TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 19 de mayo de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE MAYO, EN LA SOLEMNIDAD DE LA PASCUA DE PENTECOSTÉS.


El auxilio divino



Juan 14:15-16, 23b-26     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros. El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Otras lecturas: Hechos 2:1-11; Salmo 103; Romanos 8:8-17

LECTIO:
     Volvemos a escuchar el pasaje del evangelio que leímos hace dos semanas, junto con dos versículos anteriores (15-16) de este mismo capítulo. La doctrina es tan importante que Jesús la repite para ayudar a sus primeros discípulos a recordarla y a ponerla en práctica. En la actualidad, también nosotros tenemos otra oportunidad de considerar el significado de las palabras de Jesús. Les pide a los discípulos que le quieran. Podrías pensar que resulta fácil decir ‘sí’. Pero Jesús deja bien claro que amarle implica mucho más que pronunciar una simple palabra. A los ojos de Jesús, el amor tiene unas consecuencias muy prácticas y adopta la forma de obediencia a sus mandamientos.
     Sigue Jesús con una sorprendente sorpresa para todo aquel que le obedece. El Padre y Jesús mismo vendrán y vivirán con él. Jesús no explica con exactitud cómo será ese ‘vivir con él’, pero indica con toda certeza que se trata de una relación personal muy especial y muy íntima.
En este punto, Jesús aclara que estas palabras no son idea suya. Esta enseñanza procede directamente de Dios Padre, lo cual es igualmente verdadero respecto a todas las demás palabras de Jesús.
     Jesús les habla a continuación del ‘abogado’, al que manifiesta como Espíritu Santo. A veces, mientras que profundizamos en nuestras relaciones con Jesús y con el Padre, pasamos por alto al Espíritu Santo. Pero él desempeña un papel fundamental en nuestra relación con Jesús. En la lectura de hoy se nos manifiesta como maestro y abogado, auxilio para los discípulos, que les recuerda la enseñanza de Jesús y les ayuda a entenderla y a vivirla.
     Tal vez el Espíritu Santo sea en otro sentido ‘abogado’, ‘auxilio’ de Jesús mismo. Continúa la obra comenzada por Jesús en las vidas de los primeros discípulos y en nosotros en la actualidad, ahora que Jesús ha vuelto al Padre.
     Jesús también les repite a los discípulos que pedirá al Padre que envía al Espíritu Santo para ayudarlos después de que él vuelva al cielo, y les promete que el Espíritu Santo permanecerá con ellos para siempre.

MEDITATIO:
 Considera el papel que desempeña el Padre en este pasaje.
¿Qué palabras de Jesús en las lecturas de hoy te causan mayor impacto?
¿Cómo respondes a la relación entre amor y obediencia?
¿Encuentras que algunos aspectos de la enseñanza de Jesús son difíciles de obedecer y de llevar a la práctica en tu vida? ¿Qué puedes hacer al respecto?
Considera la importancia del Espíritu Santo en tu vida cotidiana. Lee Romanos 8:1- 17. Piensa en lo que este pasaje significa para ti.

ORATIO:
     Hoy recordamos la manera portentosa en que los primeros discípulos se llenaron del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Con actitud de oración, lee Hechos 2:1-11 y da gracias a Dios por haber enviado al Espíritu Santo como abogado nuestro.
     Cada día de esta semana, pídele al Espíritu Santo que vuelva a llenarte y te ayude a vivir de una manera que agrade a Jesús. Sólo con la ayudad del Espíritu Santo podemos amar obedientemente y servir a Jesús.

CONTEMPLATIO:
     “Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud que os lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que os hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo ‘¡Abba!, ¡Padre!’” Romanos 8:15.
Considera el increíble privilegio de poder llamar Padre nuestro a Dios Todopoderoso, y lo que significa ser hijos suyos.


1 comentario:

  1. Completamos el tiempo de la Pascua que nos ha ido alargando en estos cincuenta días ese canto de victoria que ha puesto en nuestros labios un aleluya rendido. Así hemos llegado al domingo de Pentecostés. No sin antes haber recorrido las grandes etapas de la vida del Señor al compás de la liturgia. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor. Impresiona sobremanera el ver que esta “última Palabra” que Dios envía, la de su Hijo, sea dicha con tanta precariedad. Porque no será este hablar postrero de Dios una Palabra apabullante y tumbativa, sino humilde y libre como todas las suyas. Acampó su Palabra en nuestras tierras condenadas a tantos exterminios, y abrió su Tienda para encontrarse con noso¬tros en el Encuentro más estremecedor y decisivo, a fin de estrenar la felicidad, la verda¬dera humanidad y la dicha bienaventurada de un amor sin precio ni ficción.
    ¿Podemos tener acceso a cuanto dijo Jesús en su arameo, en su oriente medio, hace tantos años ya? Aquí nos lo jugamos todo. Porque este «todo» se reduce a saber si aquello que ocurrió entonces, es posible que vuelva a suceder hoy, aquí y ahora. Y Pentecostés es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la Palabra y la Presencia de Jesús.
    Así lo prometió Él: “os he dicho todo estando entre vosotros, pero mi Padre os en¬viará al Espíritu Santo para que os enseñe y os recuerde todo lo que yo os he dicho”. Esta ha sido la promesa cumplida de Jesús. Y la historia cristiana da cuenta que en todo tiempo, en cada rincón de la tierra, y en todas las len¬guas, Jesús se ha hecho presente y audible cuando ha habido un cristiano y una comuni¬dad que ha dejado que el Espíritu Santo enseñe y recuerde lo que el Padre nos dijo y mos¬tró en Jesús.
    El Espíritu prometido por Jesús, nos hace continuadores de aquella maravilla, cuando hombres asustados y fugitivos pocos días antes, comienzan a anunciar el paso de Dios por sus vidas en cada una de las lenguas de los que les escuchaban. Quiera Dios que podamos prolongar tal Acontecimiento, siendo portadores de otra Presencia y portavoces de otra Palabra, más grandes que las nuestras, si consentimos que también en nosotros el Espíritu enseñe y recuerde a Jesús, de modo que podamos ser tes¬tigos de su Reino, de la Bondad y Belleza propias de una nueva creación, en donde la vida de Dios y la nuestra pueda brindar en copa de bienaventuranzas. Es la brisa de Dios, que como un dulce susurro nos permite atisbar el mundo nuevo que por su gracia amanece cada día.

     Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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