TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 1 de diciembre de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 1 DE DICIEMBRE, 1º DE ADVIENTO

Estad preparados


Mateo 24,37-44     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Otras Lecturas: Isaías 2,1-5; Salmo 121; Romanos 13,11-14

LECTIO:
     El primer Domingo de Adviento no sólo señala la preparación para la Navidad y el nacimiento de Jesús, sino también el comienzo del año litúrgico. Y la Iglesia decide inaugurar el año despertándonos con una fuerte voz: estad preparados, no dejéis que el mundo os distraiga de vuestro verdadero objetivo. Mateo, el evangelista que nos acompañará la mayor parte del año, describe los acontecimientos del final de los tiempos utilizando un lenguaje gráfico y unas imágenes impactantes.
     La apocalíptica, tal como se conoce este género literario, suele producirse en tiempos recios, cuando la gente sufre. Cada uno de los autores de los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, nos ofrece ejemplos de este género. También podemos encontrarlo con una profundidad mucho mayor en el Apocalipsis, el libro profético sobre el fin de los tiempos que tanto hace pensar.
     En la lectura de hoy Jesús predica y nos hace la misma advertencia que nos ofrece cada vez que anuncia que se dispone a subir a Jerusalén para su Pasión. Una vez más, utiliza unas imágenes poderosas para poner de relieve la naturaleza inesperada del final de los tiempos. Usa tres imágenes distintas para trazar la imagen de la rapidez con que llegará el fin. Vendrá en un momento en el que nadie lo espere, sin ningún aviso previo, como una riada que arrastra a todos salvo a unos pocos. Pero Jesús también nos describe cómo convoca y reúne a todos los fieles el Hijo del Hombre: el título fue usado por primera vez en el Antiguo Testamento, en el libro de Daniel, y aquí lo adopta Jesús, el Mesías.

MEDITATIO:
¿Cómo reaccionas ante la enseñanza de que Jesús podría regresar en cualquier momento?
Considera la expresión cuando menos lo esperaban. ¿Y por qué no se lo esperaban? ¿Se aplica esto mismo a las gentes de nuestro tiempo? ¿Y cómo podemos responder a esto?
Piensa en la comparación con el diluvio que sobrevino en tiempos de Noé. ¿Qué enseñanzas podemos sacar de ello?
Es Dios quien decide a qué persona se lleva y quién se queda, aun cuando externamente parezcan iguales. ¿Qué diferencias podrían existir?
¿Qué podemos aprender de la enseñanza de Pablo en Romanos 13,11-14?

ORATIO:
     En espíritu de oración considera tus relaciones con Dios. ¿En qué medida estás preparado para la vuelta de Jesús? Pídele al Señor que te muestre los cambios que necesitarías hacer y  que se manifieste a quienes todavía no le conocen.

CONTEMPLATIO:
     Lee la profecía de Isaías 2,1-5. Dedica algún tiempo a reflexionar sobre estas expresiones: ‘…que él nos enseñe sus caminos y podamos andar por sus senderos.’ ‘¡…caminemos a la luz del Señor!’
     Considera estas palabras de 1 Tesalonicenses 5,23-24: ‘Que Dios mismo, el Dios de paz, os haga perfectamente santos y os conserve todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sin defecto alguno, para el regreso de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel, y lo cumplirá.’


1 comentario:


  1. El comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de nuestro futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el cielo es nuestra patria definitiva. Ahora bien, ese futuro se vislumbra con tintes dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y Señor, y ha comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece de nuevo y con creces la salvación rechazada. La historia del hombre, por tanto, se convierte en una lucha dramática entre los extravíos del hombre y Dios que sale al encuentro de ese mismo hombre extraviado, ofreciéndole su casa, abriéndoles los brazos, brindándole su perdón y derrochando con él su misericordia. Verdaderamente, Dios es amigo del hombre, y más todavía del hombre roto por el pecado y por sus propios extravíos.
    En este camino de ida y vuelta, en este cruce de caminos -de Dios al hombre y del hombre a Dios- está situado Jesucristo, el Hijo de Dios enviado del Padre, que sale al encuentro del hombre. Cristo, hombre como nosotros, se ha convertido en nuestro hermano mayor, el que nos enseña el camino para volver a la casa del Padre. La salvación del hombre tiene nombre, se llama Jesucristo. El es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6) del hombre.
    Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón humano desea y ansía. Sólo Jesús puede abrirle de par en par las puertas del cielo, cerradas por el pecado. Sólo Jesús puede pagar esa inmensa deuda que el hombre arrastra sobre sus hombros en su relación con Dios. Sólo Jesús nos hace verdaderos hermanos de nuestros contemporáneos, haciéndonos capaces de perdonar a quienes nos ofenden. Sólo Jesús puede traer la paz al corazón del hombre. Esa esperanza de toda la historia de la humanidad se cumplió en el vientre virginal de María, que concibió virginalmente (sin concurso de varón) a Jesús y permanece virgen para siempre. Ese mismo Jesús, ya glorioso, vendrá al final de la historia para llevarnos con él al cielo para siempre. Y ese mismo Jesús es el que viene ahora en cada persona y en cada acontecimiento, provocando en cada uno de nosotros un encuentro con él.
    Ahora bien, aquella primera venida se realizó en la humildad de nuestra carne. La última venida se realizará en la gloria del resucitado. Y la venida cotidiana a nuestra vida se produce en la fe y en la caridad, generando en nosotros una esperanza que no se acaba. Porque esperamos, podemos ponernos a la tarea de transformar nuestra vida y nuestro mundo. Jesucristo se ha puesto de nuestra parte en este camino de esperanza, dándonos el Espíritu Santo, capaz de superar toda dificultad, incluso hasta la muerte.
    Por eso, el tiempo de adviento es tiempo de esperanza. Esperamos la última venida del Señor, esa que a los cristianos de todos los tiempos les ha mantenido en vela, a veces incluso en medio de grandes dificultades. Cada día que amanece, cada actividad que emprendemos tiene como meta el encuentro definitivo con el Señor. La oración más antigua de la comunidad cristiana es: ¡Ven, Señor! (Maranatha!). Una oración que sale del corazón de quien espera su gloriosa venida, y por tanto, la victoria definitiva de Dios y de su Cristo, frente a todas las dificultades con las que tropezamos cada día, frente a nuestras debilidades y pecados, frente a Satanás y frente al mundo que nos engaña. Una oración que ha sostenido la esperanza de muchos corazones.
    El tiempo de adviento nos sitúa en esa perspectiva amplia del final de nuestra vida, que da sentido a cada momento presente. El tiempo de adviento tiene a Jesucristo como centro y a la Madre que le lleva en su seno. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata para la Navidad que se acerca. Es un tiempo muy bonito, porque nos habla de algo nuevo, que Dios va haciendo en el corazón de cada hombre.
    Recibid mi afecto y mi bendición:
    + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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