Se cumple una promesa
Lucas 2,15-20 En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando
hacer un censo del mundo entero. Éste fue el primer censo que se hizo siendo
Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que
era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en
Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con
su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo
del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó
en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región
había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su
rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió
de claridad, y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo: - «No temáis, os
traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
De pronto, en
torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios,
diciendo: - «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que
ama el Señor».
Otras Lecturas: Isaías 9,1-3,5-6;
Salmo 95; Tito 2,11-14
Lecturas
para la Misa de la Aurora: Isaías
62,11-12; Salmo 96; Tito 3,4-7 - y para la Misa de Navidad: Isaías 52,7-10; Salmo 97; Hebreos 1,1-6.
LECTIO:
Celebramos hoy el nacimiento de
nuestro Salvador y hacemos memoria
de otra visita de ángeles, en esta ocasión a los pastores. Qué sorprendente
encuentro es éste. Los pastores apostados en lo alto de una colina solitaria
debieron sentirse desconcertados hasta las entrañas cuando de repente se les
aparece un ángel y empieza a hablarles. Y a él se une una gran muchedumbre de
ángeles del cielo.
Los pastores se encontraban en el nivel más bajo de la escala social
judía. Tenían una escasa instrucción y disponían de poco tiempo para los
deberes religiosos, ya que su vida nómada les impedía acudir a la sinagoga. Y
son precisamente ellos los primeros a quienes se anuncia aquello que habían
estado rezando por oír innumerables judíos siglo tras siglo: la llegada del
Mesías.
No sólo ven a un ángel, sino a
todo un ejército de ellos. Y, además, ‘la gloria del Señor brilló sobre
ellos’. No es de extrañar que dejen los rebaños y acudan a la ciudad en busca
del niño. Encuentran al recién nacido en un pesebre, tal como les había dicho
el ángel. Rebosantes de gozo y alegría, no pueden dejar de alabar a Dios y de
contar a la gente lo que ha sucedido.
¿Cuánta gente creyó lo que contaban los pastores? No sabemos. A María y
a José todo aquello debió de traerles a la memoria sus propios encuentros con
los ángeles meses antes.
MEDITATIO:
■ ¿Por qué crees que Dios escogió proclamar las noticias del nacimiento de
Jesús y manifestar su significado a unos pastores de tan baja condición?
■ ¿Qué crees que pudieron sentir María y José ante aquellos toscos pastores
que les traían, de parte de un ángel, noticias sobre su hijo recién nacido?
¿Fue una sorpresa o más bien una confirmación de lo que ya sabían?
■ María y José reflexionaban, se
alegraban los pastores, cantaban los ángeles y las gentes se asombraban. ¿De qué manera reaccionarás tú el día de hoy?
■ ¿Cómo comunicarás estos maravillosos acontecimientos a quienes te rodean
cuando te pregunten por qué o de qué manera celebras la Navida?
ORATIO:
Lucas nos dice que los ángeles invitaron a todos a alegrarse por el
nacimiento de Jesús. El Salmo 95 nos abre el camino: “Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones”.
CONTEMPLATIO:
Al celebrar este día el nacimiento de
nuestro Salvador, reflexiona sobre estas palabras de Tito 3:4-7: ‘Pero Dios
nuestro Salvador mostró su bondad y su amor por la humanidad, y nos salvó, no
porque nosotros hubiéramos hecho nada bueno, sino porque tuvo compasión de
nosotros. Por medio del lavamiento nos ha hecho nacer de nuevo; por medio del
Espíritu Santo nos ha dado nueva vida, y por medio de nuestro Salvador
Jesucristo nos ha dado el Espíritu Santo en abundancia, para que, hechos justos
por su bondad, recibamos la vida eterna que esperamos’.
Es la pascua primera, la de Dios que nos nace como hombre. Luego vendrá la segunda pascua, la de ese hombre que renace resucitado. En ambas pascuas se da el paso del Señor por nuestra historia: nacido y renacido para nuestra redención. En el día de Navidad es lo que recordamos.
ResponderEliminarHoy es Juan el evangelista que nos acerca esta historia. Fue el discípulo amado, el que se recostó en el pecho del Maestro en aquella cena decisiva de intimidades, recuerdos y traiciones. No olvidará las palabras esenciales que escuchó de los labios del Maestro. San Juan nos refiere al comienzo de su Evangelio con estremecedoras palabras, qué es lo que hizo el Hijo de Dios: “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Una imagen que muy bien podría comprender aquél Pueblo que sabía a lo largo de su historia lo que significa vivir a la intemperie y cobijarse en una tienda. La tienda era para el pastor, para el peregrino, para el viajante… un lugar de reposo, de restablecimiento de las fuerzas desgastadas.
Dios es el que ha querido “acamparse” en el terruño de todas nuestras intemperies, enviando a su propio Hijo como una tienda en la que poder entrar para cobijarnos de todos los descobijos pensables de nuestra vida. De este modo tan inaudito Dios ha cambiado de dirección y domicilio viniéndose a nuestro barrio, a nuestra casa. Pese a todos los nobles esfuerzos y a los agotadores intentos de hacer un mundo nuevo, constatamos nuestra incapacidad de diseñar una tierra que sea por todos habitable, una tierra en la que las sombras de guerras, mentiras, corruptelas, tristezas, injusticias, muertes… no eclipsen el fulgor por el que sueñan los ojos de nuestro corazón.
Dios se ha hecho tienda, se ha acampado, nos ha dirigido su Palabra, nos ha manifestado su Gloria, nos ha regalado su Luz. Creer en la Encarnación de Dios, celebrar su Natividad, es posibilitar desde nuestra realidad personal y comunitaria, que aquel acontecimiento sucedido hace dos mil años siga sucediendo, y nuestra vida cristiana pueda ser un grito o un susurro del milagro de Dios: que los exterminios que hacemos y subvencionamos, con todos nuestros desmanes y pecados de acción y de omisión no tienen la última palabra, porque ésta corresponde a la de Dios que ha querido acamparse.
¿Podrán entrever nuestros contemporáneos, que efectivamente Dios no está lejano en su cielo, que se ha acampado muy cerca de nosotros? ¿Qué gestos tendríamos que ofrecer para testimoniar esta verdad, para que a través de nuestro vivir cotidiano tejido de pequeños o grandes momentos, puedan las gentes experimentar en la historia cristiana que Dios es Amor, que es Ternura, que es Verdad, que es Luz, que es Paz? Sólo si nuestra vida sabe a esto, si sabe a lo que sabe la de Dios, si somos tierra abierta para que en nosotros y entre nosotros, Él siga plantando su Tienda en medio de nuestras contiendas.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo