TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 22 de febrero de 2014

¿Se puede aprender a orar?
P. Pedro Barrajón, L.C.


    
      La oración no es una técnica y sin embargo es útil seguir determinadas reglas para que salga bien. Si mi mente divaga, si mi corazón está lleno de cosas mundanas, si mis afectos me hacen estar demasiado apegado a cosas que no son Dios, entonces me será difícil dedicarme por completo y con fruto a la oración.
     Hay que decir que la oración mental sí se puede aprender pero en cierto sentido cada día hay que volver a empezar. Por ello es muy importante no desanimarse porque a veces se tendrá la impresión del nadador que parece no moverse en el agua y que tiene la impresión de que nunca llegará a la orilla; y esto puede creer en el corazón desazón y descorazonamiento.
     Es muy conveniente conocerse para saber cuáles son los momentos del día en los que con mayor facilidad podemos entrar en oración. De modo normal en la mañana antes de ir al trabajo es un tiempo sereno y tranquilo o en la noche después del trajín del día. A veces incluso a mitad del día en alguna pausa del trabajo. Lo importante es saber ritmar nuestra vida de momentos de oración, hacerla presente en nuestra vida como el aire que respiramos: aprender a rezar antes y después de las comidas, a persignarse cuando se pasa delante de una iglesia, a dedicar un momento al día para leer la Palabra de Dios, a detenerse al medio día para rezar el Angelus, a dedicar un momento de recogimiento antes de comenzar un trabajo, una actividad, un estudio.
     Algo que se puede ir aprendiendo, aunque con mucha paciencia es lo que se llama el recogimiento, es decir, esa actitud de la mente que sabe estar en paz consigo misma, que se prepara para dedicarse a pensar en Dios presente en el alma, a entrar dentro de sí mismos, a tener lo que se llama vida interior. El recogimiento va unido a una cierta compostura o actitud física externa que nos ayude a recordar que Dios está ahí: el cuerpo debe corresponder al fervor del espíritu.
     En definitiva, sí, la oración es un don divino, pero el hombre puede colaborar, puede ir aprendiendo el arte de orar, cada quien según su forma personal de ser, según su imaginación, su tipo de mente, su voluntad, su historia. Orar es algo muy personal. Existen consejos generales pero la mejor forma de aprender a orar es orando, decidiéndose a esa aventura de penetrar en el mundo de Dios, nuestro Creador, nuestro Señor y nuestro Padre.



La oración pide lo mejor de nosotros mismos

     Hemos dicho en las anteriores reflexiones que la oración es un don y es cierto. Sin Dios nada podemos hacer en el orden sobrenatural. Pero al mismo tiempo no menos verdadero es que Dios necesita de nuestra colaboración, del compromiso de nuestras facultades para hacer fructificar el tesoro de sus gracias.
     La oración es un acto humano. Pide la atención de nuestra mente, el empeño de nuestra voluntad, la participación de nuestros afectos, emociones y sentimientos. No podemos dejar que Dios haga sólo la obra de la oración. Los dones naturales y sobrenaturales que Él generosamente nos ha dado deben contribuir a forjar nuestro espíritu de oración. Hay que reconocer que hoy día vivimos en una cultura que nos inclina hacia lo superficial y fácil, a seguir la ley del mínimo esfuerzo y por ello la concentración en la oración, la profundidad de la misma, la atención se ven con frecuencias comprometidas.
     En la oración hemos de poner todo nuestro ser para que el Señor pueda hacer su obra en nosotros. Con frecuencia la falta de progreso en nuestra vida no depende tanto de la acción divina en nosotros, sino de una actitud nuestra más bien perezosa o poco dinámica en donde el Espíritu puede quedar sofocado porque ha caído la palabra divina en terreno poco profundo (Mt 13, 21). Por ello la oración exige lo mejor de nosotros mismos, lo mejor de nuestro tiempo, de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad, de nuestros afectos y sentimientos. Ello exige de parte del hombre una continua purificación de sí mismo y de modo simultáneo una elevación de su ser hacia lo alto. Por ello se dice que la oración se reconoce en el rostro. La persona que ora, sin darse cuenta, se transfigura y también desde un punto de vista humano porque la oración requiere un trabajo sobre sí mismos que eleva al hombre en sus facultades y lo hace ser mejor persona.
     La colaboración que exige la oración puede llegar a elementos muy sencillos y prácticos. El Papa Francisco ha dicho que el amor es concreto. También la oración para que sea eficaz necesita a veces de cosas pequeñas que la van mejorando: anotar, escribir las luces o los puntos de la meditación, adoptar la postura física más conveniente, los momentos y lugares más apropiados.

     Todo esto es un acto de homenaje por nuestra parte al Dios Creador y Salvador con quien entramos en contacto en la oración. La obediencia de la fe que implica toda respuesta a Dios se manifiesta en la disponibilidad del alma a "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela y entrar así en comunión íntima con El" (Cfr. CCC 154).

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