Transfiguración del Señor
Benedicto XVI, pp.
Benedicto XVI, pp.
Queridos hermanos y hermanas:
En el, segundo
domingo de Cuaresma, prosiguiendo el camino penitencial, la liturgia, después
de habernos presentado el domingo pasado el evangelio de las tentaciones de
Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento
extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el misterio
pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo
transfigurado anticipa la gloria de la
Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte
con nosotros incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de Dios,
que diviniza nuestra humanidad. De este modo, podríamos decir que estos dos
domingos son como dos pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la
Cuaresma hasta la Pascua, más aún, toda la estructura de la vida cristiana, que
consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.
El monte
-tanto el Tabor como el Sinaí- es el lugar de la cercanía con Dios. Es el
espacio elevado, con respecto a la existencia diaria, donde se respira el aire
puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en la presencia
del Señor, como Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan
con él del "éxodo" que le espera en Jerusalén, es decir, de su
Pascua.
La
Transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en
Dios, se une íntimamente a él, se adhiere con su voluntad humana a la voluntad
de amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de
su ser: él es Dios, Luz de Luz. También el vestido de Jesús se vuelve blanco y
resplandeciente. Esto nos hace pensar en el Bautismo, en el vestido blanco que
llevan los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz,
anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el
símbolo de las vestiduras blancas (cf. Ap 7,9.13).
Aquí está el
punto crucial: la Transfiguración es
anticipación de la resurrección, pero esta presupone la muerte. Jesús
manifiesta su gloria a los Apóstoles, a fin de que tengan la fuerza para
afrontar el escándalo de la cruz y comprendan que es necesario pasar a través
de muchas tribulaciones para llegar al reino de Dios. La voz del Padre, que
resuena desde lo alto, proclama que Jesús es su Hijo predilecto, como en el
bautismo en el Jordán, añadiendo: «Escuchadlo» (Mt 17,5). Para entrar en la
vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirlo por el camino de la cruz,
llevando en el corazón, como él, la esperanza de la resurrección. Spe salvi,
salvados en esperanza. Hoy podemos decir: «Transfigurados en esperanza».
Dirigiéndonos
ahora con la oración a María, reconozcamos en ella a la criatura humana
transfigurada interiormente por la gracia de Cristo, y encomendémonos a su guía
para recorrer con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma.
En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a contemplar
a Cristo, transfigurado en el monte Tabor, para que, iluminados por su palabra,
podamos vencer las pruebas cotidianas de la vida y ser en medio del mundo
testigos de su gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario