TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 2 de febrero de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 3 DE FEBRERO, 4º DEL TIEMPO ORDINARIO




Lucas 4:21-30    En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
     Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.
     Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio».
    Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Otras lecturas: Jeremías 1:4-5, 17-19; Salmo 70; 1 Corintios 12:31-13:13

LECTIO:
     La lectura de esta semana es la continuación del pasaje que comenzamos el domingo pasado. Seguimos en la sinagoga de Nazaret, pero el ambiente ha cambiado radicalmente. De la admiración que provocaban las hermosas palabras de Jesús (versículo 22), la comunidad pasa a llenarse de ira, y lo conduce fuera de la ciudad con intención de arrojarle de lo alto del monte (versículos 28-29).
     Aunque se produjo admiración ante la doctrina de Jesús y su llamativa pretensión de ser el cumplimiento de la profecía de Isaías –declararse Mesías-, no hubo fe ni aceptación por parte del pueblo. No podía aceptar así por las buenas que el hijo de un carpintero y el Mesías fueran a un tiempo la misma y única persona. Jesús les recordó lo que les había pasado a Elías y a Eliseo. También estos dos grandes profetas sufrieron la falta de fe de su propio pueblo.
     Elías fue el primero de los grandes profetas a quien Dios dio el encargo de recobrar a su pueblo. Elías profetizó una sequía al rey Ahab. Cuando comenzaron los tres años de sequía, Dios se valió de unos cuervos, animales impuros, y de una extranjera para salvar a Elías. La viuda de Sarepta se fió de la palabra de Elías y, gracias a ella, Dios salvó al profeta. Nadie de Israel le auxilió.
     Eliseo, el profeta sucesor de Elías, curó de una terrible enfermedad de la piel a Naamán, general del ejército sirio. Naamán hizo lo que Elías le había mandado hacer, aunque le parecía una necedad. Quedó completamente curado, y creyó.
     No es de extrañar que las palabras de Jesús enfurecieran a las gentes de Nazaret. Les hirió profundamente que les comparase con los incrédulos Israelitas de tiempos de Elías y Eliseo. Por eso decidieron librarse del problema matando a Jesús.
Los asistentes de la sinagoga eran judíos religiosos, que observaban el sábado, pero no eran gente de fe y por eso rechazaron a Jesús. Solamente veían en Jesús a un ‘mozo del pueblo’, no al Salvador de la humanidad, y desperdiciaron la oportunidad de convertirse en discípulos suyos.

MEDITATIO:
¿Qué podemos aprender de este pasaje sobre el tipo de fe que Jesús anda buscando? No basta con asistir a la iglesia y escuchar el sermón sin espíritu de fe.
 ¿Qué podemos aprender de los dos ejemplos que presenta Jesús: la viuda y Naamán? Puedes leer sus historias en 1 Reyes 17:8-16 y 2 Reyes 5:1-14.
 ¿Qué te puede ayudar a que crezca tu fe? ¿Cómo podemos llevar a la práctica el tipo de fe que busca Jesús?

ORATIO:
     Reza recitando los versos del Salmo 70. Pídele a Dios ocasiones para decirles a los demás lo maravilloso que es y cómo te ha ayudado...

CONTEMPLATIO:
     Lee varas veces 1 Corintios 12:31 - 13:13. Mientras te sientas en presencia de Dios, deja que él te revele con ternura en qué aspectos de tu vida puede desear que crezcas: en fe, en esperanza o amor.
     Considera las sorprendentes palabras de Dios al profeta, en Jeremías 1:4-5, 17-19.
¿Qué palabras te impresionan más? ¿Qué puede querer decirte Dios a ti?      


1 comentario:

  1. El domingo pasado dejamos a Jesús en la Sinagoga de Nazaret, la pequeña aldea de casi toda su vida. Volvió allí con sus discípulos, tal vez para descansar, saludar a su Madre y parientes. En este fugaz regreso descubrió la indiferencia llena del prejuicio de sus paisanos hacia su Persona. Era sin duda duro advertir miradas extrañas en quienes le vieron crecer allí mismo. Así, puesto de pie, Jesús dirá aquella frase que se ha hecho célebre hasta pasar a nuestros refraneros populares: nadie es profeta en su tierra.
    ¿Cuál era la dificultad de los nazaretanos respecto de Jesús? Precisamente una familiaridad que les impedía reconocer en Él a alguien más que al hijo del carpintero, el de la Señora María. Creían conocer a quien, en el fondo, desconocían profundamente. Decimos en castellano ese dicho hermoso: “Del roce nace la querencia”. Pero ya se ve que no todo ni siempre es así: podemos querer a quienes no podemos tocar por la distancia, e ignorar calamitosamente a quien a diario vemos y tratamos. Viene a la memoria la pregunta decisiva de Jesús a sus discípulos: ¿qué dice la gente de mí? ¿y vosotros, quién decís que soy yo? Es una pregunta que se nos puede hacer hoy a nosotros también.
    Los nazaretanos conocían a Jesús como se conoce a un paisano, a alguien del barrio. Nosotros lo podemos conocer desde el barniz de las pinturas, el escorzo de algunas imágenes, o las literaturas que nos hablan de Él. Para no pocos, éste sería el barrio o el paisanaje en su conocimiento de Jesús. Podemos decir que queda un halo cultural que nos permite saber de Él algunas cosas comunes, quizás algunas cosas más de las que conocían sus paisanos. Ellos recordaban de Jesús lo que habían visto en su mocedad mientras crecía en el pueblo. Nosotros podemos recordar lo que hemos aprendido a vuelapluma y con alfileres. Pero sólo conoce a Jesús quien se ha fiado de su palabra y quien ha quedado seducido por su presencia.
    Es hoy un día para desear conocer al Señor por dentro, desde el corazón que ora y que ama, desde el testimonio que narra con obras sencillas y cotidianas, el amor que le embarga y plenifica. Sólo así podemos decir que Jesús no es un extraño profeta en la tierra de nuestra vida, sino un Dios vecino, cuya casa tiene entraña y tiene hogar, una casa habitada, que abre las puertas de par en par. Con Él convivimos; a Él le vamos a contar nuestras cuitas buscando el consuelo en los sinsabores cuando la vida parece que nos quiere acorralar; a Él vamos también a agradecer los dones, las muchas alegrías con las que también esa vida nos sonríe. Y descubrimos que ese Buen Dios, el mejor vecino, saber reír y sabe llorar, porque le importa nuestra vida, nuestro destino y nuestra paz.
    Dios, sin ser uno cualquiera quiere ser entre nosotros uno más, y ponerse a nuestro lado para decirnos cuál es el camino mientras lo camina junto a nosotros. La familiaridad con Jesús debe suscitarnos una admiración conmovida, no una sospecha indiferente y aburrida.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

    ResponderEliminar