TIEMPO LITÚRGICO
martes, 28 de febrero de 2017
sábado, 25 de febrero de 2017
LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE FEBRERO DE 2017, 8º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena)
«BUSCAD SOBRE TODO EL
REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA»
Mt. 6. 24-34
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores.
Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al
primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida
pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a
vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad
los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo,
vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién
de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido?
Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni
Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la
hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste
así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No andéis agobiados pensando qué vais a
comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan
por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo
eso.
Buscad
sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os
agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le
basta su desgracia».
Otras Lecturas: Isaías
49, 14-15; Salmo 61; 1Coríntios 4, 1-5
LECTIO:
Jesús era un observador atento de las
cosas que ocurrían, y a través de todas ellas Él leía lo que en esas páginas de
la vida escribían las manos del Padre Dios.
No
os agobiéis, porque hay Alguien más grande que vela por vosotros. No hagáis del
dinero ni de ningún otro ídolo se llame como se llame su poder, su placer o su
tener, el aliado falso de una imposible felicidad según una mezquina medida.
Es entonces cuando Jesús abre la ventana
de la realidad, cuya belleza inocente y gratuita nadie ha podido manchar: los
lirios del campo. O las avecillas que vuelan zambullidas y seguras en el aire
de la libertad. Él ha puesto en nuestras manos el talento para trabajar y en
nuestro corazón la entraña de compartir con los demás.
No
invita este evangelio a una pasividad irresponsable y crédula, sino a una
confianza.
Porque cuando nos llega la prueba, el dolor físico o moral, cuando nos hacemos mil preguntas y parece que
nadie es capaz de responder, ni de abrazar, ni siquiera de acompañar, nos
sentimos morir de algún modo.
Pero todo eso sólo tiene la penúltima
palabra, por dura y difícil que sea: es sólo la palabra penúltima. Lo que en
verdad genera una alegría que nadie puede arrebatarnos es la espera y la
esperanza de poder escuchar la palabra final sobre las cosas, ésa que Dios
mismo se ha reservado.
Y entonces, como dice Jesús, ya no
preguntamos más, ni nos agobiamos. Sólo damos gracias conmovidos por ver
nuestro corazón lleno de la alegría para la que fue creado.
Lo dice también el salmo: Dios nos quitará
los lutos y sayales, para revestirnos por dentro y por fuera de danza y de
fiesta. Es la confianza que
se despierta ante la belleza de una Presencia como la de Dios,
que se deja entrever y balbucir con mesura y discreción en los rincones de la
vida que nos da.
MEDITATIO:
En
el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más
consoladoras: la divina Providencia.
Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros
con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen pensamiento... (Papa Francisco)
“Fijaos cómo crecen los
lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su
fasto, estaba vestido como uno de ellos”. Pensando en tantas personas que viven
en condiciones precarias, o totalmente en la miseria estas palabras de Jesús
podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero son más que nunca actuales.
Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá
jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos
juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente. (Papa Francisco)
La Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los
demás, de nuestro compartir. Si ponemos las riquezas al servicio de los demás, la
Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si alguien
acumula sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios?… Es mejor
compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los demás.
(Papa Francisco)
A la luz de la Palabra de Dios de este
domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A
ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad.
Invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos por vivir con un estilo
sencillo y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más
carecientes. (Papa
Francisco)
ORATIO:
Aquí estoy, Señor soy un pobre pecador,
consciente de mi miseria espiritual y de tu infinita misericordia. Ayúdame, no
permitas que me abata la fuerza del Malvado; ayúdame a buscar con ahínco la
docilidad a tus mandamientos, el abandono a tu providencia entrañable.
Dios
es mi salvador;
Dios es mi motivo de orgullo;
me protege y me llena de fuerza.
¡Dios es mi refugio!
Dios es mi motivo de orgullo;
me protege y me llena de fuerza.
¡Dios es mi refugio!
CONTEMPLATIO:
«Sobre
todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por
añadidura».
Las palabras de Jesús no pueden ser
más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de
Dios y su justicia"; lo demás viene después. ¿Vivimos los cristianos de
hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o
estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?
La
actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. …vive en medio de la
gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a
los últimos y más acogedora a los excluidos,… no olvida que Dios quiere
misericordia antes que sacrificios.
El cristianismo es una religión profética
nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos
"funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto,
pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los
olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la
vida entera de Jesús?
■… Ved, hermanos míos, ved, hijos míos; considerad lo que os digo.
Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Si vierais que vuestra ira se
levanta contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de ti
mismo;… Él se hará presente y lo realizará. Quiere que le pidamos esto antes
que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuantas peticiones nos enseñó el
Señor; y, entre todas, solo una habla del pan de cada día, para que en cuantas
cosas pensemos vayan dirigidas a la vida futura. ¿Por qué vamos a temer que no
nos lo dé quien lo prometió al decir: «Buscad ante todo el Reino de
Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás»? «Pues ya
sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis» (cf Mt 6,8.32ss). (Agustín de Hipona).
CUATRO POSTURAS PARA VIVIR LA EUCARISTÍA
Nuestro ser está
definido por cuerpo, alma y corazón. Y, porque sabemos que de Dios venimos y a
Dios vamos, le expresamos
nuestro profundo amor –no
solamente desde el interior- sino, también y además, con diversos gestos corporales. Nuestro cuerpo transmite lo que, interiormente, conmueve a nuestro
corazón, nuestra mente y nuestro ser.
Desgraciadamente, muchas veces por pura
justificación, oímos aquello de “lo importante es lo interno, no lo externo”.
Pero puede ocurrir que, en el fondo, cuando
cuesta enarbolar una bandera es porque, tal vez, se ha perdido el sentido de
pertenencia a un pueblo. Lo malo no es reverenciar con una u otra postura
determinada a Dios, lo malo es el por qué algunas de ellas las hemos olvidado y
dejado en el cubo de nuestro propio criterio o capricho.
Entre otras cosas, incluso los gestos dentro
de la liturgia, son expresión de unidad. De un pueblo
que se mueve en la misma dirección, con los mismos sentimientos. Pues, ese
pueblo, pertenece a un mismo Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, en gestos y
posturas, lo hacemos visible.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
Respecto a este gesto corporal, el Reverendo Padre Romano
Guardini, erudito y profesor de liturgia, escribió lo siguiente:
Cuando
nos hagamos la señal de la cruz, que ésta sea
una verdadera señal de la cruz. En lugar de un
gesto diminuto e imperceptible que no proporciona ninguna noción acerca de su
significado; hagamos, en vez, una gran señal, sin ningún apuro, que empiece
desde la frente hasta nuestro pecho, de hombro a hombro, sintiendo conscientemente cómo
involucra todo nuestro ser, nuestros pensamientos, nuestras actitudes, nuestros
cuerpos y nuestras almas, cada una de
las partes de nosotros mismos y de una sola vez, de modo que nos consagra y nos
santifica... (Señales Sagradas, 1927).
ADORACION
El estar de rodillas, aunque para algunos suponga un esfuerzo y una
penitencia, es adoración y vasallaje al Señor. Es inclinación de un pueblo que
cree y espera en su Señor. Es veneración a la presencia real y misteriosa del
Señor en el altar. Ponerse de rodillas es
saber que Dios está por encima de todo. ¿Por qué se nos hace tan duro ponernos
de rodillas ante Dios y tenemos tan pocos escrúpulos en hacerlo
delante de cualquier poderoso?
RESPETO
Cuando entra y sale el sacerdote nos
ponemos de pie (no porque sea sacerdote) sino porque representa a Jesús. Nos ponemos de pie, entre otras cosas, porque con
Jesús buscamos bienes superiores, razones más elevadas para vivir en la tierra con
la presencia del Señor. De pie nos ponemos en el Evangelio, culmen de la
revelación, porque sabemos que, de en vela, es como el Señor nos
ha de encontrar cuando vuelva: escuchando, meditando, pregonando sus alabanzas.
ACCIÓN DE GRACIAS
El
permanecer sentados, no significa ser
indiferentes. Conlleva e incita a meditar,
a saborear la Palabra que se ha escuchado. Sentarse, delante del sagrario,
en la homilía o después de la comunión, implica proyectar en la pantalla de
nuestra mente nuestra propia vida e intentar iluminarla con la vida de Jesús.
Sentarse, en la Eucaristía, no es pensar “aquí me las den todas”. Es sentir
cómo, la Eucaristía, es una gran ola que nos acaricia, nos refresca la memoria
y nos invita a profundizar en lo
que somos y vivimos.
J. Lehoz
miércoles, 22 de febrero de 2017
FEBRERO
2017
«Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un
espíritu nuevo» (Ez 36, 26).
El corazón remite a los afectos, a los
sentimientos, a las pasiones. Pero para el autor bíblico es mucho más: junto
con el espíritu, es el centro de la vida y de la persona, el lugar de las
decisiones, de la interioridad y de la vida espiritual. Un corazón de carne es
dócil a la Palabra de Dios, se deja guiar por ella y formula «pensamientos de
paz» hacia los hermanos. Un corazón de piedra está cerrado en sí mismo, incapaz
de escuchar y de tener misericordia.
¿Necesitamos
un corazón nuevo y un espíritu nuevo? No hay más que mirar a
nuestro alrededor. La violencia, la corrupción, las guerras nacen de corazones
de piedra que se han cerrado al proyecto de Dios sobre su creación. Incluso si
miramos dentro de nosotros con sinceridad, ¿no nos sentimos movidos muchas
veces por deseos egoístas? ¿Es efectivamente el amor el que guía nuestras
decisiones; es el bien del otro?
Observando esta pobre humanidad nuestra,
Dios se compadece. Él, que nos conoce mejor
que nosotros mismos, sabe que necesitamos un corazón nuevo. Así se lo promete al profeta Ezequiel,
pensando no solo en las personas individualmente, sino en todo su pueblo. El
sueño de Dios es recomponer una gran familia de pueblos como la concibió desde
los orígenes, modelada por la ley del amor recíproco. Nuestra historia ha
mostrado en muchas ocasiones, por un lado, que solos somos incapaces de cumplir
su proyecto; y por otro, que Dios nunca se cansa de volver a apostar por nosotros e incluso promete darnos
Él mismo un corazón y un espíritu nuevos.
«Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un
espíritu nuevo»
Él
cumple plenamente su promesa cuando manda a su Hijo a la tierra y envía su
Espíritu en el día de Pentecostés. De ahí nace una comunidad -la de los
primeros cristianos de Jerusalén- que es icono de una humanidad caracterizada
por «un solo corazón y una sola alma» (Hch
4, 32).
También yo, que escribo este comentario, y
tú, que lo lees o lo escuchas, estamos llamados a formar parte de esta nueva
humanidad. Es más, estamos llamados a formarla a nuestro alrededor, a hacerla
presente en nuestra vida y en nuestro trabajo. Fíjate qué gran misión se nos
encomienda y cuánta confianza pone Dios en nosotros. En lugar de deprimirnos
ante una sociedad que muchas veces nos parece corrupta, en lugar de resignarnos
ante males que nos sobrepasan y encerrarnos en la indiferencia, dilatemos el corazón «a la medida del Corazón de
Jesús. ¡Cuánto trabajo! Pero es
lo único necesario. Hecho esto, está hecho todo». Es una invitación de Chiara
Lubich, que dice a continuación: «Se trata de amar a cada uno que se nos acerca
como Dios lo ama. Y dado que estamos sujetos al tiempo, amemos al prójimo uno
por uno, sin conservar en el corazón ningún resto de afecto por el hermano con
el que acabamos de estar».
No
confiemos en nuestras fuerzas y capacidades, inapropiadas, sino en el don que Dios nos hace: «Os daré un corazón
nuevo; infundiré en vosotros un espíritu nuevo».
Si permanecemos dóciles a la invitación
de amar a cada uno, si nos dejamos guiar por la voz del Espíritu en nosotros,
nos convertimos en células de una humanidad nueva, artesanos de un mundo nuevo
en medio de la gran variedad de pueblos y culturas.
Fabio Ciardi
sábado, 18 de febrero de 2017
LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE FEBRERO DE 2017, 7º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)
«SED PERFECTOS, COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL
ES PERFECTO»
Mt. 5. 38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos. «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu
prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos
y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a
justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué
premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto».
Otras
Lecturas: Levítico 19, 1-2.17-18; Salmo 102; 1Coríntios 3, 16-23
LECTIO:
Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a
quien os afrenta, confundid a los que os piden algo. No se trataba de un
oportunismo sino de devolver a los hombres la real posibilidad de volver
a ser imagen y semejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol
cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos
y a los injustos.
Jesús no
predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas
normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo
que otros puedan igualmente pensar y proponer.
El amor que
cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones… éste no le
interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la
ciudad de Dios ni a su Pueblo.
El
amor que Jesús nos propone debe hacerse gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que
indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro
hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras
sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes… Pero todo esto da lo mismo.
No hay
distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más
distintivo y de lo que nos diferencia de los demás: el amor. En
esto nos reconocerán como sus discípulos.
MEDITATIO:
«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu
prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: “Amad a vuestros
enemigos y rezad por los que os persiguen”. A quien quiere seguirlo, Jesús le
pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los
vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las
familias, en las comunidades y en el mundo. (Papa Francisco).
Jesús no conoce más que una ley, la ley del amor, y saca de ella todas sus consecuencias,
y hasta los últimos detalles. Esto a algunos los entusiasma y a otros los llena
de indignación. Y a nosotros, ¿nos entusiasma Jesús con sus exigencias? Podría
suceder que las escucháramos con unos oídos tan distraídos y tan habituados,
que ni siquiera nos impresionaran.
El
cristianismo no es una religión fácil. Ser un cristiano auténtico exige
sacrificio, heroísmo, renuncia al odio, al rencor y a la venganza… Feliz el que sabe dar el primer paso para
acercarse. Porque no hay nada
mejor que en un conflicto uno perdone al otro, abandone su posición, deje de
devolver el golpe. No hay más que una salida: comenzar a amar. Descubrir en
cada hombre a Jesús.
Jesús vino
para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino
para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad es la
misericordia, que Él ha tenido y tiene cada día con nosotros. Ser santos no es
un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Esto es lo que el Señor nos
pide. (Papa Francisco).
ORATIO:
Dios misericordioso, quieres que seamos un
pueblo libre, libre para amar y por eso -en Cristo- nos entregas una nueva Ley
escrita en el corazón del hombre.
Jesús,
gracias por llamarme a formar parte de tus discípulos.
Dame la gracia de servir a los demás como Tú lo
hiciste.
No quiero tener límites en mi amor.
Que cuando sirva a las personas con las que convivo,
a las personas que sufren alguna necesidad,
recuerde
que te lo estoy haciendo a ti.
CONTEMPLATIO:
La llamada
de Jesús a amar es seductora. Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación
nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino
compasivo. Su amor es incondicional hacia todos:
«Él hace salir
su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos».
Este Dios
que no excluye a nadie de su amor, nos quiere atraer a vivir como Él. Esta es
en síntesis la llamada de Jesús. “Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni
siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de
vuestro Padre del cielo”
La vida
entera de Jesús ha sido, desde el principio hasta el fin, una llamada a
resolver los problemas de la humanidad por caminos no violentos… El verdadero
enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es
el otro, sino nuestro propio «yo» egoísta, capaz de destruir a quien se nos
ponga.
Para amar,
tenemos que dejarnos amar. Tenemos que vencer el egoísmo, salir de nosotros
mismo, ver al otro como hijo de Dios, querido y amado. Recordar que: “al
atardecer de la vida nos juzgarán del amor”. Jesús está en el necesitado.
■… También
David, y con rectitud, lo corrobora en un salmo: «Señor;
mi Dios: si he hecho eso, si he devuelto mal por mal, que quede desamparado
frente a mis enemigos» [...]
El Señor nos da a entender que es imposible alcanzar un amor perfecto si
solo amamos a quienes estamos seguros de conseguir a cambio un amor igual, pues
—y no es ningún secreto— un amor parecido lo podemos ver entre los paganos y
los pecadores. El Señor quiere que superemos la ley del amor humano mediante la
ley del amor evangélico (Cromacio
de Aquilea).
EL LEGADO DE LUTERO
(Fin)
La rebelión de Lutero daría alas a otro
clérigo levantisco, Calvino, que
como él afirmó la depravación de la naturaleza humana y negó que el hombre
tuviera libre albedrío. Calvino añadió, sin embargo, una dimensión nueva a la
doctrina luterana, afirmando la monstruosa doctrina de la predestinación. Pero, aunque el hombre nada pueda hacer por
salvarse, puede –según
Calvino– saber anticipadamente cuál es su destino, pues la prosperidad
material se erige en signo de afecto divino. Esta doctrina abominable desataría la avaricia de los pudientes, que
empezaron a agitar a las masas contra el Papado; y, mientras las masas estaban
entretenidas agitándose y disfrutando de la anarquía moral generada por la
ruptura con Roma, los ricos las despojaron de sus tierras. «Siempre resulta
ventajoso para el rico –afirma Belloc– negar los conceptos del bien y del mal,
objetar las conclusiones de la filosofía popular y debilitar el fuerte poder de
la comunidad.
Siempre está en la naturaleza de la gran riqueza (…)
obtener una dominación cada vez mayor sobre el cuerpo de los hombres. Y una de las mejores tácticas para ello es atacar las
restricciones sociales establecidas». A los hacendados y poseedores de grandes
fortunas les había llegado, en efecto, una gran oportunidad con la Reforma. En
todos los lugares donde la riqueza se había acumulado en unas pocas manos, la
ruptura con las antiguas costumbres fue para los ricos un poderoso incentivo. Hicieron como
si su objetivo fuese la renovación religiosa; pero su verdadero fin era el Dinero. Y así lograron que su desmesurado afán de lucro
resultase menos insoportable a los ojos de los pobres, entretenidos con el
caramelito de la renovación religiosa. La doctrina católica habría combatido el
industrialismo y la acumulación de riqueza; pero el protestantismo hizo del afán de lucro un signo de
salvación.
Y, mientras crecía el afán de lucro, se consumó el “aislamiento del alma”, que Belloc considera con razón el más nefasto
legado de la Reforma y define como
una «pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por la vida
comunitaria». En efecto, el protestantismo introdujo un aislamiento de las
almas que, además de gangrenar la teología, la filosofía, la política, la
economía y la vida social, destruyó la unidad psíquica de la persona. Pues, al
cuestionar toda institución humana y toda forma de conocimiento, abocó a los
seres humanos a un desarraigo creciente y a una exaltación del individualismo cuya estación
final es la desesperación, como comprobamos en las sociedades modernas,
integradas por individuos enfermos de solipsismo y, a la vez, estandarizados y
amorfos. Y la disolución de la religión colectiva facilitaría, en fin, el
encumbramiento de sucesivas idolatrías sustitutivas, llamadas pomposamente ideologías, cuyo cáliz amargo seguimos hoy apurando hasta las
heces.
Y,
para terminar –last, but
not least (no menos importante)–, no podemos dejar de referirnos, entre las
consecuencias del luteranismo, a su iconoclasia furibunda, que generaría un arte inane y acabaría desembocando en el feísmo más exasperado,
puro vómito de una esterilidad engreída, que denominamos eufemísticamente “arte contemporáneo”. Si la tradición
católica, en su esfuerzo por penetrar mejor el contenido de la Revelación,
había fomentado un arte riquísimo que halla su paradigma en la belleza
inmaculada de María, la reforma protestante, al declarar la ilicitud del
culto a la Virgen y a los santos engendraría un arte fosilizado y
deshumanizado, cuando no vesánicamente nihilista.
Todas estas
delicias del legado luterano, y algunas más que se nos quedan en el tintero,
vamos a celebrar en este centenario tan divino de la muerte que se nos viene
encima.
lunes, 13 de febrero de 2017
FEBRERO: La Iglesia, (II)
Ya
entre el pueblo de Israel era costumbre emplear la palabra sinagoga tanto
para referirse al edificio dedicado al estudio y al culto como para hablar del
pueblo creyente que en él se congregaba, convocado por Dios. El Pueblo era la sinagoga (los convocados) por
el Señor. El lugar donde se reunía este Pueblo (particularmente tras el Exilio
en Babilonia) se llamará sinagoga.
Los cristianos que como Jesús
seguían, en un primer momento, acudiendo al culto sinagogal; pronto son excomulgados de las sinagogas y van a tener que reunirse
solos, separados del pueblo judío, y en sus propias casas. Estas casas
de familias cristianas donde se reunía más o menos establemente la comunidad de
discípulos de Jesús (la Iglesia o convocatoria, término paralelo a sinagoga)
comienzan a llamarse Domus
Ecclesiae (casas de la Iglesia) y muy pronto, ellas
mismas, iglesias.
Tal fenómeno sucede muy
pronto, en época apostólica, como testimonian abundantemente tanto el
libro de los Hechos de los
Apóstoles (Hch 4,11), como
las cartas apostólicas.
Por ello ya el mismo san Pablo aprovecha la imagen del edificio o de la edificación para presentar
el misterio de la Iglesia (1Cor 3,9) y lo mismo
hará san Pedro (1P 2, 1-17). El mismo
Cristo, antes, en su predicación, ya usó estas imágenes (Mt 21, 42 y
par.; vid. CEC 756).
La Iglesia
edificación.
En el Oficio de Lecturas de la
Dedicación de una iglesia encontramos un precioso texto de Orígenes, el antiguo
pensador alejandrino, de Egipto:
Todos los que creemos
en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas…
Así lo afirma Pablo cuando
nos dice: Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el
mismo Cristo Jesús es la piedra angular…
Pero en este edificio de la
Iglesia conviene que también haya un altar. Ahora bien, yo creo que son capaces
de llegar a serlo todos aquéllos que, entre vosotros, piedras vivas,
están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus
intercesiones, y a inmolarle las víctimas de sus súplicas; ésos
son, en efecto, aquellos con los que Jesús edifica su altar….
(Homilía 9, 1-2; PG 12,871-872)
La
imagen de la Iglesia cuerpo ya
servía para identificar ministerios y carismas diversos, miembros, en la unidad
del organismo. Ahora la imagen del edificio y del templo sirve para presentar esta variedad con gran
expresividad sin perder tampoco la noción de la unidad orgánica del conjunto.
Será la celebración litúrgica en el edificio de piedra la que lo
impregne de la presencia de la Iglesia Pueblo de Dios, que a su vez
ve reforzada su estructura y ordenamiento por el espacio que la acoge y en el
que desarrolla sus ritos propios.
Por eso será tan importante respetar en
el espacio litúrgico los lugares propios de cada
ministerio y cada cosa o acción. En el texto que hemos citado de Orígenes se
identifica con el altar, como lugar del sacrificio y de la intercesión, a los orantes. Estos serán en primer lugar los sacerdotes (Obispos
o Presbíteros) de los que dice en la Liturgia Romana el Común de Pastores:
“este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”
(Responsorio breve, II Vísperas común de Pastores). Pero ante el altar, casi
como prolongación del mismo, está una muchedumbre inmensa de orantes. ¿Cómo no ver a los/as adoradores de la
Eucaristía reflejados en tal altar? Y ante la alusión al día y a la noche, ¿cómo
no sentirse interpelados como Adoración Nocturna?
Estar en el altar significa particular
dedicación a la oración y a la adoración, al sacrificio de inmolar la propia vida por
amor unidos a Cristo. Esto se construye en la constancia, orando y adorando,
orando y amando. Allí se aprende a estar unidos al Señor Jesús y a sus
Pastores, allí se aprende a descubrir al Señor en pobres, menesterosos y
enemigos, para servirlos como a Él.
En este punto es
imprescindible recordar que Obispos y sacerdotes son altar no sólo cuando celebran en
él los Divinos Misterios,
singularmente la Eucaristía, sino también cada vez que a lo largo
de su jornada prolongan esta Eucaristía bajo la forma de la oración y la adoración. Siendo así una
sola cosa con Cristo Sacerdote y Víctima, son altar también cuando hacen de
toda su vida una inmolación en favor de su Pueblo e incluso de todos los
hombres. Pero de aquí se sigue que los sacerdotes tendríamos que encontrar en
la oración y
la adoración un
elemento connatural a nuestro modo
de ser, a nuestra vocación. La mucha actividad (las
muchas cosas que hay que hacer) más que excusa para relegar la oración ha de
ser exigencia o reclamo de la misma.
La presencia de orantes y adoradores
laicos ante el altar de la Eucaristía será, junto con su intercesión y su amor
en favor de los sacerdotes, estímulo eficaz para la santificación de los
mismos. Y el
Pueblo entero, viendo siempre arder el altar, encontrará en él ese faro salvador y guía, particularmente
en los momentos de noche o de tormenta. La adoración, la adoración nocturna, es
hoy muy necesaria para la Iglesia.
Haciendo arder el altar se
hallan también, claro está, los contemplativos
y contemplativas, cuyas vidas dan cohesión a este altar de la Oración de
la Iglesia. Allí encontró su vocación santa Teresa del Niño Jesús, como leíamos
el día de su fiesta (1 de octubre) en la segunda lectura del Oficio de
Lecturas, allí descubrió el corazón
de la Iglesia, que hace llegar el Amor de Dios hasta los extremos más
remotos de su cuerpo. Así la pequeña Teresa desde su convento es Patrona de las
misiones, como con su celo apostólico, viajando hasta los confines del Oriente,
lo es san Francisco Javier.
Preguntas para el
diálogo y la meditación.
■ ¿Sientes realmente tu pertenencia a la Iglesia
como la respuesta a una vocación, a una llamada amorosa y personal de Dios?
[Esto quieren recordarte las campanas cada vez que suenan llamándote a acudir a
la iglesia].
■ ¿Has hallado ya tu “lugar” en la Iglesia? ¿Qué
haces para encontrarlo o para cuidarlo fiel y perseverantemente?
■ Como adorador nocturno ¿te ves reflejado ante el
altar, según el texto comentado de Orígenes? ¿Cómo vives tu relación con los Pastores
de la Iglesia? ¿Rezas por tu cura? ¿Sabemos valorar y agradecer el don de los
hermanos y hermanas de vida contemplativa?
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