«… DADLES
VOSOTROS
DE
COMER »
En aquel tiempo, al
enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se fue de allí en una barca,
a un lugar apartado. Pero la gente, al saberlo, salió de los pueblos
para seguirle por tierra. Al bajar Jesús de la barca,
viendo a la multitud, sintió compasión de ellos y
sanó a los que estaban enfermos. Como se hacía de noche, los discípulos se acercaron a él y le
dijeron:
–Ya es tarde y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida. Jesús les contestó: –No es necesario que vayan. Dadles vosotros de comer. Respondieron: –No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.
Jesús les dijo: –Traédmelos.
Mandó entonces a la multitud que se recostara sobre la hierba. Luego tomó en
sus manos los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, dio gracias a
Dios, partió los panes, se los dio a los discípulos y ellos los repartieron
entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron doce
canastas con los trozos sobrantes. Comieron
unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
El Evangelio de este domingo nos presenta
una escena conocida como la multiplicación de los panes y los peces. Una
muchedumbre que se arremolinaba en torno a Jesús para escuchar atenta su
enseñanza… El apuro ante semejante responsabilidad de dar de comer a tal muchedumbre
debió abrumar a los discípulos, porque Jesús no comenzó con el milagro
multiplicador, sino que comenzó con la provocación a aquellos seguidores suyos:
dadles
vosotros de comer.
Podemos suponer cómo se quedarían sus
rostros ante el espectáculo de más de cinco mil personas. Quizás lo más
importante para ser de veras un instrumento de Dios es tener conciencia de la
desproporción entre la misión que se nos asigna y nuestra propia capacidad.
Cuando hablamos de la paz, del amor, de la esperanza… cuántas
veces nos sentimos desbordados, como si fuera imposible semejante empresa de
pacificar, enamorar y esperanzar a nuestros hermanos…
Aquel milagro se hizo a partir de ese
poco que un muchacho les prestó. Jesús actuará para dar el mucho desde ese poco
que los discípulos y el chaval pudieron aportar… Un pequeño gesto de paz, de
fe, de ternura, de misericordia, de amor, de fidelidad… puede ser el diseño pequeño
de un mundo pacífico, tierno, creyente, amoroso y fiel. Jesús nos pide nuestro poco, y Él hará el
mucho que nuestros contemporáneos puedan
necesitar… (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo).
MEDITATIO:
En este hecho podemos percibir tres
mensajes. El
primero es la compasión. Ante la multitud que
lo seguía Jesús no reacciona con irritación, sino que reacciona con un
sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por
necesidad. Pero compasión, lo que siente Jesús, no es sencillamente sentir
piedad; ¡es algo más! Significa com-patir, es decir,
identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarla sobre
sí. Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por
nosotros. (Papa Francisco)
El
segundo mensaje es el compartir. Es útil confrontar
la reacción de los discípulos, ante la gente cansada y hambrienta, con la de
Jesús. Los discípulos piensan que es mejor despedirla, para que puedan ir a
buscar el alimento. Jesús, en cambio, dice: dadles vosotros de comer. Dos
reacciones distintas, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan
según el mundo, para el cual cada uno debe pensar en sí mismo; razonan como si
dijesen: «Arreglaos vosotros mismos». Jesús razona según la lógica de Dios… (Papa Francisco)
Y el
tercer mensaje: el prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía. Se
lo ve en el gesto de Jesús que «lo bendijo» antes de partir los panes y
distribuirlos a la gente. Es el mismo gesto que Jesús realizará en la última
Cena, cuando instituirá el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la
Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de vida
eterna, se dona a Sí mismo, entregándose al Padre por amor a nosotros. Y
nosotros tenemos que ir a la Eucaristía con estos sentimientos de Jesús, es
decir, la compasión y la voluntad de compartir. Quien va a la Eucaristía sin
tener compasión hacia los necesitados y sin compartir, no está bien con Jesús. (Papa Francisco)
Jesús misericordioso, imploramos tu
compasión, nos abrazamos a tu costado abierto. Corazón misericordioso e
inflamado de amor; apriétanos con los lazos de la piedad, el amor y la unión.
Aquí tienes Señor, lo que tengo y lo que soy.
Multiplica mis esperanzas Señor,
Multiplica mi fe y mi
fortaleza…
Hoy, como hace dos mil años, Cristo ve
venir hacia él muchedumbres numerosas que tienen hambre, por las que siente
compasión, a las que llama, a las que pide el corazón. Hoy como entonces … Jesús
pide, antes que nada, un acto de confianza, un
gesto de abandono en sus manos; les dice: «Sentaos»: les
ha pedido, naturalmente, lo que más les costaba. Mientras estaban de pie, no
dependían más que de ellos mismos, … podían marcharse.
Al sentarse, renunciaban a bastarse a sí
mismos, a arreglárselas por ellos mismos; dependían de él, estaban entregados.
Me parece que muchos dudaron ante aquella invitación.
¿Qué habríamos hecho nosotros en su lugar? … ¿Creemos
en él? ¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre?
Nos diría antes de cualquier milagro: «¿Crees en mí? ¿Crees que puedo cambiar
tu vida, llenarla, renovarla? ¿Crees que soy bastante poderoso y que te amo
bastante para que puedas vivir, gracias a mí, una vida diferente de la que has
vivido hasta ahora, de la que has vivido sin mí?». (Louis
Evely)
■… Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse «pan partido» para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: «dadles vosotros de comer» (Mt 14,16). (Exhortación Apostólica Post-Sinodal sobre la Eucaristía (22-02-2007), n. 88.)
Eran muchos los que seguían a Jesús y se olvidaban de comer con tal de escucharle.
ResponderEliminarJesús estaba pendiente y le llegaba al corazón los que vivían como ovejas sin pastor. Ante aquella multitud hambrienta, el Señor hace el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. El Señor para hacer el milagro siempre cuenta con nosotros y con nuestra pobreza. Dadle vosotros de comer...
Jesús parte para construir desde nuestra pobreza. ¿Qué tenéis para compartir? Es muy poco. Casi nada. Sin embargo ofrecido al Señor el fruto es inmenso. Es necesario descubrir que el Señor siempre parte de nuestra pobreza y es desde aquí, desde donde se realiza el milagro. Cuando con el corazón de Cristo miramos una humanidad hambrienta y le ofrecemos nuestras vidas, el Señor construye desde nuestra pobreza.
Comieron hasta saciarse. No podemos dudar de que el Señor siempre cuenta con nosotros para hacer sus maravillas. No olvida a los que viven en todas las intemperies. Es desde la realidad de nuestras pobrezas desde donde el Señor realiza el milagro que nos habla de sus maravillas a favor de los hambrientos y sedientos. El Señor nos sacia de sus bienes en los caminos de nuestra vida.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo de Toledo
Primado de España