Nadie fue adornado de santidad como tú, María
De los Sermones de San Sofronio de Jerusalén
De los Sermones de San Sofronio de Jerusalén
Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo. ¿Y qué
puede ser más sublime que este gozo, oh Virgen María? ¿O qué cosa puede ser más
excelente que esta gracia, que, viniendo de Dios, sólo tú has obtenido? ¿Acaso
se puede imaginar una gracia más agradable o más espléndida? Todas las demás no
se pueden comparar a las maravillas que se realizan en ti; todas las demás son
inferiores a tu gracia; todas, incluso las más excelsas, son secundarias y
gozan de una claridad muy inferior.
El Señor está contigo.
¿Y quién es el que puede competir contigo? Dios proviene de ti; ¿quién no te
cederá el paso, quién habrá que no te conceda con gozo la primacía y la
precedencia? Por todo ello, contemplando tus excelsas prerrogativas, que
destacan sobre las de todas las criaturas, te aclamo con el máximo entusiasmo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Pues tú eres la fuente del gozo no sólo para los hombres, sino también para los
ángeles del cielo.
Verdaderamente, bendita
tú entre las mujeres, pues has cambiado la maldición de Eva
en bendición; pues has hecho que Adán, que yacía postrado por una maldición,
fuera bendecido por medio de ti.
Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti la bendición del
Padre ha brillado para los hombres y los ha liberado de la antigua maldición.
Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti encuentran la
salvación tus progenitores, pues tú has engendrado al Salvador que les
concederá la salvación eterna.
Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues sin concurso de varón has dado a
luz aquel fruto que es bendición para todo el mundo, al que ha redimido de la
maldición que no producía sino espinas.
Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues a pesar de ser una mujer,
criatura de Dios como todas las demás, has llegado a ser, de verdad, Madre de
Dios. Pues lo que nacerá de ti es, con
toda verdad, el Dios hecho hombre, y,
por lo tanto, con toda justicia y con toda razón, te llamas Madre de Dios, pues de verdad das a luz a Dios.
Pero no temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios, la más espléndida de todas las gracias; has encontrado
ante Dios una gracia absolutamente insuperable; has encontrado ante Dios una
gracia que durará siempre. Aunque otros -y muchos- antes de ti fueron eminentes
en santidad, pero a ninguno como a ti le fue otorgada la plenitud de la gracia.
Ninguno como tú pudo gozar de tanta dicha; nadie fue adornado de santidad como
tú; nadie fue elevado a tan alto honor de magnificencia como tú; nadie como tú
fue prevenido desde el primer instante por la gracia purificadora; nadie como
tú fue iluminado con la luz celestial; nadie como tú fue elevado más allá de
toda ponderación.
Y justamente, pues nadie estuvo tan próximo a Dios como tú; nadie como
tú fue enriquecido con los dones de Dios; nadie recibió tanta gracia divina. Tú
superas todas las grandezas humanas; tú excedes todos los dones que la
magnificencia de Dios haya jamás concedido a persona humana alguna. Superas a
todos en riqueza, pues posees a Dios presente en ti. Nadie ha podido acoger a
Dios en sí del modo que tú lo hiciste; nadie como tú pudo gozar de la presencia
divina; nadie fue tan digno como tú de ser iluminado por Dios.
Por eso, no sólo has recibido en ti misma al Dios Creador y Señor de
todas las cosas, sino que inefablemente lo posees encarnado en ti, lo llevas en
tu seno, y luego lo das a luz como Redentor de todos los hombres fulminados por
la condena del Padre, dándoles una salvación que no tendrá fin.
Tú tienes en tu seno al mismo Dios, hecho hombre en tus entrañas, quien,
como un esposo, saldrá de ti para conceder a todos los hombres el gozo y la luz
divina.
Dios ha puesto en ti, oh Virgen, su tienda
como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de ti como el esposo de su alcoba e, imitando el recorrido del sol,
recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes,
y, extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y
vivificante todas las cosas.
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