Compartir con los demás el don de la Navidad
Benedicto XVI, pp emérito
Benedicto XVI, pp emérito
Queridos hermanos y hermanas:
Dios se hizo Hijo del hombre para que nosotros nos
convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la Iglesia
se ha elevado con frecuencia una imploración: «Ven, Señor, a visitarnos con tu
paz; tu presencia nos llenará de alegría». La misión evangelizadora de la
Iglesia es la respuesta al grito «¡Ven,
Señor Jesús!», que atraviesa toda la historia de la salvación y que sigue
brotando de los labios de los creyentes. «¡Ven,
Señor, a transformar nuestros corazones, para que en el mundo se difundan la
justicia y la paz!»…
En efecto, «la
Verdad que salva la vida -que se hizo carne en Jesús-, enciende el corazón de
quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a comunicar lo que
se ha recibido gratuitamente» (ib.). Ser alcanzados
por la presencia de Dios, que viene a nosotros en Navidad, es un don
inestimable, un don capaz de hacernos «vivir en el abrazo universal de los
amigos de Dios» (ib.), en la «red de amistad con Cristo, que une el cielo y la
tierra» (ib., 9), que orienta la libertad humana hacia su realización
plena y que, si se vive en su verdad, florece «con un amor gratuito y
enteramente solícito por el bien de todos los hombres» (ib., 7).
No hay nada
más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres
lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. No hay nada que nos pueda eximir o
dispensar de este exigente y fascinante compromiso.
La alegría de la Navidad, que ya experimentamos
anticipadamente, al llenarnos de esperanza, nos impulsa al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en
medio de nosotros.
La Virgen
María, que no comunicó al mundo una idea, sino a Jesús mismo, el Verbo encarnado,
es modelo incomparable de evangelización. Invoquémosla con confianza, para que
la Iglesia anuncie también en nuestro tiempo a Cristo Salvador. Que cada
cristiano y cada comunidad experimenten la alegría de compartir con los demás
la buena nueva de que Dios «tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo
unigénito para que el mundo se salve por medio de él» (Jn 3,16-17). Este es el auténtico sentido de la Navidad, que debemos
siempre redescubrir y vivir intensamente.
Preparaos con fervor para celebrar el misterio del nacimiento del Hijo
de Dios. Abrid vuestros corazones al
Señor, que ya llega, poniéndonos al servicio de todos, especialmente de los
más necesitados.
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