TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 5 de mayo de 2018

PARA EL DIALOGO Y LA MEDITACIÓN












MAYO: Eucaristía y Doctrina Social de la Iglesia

     El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia  (Obra del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, BAC-Planeta 2005) dedica su capítulo 4º a presentar los principios básicos de la doctrina social de la Iglesia: 1. Bien común; 2. destino universal de los bienes; 3. subsidiariedad; 4. participación; 5. solidaridad; (el principio de la dignidad de la persona humana se trató ya ampliamente en el capítulo precedente 3º); 6. valores fundamentales de la vida social, verdad, libertad y justicia; 8. la vía de la caridad . Tal presentación viene precedida por una introducción general sobre el significado de tales principios y su unidad. Nosotros los estudiaremos en dos bloques, este primero, donde veremos la introducción, el bien común, el destino universal de los bienes y la subsidiariedad y un segundo en el que consideraremos los restantes principios y valores.

Significado y unidad de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.
           
     Bajo el calificativo de “principios” se denomina lo que la Iglesia considera pilares de la concepción de la sociedad humana desde la voluntad creadora de Dios, que encuentran su exposición en la Escritura, leída y vivida en la tradición viva de la Iglesia y expuesta por su Magisterio y por sus santos y teólogos. Tales principios, por su vinculación con el proyecto creador de Dios sobre el ser humano y la sociedad, pueden ser asumidos y aceptados fácilmente por cuantos buscan sinceramente la verdad. Son un verdadero punto de encuentro para favorecer un proyecto universal de vida social en justicia y paz.
     Su unidad obedece a la concepción orgánica de la sociedad claramente afirmada por la Biblia. Los “principios” de los que hablamos tienen su identidad propia, que permite distinguirlos y formularlos uno a uno, pero están íntimamente trabados entre sí, de modo que al final del estudio de cada uno emerge su inseparabilidad de todos los otros. No se pueden disociar sin desfigurar a cada uno de ellos. No son productos que podemos echar al “carro de la compra” sociológico, tomando unos y dejando otros a nuestro gusto. Constituyen una unidad inseparable. Tal vez esa sea la razón por la que las ideologías humanas (grandes opciones ideológicas: derechas e izquierdas; conservadores y progresistas…) no suelen satisfacer nunca plenamente la “sensibilidad social” católica, porque suelen remitirse a unos de estos principios, pero negando u olvidando otros. Al fin, ofreciendo una concepción de la sociedad con graves carencias o lagunas.
   El bien común.
     De la dignidad y sociabilidad de cada persona se deriva como principio, fuente de derechos y tareas para cada uno y para cada sociedad, la consecución del mayor bien posible para cada uno y el conjunto de todos. Este bien no es la mera suma de los bienes de cada uno aisladamente, sino que es el bien de todos y de cada uno integrado con los demás (en sociedad).
     Implica este principio la exclusión del egoísmo de los individuos y de los grupos, como motor de crecimiento y progreso, para reemplazarlo por la convicción de que, la búsqueda de lo mejor para todos y la no exclusión de ninguno termina siendo el mayor bien para cada uno, que no puede de hecho vivir sin una relación social que cada vez adquiere un carácter más universal.
   El destino universal de los bienes.
     Se deriva de la voluntad divina, que ha creado el mundo para auxilio de todos los seres humanos, los de ahora y los del futuro. Cae también bajo este principio la inteligencia y dotes de cada persona y las riquezas que es capaz así de generar cada individuo o éste asociado con otros, es decir los bienes no directamente naturales presentes en el mundo. No niega la conveniencia del derecho a la propiedad privada, pero relativiza ésta y la hace depender de este principio general, porque todos tienen derecho a un suficiente nivel de tal propiedad privada, como exigencia de su dignidad y de las condiciones que requiere el desarrollo de la persona y de los pueblos.
     Este principio sostiene y limita, a un tiempo, el derecho a la propiedad privada,  lo sitúa ante sus condicionamientos sociales (para todos los de ahora) y ecológicos (y para todos los del futuro).
   Principio de subsidiariedad.
     Frente a los criterios utilitaristas, que tienden a dar la prioridad a la planificación y a la unidad de gestión (organizarlo todo desde la autoridad más alta), este principio, apoyado en la dignidad de la persona y el respeto por la aportación de cada nivel de la agrupación social (familia, asociaciones de diverso carácter, nivel local, regional, estatal, supranacional o mundial), opta por dejar hacer (y gestionar) y ayudar a hacer  (y gestionar) a cada nivel más próximo a las personas concretas, antes de asumir desde un nivel más lejano.
     Este principio no genera desorden, pero obliga a un trabajo integrado y orgánico que no atropella a las personas o a las agrupaciones más pequeñas, sino que cuenta siempre con ellas, y las ayuda en cada momento.
   Implicaciones en la vida de los adoradores.
     El conocimiento y aplicación de estos principios sociales cristianos obliga a los adoradores como a todo cristiano. Pero quisiera ayudar a descubrir cómo la espiritualidad eucarística que los adoradores se esfuerzan por vivir ayuda y sintoniza con estas enseñanzas de la Iglesia de un modo peculiar.
     No olvidemos que la Eucaristía hace presente el eterno proyecto de Dios, es algo ligado al carácter “memorial” del Sacramento. Así pues la piedad eucarística nos confronta constantemente como criaturas ante Dios creador y su proyecto sobre el ser humano y la creación en su conjunto. La celebración de la santa Misa, en particular, nos resitúa constantemente como personas ante Dios, ante nuestros hermanos y ante el mundo. Y la Adoración eucarística nos pone particularmente en relación con Dios y su plan sobre el ser humano y el mundo. Podemos decir que la espiritualidad eucarística predispone a comprender y asumir, como criterio de vida y conducta, la doctrina social de la Iglesia que aplica y se nutre de ese fuego del amor de Dios cuyas brasas arden permanentemente en la celebración y en la vida eucarísticas.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Nos esforzamos realmente por conocer la Doctrina Social de la Iglesia y por aplicarla? ¿Qué iniciativas personales o de grupo podemos tomar para mejorar en esta dimensión de nuestra vida cristiana?

Cuando acudimos a adorar ¿concedemos un tiempo de silencio para escuchar la voz del Señor, saborear su Palabra y meditar las enseñanzas de la Iglesia? O llenamos todo el tiempo de oraciones vocales que no interiorizamos suficientemente. ¿Cómo mejorar?

¿Damos espacio en la celebración de la Eucaristía al descubrimiento de las diversas dimensiones de la celebración? ¿Nos buscamos la oportuna formación litúrgica y espiritual que nos ayude a ello? O nos puede la costumbre hecha rutina.

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