( V )
+Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
4. Una espiritualidad
verdaderamente eucarística
…comentar sucintamente:
Los que aceptaron sus palabras (las de Pedro) se
bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas. Y
perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción
del pan y en las oraciones. (Hch 2,
41-42)
Tal
comunidad vivía del “día del Señor”, perseverando en sus “asambleas”
donde los apóstoles enseñaban cuanto Jesús les había enseñado a ellos, todos
compartían los dones de Dios, singularmente la “Eucaristía” (fracción
del pan) y las “oraciones” (vida litúrgica de la comunidad). Esta era una “Ecclesia de Eucaristía” y
era una Iglesia de testimonio, caridad fraterna y evangelización hasta el
martirio. Es la Iglesia que vemos, siglos más tarde (sobre
el año 304),
reflejada en el testimonio de los mártires de Abitene (Tunez;
actas de Saturnino y compañeros mártires; PL 8, 707, 709-710): “no podemos vivir sin domingo” (es
decir, sin celebrar con la cena del Señor el día del Señor), es el modelo de Comunidad cristiana que
el beato Juan Pablo II nos presentó con fuerza en sus encíclicas “Dies
Domini” y “Eccesia de Eucaristía”.
Es la
Iglesia de Cristo, que vive de Él, de su Don, porque ya nos amonestó: “sin
mí no podéis hacer nada” (Jn 15,
5). Es la
Iglesia “discípula” que sigue al Maestro, es la Iglesia “sarmiento”, que se
nutre de la vida de la “cepa”, que es siempre Cristo. Y por eso puede ser la
Iglesia del “martirio” y de la epopeya evangelizadora. La pobre, que hace
ricos; la débil, que vence a los fuertes. Ella sabe que la Liturgia,
singularmente la Eucaristía, es “fuente y cumbre” (SC 10
y par) de su
ser y misión.
Esta no
es una Iglesia ritualista ni de sacristía, lo que no es tampoco es una comunidad pelagiana ni
activista. Es la Iglesia que no pierde el ánimo ni en
la persecución ni en la adversidad, la que no se acobarda ni por su debilidad ni, tan
siquiera, por el pecado de sus hijos, pues sabe tener su fuerza en la
omnipotencia divina que se manifiesta especialmente en el perdón y la
misericordia y que es mucho más fuerte que los grandes de este mundo. Por eso
es una Iglesia a la vez muy humilde, pero que no escatima nada a la gloria de
Dios. Humilde, pero libre para ser positiva y propositiva, convencida de tener
“algo” que aportar, algo único, insustituible y necesario. Una Iglesia humilde
y dispuesta a acoger y tratar con todos, porque tiene clara su identidad y está
dominada por la gratitud a Dios.
Conclusión
…estoy
convencido totalmente que sólo en la Eucaristía y en las demás acciones
litúrgicas podemos hacernos cristianos, podemos ser Iglesia del Señor. Es el reto de toda la
Iglesia, donde sus Obras Eucarísticas y
muchas almas tocadas por la gracia de Dios, están llamadas a jugar un papel
clave y determinante en el presente y futuro de la Iglesia.
Posiblemente
caminamos hacia tiempos de un mayor y dramático despojamiento de las raíces
cristianas de nuestra civilización. Tiempos en que no podremos esperar ninguna
ayuda de las instituciones económicas y políticas, tiempos de aislamiento
cultural, tal vez, hasta de abierta persecución. Pero no tenemos que
acobardarnos ni desanimarnos, tenemos que convertirnos, a Cristo y
a su Evangelio. No podemos ser ni tibios ni mediocres.
La
solución no es llegar a un “compromiso” no es “hacernos soportables”, no es
adecuarnos a sus Principios, hemos de llegar a parecer, tal vez “escándalo” y
“locura”, eso fue para el mundo judío y pagano la Cruz, pero no dejó de ser en
verdad, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Estoy
seguro que sólo así tendremos futuro y podremos servir a la salvación de los
hombres. La adoración es la síntesis de todo esto que estoy diciendo. Adorar es
postrarse y decir “serviam”, CREO, AMO, ESPERO. La verdadera adoración, como hemos
tratado de presentarla en estos rápidos retazos, nos muestra la verdad
del ser humano y de su vocación, es por ello fuente
de libertad y justicia y causa de felicidad verdadera. La adoración proclama
la presencia de Dios, operante siempre en el mundo y llamada
constante a la conversión y la vida. La adoración es pregusto de Cielo y aviva la tensión escatológica y la
esperanza de cada ser humano y de la entera Sociedad.
Nunca
fue tan urgente adorar, profesión de fe que abarca a toda la persona y toda su
vida, el “Año de la Fe”, que hemos comenzado ha de ser ocasión, como este 50
aniversario que celebramos, de seguir profundizando sobre estas cuestiones
esenciales de nuestra vida personal y de la vida de la Iglesia. Gracias.
¡Viva
Jesús sacramentado!
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