” de esta participación, es decir, su
repercusión en la vida del creyente, sus frutos, sea,
particularmente, la proyección misionera, apostólica y social de la misma.
De este modo todo los que hemos
vivido estos últimos 50 años de la historia de la Iglesia hemos podido constatar muchos frutos positivos de todo esto, pero no podemos callar tampoco algunas
sombras.
En
el campo teológico las acentuaciones
sobre los frutos y sobre el fruto social, en
particular, derivaron en diversos
autores y lugares en un auténtico desgajamiento respecto a la dimensión objetiva del
Sacramento (la
presencia real y permanente por medio de la
transustanciación del pan y del vino), como se verificó en las teorías de
la transignificación o de la transocialización. Papa Pablo
VI con su encíclica “Mysterium fidei” (3 septiembre 1965) y con el
“Credo del pueblo de Dios” (30 junio 1968) y el beato papa Juan Pablo II
con su carta “Dominicae cenae” (14 febrero 1980) vinieron a poner en
claro la perenne verdad católica sobre la Eucaristía. Del mismo modo los
aspectos positivos de las nuevas corrientes teológicas, conciliables con la
verdad cristiana han sido asumidos en documentos del magisterio del beato Juan
Pablo II: carta apostólica “Vicesimus quintus annus” (4 diciembre
1988), Catecismo de la Iglesia Católica (1992-97), encíclica “Ecclesia
de Eucaristía” (17 abril 2003), carta apostólica “Spiritus et Sponsa”
(4 diciembre 2003), y carta apostólica “Mane nobiscum Domine” (7 octubre
2004), entre otros documentos, y de Benedicto XVI, singularmente su exhortación
“Sacramentum caritatis” (22 febrero 2007).
En lo más estrictamente litúrgico y pastoral se verificó una “coagulación” litúrgica en la Misa. Toda la vida
de piedad se centró en la celebración eucarística.
Desaparecen en tantos lugares las adoraciones eucarísticas, las novenas y
sermones autónomos. Todo pasó a celebrarse con la Misa. Y se produjo, en muchas comunidades cristianas, casi un olvido de otras
formas de culto eucarístico. Es cierto que en 1973
(21 junio) se publicó el ritual de la Comunión y el Culto eucarístico
fuera de la Misa, con interesantes aportaciones sobre la adoración eucarística
fuera de la Misa y sobre la organización de los congresos eucarísticos. Pero
también es cierto que en estos años de controversia doctrinal en torno al
Augusto Sacramento, con tantas clarificaciones doctrinales de los Papas, tanto el nuevo Misal (1970) como este Ritual eliminan diversos gestos y signos de adoración presentes en la liturgia desde las controversias
eucarísticas medievales:
1. - se reduce mucho en la Misa la posición de los fieles de “estar de rodillas” (y en algunas
comunidades llega, arbitrariamente, a suprimirse del todo),
2. - se suprime ante la custodia la genuflexión
doble y en la Misa se reducen también mucho las genuflexiones del sacerdote y de
los ministros del altar (llegando en algunos
casos a desaparecer, contra norma, todas las genuflexiones reemplazadas, en el
mejor de los casos, por inclinaciones profundas, o no tan profundas);
3. - y en el momento de
comulgar se comienza por tolerar la comunión “de pie”, (hasta eliminar casi universalmente los
comulgatorios), para pasar luego a
eliminar la comunión “de rodillas”, sustituida por un
signo de veneración poco explicado, genuflexión o inclinación previas, (que
terminan por ser prácticamente ignoradas), y,
finalmente se pasa a autorizar la comunión “en la mano”, con una forma antigua, respetuosa y cuidada, pero que
se va imponiendo hasta obligar a los fieles a comulgar de este modo, en algunos
momentos (caso de los decretos ilegítimos de varias Conferencias Episcopales
con ocasión de la misteriosa epidemia de “gripe A”, no hace tanto tiempo), y descuidando en muchos casos el modo, que se convierte en
rutinario y poco reverente, en no algunos casos, (esto sin tocar el tema de los abusos de una
Eucaristía no distribuida, sino “tomada” −autoservicio− que
se han dado y aun se dan en ciertas comunidades). Todo esto, lo “normal” y
lo “abusivo”, no deja de ser extraño y ajeno al común actuar de la
Iglesia, que siempre venía reforzando en la liturgia las oraciones y gestos que
podían defender la fe frente a los errores doctrinales que amenazaban al pueblo
cristiano, aquí, en este caso, fue todo lo contrario.
Si
tratamos de ofrecer una visión de conjunto de estos 50 años, a escala mundial,
tendremos que reconocer que en muchos lugares las aguas se ha ido encauzando
gracias al Magisterio de los Papas, al que hemos aludido, y a la acción tenaz
de algunos Obispos en sus diócesis. Pero tampoco podemos silenciar que en otros muchos lugares se ha producido una real
perdida de la fe eucarística del pueblo cristiano, un grave deterioro de
los valores religiosos y de la fe en general,
debidos a causas muy variadas de orden cultural (estamos viviendo una “revolución cultural” a escala mundial que
quiere hacer desaparecer de la vida social la cuestión religiosa), pero que además han sorprendido a los católicos, en
muchos casos, con las “defensas” muy bajas. A lo que ha contribuido y sigue
contribuyendo, por desgracia, en muchos lugares del orbe católico, una mala
formación teológica y litúrgico-sacramental en particular en Facultades,
Seminarios y Casas religiosas de formación.
En medio de este
panorama, no positivo, el Espíritu Santo ha soplado con su fuerza en el hogar
de la Iglesia. Desde hace más de
veinte años en los ambientes carismáticos, entre las nuevas realidades
eclesiales, sea de Vida Consagrada o seglar, se ha desarrollado un potentísimo movimiento de
espiritualidad Eucarística, singularmente de adoración, dentro y fuera de la
Misa.
Este movimiento, que en
gran medida surge fuera de la
programación pastoral oficial, ha de reconocerse como un grito de Dios que
revindica su lugar, su tiempo, su presencia en la
vida de los hombres y en la misma vida social. Ya en el siglo XIX, ante el
imperio del laicismo liberal, la piedad eucarística y los primeros Congresos
Eucarísticos se presentaron como un dique que quería proteger los derechos de
Dios en la sociedad y el sacrosanto derecho de sus fieles a darle culto público
y a manifestar externamente su fe. Pero ahora, en el inicio del tercer milenio,
esta “ola eucarística”, que es la acción eclesial que hoy agrupa a más fieles
de la Iglesia católica en el mundo entero, “primavera eucarística” la llamó el papa Benedicto XVI en su catequesis del miércoles 17 de noviembre del
2010, dedicada a santa Juliana de Cornillon, toma tintes nuevos: más urgentes,
fruto de la sequía espiritual de nuestro mundo contemporáneo, de nuestra
cultura dominante …
+Mons. Juan Miguel Ferrer,
subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos.
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