OFICIO
DIVINO, Oración de las horas (iI)
I LA LITURGIA DE LAS
HORAS EN MANOS DE LOS FIELES
Fuente: Liturgia de las
horas para los fieles Edición 2002.
6. LA PARTICIPACIÓN DE TODOS LOS BAUTIZADOS EN EL OFICIO, SEGÚN
LOS PRINCIPIOS Y NORMAS GENERALES DE LA LITURGIA DE LAS HORAS
El
segundo documento al que nos hemos referido - los Principios
y Normas generales de la Liturgia de las Horas -, y que viene a ser como un
tratado teológico-normativo sobre la oración de la Iglesia, tiene un amplio capítulo
referente al Sujeto de la oración eclesial. Pues bien, en este capítulo, al
tratar del sujeto de la oración litúrgica, afirma
con claridad meridiana que la Liturgia de las Horas es propia del conjunto de
todos los fieles; se dice, en efecto, que "la Liturgia
de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada,
sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en
él". "Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la
Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y su voces, visibilizan a la
Iglesia". Establecido este
principio general, se pasa a describir la participación de cada uno de los
grupos y personas - ministros, monjes, religiosos, asambleas de seglares -, sin
olvidar ni siquiera la familia, de la que se afirma que "conviene que...
recite algunas partes de la Liturgia de las Horas..., con lo que se sentirá más
insertada en la Iglesia". También
se alude a los que, no pudiendo unirse a una asamblea local, rezan en solitario el Oficio y,
con esta oración solitaria, aunque físicamente dispersos por el mundo, logran,
con todo, orar con "un solo corazón y una sola alma" y participar así
de la oración común, seguramente porque a ellos les sería difícil acudir a la
celebración comunitaria.
7. DIVERSIDAD DE FUNCIONES EN LA LITURGIA DE LAS HORAS
Hasta aquí hemos subrayado que la oración
de la Iglesia pertenece no sólo a los clérigos y monjes sino también a los
seglares. Insistir hoy en esta realidad es necesario por una doble razón:
porque han sido muchos los siglos durante los cuales los laicos han vivido
totalmente al margen del Oficio divino, y porque la imagen de la Liturgia de
las Horas como propia de sacerdotes y religiosos es la que persevera aún
actualmente en muchos de los fieles, incluso en ambientes de laicos muy
piadosos. Pero, establecido el principio de que la Liturgia de las Horas
"pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia", debemos preguntarnos aún si los laicos
tienen, con respecto a la oración litúrgica, exactamente la misma función que
los sacerdotes y monjes contemplativos, e incluso si es razonable
presentar una edición de Liturgia de las Horas para los fieles cuando, en
realidad, la Liturgia de las Horas es siempre para los fieles.
Para dar respuesta a estos interrogantes y
mostrar mejor la naturaleza de la participación de los laicos en la Liturgia de
las Horas, hay que empezar recordando que la Iglesia, primer sujeto de la
oración litúrgica, es un cuerpo con diversidad de miembros. Aunque todos los
fieles sean cuerpo de Cristo y lo sean con los mismos derechos y la misma
dignidad, no todos, en cambio, tienen idénticas funciones. Y lo que acontece
con el cuerpo de la Iglesia pasa también con la oración de la misma, que es
como su respiración. Así como a la respiración del cuerpo contribuyen diversos
órganos - pulmones, boca, nariz, etc.-, pero cada uno de ellos contribuye a la
respiración común de forma propia y peculiar, así pasa también con la oración
de la Iglesia: esta plegaria es tarea común de todos los bautizados, pero en ella
algunos miembros participan de manera peculiar o con matices distintos. Porque
una cosa es la pertenencia de la oración eclesial a todos los bautizados, otra
las maneras o medios de que disponen cada uno de los fieles para participar en
esta tarea común, y una tercera aún los medios con que la Iglesia cuenta para
que nunca falle en ella la oración perseverante que le confió el Señor.
Son precisamente estos tres aspectos los
que se exponen, con orden y claridad, en los Principios y Normas generales de la
Liturgia de las Horas. Se empieza por el problema central: la oración eclesial
como función propia de todos los bautizados; en segundo lugar se trata de las
funciones peculiares de algunos miembros de la comunidad; finalmente, se alude
a las maneras de las que se sirve la Iglesia para realizar el ideal de orar con
perseverancia.
8. EL PAPEL DE LOS MINISTROS, DE LOS MONJES Y DE LOS LAICOS EN
LA LITURGIA DE LAS HORAS
En el apartado anterior hemos visto ya que
en la oración eclesial se da diversidad de funciones. Veamos, pues, en
concreto, cuáles sean éstas y a quiénes competa realizarlas. Ello clarificará
el papel de los laicos - seglares y religiosos - en la oración litúrgica, que
es lo que persigue principalmente esta Presentación.
Los Principios y Normas generales de la
Liturgia de las Horas, después de haber afirmado que la oración litúrgica
corresponde a todos los bautizados, pasa a tratar del papel de los ministros: a
ellos, con respecto a la oración litúrgica, se
les asignan tres funciones: la de convocar a la comunidad, la de presidir la
plegaria y la de educar a los fieles en vistas a la oración.
Como se comprende fácilmente, estas funciones son consecuencia de la
ordenación, es decir, de la situación de los ministros en la Iglesia como "signos de Jesucristo".
Porque Jesús es quien ha convocado a la Iglesia, comunidad orante -"iba a
morir... para reunir a los hilos de Dios dispersos" -, por ello su
ministro convoca a los fieles para la oración eclesial; porque es el mismo
Señor quien preside la oración de su Iglesia -"donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"-, por ello el
ministro de Jesús preside la oración de los cristianos; porque, finalmente, los
ministros de la Iglesia son instrumentos
de la presencia de Jesús, profeta y maestro de su pueblo,
por ello a los ordenados también les compete, como función ministerial propia,
educar a los fieles en la oración cristiana. Con esta presentación estamos,
pues, muy lejos de aquella visión de los sacerdotes "orando en nombre de
la Iglesia", como si ésta se desentendiera de la plegaria común. Obispos y
presbíteros tienen, pues, una función muy propia con respecto a la oración
litúrgica; pero esta función no los separa de la comunidad orante, sino que los
injerta en la misma.
Junto a esta función
ministerial de los obispos y presbíteros, aparece
otra
- de índole muy diversa - que la Iglesia confía por una parte a los monjes y
por otra a los ministros, pero a estos últimos no en virtud de su ministerio,
sino por una motivación externa: se trata de la misión de asegurar la perseverancia de la
Iglesia en la oración. No resulta difícil a quien lee
atentamente el nuevo Testamento advertir que la plegaria asidua es una de las
características más propias de las enseñanzas de Jesús: "orar siempre sin
desanimarse", "ofrecer continuamente a Dios un
sacrificio de alabanza" y otras expresiones
análogas se repiten sin cesar, tanto en el evangelio como en las cartas
apostólicas. Ahora bien, que todos y cada uno de los fieles puedan dedicarse a
la plegaria asidua resulta difícil; por
ello,
para que la Iglesia no cese en la oración continuada que le encomendó el Señor,
se encarga a los monjes la
plegaria insistente que al resto de los fieles les resultaría
difícil. Se trata, pues, de un papel de suplencia: las comunidades de monjes y
monjas "representan de modo especial a la Iglesia orante: reproducen más
de lleno el modelo de la Iglesia, que alaba incesantemente al Señor con
armoniosa voz, y cumplen con el deber de trabajar, principalmente con la
oración, "en la edificación e incremento de todo el cuerpo místico de
Cristo y por el bien de las Iglesias particulares". Lo cual ha de decirse
principalmente de los que viven consagrados a la "vida
contemplativa".
Una función parecida se encarga también a los obispos y presbíteros:
"A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las
Horas que cada uno de ellos habrá de celebrarla incluso cuando no participe el
pueblo..., pues la Iglesia los delega para la Liturgia de las Horas de forma que
al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño de lo que es función de
toda la comunidad, y se mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración de
Cristo." Este texto es importante y merece ser subrayado. Es verdad que en
él, como en la Mediator Dei y en la Constitución conciliar Sacrosantum
Concilium, se habla de una delegación para la oración eclesial; pero, mientras
en los primeros documentos se trataba de una delegación que capacitaba para
"poder orar en nombre de la Iglesia", dando, por decirlo así, una
especial dignidad en vistas a ejercer esta función, aquí se trata de una
delegación para suplir
a la comunidad y para asegurar que se mantendrá la oración eclesial,
por lo menos, a través de algunos de los miembros de la comunidad.
Digamos aún que, con respecto a la misión
de suplencia de los obispos y presbíteros, hay que subrayar que ésta no se
deriva - como en el caso de convocar, presidir y educar en vistas a la plegaria
- de la ordenación, sino de un encargo extrínseco que les hace la Iglesia. Por
ello, a los diáconos casados, a pesar de haber recibido una verdadera función
ministerial, no se les obliga a la recitación íntegra de la Liturgia de las
Horas, que podría resultarles difícil por sus ocupaciones familiares.
Situado el papel de los monjes y de los
ministros en el interior de una Iglesia toda ella orante -y no como grupo
separado que ora aisladamente "en nombre de la Iglesia"-, se capta
perfectamente el papel de los laicos con referencia a la oración litúrgica: los
laicos, que son la mayoría del cuerpo eclesial, son los principales
destinatarios de la oración litúrgica. Los ministros ordenados, en cambio, y
los monjes rezan la Liturgia de las Horas en función de todos los fieles: los
ministros, ejerciendo el servicio de "signos del Señor", que ora en
la comunidad y preside la oración de los fieles; los monjes, como levadura de
oración asidua, para que la Iglesia entera - repitámoslo una vez más, formada
principalmente por laicos - fermente toda ella en oración y se convierta cada
vez más en comunidad orante.