TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 9 de julio de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 10 DE JULIO, 15º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«ANDA, HAZ TÚ LO MISMO»

Lc. 10. 25-37

            En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo».
       Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?».
       Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto.
       Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 
       Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.
       Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
       ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Otras Lecturas: Deuteronomio 30, 10-14; Salmo 68; Colosenses 1,15-29


LECTIO:
                Hay dos formas  de orar con el relato del buen samaritano.
     La Primera: identificando a Dios con el buen samaritano. Así Dios da más de lo requerido. No solamente cura con delicadeza al hombre apaleado, sino que lo monta en su propia cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida también allí y, por último, se compromete a pagar su estancia.
       Esta primera lectura de la parábola, nos invita a cada uno de nosotros a intentar imitar ese corazón de Dios que siempre da más de lo que el hombre requiere, da sin medida. Así estaremos amando de corazón a nuestros prójimos: los encontremos al borde del camino, o estén en nuestra propia casa, o en nuestro grupo de la parroquia…
     La segunda lectura de esta parábola  es identificarnos con ese hombre medio muerto al borde del camino. Y sentir cómo es Dios mismo, a través de tantos buenos samaritanos que hoy existen: el que se agacha hasta nosotros y quiere sanar nuestras heridas, se queda con nosotros, nos acompaña, nos apoya…
       Es más habitual la primera lectura (identificarnos con el buen samaritano). Pero para sanar a los demás antes hay que sentirse sanado. Para curar en nombre de Dios, antes hay que sentirse curado por Él.
        Si Dios se ha agachado ante ti y te ha curado, ¿por qué no vas a hacerlo tú con tu prójimo? Éste es el camino que lleva a la Vida.

MEDITATIO:
…«¿Y quién es mi prójimo?»
     La parábola del «buen samaritano» le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida con “compasión”. Jesús muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que  — a diferencia del sacerdote y del levita — él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios. (Papa Francisco)
     Dios siempre quiere la misericordia y no la condena hacia todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado. (Papa Francisco).
…«Anda y haz tú lo mismo»
     “Amarás a tu prójimo”. No te apropiarás de las personas para tu utilidad, disfrute o poder. Vivirás acogiendo, acompañando, sirviendo, dando y recibiendo amor. Sin esto la vida queda mutilada y pervertida. Es la convicción más profunda de Jesús.

ORATIO:
     Demos gracias al Señor por el bien que hayamos hecho y pidámosle perdón por las omisiones.

Señor, aumenta mi fe para
que te pueda ver en cada persona que conozco.
Fortalece mi esperanza…
Incrementa mi caridad…
Ayúdame a ser misionero de tu amor…
sacando de la oración la fuerza, el amor  y la alegría.

     Invoquemos al Espíritu Santo, que «da la vida» y es fuente del amor, para que abra nuestros ojos y nos demos cuenta de los necesitados, para que nos inspire las iniciativas adecuadas y dé fuerza de amor a nuestro corazón para llevarlas a cabo. 

CONTEMPLATIO:
«¿Cuál de estos te parece que ha sido prójimo?»
     “Buen samaritano, en efecto, es todo hombre que se detiene al lado del sufrimiento de otro hombre, cualquiera que sea. Y ese detenerse no significa curiosidad, sino disponibilidad”. (“Salvifici doloris” S. J .Pablo II) 
     “Buen samaritano es todo hombre sensible al dolor ajeno, el hombre que -se conmueve- por la desgracia del prójimo. Si Cristo  subraya esta compasión, quiere decir que ésta es importante en todo nuestro comportamiento frente al sufrimiento de los demás. Es necesario, por tanto, cultivar en nosotros esta sensibilidad del corazón, que testimonia la -compasión- hacia el que sufre”. (“Salvifici doloris” S. J .Pablo II)
«El que practicó la misericordia con él»
     El buen samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y misericordioso, el que se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y "con-padeciendo" en sus dolores, sino también haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la parábola.


La compasión libera en el hombre su capacidad de amar. Es un una forma de imitación del gran amor misericordioso de Dios al hombre. En efecto, según una antigua interpretación de la parábola, Jesús es el primero y el principal buen samaritano que tuvo piedad del estado deplorable en que se encontraba la humanidad. Se acercó a los dolores de los hombres que cayeron en manos del príncipe de las tinieblas. Pagó con su misma vida la liberación y la curación de nosotros, los hombres.  (A. Pedro Barrajón)

1 comentario:

  1. Este domingo la Iglesia nos proclama uno de los evangelios que Ch. Péguy calificaba como “desvergonzados” porque parece que Dios pierde la vergüenza al mostrarnos su corazón. De maestro a maestro, un letrado va hasta Jesús, no para apren¬der de Él sino “para ponerlo a prueba”. Un falso interés, vino a desvelar su más crasa ignorancia: “¿quién es mi prójimo?”. Entonces Jesús contará la conmovedora parábola del buen samaritano.
    Hay un hombre malherido, medio muerto por una paliza bandida. Sobre ese cruel escenario van a ir pasando diferentes personajes poniendo de manifiesto la calidad de su amor, la caridad de su corazón. En este ejemplo de Jesús, se puso bien a las claras hasta qué punto la “ley puede matar”, cómo hay cumplimientos que son sólo torpes evasiones: cumplo y miento.
    El último personaje ante el escenario común, será un samaritano, alguien que no entiende de leyes, ni de distingos. Se topa con un pobre maltratado y... no sabe más. Alguien que seguramente jamás se había planteado qué había que hacer para heredar la vida eterna, pero que sería el único de los actores que había entendido la Ley.
    Observemos los verbos empleados: llegó a donde estaba él, lo vio, sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó los gastos... ¿No recuerdan estos verbos las actitudes del pa¬dre de la parábola del hijo pródigo?: estando todavía lejos, le vio su padre, se conmovió, corrió hacia él, se echó a su cuello, le besó efusivamente e hizo fiesta en su honor.
    Aquel samaritano fue para su hermano prójimo lo que este padre para su hijo pródigo. Nosotros, conocedores de la revelación de la misericordia que se nos ha manifestado en Jesucristo, podemos correr el riesgo de no entender nada del cri¬stianismo, si al preguntarnos legítimamente sobre qué hacer para heredar el cielo, lo hacemos evadiéndonos de la tierra, del dolor de Dios que Él quiere sufrir en tantos de sus hijos pobres, enfermos, marginados, torturados, expatriados, asesinados, silenciados... Ser cristiano es tener la entraña de Dios, es decir, vivir con mi¬sericordia. Ser prójimo, en cristiano, es practicar la misericordia con cada próximo, sea quien sea. Y Jesús añadió, y hoy nos añade a nosotros: anda, haz tú lo mismo.
    + Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo

    ResponderEliminar