Esposo y esposa, padre y madre por la gracia de Dios
Nota de los obispos para la Jornada
de la Sagrada Familia
Con el lema “Esposo y esposa, padre y
madre por la gracia de Dios”, los obispos de la Subcomisión Episcopal de la
Familia y Defensa de la Vida queremos
llamar la atención de todos los fieles cristianos ante la situación
preocupante del momento que vivimos en nuestra sociedad.
Asistimos
perplejos a un cambio sustancial en nuestra legislación que afecta gravemente a
la familia. Este cambio viene promovido por
la irrupción de la llamada “ideología de género”, que toma carta de ciudadanía
en nuestro ordenamiento jurídico. Esta forma de pensar utiliza un lenguaje
propio con términos de gran contenido ideológico que llevan a una verdadera deformación lingüística con la
consiguiente disolución de significados –parece perderse el sentido o
significado original y auténtico de los términos–; tal es el caso de la
utilización del término “progenitor” en lugar de los de “padre o madre”. Esta
ideología pretende impregnar todo el ámbito social, especialmente el educativo,
para llevar a la sociedad a una situación de permisivismo radical; en último
término a una cultura que no genera la vida y que vive la tendencia cada
vez más acentuada de convertirse en una cultura de muerte1.
«La legislación actualmente vigente
en España ha ido aún más allá. La Ley de 1 de julio de 2005, que modifica el
Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, ha redefinido la
figura jurídica del matrimonio. Este ha dejado de ser la institución del
consorcio de vida en común entre un hombre y una mujer en orden a su mutuo
perfeccionamiento y a la procreación y se ha convertido en la institución de
la convivencia afectiva entre dos personas, con la posibilidad de ser disuelta
unilateralmente por alguna de ellas, solo con que hayan transcurrido tres meses
desde la formalización del contrato de “matrimonio” que dio inicio a la
convivencia. El matrimonio queda así transformado legalmente en la unión de dos
ciudadanos cualesquiera para los que ahora se reserva en exclusiva el nombre de
“cónyuges” o “consortes”. De esa manera se establece una «insólita definición
legal del matrimonio con exclusión de toda referencia a la diferencia entre el
varón y la mujer. Es muy significativa al respecto la terminología del texto
legal. Desaparecen los términos “marido” y “mujer”, “esposo” y “esposa”,
“padre” y “madre”. De este modo, los españoles han perdido el derecho de ser
reconocidos expresamente por la ley como “esposo” o “esposa” y han de inscribirse
en el Registro Civil como “cónyuge A” o “cónyuge B”»2.
1 Conferencia episcopal española, La verdad del amor humano.
Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación
familiar, (26.IV. 2012), n. 57.
2 Ibíd., n. 109.
Esto nos
obliga a considerar las consecuencias de esta situación para nuestra sociedad y
nuestra responsabilidad, ya no solo como creyentes, sino también como
ciudadanos, pues asistimos a la destrucción del matrimonio por vía legal3. Dado que los
términos suprimidos en las leyes promulgadas hacen referencia a los papeles
del hombre y la mujer en el matrimonio y la familia, no pueden ser superados ni
sustituidos dichos papeles sin afectar esencialmente a estas instituciones,
incluso al nivel meramente natural, así como al bien común de la sociedad.
Desde el punto de vista de la fe es
importante reflexionar sobre el lema
de esta Jornada, “Esposo y esposa, padre y madre por la gracia de Dios”,
reconociendo el profundo significado que tienen en la Sagrada Escritura los
términos de “esposo” y “esposa”, a modo de parangón, a las relaciones que
mantiene Dios con su Pueblo, con su Iglesia. De igual modo los términos
relativos a la paternidad, “padre” y “madre”, evocan, en un paralelismo
intrínseco –propio de su ser–, a las relaciones que Dios mantiene con los
hombres desde el principio. Sin esta referencia al significado profundo que
estos términos tienen quizás no se acierte a reconocer el enorme calado del
efecto que en la cultura y en la sociedad puede derivarse de la aplicación de
estos cambios.
El término “esposos”, que
originalmente no significaba “casados”, sino “prometidos”, deriva del latín sponsus,
del verbo spondere, que significa “prometer”. Sponsus y sponsa (esposo
y esposa) eran quienes habían realizado la sponsalia, es decir, la
ceremonia de esponsales. Se trataba de un ritual mediante el cual el novio
pedía la mano de su amada, y estos, en ese momento, tenían permiso para
comenzar a verse. En este sentido es muy sugerente y orientativa del contenido
amoroso de los términos “esposos” la lectura del Cantar de los Cantares.
La palabra cónyuge viene del latín coniux-coniugis,
que designa a cualquiera de los dos miembros de un matrimonio en su relación
jurídica para con el otro. La utilización del término “cónyuge” para ambos miembros
del “matrimonio”, además de llevar a utilizar el mismo término para ambos,
induciendo a entender que son indiferentes los sexos de cada uno, se utiliza
como un vocablo que se refiere fundamentalmente a la unión y a la relación
jurídica entre ambos.
Análoga
consecuencia se deriva de la utilización del término “progenitor” en lugar de los de “padre” y “madre”, teniendo el
término “progenitor” un contenido esencialmente biológico. Los ideólogos de
género saben que la familia con padre y madre infunde a los hijos la noción
–tan natural, por lo demás– de que hombres y mujeres somos diferentes. Toda
paternidad procede de Dios.
«Cuando, junto con el Apóstol,
doblamos las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad y
maternidad (cf. Ef 3, 14-15), somos conscientes de que ser padres es el
evento mediante el cual la familia, ya constituida por la alianza del
matrimonio, se realiza “en sentido pleno y específico”. La maternidad
implica necesariamente la paternidad y, recíprocamente, la paternidad implica
necesariamente la maternidad: es el fruto de la dualidad, concedida por el
Creador al ser humano desde “el principio”»4.
3
Ibíd., n. 111.
Esta relación de hijo y la filiación en último extremo del Padre Dios se
muestra plásticamente en el cuadro de Jerónimo Jacinto de Espinosa, que hemos
propuesto como cartel de la Jornada, donde se presenta en primer término al
Niño Jesús rodeado por san Joaquín y santa Ana, los padres de la Virgen, además
de esta y san José en un segundo plano; y por encima de todo el Padre Eterno
infundiendo su espíritu sobre ellos y el mundo en general.
La genealogía de la persona está, pues,
unida, ante todo y en primer lugar, con la eternidad de Dios, y, en segundo
término, con la paternidad y maternidad humana, que se realiza en el tiempo.
Desde el momento mismo de la concepción el hombre está ya ordenado a la
eternidad en Dios5. De esta manera se
expresa con estos términos la profunda intensidad del amor de Dios a los
hombres y nos permite también descubrir que la gracia de Dios ayuda, en el
matrimonio, a los esposos a vivir y fortalecer su vocación al amor.
Pidamos
a santa María, la Virgen, Esposa y Madre, que nos ilumine, ayude y
fortalezca para que desde el puesto
de cada uno en la sociedad defendamos y
promovamos el matrimonio y la familia y su adecuado tratamiento por las
leyes.
4 Juan pablo ii, Carta a las familias (1994), n. 7.
5 Ibíd., n. 9.
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