TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 29 de julio de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 31 DE JULIO, 18º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

   « ¿QUIÉN ME HA NOMBRADO JUEZ ENTRE VOSOTROS? »

Lc. 12. 13-21 
     En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»
     Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
     Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
     Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?"
     Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.» 

Otras Lecturas: Qohélet 1,2; 2,21-232 Salmo 89; Colosenses 3,1-5.9-11

LECTIO:
            La  vida no depende de los bienes. La felicidad no se mide en millones de euros o en cientos de hectáreas, tampoco en número de títulos o de amigos. La alegría no viene por el camino del capricho, ni siquiera depende de algo tan bueno como el trabajo. Jesús nos pide que nos guardemos de toda clase de codicia. Porque hay muchas clases de codicia: la codicia de poder, de reconocimiento, de ser el más querido, de querer ser el mejor, de buscar continuamente el placer, de hacer muchas cosas, de pretender ser el salvador de todos.
       La vida, la alegría, depende fundamentalmente del amor. Dice San Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte”. Hemos de morir a toda clase de codicia para resucitar a una vida nueva.
       La vida y la alegría dependen, sobre todo, de nuestra confianza en Dios. Ha dicho el Papa Francisco: …. ¡Pon fe, pon esperanza, pon amor!... Pon a Cristo en tu vida, pon tu confianza en él y no vas a quedar defraudado! Déjate amar por Jesús, es un amigo que no defrauda.
      Esta vida feliz, que brota de la confianza en Dios, hemos de acogerla y ofrecerla, vivirla y transmitirla. Mucha gente está buscando esta vida y Dios cuenta con nosotros para mostrarla y contagiarla. Si nos la guardamos, desaparece. Si la compartimos, se multiplica.

MEDITATIO:
“No es posible servir a dos señores
     O se sirve a Dios o a las riquezas. La sed del apego a las riquezas no termina nunca. Si tienes el corazón apegado a las riquezas –cuando se tienen tantas – quieres más. Y esto es el dios de la persona que está apegada a las riquezas. (Papa Francisco).
     El camino de la salvación son las Bienaventuranzas: la primera es “la pobreza de espíritu” y si se poseen riquezas son para el servicio de los otros, para compartir, para ayudar a que la gente vaya adelante.  (Papa Francisco).
     El signo de que no estamos “en este pecado de idolatría” es hacer limosna y dar a aquellos que tienen necesidad y no dar lo superfluo, sino aquello que cuesta, alguna privación, porque quizás es necesario para mí. Esto es una buena señal. Esto significa que es más grande el amor hacia Dios que el apego a las riquezas. (Papa Francisco).
     Hagámonos unas preguntas: ¿Doy?  ¿Cuánto doy? ¿Como da Jesús, con la caricia del amor, o como quien paga un impuesto? ¿Cómo doy? Cuando ayudas a una persona, ¿le miras a los ojos? ¿Le tocas la mano? Es la carne de Cristo, es tu hermano, tu hermana. Y tú en ese momento eres como el Padre que no deja faltar la comida a los pájaros del Cielo. Con cuánto amor da el Padre. (Papa Francisco).

ORATIO:
     Imploremos «la sabiduría del corazón», que nos proporciona el sentido de la relatividad de las cosas humanas y, al mismo tiempo, de su importancia como instrumentos de nuestra relación con Dios… que incluye ser sabios en la administración responsable de las realidades de este mundo según la ley de Dios, para nuestra utilidad y para la de los hermanos…

Perdón, Señor, por las veces
que vivimos sin pensar en ti,
que buscamos sólo nuestros intereses.
Que nos olvidamos que vamos a ser juzgados por el amor,
que nos despreocupamos de los demás…
que actuamos como el rico insensato…

CONTEMPLATIO:
     Contempla como el rico propietario se ve obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Sólo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida...
     El dinero puede dar poder, fama, prestigio, seguridad, bienestar..., pero, en la medida en que esclaviza a la persona, la cierra a Dios Padre, la hace olvidar su condición de hombre y hermano, y la lleva a romper la solidaridad con los otros. Dios no puede reinar en la vida de un hombre dominado por el dinero.
     El ser humano está hecho para cultivar el espíritu, conocer la amistad y la ternura, experimentar el misterio de lo transcendente, agradecer la vida, vivir la solidaridad… Es inútil quejarse de la sociedad actual y no buscar soluciones.
     La crisis que estamos viviendo es un "signo de los tiempos" que hemos de leer a la luz del evangelio. Nunca la superaremos sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar, nuestro dinero, nuestro tiempo...

¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente y no se cuida de lo por venir! Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir…
  Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte. Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte. (Tomás de Kempis).


1 comentario:

  1. Alguien del público increpa a Jesús para que medie en una trifulca familiar a propósito de la herencia. Ese “poderoso caballero, don dinero”, cupido de la codicia, es tremendamente seductor, y en las jaulas de sus señuelos han ido cayendo los hombres de todos los tiempos.
    Jesús quiere, más allá de la disputa puntual que aquel suceso le planteó, desenmascarar el torpe chantaje que siempre supone el dios dinero, el ídolo del tener, la falsa seguridad de acumular. La conseja de la parábola de este Evangelio: “túmbate, come, bebe y date buena vida”, la vemos corregida y aumentada, hoy igual que hace veinte siglos, por las consignas hedonistas, a las que nos empujan los adoradores de los nuevos becerros de oro: compre, consuma, cambie, aspire, goce, disfrute...
    No es que Jesucristo y el cristianismo sean tristes y entristecedores, aguafiestas de la vida, pero ponen en guardia ante la propaganda fácil de una felicidad falsa. Se denuncia que poco a poco vayamos creyéndonos todos que el problema de nuestra felicidad depende de lo que tengo y acumulo. El problema viene cuando nos quitamos el disfraz del personaje y emerge la realidad de la persona, el drama viene cuando en el camerino de nuestra intimidad nos quitamos los maquillajes sociales y aparecen las arrugas de nuestra alma que habíamos camuflado bajo tantas apariencias.
    Y cuando los profetas del consumo van llevando nuestra insatisfecha sociedad al jardín de las delicias de dios dinero; y cuando logrado el objetivo propuesto de adquirir o disfrutar de lo que se nos prometía lo último de lo último, seguimos masticando la tristeza y el hastío; y cuando en esta interminable espiral de ansiedad constatamos que nos falta demasiado para vivir felizmente; y cuando entrando al trapo del consumo, del dinero y del placer inhumano, lo que mayormente conseguimos es agobio, vanidad, enfrentamiento, ansiedad, injusticias, deshumanización... etc, entonces miramos los cristianos a Jesús, como aquellos otros hicieron hace dos mil años, y creemos que la única riqueza que no mancha, ni corrompe, ni ofende, ni destruye, es esa de la cual hablaba Él: “no amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios”.
    Entonces, a la luz de este Evangelio, comprendemos que efectivamente Jesús no es rival de lo bueno, ni de lo bello, ni de lo gozoso, pero sí es implacable contra todo intento deshumanizador que pretende comprar y vender la felicidad y la dicha, bajo una bondad, una belleza y una alegría que son falsas, sencillamente falsas.

    + Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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