La transmisión de la fe en la familia (II)
* Como tal
«Iglesia doméstica», la función
educadora de la familia no se queda en el solo testimonio, de por sí
imprescindible, sino también en la
presentación de los contenidos de la fe y la debida adecuación a la edad de
sus hijos: «La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan
a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual
de su personalidad desde un punto de vista cristiano y eclesial»[25]. Son
básicos: la educación en el respeto y amor a Dios, los fundamentos de la fe
cristiana, los principios morales que surgen del Evangelio y que aportan un
verdadero discernimiento entre el bien y el mal, y un espíritu de fe que
impregna toda la vida familiar cristiana.
Valores y
virtudes
La familia debe ser también el marco propicio donde se
descubran, asuman y practiquen las virtudes cristianas, más aún
en medio de un ambiente social desfavorable. «La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite
a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma»[26].
Y esto se adquiere por repetición de actos y por la gracia de Dios; su práctica
va construyendo una personalidad armónica de
tal manera que el ejercicio de una virtud llama y promueve otras virtudes,
como son las teologales, que informan y motivan a las morales. «Disponen todas las potencias del ser humano
para armonizarse con el amor divino»[27]. Las distintas dimensiones que
conforman la virtud, como son el conocimiento, la afectividad y la práctica,
deben ser tratadas y coordinadas desde los ámbitos escolares, parroquiales y
familiares, coordinados adecuadamente.
La educación en valores, por otra parte,
debe tener en cuenta que el valor en sí se constituye en referente de la
persona a la hora de buscar criterios para actuar. El concepto de «valor» es particularmente susceptible de una
interpretación relativista de la vida moral, y la percepción de los valores
depende cada vez más de su vigencia en la sociedad y la cultura. Por ello, es necesario juzgar a la luz de
la fe «aquellos valores que gozan hoy
de la máxima consideración y ponerlos en conexión con su fuente divina. Pues
estos valores, en cuanto proceden de la inteligencia con que Dios ha dotado al
hombre, son excelentes; pero, a causa de la corrupción del ser humano, muchas
veces se desvían de su recto orden de modo que necesitan purificación»[28].
En este sentido, es indispensable presentar
los valores en sus raíces más
profundas, con las razones que fundamentan su ser y con la continua
verificación de su influencia en los comportamientos de los hijos. Conviene
tener en cuenta que los valores se conforman y desarrollan desde las distintas
dimensiones (neuronal, cognitiva, afectiva y comportamental). La coordinación
exige una distribución de las responsabilidades de cada ámbito educativo,
teniendo en cuenta sus peculiaridades.
La vocación
al amor
El amor es «la vocación fundamental e
innata de todo ser humano»[29]. La educación, por lo tanto, está orientada a
formar a la persona para que sea capaz de vivir la expresión plena de la
libertad: entregar la propia vida con el don sincero de sí misma. [30] El lugar propio donde la persona recibe y comprueba la
autenticidad del amor es la familia, cuya misión consiste en «custodiar,
revelar y comunicar el amor»[31]. En el clima de confianza propio del
hogar, los hijos reciben la experiencia fundamental de ser
amados y son instruidos de modo natural para aprender el significado del
don del sí mismos. «La familia es la
primera y fundamental escuela de socialización como comunidad de amor. Ello se
lleva a cabo mediante la educación con confianza y valentía en los
valores esenciales de la vida humana»[32].
La familia creyente aporta, por un
lado, una especial y auténtica comunicación de valores y virtudes humanas, como son la educación en la
corresponsabilidad, el servicio a los demás, comenzando por la misma familia, o
el respeto a las diferencias, empezando por los propios hermanos; y, por otro
lado, aporta una comunicación de valores
y virtudes cristianas, como son el perdón, la comprensión, el amor a la
verdad, la alegría del compartir, la solidaridad y la caridad ante el dolor, la
pobreza y la soledad. Dicha transmisión
de valores y virtudes humanas y cristianas en la familia tiene un doble fundamento: el amor de Dios y el amor de los padres.
«El amor de los padres se transforma de
fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción
educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia,
bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más
precioso del amor»[33].
Padres y
pedagogos
Por
todo ello, son los padres los verdaderos pedagogos; ellos son
quienes conducen al hijo de la mano hacia el bien; quienes pueden iniciar en la
experiencia cristiana y hacer significativo el mensaje de Jesús. «En virtud del ministerio de la educación,
los padres, mediante el testimonio de su
vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más,
rezando con ellos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de
Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo eucarístico y eclesial de
Cristo, mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres»[34].
Su aportación como iniciadores de la experiencia de fe y del
encuentro con Cristo constituye las claves del primer anuncio. Los niños
deben saber sobre Jesucristo lo más esencial, de modo entrañable y asequible a
su edad; lo que aprenden, quieren verlo realizado en su familia y gustan de
practicarlo y testimoniarlo.
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