TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 8 de febrero de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 9 DE FEBRERO, 5º DEL TIEMPO ORDINARIO

SAL Y LUZ

Mt. 5. 13-16    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Otras Lecturas: Isaías 58,7-10; Salmo 111; 1 Corintios 2,1-15.


LECTIO:
     Este texto forma parte del Sermón de la montaña. Y es como el punto de unión entre la proclamación de las bienaventuranzas y la exposición novedosa de la Ley por parte de Jesús. Los que viven según las bienaventuranzas se dejan iluminar por la Verdad, saborean y entienden la vida y se convierten en sal y luz para los demás.
     La sal sirve para sazonar los alimentos y preservarlos de la corrupción. El Evangelio, bien entendido y vivido, es lo que da sabor a nuestra vida, cada una de nuestras actitudes y actividades.
     El Evangelio contiene la verdadera sabiduría (sabiduría viene de sabor). El que encuentra esta sabiduría ha encontrado el verdadero tesoro, que se oculta a los sabios de este mundo y se les manifiesta a los pequeños. Cristo es la verdadera sal, que da la auténtica sabiduría. Donde no está Cristo, las cosas no tienen su verdadero sentido ni sabor. Si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ya no sirve para nada, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. El cristiano está para “salar” la tierra, para dar sabor y sentido a la existencia humana.
     La luz es para alumbrar la vida, el camino, la casa. Su finalidad es, sobre todo, alumbrar. El cristiano tiene la misión de ser luz para los demás. Cristo es la luz del mundo. El cristiano, portador de la luz de Cristo, ha de ser testimonio con sus obras y palabras, de la fe que recibió en el bautismo.
     Jesús nos confía la responsabilidad de ser sal, luz, ciudad en lo alto de un monte, a cada cristiano en particular y a la iglesia colectivamente. Tenemos que mostrar el camino, dar sabor y ofrecer un ejemplo en nuestras comunidades
MEDITATIO:
Considera las imágenes utilizadas por Jesús: sal, luz y ciudad sobre un monte. ¿Qué podemos aprender de cada una de ellas en cuanto a la manera de vivir nuestra fe en este mundo?
Si hemos gustado el “sabor” de las bienaventuranzas, la realidad se ve con ojos diferentes. La vida ya tiene otro sabor, otra iluminación.
Los pobres de espíritu, los limpios de corazón, los misericordiosos son los que están preparados para dar otro sentido a la vida propia y a la vida de los otros. El cristiano no es alguien que viva su vida separada de la realidad. Y, ahí, metido en los sucesos diarios, ha de saber ejercer su misión de ser sal y luz.
¿Cómo puedo realizar esta misión? ¿Qué tengo que cambiar en mi vida? Tal vez, en algunas ocasiones, ¿soy sal insípida y luz débil para los demás?
ORATIO:
     Déjate iluminar por la luz de la Palabra. Sazonar por la sal de Jesús. El apóstol Pablo no se avergonzaba de manifestar sus temores y sus angustias.
     Pídele a Dios que te de fuerzas y valentía para ser sal y luz en tu familia, en tu trabajo, en tu comunidad… Dale muchas gracias a Dios por las personas que han sido, y son sal y luz en tu vida.
     Señor, que mis palabras transmitan la Sabiduría de tu Palabra, vivida y transmitida, experimentada y testimoniada.
CONTEMPLATIO:
     Jesús Luz del mundo. Contempla cómo ha iluminado la historia: los sabios, los santos, a todos los que han seguido sus huellas.
     ¿Cómo está Jesús presente en tú vida, en tus acciones… para que seas luz y sal, para iluminar y dar sabor a tu propia existencia y a la vida de los demás?
     La fuerza de la sal está en que no es para sí, sino para ser condimento de la comida. Una persona, un grupo, una comunidad sólo puede ser punto de referencia orientadora si no vive para sí, si va más allá de sí misma.


1 comentario:

  1. En los evangelios de los próximos domingos vamos a ir escuchando el comentario que Jesús mismo hará al sermón de las Bienaventuranzas que escuchábamos el domingo pasado. Será Él quien vaya desarrollando lo que significa una vida dichosa, feliz, bienaventurada, según la lógica de su Buena Noticia.
    La felicidad cristiana, quiere el Señor que se parezca a la sal: para dar sabor, para evitar la corrupción. La bienaventuranza de los cristianos, su dicha, quiere Jesús que se parezca a la luz: para disipar toda oscuridad y tenebrismo. Y esta es la relación que hay entre el evangelio de este domingo y el del domingo pasado. Ciertamente, que hay muchas cosas desabridas en nuestro mundo que dejan un pésimo sabor, o se corrompen. E igualmente constatamos que en la historia humana, la remota y la actual, hay demasiadas cosas oscuras, apagadas, opacas. No es un drama de éste o aquél país, de ésta o aquélla época, sino un poco el fatal estribillo de todo empeño humano cuando está viciado de egoísmo, de insolidaridad, de aprovechamiento, de cinismo, de injusticia, de mentira, de inhumanidad…
    La presencia cristiana en un mundo con tantos rincones desaboridos y oscurecidos, no es un alarde sabihondo. Los cristianos en tantas ocasiones hemos sido protagonistas o al menos cómplices de un mundo tan poco bienaventurado e infeliz. Por eso no es lo que pide el Señor en este evangelio una posición presuntuosa. No pretendemos decir a la gente insípida y apagada: miradnos a los cristianos. Sería arrogante e incluso hipócrita. Nuestra indicación es otra: miradle a Él, mirad a la Luz, acoged la Sal. Es lo que dice Pablo en la 2ª lectura: he venido a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no el mío, y lo he hecho no con ardid humano sino en la debilidad y el temor en los que se ha manifestado el poder del Espíritu (cfr. 2Cor 2,1-4).
    Pero esa Luz y esa Sal que constituyen la Buena Noticia de Jesús, son visibles y audibles cuando se pueden reconocer en la vida de una comunidad cristiana, en la vida de todo cristiano. Ya lo decía Isaías: en ti romperá la luz como aurora, y se volverá mediodía la oscuridad cuando partas tu pan con el hambriento y sacies al indigente (cfr. Is 58,8-10). Jesús nos quiere felices, dichosos, bienaventurados, nos quiere con una vida llega de sabor y plena de luminosidad. Una luz que ilumina toda zona oscura, y una sal que produce un gusto de vida nueva. Es decir, una “luz salada” que puesta en el candelero de una ciudad elevada hace que el testimonio de Dios sea visible y audible, para que quien nos vea y escuche pueda dar gloria a nuestro Padre del cielo (cfr. Mt 5,16).

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

    ResponderEliminar