"De los escritos del Siervo de Dios D. Luis de Trelles y Noguerol”
EL NIÑO JESÚS EN EL SANTÍSIMO
SACRAMENTO DEL ALTAR
Jesús está siempre real y corporalmente en medio de nosotros por medio
del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. La
Iglesia es como un inmenso Belén, donde el Rey de los cielos, oculto y
cubierto bajo pobres apariencias, es adorado, reconocido, amado y servido por
los ángeles y los corazones fieles. Belén significa en hebreo casa de pan; la
Iglesia es esta casa, construida de
piedras vivas, que son sobre la tierra los cristianos y en el cielo los santos
y los ángeles; y este pan es Nuestro Señor Jesucristo, pan de los ángeles,
alimento eterno de los bienaventurados, y nuestro espiritual alimento [...] La
Eucaristía, es Jesús en todos los estados por los que quiso pasar para obrar
nuestra salvación; está por consiguiente allí también el misterio de su Santa
Infancia. Sí, en medio de nosotros
tenemos siempre al Niño Jesús. Sí, cuando estamos de rodillas ante el
augusto Sacramento, estamos a los pies del Niño Jesús, del mismo Niño Dios, que
reposó su cabeza un día en el humilde pesebre de Belén.
¡Oh felicidad! ¡Oh admirable portento!
Nada tenemos que envidiar ni a los pastores ni a los magos, adoramos, vemos,
tocamos, poseemos al mismo Dios, anonadado por
nuestro amor en el misterio de la
Eucaristía, como delante de aquellos estuvo en el misterio de la
Encarnación.
Por la Eucaristía continúa
Nuestro Señor al través de los siglos el misterio de la Encarnación y de la
Redención.En ese gran Belén, que es
la Iglesia, el sacerdote perpetúa por medio de su santo ministerio la obra de
María, dando en cierta manera a luz sobre el altar, por medio de la
consagración, al Dios Hombre. En sus manos lo tiene, lo presenta a los fieles y se lo entrega amorosamente. Se lo da en la
sagrada Comunión y vienen a ser ellos
entonces cuna viviente, donde se digna descansar el Niño Dios, cuna suave y
mullida […] La luz que brilla noche y día delante del Santísimo Sacramento, es
como una continuación de la estrella que brilló a los ojos de los magos y que
se paró sobre el lugar donde estaba el Niño Jesús. Es el símbolo de la fe
siempre luminosa y de amor siempre ardiente, que debemos a nuestro amado Jesús
presente e nuestros sagrarios. Tristemente, en muchas de nuestras iglesias, desiertas
y solitarias. (L. S. Tomo III (1872) pág. 6 - 7)
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