La bendita
vergüenza de la confesión
Roma, 29 de abril de 2013,
Francisco pp.
El confesionario no es
ni una “lavandería” que elimina las manchas de los pecados, ni una “sesión de
tortura”, donde se infligen golpes. La
confesión es, más bien, un encuentro con Jesús donde se toca de cerca su
ternura. Pero hay que acercarse al sacramento sin trucos o verdades a
medias, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados con aquella “bendita
vergüenza”, la “virtud del humilde” que nos hace reconocernos como pecadores.
Una
reflexión sobre la primera carta de San Juan (1, 5-2, 2), en la que el apóstol
«se dirige a los primeros cristianos, y lo hace con sencillez: “Dios es luz y
en Él no hay tiniebla alguna”. Pero “si decimos que estamos en comunión con
Él”, amigos del Señor, “y andamos en tinieblas, somos mentirosos y no
practicamos la verdad”. Y a Dios se le debe adorar en espíritu y en verdad».
“¿Qué quiere decir –preguntó el papa–,
caminar en la oscuridad? Porque todos tenemos oscuridad en nuestras vidas,
incluso momentos en los que todo, incluso en la propia conciencia, es oscuro,
¿no? Caminar en la oscuridad significa estar satisfecho consigo mismo. Estar
convencidos de no necesitar salvación. ¡Esas son las tinieblas!”.
Y, continuó, “cuando uno avanza en este
camino de la oscuridad, no es fácil volver atrás. Por lo tanto, Juan continúa,
tal vez esta manera de pensar lo ha hecho reflexionar: “Si afirmamos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en
nosotros”. Miren sus pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos.
Este es el punto de partida”.
“Si confesamos nuestros
pecados –dijo el papa–, Él es fiel, es justo tanto para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad. Y se presenta a nosotros, ¿no es así?,
este Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona. Cuando el Señor nos
perdona hace justicia. Sí, hace justicia primero a sí mismo, porque Él ha
venido a salvar, y cuando nos perdona hace justicia a sí mismo. «Soy tu
salvador» y nos acoge”.
Lo hace en el espíritu del Salmo 102: “Como un padre es tierno con sus hijos, así
es el Señor, y tierno con los que le temen”, con los que vienen a Él. La
ternura del Señor. Siempre nos entiende, pero no nos deja hablar: Él lo sabe
todo. «No te preocupes, vete en paz», la paz que sólo Él da”.
Esto es
lo que “sucede en el sacramento de la reconciliación. Tantas veces –dijo el
papa–, pensamos que ir a la confesión es como ir a la lavandería. Pero Jesús en
el confesionario no es una lavandería”.
La confesión «es un
encuentro con Jesús que nos espera como somos. “Pero, Señor, mira, yo soy así”.
Estamos avergonzados de decir la verdad: hice esto, pensé en aquello. Pero la vergüenza es una verdadera virtud
cristiana, e incluso humana. La capacidad de avergonzarse: no sé si en
italiano se dice así, pero en nuestra tierra a los que no pueden avergonzarse
le dicen “sinvergüenza”. Este es uno sin “vergüenza”, porque no tiene la
capacidad de avergonzarse. Y avergonzarse es
una virtud del humilde».
El
papa Francisco retomó la carta de san Juan. Estas
palabras, dijo, que nos invitan a confiar: “El
Paráclito está de nuestro lado y nos sostiene ante el Padre. Él sostiene
nuestra vida débil, nuestro pecado. Nos perdona. Él es nuestra defensa,
porque nos sostiene. Ahora, ¿cómo debemos ir hasta el Señor, así, con nuestra
realidad de pecadores? Con confianza, incluso con alegría, sin maquillaje.
¡Nunca debemos maquillarnos delante de Dios! Con la verdad. ¿Con vergüenza?
Bendita vergüenza, esta es una virtud”.
«Jesús
nos espera a cada uno de nosotros, reiteró citando el evangelio de Mateo
(11, 25-30): “Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados”,
incluso del pecado, “y yo les daré descanso. Lleven sobre ustedes mi yugo, y
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Esta es la virtud que
Jesús nos pide: la humildad y la mansedumbre».
“La humildad y la mansedumbre –prosiguió
el papa–, son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano siempre va así,
en la humildad y en la mansedumbre. Y Jesús nos espera para perdonarnos. ¿Puedo
hacerles una pregunta?: ¿ir ahora a confesarse, no es ir a una sesión de
tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él.
¿Y Él me espera para golpearme? No, sino con ternura para perdonarme. ¿Y si
mañana hago lo mismo? Vas de nuevo, y vas, y vas, y vas… Él siempre nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta
mansedumbre”.
El papa invitó a confiar en las palabras
del apóstol Juan: “Si alguno ha pecado, tenemos un Paráclito ante el Padre”.
Y concluyó: “Esto nos
da aliento. Es bello, ¿no? ¿Y si tenemos vergüenza? Bendita vergüenza porque
eso es una virtud. Que el Señor nos dé
esta gracia, este valor de ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es la luz. Y no con la
oscuridad de las verdades a medias o de las mentiras delante de Dios”.
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