TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 19 de septiembre de 2014

OFICIO DIVINO, Oración de las horas (iI)

I LA LITURGIA DE LAS HORAS  EN MANOS DE LOS FIELES
Fuente: Liturgia de las horas para los fieles Edición 2002.


6. LA PARTICIPACIÓN DE TODOS LOS BAUTIZADOS EN EL OFICIO, SEGÚN LOS PRINCIPIOS Y NORMAS GENERALES DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

     El segundo documento al que nos hemos referido - los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas -, y que viene a ser como un tratado teológico-normativo sobre la oración de la Iglesia, tiene un amplio capítulo referente al Sujeto de la oración eclesial. Pues bien, en este capítulo, al tratar del sujeto de la oración litúrgica, afirma con claridad meridiana que la Liturgia de las Horas es propia del conjunto de todos los fieles; se dice, en efecto, que "la Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él". "Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y su voces, visibilizan a la Iglesia".    Establecido este principio general, se pasa a describir la participación de cada uno de los grupos y personas - ministros, monjes, religiosos, asambleas de seglares -, sin olvidar ni siquiera la familia, de la que se afirma que "conviene que... recite algunas partes de la Liturgia de las Horas..., con lo que se sentirá más insertada en la Iglesia". También se alude a los que, no pudiendo unirse a una asamblea local, rezan en solitario el Oficio y, con esta oración solitaria, aunque físicamente dispersos por el mundo, logran, con todo, orar con "un solo corazón y una sola alma" y participar así de la oración común, seguramente porque a ellos les sería difícil acudir a la celebración comunitaria.

7. DIVERSIDAD DE FUNCIONES EN LA LITURGIA DE LAS HORAS

     Hasta aquí hemos subrayado que la oración de la Iglesia pertenece no sólo a los clérigos y monjes sino también a los seglares. Insistir hoy en esta realidad es necesario por una doble razón: porque han sido muchos los siglos durante los cuales los laicos han vivido totalmente al margen del Oficio divino, y porque la imagen de la Liturgia de las Horas como propia de sacerdotes y religiosos es la que persevera aún actualmente en muchos de los fieles, incluso en ambientes de laicos muy piadosos. Pero, establecido el principio de que la Liturgia de las Horas "pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia", debemos preguntarnos aún si los laicos tienen, con respecto a la oración litúrgica, exactamente la misma función que los sacerdotes y monjes contemplativos, e incluso si es razonable presentar una edición de Liturgia de las Horas para los fieles cuando, en realidad, la Liturgia de las Horas es siempre para los fieles.
     Para dar respuesta a estos interrogantes y mostrar mejor la naturaleza de la participación de los laicos en la Liturgia de las Horas, hay que empezar recordando que la Iglesia, primer sujeto de la oración litúrgica, es un cuerpo con diversidad de miembros. Aunque todos los fieles sean cuerpo de Cristo y lo sean con los mismos derechos y la misma dignidad, no todos, en cambio, tienen idénticas funciones. Y lo que acontece con el cuerpo de la Iglesia pasa también con la oración de la misma, que es como su respiración. Así como a la respiración del cuerpo contribuyen diversos órganos - pulmones, boca, nariz, etc.-, pero cada uno de ellos contribuye a la respiración común de forma propia y peculiar, así pasa también con la oración de la Iglesia: esta plegaria es tarea común de todos los bautizados, pero en ella algunos miembros participan de manera peculiar o con matices distintos. Porque una cosa es la pertenencia de la oración eclesial a todos los bautizados, otra las maneras o medios de que disponen cada uno de los fieles para participar en esta tarea común, y una tercera aún los medios con que la Iglesia cuenta para que nunca falle en ella la oración perseverante que le confió el Señor.
     Son precisamente estos tres aspectos los que se exponen, con orden y claridad, en los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas. Se empieza por el problema central: la oración eclesial como función propia de todos los bautizados; en segundo lugar se trata de las funciones peculiares de algunos miembros de la comunidad; finalmente, se alude a las maneras de las que se sirve la Iglesia para realizar el ideal de orar con perseverancia.

8. EL PAPEL DE LOS MINISTROS, DE LOS MONJES Y DE LOS LAICOS EN LA LITURGIA DE LAS HORAS

     En el apartado anterior hemos visto ya que en la oración eclesial se da diversidad de funciones. Veamos, pues, en concreto, cuáles sean éstas y a quiénes competa realizarlas. Ello clarificará el papel de los laicos - seglares y religiosos - en la oración litúrgica, que es lo que persigue principalmente esta Presentación.
     Los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas, después de haber afirmado que la oración litúrgica corresponde a todos los bautizados, pasa a tratar del papel de los ministros: a ellos, con respecto a la oración litúrgica, se les asignan tres funciones: la de convocar a la comunidad, la de presidir la plegaria y la de educar a los fieles en vistas a la oración. Como se comprende fácilmente, estas funciones son consecuencia de la ordenación, es decir, de la situación de los ministros en la Iglesia como "signos de Jesucristo". Porque Jesús es quien ha convocado a la Iglesia, comunidad orante -"iba a morir... para reunir a los hilos de Dios dispersos" -, por ello su ministro convoca a los fieles para la oración eclesial; porque es el mismo Señor quien preside la oración de su Iglesia -"donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"-, por ello el ministro de Jesús preside la oración de los cristianos; porque, finalmente, los ministros de la Iglesia son instrumentos de la presencia de Jesús, profeta y maestro de su pueblo, por ello a los ordenados también les compete, como función ministerial propia, educar a los fieles en la oración cristiana. Con esta presentación estamos, pues, muy lejos de aquella visión de los sacerdotes "orando en nombre de la Iglesia", como si ésta se desentendiera de la plegaria común. Obispos y presbíteros tienen, pues, una función muy propia con respecto a la oración litúrgica; pero esta función no los separa de la comunidad orante, sino que los injerta en la misma.
     Junto a esta función ministerial de los obispos y presbíteros, aparece otra - de índole muy diversa - que la Iglesia confía por una parte a los monjes y por otra a los ministros, pero a estos últimos no en virtud de su ministerio, sino por una motivación externa: se trata de la misión de asegurar la perseverancia de la Iglesia en la oración. No resulta difícil a quien lee atentamente el nuevo Testamento advertir que la plegaria asidua es una de las características más propias de las enseñanzas de Jesús: "orar siempre sin desanimarse", "ofrecer continuamente a Dios un sacrificio de alabanza" y otras expresiones análogas se repiten sin cesar, tanto en el evangelio como en las cartas apostólicas. Ahora bien, que todos y cada uno de los fieles puedan dedicarse a la plegaria asidua resulta difícil; por ello, para que la Iglesia no cese en la oración continuada que le encomendó el Señor, se encarga a los monjes la plegaria insistente que al resto de los fieles les resultaría difícil. Se trata, pues, de un papel de suplencia: las comunidades de monjes y monjas "representan de modo especial a la Iglesia orante: reproducen más de lleno el modelo de la Iglesia, que alaba incesantemente al Señor con armoniosa voz, y cumplen con el deber de trabajar, principalmente con la oración, "en la edificación e incremento de todo el cuerpo místico de Cristo y por el bien de las Iglesias particulares". Lo cual ha de decirse principalmente de los que viven consagrados a la "vida contemplativa".
     Una función parecida se encarga también a los obispos y presbíteros: "A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas que cada uno de ellos habrá de celebrarla incluso cuando no participe el pueblo..., pues la Iglesia los delega para la Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño de lo que es función de toda la comunidad, y se mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración de Cristo." Este texto es importante y merece ser subrayado. Es verdad que en él, como en la Mediator Dei y en la Constitución conciliar Sacrosantum Concilium, se habla de una delegación para la oración eclesial; pero, mientras en los primeros documentos se trataba de una delegación que capacitaba para "poder orar en nombre de la Iglesia", dando, por decirlo así, una especial dignidad en vistas a ejercer esta función, aquí se trata de una delegación para suplir a la comunidad y para asegurar que se mantendrá la oración eclesial, por lo menos, a través de algunos de los miembros de la comunidad.
     Digamos aún que, con respecto a la misión de suplencia de los obispos y presbíteros, hay que subrayar que ésta no se deriva - como en el caso de convocar, presidir y educar en vistas a la plegaria - de la ordenación, sino de un encargo extrínseco que les hace la Iglesia. Por ello, a los diáconos casados, a pesar de haber recibido una verdadera función ministerial, no se les obliga a la recitación íntegra de la Liturgia de las Horas, que podría resultarles difícil por sus ocupaciones familiares.

     Situado el papel de los monjes y de los ministros en el interior de una Iglesia toda ella orante -y no como grupo separado que ora aisladamente "en nombre de la Iglesia"-, se capta perfectamente el papel de los laicos con referencia a la oración litúrgica: los laicos, que son la mayoría del cuerpo eclesial, son los principales destinatarios de la oración litúrgica. Los ministros ordenados, en cambio, y los monjes rezan la Liturgia de las Horas en función de todos los fieles: los ministros, ejerciendo el servicio de "signos del Señor", que ora en la comunidad y preside la oración de los fieles; los monjes, como levadura de oración asidua, para que la Iglesia entera - repitámoslo una vez más, formada principalmente por laicos - fermente toda ella en oración y se convierta cada vez más en comunidad orante.

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