«TEN COMPASIÓN DE MÍ, SEÑOR, HIJO DE
DAVID. »
Mt. 15. 21-28
En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a
la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de
aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de
David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces
los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de
Israel».
Ella se acercó y se postró ante él
diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los
hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero
también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió: «Mujer, qué
grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su
hija.
Otras Lecturas: Isaías 56,1.6-7;
Salmo 66; Romanos 11,13-15.29-32
LECTIO:
El evangelio de hoy es como el reverso de
la lectura de la carta a los Romanos, porque Jesús está representando un papel.
Vemos el caso de una mujer fenicia, cananea, que se acerca a Jesús, aunque en
territorio pagano (Tiro y Sidón). Jesús, al principio, está escenificando
miméticamente, la actitud de un judío ortodoxo y exigente. Se ha dicho que es
un evangelio difícil, pero no lo es tanto. Ya que las
palabras de Jesús, duras al principio como el pedernal, no son suyas, sino de
la teología oficial judía. Los discípulos quieren
quitarse de encima a la mujer que inoportuna y
Jesús quiere darles una lección
majestuosa … todo es una representación,
porque ni Jesús pensaba así, ni estaba de acuerdo con la mentalidad
oficial que no le permitía ni siquiera
acercarse a los paganos, y menos a una mujer.
… Esta mujer se
comporta mejor que los judíos, es más que una hija de Israel, es capaz de mover
el mundo y llegarse al corazón de Dios por tal de “desdemonizar”, de liberar, a
su hija. Jesús sabe, como experiencia personal que en realidad “ha sido enviado
para salvar a todos” (“no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores”). Y una vez que queda en evidencia toda la “oficialidad” teológica y
religiosa del judaísmo de su tiempo, Jesús muestra
quién es y qué ha venido a hacer:
llamar a todos, salvar a todos, “desdemonizar” a todos, liberarlos…
La lección está
dada… el reino de la salvación
llega para todos. (Fray Miguel de
Burgos).
MEDITATIO:
El
Evangelio nos presenta un singular ejemplo de fe en el
encuentro de Jesús con una mujer cananea, una extranjera respecto a los judíos…
El Señor, en un primer momento, parece no escuchar este grito de dolor,
hasta el punto de suscitar la intervención de los discípulos que interceden por
ella. El aparente distanciamiento de Jesús no desanima a esta madre, que
insiste en su invocación… Podemos decir que es el amor lo que mueve la
fe y la fe, por su parte, se convierte en el premio del amor. El amor
conmovedor por la propia hija la induce «a gritar: “¡Ten piedad de mí, Señor,
hijo de David!”». Y la fe perseverante en Jesús le consiente no
desanimarse ni siquiera ante su inicial rechazo; así la
mujer «vino a postrarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”». (Papa
Francisco)
Al final, ante tanta perseverancia, Jesús permanece admirado, casi estupefacto, por la fe de una mujer pagana. Por
tanto, accede diciendo: «“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y
desde aquel momento quedó curada su hija». Esta humilde mujer es indicada por
Jesús como ejemplo de fe inquebrantable. Su insistencia
en invocar la intervención de Cristo es para nosotros
estímulo para no desanimarnos, para no
desesperar cuando estamos oprimidos por las duras pruebas de la vida. (Papa Francisco)
El Señor no se da la vuelta ante nuestras
necesidades y, si a veces parece insensible a peticiones de ayuda, es para
poner a prueba y robustecer nuestra fe. Nosotros debemos continuar gritando
como esta mujer: «¡Señor, ayúdame! ¡Señor ayúdame!». Así, con perseverancia y
valor. Y esto es el valor que se necesita en la oración... Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos
tenemos necesidad de crecer en la fe y fortalecer
nuestra confianza en Jesús. (Papa Francisco)
ORATIO:
«Ten piedad de mí, Señor, Hijo de Dios». A veces,
Señor, te siento pasar, pero no te detienes para mí, pasas de largo, y yo te
grito como la Cananea.
Y quiero correr tras de ti,
sentir que te busco y te acojo,
y palpar así el milagro de tu ternura.
CONTEMPLATIO:
“Mujer,
¡qué grande es tu fe!”. Jesús señala a esta humilde mujer como
ejemplo de fe indómita. Su insistencia en invocar la intervención de Cristo es
para nosotros un estímulo a no desalentarnos jamás y a no desesperar ni
siquiera en medio de las pruebas más duras de la vida. El Señor no cierra los
ojos ante las necesidades de sus hijos y, si a veces parece insensible a sus
peticiones, es sólo para ponerlos a prueba y templar su fe.
Queridos
amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a
abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar también
a Jesús “¡danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!”. Es
el camino que Jesús ha hecho hacer a sus discípulos, a la mujer cananea y a
todos los hombres de todo tiempo y pueblo, a cada uno de nosotros. La fe nos
abre al conocimiento y a acoger la identidad real de Jesús, su novedad y su
unicidad, su Palabra como fuente de vida, para vivir una relación personal con
Él… (Benedicto XVI).
■… La cananea, después de
contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, solo apela a la compasión del
Señor y la reclama a grandes gritos. Pero Cristo les respondió: «Dios me ha
enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel»… Cuanto más la mujer intensifica su súplica, con más fuerza
también él se la rechaza… Ya no
llama ovejas a los israelitas, sino hijos; a ella, en cambio, solo le llama
cachorrillo. ¿Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor sabe
ella componer su defensa… No quería
el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer De modo que sus
palabras no procedían del ánimo de insultarla, sino de convidarla, del deseo de
descubrir aquel tesoro escondido en su alma, Por eso no le dijo Cristo: «Quede
curada tu hija», sino: «Mujer; ¡qué grande es tu fe! que te suceda lo que
pides». Con lo que nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo,
no para adular a la mujer sino para indicarnos la fuerza de la fe (S. Juan Crisóstomo).
Aquí es curioso que el que se asombra de la fe de aquella mujer es el mismo Jesús.
ResponderEliminarMujer cananea, por tanto gentil. Mujer de fe profunda y apasionada por amor a los suyos. Sigue a Jesús. Confía en su buen corazón que siempre apoyó y alentó la fe de todas las mujeres que se acercaron a Él. No existe ninguna mujer en el trato con Jesús que no haya valorado y se halla admirado de su condición de fe. Una fe como grito en la noche. Capaz de conmoverse ante la constancia y capacidad de superar los obstáculos y dificultades para vivir en la entrañable misericordia de nuestro Dios que nos ha visitado y redimido. Esta cercanía de Jesús con la persona que sufre, capaz de conmoverle debe ser el distintivo de todo seguidor de Cristo.
Jesús pasó haciendo el bien y curando de todas las heridas de la vida. Nada hay más sanador que confiar en quien sabemos que nos ama y estar dispuestos a entregar la vida por amor. La escena se hace admirable por la constancia de esta mujer y por la misericordia del Señor dejándose ganar el corazón.
Nuestra vida es a veces un grito de fe en la noche. Creemos pero pedimos una y otra vez que el Señor aumente nuestra poquita fe. Sin embargo caminando por la vida nos encontramos con hombres y mujeres, que en medio de no pocas dificultades, viven su vida con la confianza y el abandono de quien se acerca al Señor roto el corazón.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo de Toledo
Primado de España