TIEMPO LITÚRGICO

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jueves, 11 de septiembre de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 14 DE SEPTIEMBRE, 24º DEL TIEMPO ORDINARIO EN LA FESTIVIDAD DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

«DIOS ENVIÓ A SU HIJO PARA QUE EL MUNDO SE SALVE POR ÉL»

Juan 3, 13-17
     En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”

Otras Lecturas: Números 21,4b-9; Salmo 77; Filipenses 2,6-11.

LECTIO:
     En el Evangelio de Juan, Jesús está hablando con Nicodemo, un maestro de la Ley que fue a ver a Jesús de noche, y por eso usa textos del Antiguo Testamento para explicarle. Jesús es el que ha venido del cielo, Él es el único que conoce al Padre y su designio salvador.
     Este diálogo es un monólogo o explicación que Jesús ofrece. Por lo tanto hay que entenderlo en todas sus expresiones.
Lo importante aquí es el tema de la “vida eterna”. Quien crea en Jesús, tendrá vida eterna. Esta expresión, es lo que estaba buscando en el fondo Nicodemo. El Hijo del Hombre, es la expresión mesiánica que Jesús se atribuye a sí mismo. Es para dar a entender quién es Él.
Es posible que el Evangelista Juan ponga en labios de Jesús una síntesis de la historia de la salvación, porque en realidad eso es. Y es curioso el uso de los verbos en pasado. Tanto “amó” Dios al mundo que “entregó” a su Hijo único. Y la insistencia es “para que quien crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Es el testimonio mismo de Jesús, el único que ha bajado del cielo, y por lo tanto es el único que está en condiciones de revelar el amor de Dios con la obediencia a su plan de dejarse sacrificar como único holocausto agradable al Padre, para salvarnos y liberarnos a los seres humanos de la muerte eterna.
     El final de este breve texto es muy claro, Dios no envió a Jesús para juzgar ni condenar, sino que lo envió para salvar a todos los que crean en Él, y sobre todo en su humillación en la cruz, que para los cristianos, después de la resurrección, es la victoria final sobre el pecado y la muerte.
     Se puede recibir o rechazar este amor de Dios por medio de la fe. Y este texto está puesto para aumentar nuestra fe en el Señor, en su salvación obtenida de una vez para siempre en la victoria que consiguió para nosotros en el “carro victorioso de la cruz” (como dicen los Padres de la Iglesia). Es en esa cruz, como la entrada triunfal después de la gran batalla con el enemigo. En que podemos sentirnos todos también victoriosos. Pues Cristo ya ganó la batalla para todos.

MEDITATIO:       
     Este misterio revela el gran amor que Dios nos tiene. Es el hijo que nos es dado, “para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”, este hijo a quien nosotros hemos rechazado y crucificado. Pero justamente en este rechazo de nuestra parte, Dios nos ha manifestado su fidelidad y su amor que no se detiene ante la dureza de nuestro corazón. El actúa a pesar de nuestro rechazo y desprecio (cfr. Hechos 4,27-28), permaneciendo siempre firme en realizar su plan de misericordia: “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
 ¿Cuál es mi relación personal con Jesús? ¿Me doy cuenta que en mi oración puedo encontrarme con Él para que me instruya, me guíe, me oriente y yo pueda seguirlo?
 ¿Acepto que Jesús se ofreciera en la Cruz por mí? ¿Qué implica esta aceptación?
  ¿Me doy cuenta que Jesús sin su Cruz redentora no sería igual? ¿Acepto la cruz? ¿Proclamo a Jesús victorioso desde la Cruz?   ¿Entiendo que el amor misericordioso de Dios Padre, fue entregar a su Hijo Único Jesús, el Cristo, para que obtuviéramos la redención?

.ORATIO:
     Padre, hoy nos postramos ante la cruz de tu hijo para implorar por nuestra salvación. Que por fe y no por razonamiento entendamos que tú nos amas hasta lo infinito y que nos quieres felices y que vivamos para siempre contigo. Que sepamos reconocer nuestras cruces y hagamos lo imposible para que esta no nos agobie y condene sino que nos transforme y salve.

CONTEMPLATIO:
     Quien se habitúa a negarse a sí mismo por amor a Cristo en esos pequeños o grandes actos que le exige el cumplimiento de los propios deberes familiares, sociales, profesionales, o estudiantiles, avanza con pasos de gigante en el camino de la imitación de Cristo, y por lo tanto va siendo testigo del amor divino. La renuncia de sí mismo no es sino el abrir más espacio en nuestra alma para la invasión del amor de Dios. No hay alegría comparable con el gozo que comunica el amor sobrenatural que anima todos los actos de un alma. Siempre debemos tener muy claro que no hay verdadero amor sin renuncia; cuanto más auténtico sea el propio sacrificio, tanto más auténtico será el amor y la felicidad.

1 comentario:

  1. La costumbre de venerar la Santa Cruz se remonta a las primeras épocas del cristianismo en Jerusalén. Esta tradición comenzó a festejarse el día en que se encontró la Cruz donde padeció Nuestro Señor.
    La Iglesia en este día celebra la veneración a las reliquias de la cruz de Cristo en Jerusalén, tras ser recuperada de manos de los persas por el emperador Heráclito (siglo VII). Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso cargar una cruz hasta su primitivo lugar en el Calvario, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto puso el madero al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó paralizado. El patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la cruz en el sitio donde antes era venerada.
    Los fragmentos de la santa Cruz se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos los fieles veneraron las reliquias con mucho fervor, incluso, se produjeron muchos milagros. Para evitar nuevos robos, la Santa Cruz fue partida. Una parte se llevó a Roma, otra a Constantinopla; una se dejó en Jerusalén y una más se partió en pequeñas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero.

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