TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 22 de agosto de 2014

Adoración Eucarística y Sagrada Escritura
(III)
            Por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de San Sebastián en la Conferencia internacional de Adoración Eucarística, celebrada en Roma, del 20-24 junio 2011

“Proskynesis” y “ad-oratio”
     Vuelvo de nuevo al encuentro de la JMJ de Colonia, ya que en él encontramos un riquísimo filón de reflexiones. Pues bien, en la celebración eucarística dominical de clausura, Benedicto XVI aprovechó para hacer una inolvidable catequesis sobre la adoración. (¡He aquí un ejemplo emblemático de la Pastoral Juvenil “fuerte”, a la que me he referido al inicio de esta charla!). Partiendo del hecho de que la Eucaristía es la actualización del Sacrificio de Cristo, el Papa afirma:
     «Esta primera transformación fundamental, de la violencia en amor, de la muerte en vida, lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo: sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, como hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra "adoración" en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión; el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que “libertad” no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos; verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aún cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra sólo será posible en el segundo paso que nos presenta la Última Cena. La palabra latina para adoración es ad-oratio; contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque Aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser».
     Vamos a servirnos en este momento de la conferencia, de la reflexión etimológica que el Papa Benedicto XVI realiza sobre el término adoración, según sus acepciones griega y latina.

A) Proskynesis: En la adoración, la santidad y la grandeza de Dios tienen algo de abrumador para la criatura, que se ve sumergida en su nada. Frente a la inmensidad de Dios y frente a su santidad, nos admiramos y maravillamos en su presencia, y reconocemos nuestra pequeñez e indignidad…
B) Ad-oratio: Pero, por otro lado, tiene lugar también una segunda experiencia complementaria, inseparable de la anterior: Nos conmovemos por el hecho de que un Dios infinitamente superior a nosotros se haya fijado en nuestra pequeñez, y nos ame con ternura… La adoración es la expresión de la reacción del hombre sobrecogido por la proximidad de Dios, por su belleza, por su bondad y por su verdad.
     Ejemplos de la actitud de adoración, bajo la perspectiva de la proskynesis, los podemos observar en textos bíblicos como el del profeta Ezequiel impactado por la gloria de Yaveh (Ez 1, 27-28), o el de Saulo ante la aparición de Cristo resucitado. Leamos este último:
     «Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió: ¿Quién eres, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin beber y sin comer» (Hch 9,3-9)
     Por otra parte, un ejemplo de la actitud de adoración bajo la segunda perspectiva, la ad-oratio, lo encontramos en el texto bíblico de la adoración de los Magos de Oriente al Niño Dios:
     «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron…» (Mt 2,11). La trascendencia infinita de Dios está “contenida” y “escondida” en la débil humanidad de aquel niño de Belén. Dios Padre envía su “beso” de amor a la humanidad en la ternura de ese niño. La única respuesta adecuada por nuestra parte es devolver ese beso a Dios, en el acto de la adoración. El gesto que tradicionalmente realizamos en Navidad al besar la imagen del Niño Dios, es una de las expresiones más significativas de esa ad-oratio a la que se refiere el Papa. La adoración no es sólo sumisión, sino que también se traduce en un misterio de “comunión” y de “unión”.
     Comentando el pasaje bíblico del “Evangelio de la Infancia” de San Mateo, el Papa Benedicto XVI hizo el siguiente comentario durante la adoración eucarística de la JMJ de Colonia:
     «Queridos amigos, ésta no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, Él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros “se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo” (cf. Jn 12,24). Él está presente, como entonces en Belén. Y nos invita a esa peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación del espíritu, y pidámosle a Él que nos guíe».
     Pero tengamos en cuenta que estas dos facetas o perspectivas de la adoración, la proskynesis y la ad-oratio, no se dan por separado, sino que se integran en el mismo acto de adoración. Dicho de otro modo, la adoración es algo sencillo y complejo, al mismo tiempo: cuanto más nos acercamos a Dios, la adoración es más simple, hasta el punto de que la proskynesis y la ad-oratio se confunden y se identifican. En la adoración se integran plenamente el “santo temor de Dios” y el “amor a Dios”, como una sola y misma realidad.

     Por el contrario, en la medida en que nuestro pecado nos mantiene lejos de Dios, esos dos aspectos - proskynesis y ad-oratio - pueden llegar a experimentarse de una forma discordante, e incluso contradictoria. Por ello, es importante que recurramos a la Sagrada Escritura, como escuela de adoración. En ella aprendemos que la adoración es la expresión del hombre impresionado por la proximidad de Dios. En efecto, la adoración es conciencia viva de nuestro pecado, confusión silenciosa (Job 42, 1-6), veneración palpitante (Sal 5,8), homenaje jubiloso (Sal 95,1-6)… 

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