«SOPLÓ SOBRE ELLOS Y LES DIJO:
RECIBID EL ESPÍRITU SANTO»
Jn. 20. 19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de
la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por
miedo a los judíos.
Y en esto
entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos».
Otras
Lecturas: Hechos 1,1-11; Salmo 46; Efesios
1,17-23
LECTIO:
En las palabras que dirigió
Jesús a sus discípulos con el fin de prepararlos para la separación, les
plantea claramente la hostilidad y el odio del mundo, hasta la persecución (15,18-25), pero les promete el consuelo del Espíritu Santo. Jesús les enviará el
«Paráclito», que está donde el Padre, en esa especie de «proceso»
permanente del mundo contra los discípulos.
El Espíritu les enseñará, además,
aquellas «muchas más cosas» que Jesús
no pudo comunicarles porque estaban aún demasiado
inmaduros en la fe y en el conocimiento de los caminos de Dios: por eso el
Paráclito «se hará guía para el camino» hacia la
verdad completa que le es completamente transparente (16,12s).
MEDITATIO:
La Palabra de Dios, hoy de modo especial,
nos dice que el Espíritu actúa, en las personas y en las comunidades que están
colmadas de él, las hace capaces de recibir a Dios. Y ¿Qué es lo que hace el
Espíritu Santo mediante esta nueva capacidad que nos da? Guía hasta la verdad plena, renueva la tierra y da sus frutos. Guía, renueva y
fructifica. (Papa Francisco)
Los Apóstoles… hombres, antes asustados y
paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar las consecuencias del
viernes santo, ya no se avergonzarán de ser discípulos de Cristo, ya no
temblarán ante los tribunales humanos. Gracias al Espíritu Santo comprenden que la muerte de Jesús no
es su derrota, sino la expresión extrema
del amor de Dios. (Papa Francisco)
Amor que en la Resurrección vence a la
muerte y exalta a Jesús como el Viviente, el Señor, el Redentor del hombre, el
Señor de la historia y del mundo. Y esta realidad, de la cual ellos son testigos, se convierte en
Buena Noticia que se debe anunciar a todos.
(Papa
Francisco)
El mundo tiene necesidad de hombres y
mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. …Existen muchos modos de
cerrarse al Espíritu Santo: en el egoísmo del propio interés, en el legalismo
rígido, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el
vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal, entre
otras cosas. (Papa Francisco)
ORATIO:
Fuerza de amor, Espíritu, que te cuelas como el aire,
presencia
que llenas e invades los vacíos…
Rompe las ataduras de mis miedos cobardes y cómodos.
CONTEMPLATIO:
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo».
Los discípulos, inundados de vida, sienten
arder en su corazón el deseo de convertirse en misioneros del Evangelio. Nace
así la Iglesia, morada del Espíritu, llamada a suscitar vida. Nace de la
pequeñez, como la pequeña semilla de mostaza en un campo sin límites, pero
parece no darse cuenta de esta evidente desproporción: sabe que su secreto es
la fuerza del amor. Es el amor el que da energía y hace proceder con la audacia
del que se atreve a todo porque cree.
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Como bautizados hemos recibido el Espíritu
Santo. ¿Qué significa para mí esta presencia tan particular de Dios en la vida?
¿Cómo vivo que eres templo del Espíritu Santo? ¿Le pides que te guíe y asista
en cada momento para hacer su voluntad? ¿Soy agente del perdón?
Recibamos y vivamos la venida del Espíritu
Santo con María, la madre de Jesús, madre de la Iglesia, madre tuya.
■… Oh fuego beatificante que no consumes e iluminas; y, si consumes,
destruyes las malas disposiciones para que no se consuma la vida. ¿Quién me
concederá poder estar envuelto de este fuego? Un fuego que me purifique
quitando de mi espíritu, con la luz de la verdadera sabiduría, la oscuridad de
la ignorancia, la oscuridad de una conciencia errónea; que transforme en amor
ardiente el frío de la pereza, del egoísmo y de la negligencia. Un fuego que no
permita a mi corazón endurecerse, sino que con su calor lo haga siempre
maleable, obediente y devoto; que me libere del pesado yugo de las
preocupaciones y los deseos terrenos y que, en las alas de la santa
contemplación que alimenta y aumenta la caridad, lleve hacia lo alto mi corazón
(S. Roberto
Belarmino).
Tras la Ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén. Allí esperarían el cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”. En la sala donde se tuvo la última Cena, solían reunirse, eran concordes, y oraban con algunas mujeres y con María.
ResponderEliminarLa tradición cristiana siempre ha visto esta escena como el prototipo de la espera del Espíritu. La Madre de Jesús… era una mujer que sabía de la fidelidad de Dios, de cómo Él hace posible lo que para nosotros es imposible; era una mujer creyente que había aprendido a guardar en su corazón todo lo que Dios le manifestaba. Ella era, y sigue siendo, la que reunía a la Iglesia.
A diferencia de la torre de Babel… ahora en Jerusalén ocurría: que las maravillas que se escuchaban eran las de Dios, y que lejos de ser víctimas de la confusión, aun hablando lenguas distintas, eran las justas y necesarias para entenderse.
Efectivamente, se trataba de hacer entender en todos los lenguajes lo que maravillosamente Dios había dicho y hecho. La misión de la Iglesia es continuar la de Jesús: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.
Los discípulos de Jesús que formamos su Iglesia, como miembros de su “cuerpo”, desde nuestras cualidades y dones, en nuestro tiempo y en nuestro lugar, estamos llamados a continuar lo que Jesús comenzó.
El Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su sabiduría para que a través nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las maravillas de Dios y asomarse a su proyecto de amor otros hombres, culturas, situaciones.
El Espíritu “traduce” desde nuestra vida, aquel viejo y nuevo mensaje, aquel eterno anuncio de Buena Nueva. Esto fue y sigue siendo el milagro y el regalo de Pentecostés.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm – Arzobispo de Oviedo